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«Ven…eno», había dicho Evelyn. «Sandalman.»
—El sandalman afirma que fue algún tipo de veneno colocado por los antiguos para custodiar la tumba, que el equipo lo tocó cuando abrió la tumba ilegalmente.
—¿Quién dijo Howard que los había envenenado? —quise saber.
—No lo dijo. El… esa cosa que los afectó se metió en sus gargantas. Después del primer día Howard era totalmente incapaz de hablar. Evelyn Herbert aún puede hablar algo, pero resulta muy difícil comprender lo que dice. Por eso necesito el traductor. Necesito hablar con Evelyn y descubrir por quién fueron envenenados.
Pensé en todo lo que acababa de decir. Algún tipo de veneno custodiando la tumba. Yo sabía algo al respecto. Había transmitido historias acerca de los venenos que los antiguos de todas las culturas ponen en sus tumbas para impedir que los profanadores las saqueen, venenos de contacto que ponen en los propios artículos. Yo había tocado el sello de la puerta.
Lacau me observaba atentamente. Dijo:
—Ayudé a traer el tesoro desde la Espina. Lo mismo hicieron los porteadores. Y he estado manejando los cuerpos. Llevaba plastiguantes, pero eso no me protegía de la infección transmitida por el aire o por el vapor de agua. Sea lo que sea, no creo que sea contagioso.
—¿Piensa que es un veneno, como dijo Howard? —pregunté.
—Mi postura oficial es que se trata de un virus que estaba presente en la tumba y al que todo el grupo, incluidos los representantes del sandalman, se vio expuesto cuando la tumba fue abierta.
—Y el sandalman.
—La bey del sandalman entró en la tumba antes que él. Luego el equipo. Luego el sandalman. Mi postura oficial es que el virus era anaerobio y que, después de que la tumba permaneciera abierta al aire durante unos cuantos minutos, dejó de ser virulento.
—Pero usted no cree eso.
—No.
—Entonces, ¿por qué adopta esa postura? ¿Por qué no acusa al sandalman? Si lo que quiere es el tesoro, eso se lo pondrá en las manos. La Comisión…
—La Comisión cerrará el planeta e investigará las acusaciones.
—¿Y usted no desea eso?
Quería preguntarle por qué no, pero pensé que sería mejor salir de la jaula antes de formularle aquella pregunta.
—Pero si es un virus, ¿cuál es su explicación de por qué la bey no se ha visto afectada por él? —pregunté.
—Diferencias en química corporal y tamaño. Declaré una cuarentena, y el sandalman la aceptó, más o menos. Estuvo de acuerdo en darnos una semana por si existía un tiempo de incubación del virus distinto en la bey, antes de presentar sus demandas ante la Comisión. La semana expira pasado mañana. Si la bey se ve afectada dentro de los próximos dos días…
Lo cual explicaba por qué la bey del sandalman estaba allí, en cuarentena con los arqueólogos, cuando nadie más, ni siquiera los guardias del sandalman, ponían el pie dentro de la tienda. No era la enfermera de Evelyn. Era la única esperanza de la expedición.
Y no iba a atrapar nada. El sandalman había dado su plazo de gracia. Había aceptado dejarla con el equipo. Nunca lo hubiera hecho de haber tenido la más remota posibilidad de que atrapara el virus. Así que no había que confiar en ello. A menos que Evelyn supiera de qué veneno se trataba. A menos que ella hubiera amenazado con envenenar a la bey del sandalman. A menos que eso fuera lo que contenía el mensaje.
—¿Por qué no se limitó a matar al equipo allí mismo en la tumba? —dije—. Si todo lo que quiere es el tesoro, ¿por qué no hizo que todos resultaran sepultados por un desprendimiento o algo parecido y lo calificó como un accidente?
—Hubiera habido una investigación. No podía arriesgarse a ello.
Estaba a punto de preguntar por qué no podía, pero pensé en algo más importante.
—¿Dónde está él ahora?
—Ha ido al norte, a Khamsin, para reunir un ejército —dijo.
Khamsin. Así que el sandalman no estaba en el recinto después de todo, y probablemente la bey se estaba dando a estas alturas un gran banquete con el mensaje de Evelyn. Y cuando llegara a Khamsin nada que yo dijera podría convencer a Bradstreet que no estaba ocurriendo algo. Me pregunté si Lacau habría pensado ya en aquello.
Abrió la jaula.
—Lo llevaré a ver a Evelyn Herbert —dijo—. Pero primero quiero que envíe una historia.
—De acuerdo —dije. Ya había decidido qué iba a enviar. No era algo capaz de engañar a Bradstreet, pero quizá pudiera desconcertarle lo suficiente hasta que yo consiguiera el resto.
—Primero quiero una copia —dijo Lacau.
—Este transmisor no dispone de impresora —señalé—, pero puede situar el mensaje en tiempo de espera y borrar todo lo que quiera del monitor antes de transmitirlo. —Señalé al botón de retención.
—De acuerdo —admitió.
—Lo pondré fijo —dije, pero pese a todo mantuvo su mano encima del botón durante todo el mensaje.
Tecleé un código privado de prioridad que decía: «Grandes acontecimientos en la Espina. Reserven 12 columnas.»
—¿Está intentando mantenerlo lejos de la Espina? —dijo Lacau—. No lo conseguirá. Verá el domo. De todos modos, él no puede descifrar un mensaje oficial, ¿verdad?
—Por supuesto que puede. ¿Cómo piensa que yo supe que tenía usted una nave acercándose? Pero él también sabe que yo sé que puede, de modo que no confiará en este mensaje. Ese es el que creerá. —Tecleé el código de transmisión por tierra, introduje el mensaje, y aguardé a que el transmisor me dijera que no podía hacerlo. No podría hasta que Lacau soltara el botón de retención, y ni siquiera tuve que decírselo. Alzó la mano y la apoyó en su barbilla y observó la pantalla.
Aguardé el tiempo que me tomaría sopesar las posibilidades de que Bradstreet ignorara un mensaje local si no fuera precedido de un código de prioridad y luego decidir enviarlo directamente. «Vuelvo tan rápido como pueda. Aguarda», tecleé. Y firmé: «Jackie.»
—¿A quién va destinado este mensaje? —preguntó Lacau.
—A nadie. Tengo instalado un relé automático en mi tienda. Pondré el mensaje en almacenamiento y lo guardaré allí. Por la mañana enviaré un artículo sobre la Espina. Será transmitido desde aquí, que está a un día de camino de la Espina.
—De este modo él pensará que está haciendo usted exactamente lo que dice. Encaminándose hacia Lisii.
—Sí —dije—. Ahora, ¿vamos a ver a Evelyn Herbert?
—De acuerdo —respondió, y echó a andar por entre el laberinto de cajas y cables eléctricos, conmigo a sus talones. A medio camino se detuvo y dijo, como acabara de recordar algo:
—Esa… cosa que lanzaron contra el equipo es más bien mala. El aspecto… Bueno, prefiero que esté preparado.
—Soy periodista —respondí, pensando que así, si no me mostraba lo horrorizado que él esperaba, Lacau lo adjudicara al hecho de que estaba acostumbrado a ver horrores. Pero hablé para nada. No tuve ningún problema en expresar mi horror. El aspecto de Evelyn era mucho peor que la primera vez.
Lacau había puesto algo sobre su pecho. Estaba conectado a la tela de araña de cables de encima. Preparé el traductor. No había mucho que pudiera hacer hasta que Evelyn nos diera un punto de inicio, pero lo preparé de todos modos, y la bey me observó hacerlo, toda ojos. Lacau se puso unos plastiguantes y se inclinó sobre la hamaca para mirar a Evelyn.
—Le di su inyección hace media hora —dijo—. Serán unos cuantos minutos más.
—¿Qué le está dando? —pregunté.
—Dilaudid y morfatos de sulfadina. Es todo lo que había en el equipo de primeros auxilios. Había también unidades IV, pero se rasgaban.