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Había terminado la canción. Chara pulsaba indecisa las cuerdas. Y Dar Veter apretó las mandíbulas. Aquella romanza era la misma que le alejara en un tiempo de Veda y que también atormentaba a ella.
Los sones de la guitarra se sucedían intermitentes. Corrían los acordes unos en pos de otros y apagábanse impotentes sin llegar a fundirse. La entrecortada melodía era como el batir de las olas en la costa, que se expandían sobre los bancos de arena para refluir al instante, una tras otra, en el negro mar insondable. Chara, sin saber nada, iba reviviendo con su voz sonora las palabras de amor que volaban por los inmensos espacios gélidos, de estrella en estrella, tratando de encontrar, de percibir al amado… Él se había adentrado en el Cosmos, para acometer la hazaña de unas nuevas búsquedas, ¡y quizá no volviera jamás! Pero, al menos, ¡si ella pudiera conocer la suerte, darle aliento por un segundo con una ardiente súplica, un tierno pensamiento o un saludo cariñoso!..
Veda callaba. Chara, presintiendo algo malo, interrumpió la romanza, levantóse rápida, le dio al pintor la guitarra y, gacha la cabeza, se acercó con aire culpable a la mujer de rubios cabellos claros, que permanecía inmóvil.
Veda sonrió.
— ¡Dance para mí, Chara!
Ésta asintió sumisa con la cabeza, pero en aquel momento intervino Frit Don:
— Las danzas pueden esperar. ¡Ya es la hora de la transmisión!
En la azotea del edificio, un telescopio alargó su tubo elevando a mucha altura el extremo con dos placas metálicas cruzadas y ocho hemisferios sobre el anillo terminal. La habitación se llenó de potentes sonidos.
La emisión empezó con la exhibición de una de las nuevas ciudades espirales de la zona Norte de viviendas. Entre los urbanistas dominaban dos tendencias arquitectónicas:
la ciudad en forma de pirámide o la construida en espiral. Edificábase en lugares especialmente cómodos para la vida, donde se concentraba el servicio de las grandes fábricas automáticas, cuyos cinturones se alternaban con los círculos de arboledas y prados que rodeaban la ciudad, la cual debía dar obligatoriamente al mar o a un gran lago.
Las ciudades se erigían en las elevaciones del terreno y en forma escalonada, para que no hubiera ni una sola fachada que no estuviera plenamente abierta al sol, al viento, al cielo y las estrellas. Al otro lado de los edificios se encontraban los locales de las máquinas, los almacenes, los distribuidores, los talleres y las cocinas, que a veces penetraban hondamente en la tierra. Los partidarios de las ciudades piramidales consideraban que la superioridad de éstas era su relativamente poca altura, unida a una considerable capacidad, mientras que los constructores de ciudades espirales erigían sus obras a una altura de más de un kilómetro. Ante los miembros de la expedición marítima apareció una empinada espiral que refulgía al sol con sus millones de opalinas paredes de plástico, armaduras de piedra fundida, con bordes de porcelana, y puntales de metal bruñido. Cada espiral se elevaba desde la periferia hacia el centro. Las grandes manzanas de casas estaban separadas por profundos nichos verticales. A fantástica altura, se veían leves puentes colgantes, balcones y salidizos de jardines. Centelleaban los contrafuertes, que ensanchábanse hacia su base abrazando las enormes escalinatas.
Estas conducían a parques escalonados, extendidos en abanico hacia el primer cinturón de espesas arboledas. Las calles también se alzaban en espiral por el perímetro de la urbe o en su interior, bajo cubiertas de cristal, sin que hubiera en ellas ningún vehículo:
cadenas continuas de transportadores se deslizaban ocultas en acanaladuras longitudinales.
La gente — unos bulliciosos y reidores, otros serios y graves — iba rápida por las calles, paseaba tranquila bajo las arcadas o descansaba en miles de lugares apacibles: entre las columnatas, en los amplios rellanos de las hermosas escaleras, en los jardines colgantes, plantados en los salidizos…
El espectáculo de la gran urbe duró poco tiempo; comenzó la emisión hablada.
— Continúa la discusión del proyecto presentado por la Academia de Radiaciones Dirigidas — dijo el hombre que apareció en la pantalla — sobre la sustitución del alfabeto lineal por la grabación electrónica. El proyecto no encuentra aprobación unánime. La principal objeción que se hace es la complejidad de los aparatos de lectura. El libro dejaría de ser el amigo y acompañante inseparable del hombre. A pesar de sus aparentes ventajas, el proyecto será rechazado.
— ¡Mucho tiempo llevan discutiendo! — comentó Ren Boz.
— La contradicción es grande — señaló Dar Veter —. Por una parte, la atrayente facilidad de la grabación, y por otra, la dificultad de la lectura.
El hombre de la pantalla prosiguió:
— Se confirma la noticia de ayer: la treinta y siete expedición astral ha hablado. Los viajeros regresan…
Dar Veter quedó inmóvil aturdido por la violencia de sus contradictorios sentimientos.
Miró de reojo y vio que Veda Kong, muy dilatadas las pupilas, se levantaba lentamente. El aguzado oído de Dar Veter percibió la agitada respiración de la joven.
— …del cuadro cuatrocientos uno, y la astronave acaba de salir del campo negativo, a una centésima de parsec de la órbita de Neptuno. El retraso de la expedición ha sido debido al encuentro con un sol negro. ¡No hay bajas entre los tripulantes! La velocidad de la nave — añadió el locutor — es de cerca de cinco sextos de la unidad absoluta. Llegarán a la estación de Tritón dentro de once días. ¡Esperen nuestras informaciones sobre los magníficos descubrimientos hechos!
La emisión continuó. Se sucedieron otras noticias, pero nadie escuchaba ya. Todos habían rodeado a Veda y la felicitaban.
Ella sonreía, arreboladas las mejillas, con una inquietud oculta en el fondo de los ojos.
Acercóse también Dar Veter. Veda sintió la fuerte presión de su mano, entrañable y necesaria, y encontró una mirada franca. Hacía tiempo que no la había mirado así. Veda conocía bien el triste desvío que se traslucía en su anterior actitud con respecto a ella. Y sabía que él no leía en su rostro solamente gozo…
Dar Veter dejó con lentitud la mano de ella, sonrió a su manera, con su sin par sonrisa clara; alejose. Los compañeros comentaban animadamente la noticia. Veda, en medio del corro, observaba a Dar Veter con el rabillo del ojo. Y vio que Evda Nal se acercaba a él.
Un minuto más tarde, Ren Boz se unió a ambos.
— ¡Hay que buscar a Mven Mas, pues él no sabe nada todavía! — exclamó Dar Veter, como si cayera de pronto en la cuenta —. Venga conmigo, Evda. ¿Viene usted también, Ren?
— Y yo — dijo Chara Nandi, incorporándose a ellos —. ¿Me lo permiten?
Salieron hacia el dulce chapoteo de las olas. Dar Veter se detuvo, ofreciendo el rostro al frescor de la brisa, y dio un profundo suspiro. Al volverse, encontró la mirada de Evda Nal.
— Me marcharé, sin pasar por casa — respondió a la pregunta muda.
Evda le tomó del brazo. Los cuatro caminaron un rato en silencio.
— Estaba pensando — murmuró Evda —: ¿será ésa la mejor solución? Seguramente lo es y usted tiene razón. Si Veda…
No terminó la frase, pero Dar Veter, comprensivo, le estrechó la mano y se la acercó a la mejilla. Ren Boz los seguía, a prudente distancia de Chara, que le miraba de soslayo con sus grandes ojos, ocultando una burlona sonrisa, en tanto caminaba a largos pasos.
De pronto, riendo por lo bajo, le ofreció al físico su brazo libre. Ren Boz se aferró a él con ansia que parecía cómica en hombre tan vergonzoso.
— ¿Dónde buscaremos a su amigo? — inquirió Chara, deteniéndose al borde del agua.
Dar Veter advirtió, a la clara luz de la luna, unas huellas humanas sobre la mojada arena. Simétricas, separadas por espacios iguales, parecían impresas con una máquina.
— Ha ido hacia allá — dijo Veter señalando a unas peñas.
— Sí, éstas son sus huellas — confirmó Evda.
— ¿Por qué está tan segura? — repuso Chara, dudosa.
— Fíjese en la regularidad de los pasos. Así andaban los cazadores primitivos o los que heredaron sus rasgos. Y yo creo que de todos nosotros, Mven, a pesar de su erudición, es el que está más cerca de la naturaleza. Aunque tal vez sea usted, Chara… — y Evda se volvió hacia la pensativa muchacha.
— ¿Yo? ¡Oh, no! — y tendiendo el brazo hacia adelante, exclamó —: ¡Ahí está!
En la peña más cercana, se destacaba la inmensa figura del africano, reluciente a la luz de la luna, igual que un mármol negro bruñido. Mven Mas agitaba las manos con energía, como si amenazase a alguien. Los potentes músculos de su fornido cuerpo se destacaban netos, semejantes a bolas, bajo la brillante piel.
— ¡Parece el espíritu de la noche, de los cuentos infantiles! — comentó en voz baja Chara, emocionada.
Al divisar a los que se acercaban, Mven Mas saltó de la peña para reaparecer al instante, vestido ya. En pocas palabras, Dar Veter le contó lo ocurrido. El africano manifestó su deseo de ver a Veda Kong inmediatamente.
— Vaya con Chara — dijo Evda —. Nosotros nos quedaremos aquí un poco…
Dar Veter se despidió de él con un gesto. La expresión del rostro del africano denotaba que éste había comprendido todo; en un arranque casi infantil, balbució unas palabras de adiós, hacía tiempo olvidadas. Dar Veter, emocionado y pensativo, se alejó en compañía de la silenciosa Evda. Ren Boz, lleno de turbación, quedó parado unos instantes; luego, echó a andar en pos de Mven Mas y Chara Nandi.
Evda y Dar Veter llegaron al promontorio que resguardaba el golfo de los embates del mar. Desde allí, se veían con nitidez las lucecillas que contorneaban las enormes balsas circulares de la expedición marítima.