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— Yo no. Yo he tenido ocasión de ver a un monstruo igual que ése en la 36a expedición astral… Soy culpable por haberme confiado al conducir yo mismo la astronave por una región inexplorada y no haber previsto todo, limitándome a unas simples instrucciones.
— ¿Y cómo podía usted saber que ellos iban a meterse en esa región durante su ausencia? — terció Niza.
— Yo debía saberlo — repuso con firmeza Erg Noor, rechazando la amistosa ayuda que Niza le ofrecía —. Mas de esto sólo tiene objeto hablar en la Tierra…
— ¡En la Tierra! — clamó Pur Hiss, con tan agudo grito, que el propio Peí Lin frunció perplejo el entrecejo —. ¡Decir eso cuando todo está perdido y estamos condenados a muerte!
— No nos espera la muerte, sino una lucha enconada — repuso Erg Noor con sangre fría, dejándose caer en el sillón ante el pupitre de comando —. ¡Siéntense! Hasta que la Tantra no dé una revolución y media, no tenemos ninguna prisa… Todos obedecieron en silencio, y Niza cambió con el biólogo una sonrisa, triunfante a pesar de lo desesperado del momento.
— La estrella tiene sin duda un planeta; yo creo que incluso dos, a juzgar por la curva de intensidad de la atracción. Esos planetas, como ustedes ven — y el jefe de la expedición trazó con rapidez un cuidado esquema —, deben de ser grandes y, por consiguiente, poseer una atmósfera. Pero nosotros, de momento, no tenemos precisión de tomar tierra, disponemos aún de bastante oxígeno disgregado en átomos.
Erg Noor calló, para concentrar sus pensamientos. — Nos convertiremos en satélite del planeta, describiendo una órbita en torno a él. Si su atmósfera resulta respirable, cuando consumamos nuestro aire tendremos suficiente combustible planetario para tomar tierra y lanzar un mensaje. En seis meses calcularemos la dirección, transmitiremos los datos obtenidos acerca de Zirda y pediremos que venga una astronave de salvamento en socorro de nuestro navío.
— Si el salvamento se consiguiera… — dijo Pur Hiss, contrayendo el rostro para contener una alegría naciente.
— ¡Seríamos dichosos! — asintió Erg Noor —. Pero, de todos modos, ése es un objetivo claro. Y hay que poner en juego todas las fuerzas para lograrlo. Ustedes dos, Pur Hiss e Ingrid, hagan las observaciones y cálculos sobre las dimensiones de los planetas. Ber y Niza calcularán, con arreglo a la masa de los mismos, la velocidad de escape y, en consonancia con ella, la velocidad orbital y el radio óptimo de revolución de la nave.
Los exploradores empezaron sus preparativos para una eventual toma de tierra. El biólogo, el geólogo y el médico se pusieron a preparar para su lanzamiento una estaciónrobot de sondeo, mientras los mecánicos regulaban los aparatos de radar y los reflectores de aterrizaje y montaban un satélite para el envío de un mensaje a la Tierra.
Después del pavor y la desesperanza experimentados, el trabajo marchaba magníficamente, interrumpiéndose tan sólo durante el brusco balanceo de la nave en los vértices de gravitación. Pero la Tantra había disminuido tanto su velocidad, que sus bandazos no eran ya mortales para los tripulantes.
Pur Hiss e Ingrid determinaron la presencia de dos planetas. Hubo que renunciar a acercarse al exterior, enorme, frío, rodeado de una atmósfera muy densa y seguramente tóxica que amenazaba con la muerte. Y de elegir la forma de perecimiento, era mejor arder junto a la superficie de la estrella de hierro que hundirse en las tinieblas de una atmósfera amoniacal después de haber incrustado la astronave en una capa de hielo de mil kilómetros de espesor. El sistema solar tenía también planetas gigantes tan terribles como aquél: Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.
La Tantra seguía acercándose sin cesar a la estrella. Al cabo de diecinueve días, se apreciaron las dimensiones del planeta interior: era mayor que la Tierra. Situado cerca de su sol de hierro, corría por su órbita con velocidad vertiginosa; su año no debía de exceder de dos o tres meses terrestres. La estrella invisible T lo caldeaba sin duda suficientemente con sus rayos negros. Si tenía atmósfera, la vida sería allí posible. En tal caso, la toma de tierra en él ofrecería singulares peligros…
Una vida extraña, desarrollada en las condiciones de otros planetas y siguiendo otras vías de evolución, dentro de la forma general para el Cosmos de los cuerpos albuminoideos, era extraordinariamente perniciosa para los habitantes de la Tierra. Las defensas de los organismos contra los desechos nocivos y las bacterias morbíficas, inmunidad creada en nuestro planeta a lo largo de millones de siglos, eran impotentes ante formas de vida ajenas. Y recíprocamente, los seres vivos de otros planetas corrían en el nuestro igual peligro.
La actividad esencial de la vida animal — devorar matando y matar devorando — se manifestaba, al contacto de animales de mundos diferentes, con una ferocidad y una crudeza abominables. Las más raras enfermedades, fulminantes epidemias, insectos dañinos que se multiplicaban con una rapidez inusitada y lesiones espantosas acompañaban a los primeros exploradores de planetas habitados, pero no por seres humanos. Y los mundos poblados por seres pensantes realizaban multitud de experiencias y preparativos antes de establecer comunicación directa por medio de astronaves. Nuestra Tierra, alejada de las zonas centrales, compactas de la Galaxia, donde la vida bullía exuberante, no había sido visitada aún por mensajeros de planetas de otras estrellas, representantes de otras civilizaciones. El Consejo de Astronáutica había tomado hacía poco las medidas necesarias para recibir a los amigos procedentes de estrellas no lejanas del Serpentario, el Cisne, la Osa Mayor y el Ave del Paraíso.
Erg Noor, preocupado ante la eventualidad de un encuentro con una vida desconocida, ordenó que se sacasen de los apartados almacenes los medios de defensa biológica.
La Tantra había equilibrado al fin su velocidad orbital con la del planeta interior de la estrella de hierro y empezaba a girar en torno a él. La superficie del planeta — mejor dicho, de su atmósfera —, borrosa, parda, esclarecida por los reflejos de la enorme estrella castaño-rojiza, tan sólo era visible a través del inversor electrónico. Todos los tripulantes sin excepción trabajaban en sus puestos, junto a los aparatos.
La temperatura de las capas superiores de la atmósfera, en la parte iluminada, es de 320 Kelvin(1)3.
Revolución alrededor de su eje: 20 días, aproximadamente.
Los detectores señalan la presencia de agua y tierra.
Espesor de la atmósfera: 1.700 kilómetros.
Masa específica: 43,2 veces superior a la de la Tierra.
Los datos se sucedían, aclarando cada vez más el carácter del planeta.
Erg Noor iba anotando las cifras recibidas, para calcular el régimen orbital. 43,2 masas terrestres; ello quería decir que el planeta era grande. Su fuerza de atracción aplastaría la nave contra el terreno. Y las personas quedarían reducidas a la condición de moscas pegadas a un papel engomado…
El jefe de la expedición recordó los espantosos relatos — mitad legendarios, mitad ciertos — acerca de las viejas astronaves que, por diversas causas, habían ido a parar a planetas gigantes. En tales casos, los navíos cósmicos de poca velocidad y débil combustible perecían con frecuencia. Rugían los motores y estremecíase convulsa la desdichada nave que, incapaz de escapar, quedaba como pegada a la superficie del planeta. La nave no sufría daño, pero los huesos de sus tripulantes se rompían con terrible crujido, y el inenarrable espanto de aquellos seres humanos se (transmitía en los entrecortados gritos de sus últimos mensajes, en el postrer adiós.
A la tripulación de la Tantra no amenazaba tan triste suerte mientras siguiera girando en torno del planeta. Mas si había que posarse en su superficie, sólo las personas muy robustas podrían arrastrar su propio peso en aquel refugio donde se verían condenados a pasar decenas de años… ¿Podrían sobrevivir en semejantes condiciones, bajo una agobiadora, aplastante pesantez, en la noche eterna del sombrío sol infrarrojo y en una densísima atmósfera? No obstante, a pesar de todo, aquello no era aún la muerte, constituía una esperanza de salvación. Además, ¡no había dónde elegir!
La Tantra iba describiendo su órbita cerca del límite de la atmósfera. Los científicos de a bordo no podían dejar escapar la ocasión de investigar aquel planeta, desconocido hasta entonces, que se encontraba, relativamente, no lejos de la Tierra. Su parte iluminada — mejor dicho, recalentada — distinguíase de la otra no sólo por su temperatura, bastante más alta, sino por las enormes acumulaciones de electricidad que influían grandemente incluso sobre los poderosos detectores, deformando sus indicaciones. Erg Noor decidió estudiar el planeta con ayuda de estaciones-bombas. Fue lanzada una de observación física, y el autómata facilitó una información sorprendente: la presencia de oxígeno libre en una atmósfera neono-azoada y la existencia de vapores de agua y de una temperatura de doce grados sobre cero. Tales condiciones eran, en general, parecidas a las terrestres, únicamente la presión de la espesa capa de la atmósfera era superior en 1,4 veces a la normal de nuestro globo y la fuerza de la gravedad excedía a la de la Tierra en más de dos veces y media.
— ¡Ahí se puede vivir! — dijo el biólogo con una tenue sonrisa, luego de comunicar al jefe los datos de la estación.
— Si nosotros podemos vivir en un planeta tan sombrío y pesado, seguramente vivirán ya algunos seres pequeños y dañinos.
A la quince vuelta de la astronave, prepararon otra estación-bomba, dotada de una potente teleemisora. Mas, lanzada en las sombras, la estación desapareció, sin emitir señal alguna, cuando el planeta había girado ya 120 .
— Ha caído en el océano — constató la geólogo Bina Led, mordiéndose los labios con pena.
— Habrá que explorar con el detector principal antes de lanzar un robot-televisor. ¡Sólo tenemos dos!
La Tantra evolucionaba sobre el planeta emitiendo un hacecillo de rayos radiactivos que recorría los vagos contornos deformados de los continentes y los mares. Columbróse una inmensa llanura que se adentraba en el océano o separaba dos mares casi en la línea ecuatorial. Los rayos se deslizaban zigzagueantes sobre una zona de doscientos kilómetros de anchura. De pronto, un punto brillante surgió en la pantalla del detector. Una aguda pitada, que sacudió los tensos nervios de los tripulantes, vino a confirmar que no se trataba de una alucinación.
— ¡Metal! — exclamó la geólogo —. Un yacimiento a cielo abierto.
Erg Noor meneó la cabeza:
— Por rápida que haya sido la aparición, yo he tenido tiempo de observar la nitidez de sus contornos. Eso es un gran trozo de metal, un meteorito o…
— ¡Una nave! — dijeron a un tiempo Niza y el biólogo.
— ¡Fantasías! — atajó al punto Pur Hiss.
— Tal vez sea una realidad — replicó Erg Noor.
— De todos modos, es inútil discutir — manifestó Pur Hiss, sin dar su brazo a torcer —.
No se puede comprobar con nada. Pues no vamos a tomar tierra…
— Lo comprobaremos dentro de tres horas, cuando lleguemos de nuevo sobre esa llanura. Fíjense, ese objeto metálico se encuentra en el lugar que yo habría elegido también para la toma de tierra… Ahí precisamente arrojaremos una estación televisora.
¡Regulen el rayo del detector con una antelación de seis segundos!
El plan trazado por el jefe de la expedición se realizó felizmente, y la Tantra recomenzó su vuelta de tres horas alrededor del tenebroso planeta. Esta vez, al llegar sobre la llanura continental, la astronave recibió las informaciones del tele-robot. Todos clavaron la mirada en la iluminada pantalla. Chascó el rayo visual al conectarse y empezó a moverse casi imperceptiblemente, como un ojo humano, marcando los contornos de los objetos, muy lejos, allá abajo, en aquel negro abismo de mil kilómetros de profundidad. Key Ber se imaginó, como si la estuviera viendo, la pequeña cabeza de la estación que giraba, semejante a un faro, emergiendo de la sólida coraza. En la zona alumbrada por el rayo del autómata y mostrada en la pantalla aparecían despeñaderos de no mucha hondura, colinas y sinuosos baches negros que eran fotografiados al instante. De improviso, pasó rauda una cosa pisciforme, refulgente, y la oscuridad se restableció en torno a una meseta escalonada que el luminoso haz había arrancado de las tinieblas.
— ¡Una astronave! — el grito escapó a la vez de varias gargantas.
Niza dirigió a Pur Hiss una mirada triunfante. La pantalla se apagó. La Tantra volvió a alejarse de la estación televisora automática, pero el biólogo Eon Tal ya había fijado la película de la fotografía electrónica. Con dedos trémulos de impaciencia, la metió en el proyector de la pantalla hemisférica. Sus paredes interiores reflejaron la imagen ampliada.
Allí estaban los conocidos contornos de la proa, en forma de gigantesco cigarro puro, la abultada popa y la alta cresta del receptor de equilibrio… Por muy inverosímil que pareciera aquella visión, aquel inconcebible encuentro en el planeta de las tinieblas, ¡se trataba en efecto de una auténtica astronave terrestre! Posada horizontalmente, en posición de aterrizaje normal, permanecía apoyada sobre sus potentes soportes, indemne, como si acabara de descender al planeta de la estrella de hierro.
La Tantra daba vueltas en torno al planeta, muy rápidamente, debido a su proximidad al mismo, lanzando señales que quedaban sin respuesta. Pasaron varias horas. En el puesto central de comando se habían reunido de nuevo los catorce miembros de la expedición. Erg Noor, que estaba sentado, en profunda meditación, se levantó.
— Tengo el propósito de aterrizar. Tal vez nuestros hermanos necesiten ayuda, quizá su nave esté averiada y no puedan emprender el regreso a la Tierra. En ese caso, nosotros los recogeremos, nos aprovisionaremos de anamesón y así saldremos todos del trance. Enviar un cohete de salvamento no tiene objeto. Pues el cohete no podría proveernos de combustible y gastaríamos tanta energía, que luego no tendríamos bastante para lanzar una llamada a la Tierra.