124269.fb2 La Nebulosa de Andromeda - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 22

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— Esto se sabía ya antes de las matemáticas bipolares. Hace varios siglos se le llamaba el problema de las cuatro dimensiones. Por aquel entonces estaba aún difundido el concepto de las múltiples dimensiones del espacio; desconocían las propiedades umbrías de la gravitación, intentaban asimilarlas a los campos electromagnéticos y creían que los puntos singulares significaban la desaparición de la materia o su transformación en algo inexplicable. ¿Cómo podían imaginarse el espacio conociendo tan mal la índole de los fenómenos? Sin embargo, nuestros antepasados adivinaron, ¿se da usted cuenta? comprendieron que si, por ejemplo, la distancia de una estrella A al centro de la Tierra, siguiendo esta línea OA, es de veinte quintillones de kilómetros, la distancia a esa misma estrella, siguiendo el vector OV, equivale a cero… Prácticamente, no será cero, sino una magnitud tendente a cero. Y decían que el tiempo se reducía a cero si la velocidad del movimiento era igual a la de la luz… ¡Pues el cálculo coclear también ha sido descubierto muy recientemente!

— El movimiento espiral se conocía hace miles de años — indicó con prudencia Mven Mas.

Ren Boz hizo un ademán de desdén.

— El movimiento, ¡pero no sus leyes! Pues bien, si el campo de gravitación y el electromagnético son dos aspectos de una misma propiedad de la materia, si el espacio es función de la gravitación, la función del campo electromagnético es el antiespacio. La transición de una a otra de la función umbría vectorial del espacio cero, conocido en el lenguaje corriente con la denominación de velocidad de la luz. Y yo considero posible obtener el espacio cero en cualquier dirección. Mven Mas quiere alcanzar la Épsilon del Tucán. A mí me da lo mismo, con tal de hacer el experimento. ¡Con tal de hacerlo! — repitió el físico bajando los párpados, de cortas pestañas rubias, con aire de cansancio.

— Para ese experimento necesitan ustedes no sólo las estaciones exteriores y la energía terrestre, como decía Mven Mas, sino también una instalación especial. ¡Yo no creo que pueda montarse con facilidad y rapidez!

— En ese terreno hemos tenido suerte. Se puede utilizar la de Kor Yull, en las inmediaciones del Observatorio del Tíbet, donde hace ciento setenta años se realizaron experiencias para la investigación del espacio. Hará falta un pequeño reequipamiento, y en cuanto a los auxiliares voluntarios, yo dispondré en cualquier momento de cinco mil, diez mil, veinte mil. Bastará que los llame, para que pidan permiso y se presenten.

— Verdaderamente, tienen ustedes previsto todo. Sólo queda una cosa, la más seria: el peligro del experimento. Los resultados pueden ser de lo más imprevisto, pues con arreglo a las leyes de los grandes números, no es posible realizar la experiencia en pequeña escala. Hay que pasar inmediatamente a la escala extraterrestre…

— ¿Y que hombre de ciencia teme al riesgo? — replicó Ren Boz, encogiéndose de hombros.

— ¡Yo no me refiero al factor personal! Sé que se presentarán a millares en cuanto lo requiera la peligrosa y desconocida empresa. Pero el experimento englobará las estaciones exteriores, los observatorios, todo el ciclo de aparatos que han costado a la humanidad un trabajo gigantesco; aparatos que han abierto una ventana al Cosmos e iniciado a los terrenos en la vida, las actividades creadoras y el saber de otros mundos habitados. Esa ventana es una realización grandiosa del genio humano. ¿Y tenemos derecho ustedes y yo, tiene derecho cualquier otro hombre o grupo de personas a correr el riesgo de cerrarla aunque sólo sea temporalmente? Yo quisiera saber si se sienten ustedes con tal derecho y en qué se basan para ello.

— Yo lo tengo — afirmó Mven Mas levantándose —, y lo baso en lo siguiente… Usted ha participado en excavaciones… ¿Acaso esos miles de millones de osamentas desconocidas en tumbas ignoradas no nos llaman, no nos exigen y reprochan? A mí se me aparecen esos miles de millones de vidas humanas extinguidas, cuya juventud, belleza y goce de existir se fueron en un instante como se va la arena entre los dedos de la mano, ¡y reclaman que se despeje la gran incógnita del tiempo, que se entable la lucha con él! La victoria sobre el espacio es también la victoria sobre el tiempo. ¡Por eso estoy seguro de que tengo razón y de la grandeza de la empresa proyectada!

— Pues mi impulso es distinto — dijo Ren Boz —. Pero esto constituye otro aspecto de la misma cuestión. El espacio en el Cosmos continúa siendo insuperable; separa los mundos, nos impide encontrar planetas parecidos al nuestro por su población y formar con ellos una sola familia plena de dicha y fuerza. Ello sería la más grandiosa transformación después de la Era de la Unificación Mundial, de aquel tiempo en que la humanidad suprimió al fin la absurda división en que vivían sus pueblos para fundirse en un todo único, realizando así un gigantesco ascenso a un nuevo grado de dominio de la naturaleza. Cada paso en esta vía nueva vale más que todo lo restante, que todas las demás investigaciones y conocimientos.

Apenas hubo callado Ren Boz, tomó de nuevo la palabra Mven Mas:

— Yo tengo, por añadidura, un motivo personal. Cuando yo era joven, cayó en mis manos una recopilación de viejas novelas históricas. En ella había una dedicada a sus antepasados, Dar Veter. Habían sido atacados por uno de esos grandes conquistadores de antaño, salvajes exterminadores de seres humanos, que tanto abundaban en la historia de la humanidad en las épocas de las sociedades primitivas. La novela hablaba de un joven fuerte que quería, con un amor sin límites, a una muchacha. Su adorada fue hecha prisionera y llevada a lo que entonces se llamaba el « destierro ». Imagínese usted: hombres y mujeres, atados, eran conducidos, como el ganado, al país de los invasores.

La geografía de la Tierra no la conocía nadie, los únicos medios de locomoción eran los caballos de silla y las bestias de carga. Nuestro planeta era a la sazón más enigmático y vasto, más peligroso e infranqueable que hoy día el Universo. El joven héroe buscó a su amada durante años y años, vagando a la ventura, corriendo toda suerte de riesgos en el corazón de las montañas de Asia. Difícil es expresar la impresión que produjo aquel libro en mi alma de adolescente, pero hasta hoy me parece que sería capaz de salvar todos los obstáculos del Cosmos, ¡con tal de conseguir el objetivo amado!

Dar Veter esbozó una sonrisa.

— Yo me hago cargo de sus sentimientos, pero no comprendo qué relación lógica existe entre esa novela rusa y su afán de dominar el Cosmos. La actitud de Ren Boz me es más comprensible. Aunque usted me ha prevenido de que se trata de un motivo personal…

Dar Veter calló. Su silencio se prolongaba tanto, que Mven Mas empezó a removerse inquieto.

— Ahora caigo en la cuenta — reanudó sus consideraciones Dar Veter — de por qué antes los hombres fumaban, bebían, tomaban narcóticos para animarse en los momentos de indecisión, de zozobra, de soledad. Ahora, yo también estoy solo e indeciso. No sé qué decirles. ¿Quién soy yo para prohibir esa grandiosa experiencia? Pero, al propio tiempo, ¿puedo autorizarla? Deben dirigirse al Consejo, y entonces…

— ¡No, eso no! — repuso Mven Mas, levantándose, y su enorme cuerpo se puso en tensión como ante un peligro mortal —. Conteste a nuestra pregunta: ¿haría usted el experimento? Como director de las estaciones exteriores. No como respondería Ren Boz… ¡Su asunto es diferente!

— ¡No! — contestó Dar Veter con firmeza —. Yo esperaría aún.

— ¿A qué?

— ¡A que se construyese un centro experimental en la Luna!

— ¿Y la energía?

— Como el campo de atracción lunar es más pequeño y más reducida la escala de la experiencia, podría bastar con la energía de unas cuantas estaciones Q.

— De todos modos, para eso haría falta un centenar de años, ¡y yo no le vería jamás!

— Usted no. Mas para la humanidad no es de tanta importancia que se haga ahora o a la generación siguiente.

— Pero para mí eso sería el fin, ¡el fin de mis sueños! Y para Ren Boz…

— Para mí sería la imposibilidad de comprobar por medio de la experimentación y, por consiguiente, de corregir, de continuar la obra.

— ¡Una sola opinión no vale nada! Diríjanse al Consejo.

— El Consejo ha decidido ya, con las ideas y palabras de usted. No hay que esperar nada de él — dijo en voz baja Mven Mas.

— Tiene usted razón. El Consejo se negará también.

— No le pregunto más. Me considero culpable; Ren y yo hemos hecho recaer sobre usted todo el peso de la decisión.

— Es mi deber, como mayor en experiencia. No es culpa suya que la tarea haya resultado tan grande y peligrosa en extremo. Ello me entristece y apena…

Ren Boz fue el primero en proponer el regreso al campamento provisional de la expedición. Los tres, abatidos, echaron a andar arrastrando los pies por la arena y deplorando cada uno a su manera el haber tenido que renunciar al inaudito experimento.

Dar Veter miraba de reojo a sus compañeros y pensaba que él era el que más sufría.

Había en lo hondo de su ser un temerario arrojo con el que venía luchando toda su vida.

Se parecía en algo a los antiguos bandoleros: ¿por qué había sentido con tanta plenitud el goce de la astuta liza con el toro?… Y su alma se sublevaba contra la decisión tomada, decisión sensata, pero no intrépida.

Capítulo VI. LA LEYENDA DE LOS SOLES AZULES

La médica Luma Lasvi y el biólogo Eon Tal salieron del camarote-enfermería. Erg Noor se abalanzó hacia ellos.

— ¿Cómo está Niza?

— Viva, pero…

— ¿Se muere?

— Por ahora no. Tiene una parálisis general. Están afectados todos los nervios de la medula espinal, el sistema parasimpático, los centros de asociación y sensorios. La respiración es lentísima, pero regular. El corazón da un latido cada cien segundos. Esto no es la muerte, sino un colapso completo que puede prolongarse indefinidamente.

— ¿El conocimiento y los dolores están excluidos?

— Sí.

— ¿En absoluto? — inquirió el jefe.

Su mirada era imperiosa, penetrante, pero la médica no se turbó y repuso:

— ¡En absoluto!

Erg Noor miró interrogante al biólogo. Éste asintió con la cabeza.

— ¿Qué piensa usted hacer?

— Mantenerla en un medio a temperatura constante, en reposo absoluto, bajo una luz débil. Si el colapso no progresa… eso será una especie de sueño… y no importa que dure hasta la Tierra… Allí, la hospitalizaremos en el Instituto de Corrientes Neurológicas. Pues la lesión ha sido causada por una corriente. La escafandra está perforada en tres lugares.