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— ¿Estaban trabados por el condicionamiento de sus acciones? — preguntó el chico rubio.
— Precisamente. Pero eso ocurría en las antiguas sociedades de la Era del Mundo Desunido y en otras anteriores, que se desarrollaban de un modo desigual y espontáneo.
Ahora la supremacía no existe, porque la actuación de cada Consejo sería inconcebible sin los restantes.
— ¿Y el Consejo de Economía? Pues sin él nadie puede emprender nada grande… — objetó con cautela Oí, un poco turbado, pero sin desconcertarse.
— Eso es cierto, porque la economía constituye la única base real de nuestra existencia. Pero a mí me parece que no tenéis una idea completamente justa de lo que es la supremacía… ¿Habéis estudiado ya la citoarquitectónica del cerebro humano?
Los muchachos contestaron afirmativamente.
Veda pidió una astilla y trazó en la arena los círculos de las principales instituciones dirigentes.
— Mirad, aquí, en el centro, está el Consejo de Economía. Desde él, tracemos unas líneas, sus enlaces directos con sus organismos consultivos: la APA (Academia de las Penas y de las Alegrías), la AFP (Academia de las Fuerzas Productivas), la AGCPP (Academia de las Grandes Cifras y de la Predicción del Futuro) y la APT (Academia de la Psicofisiología del Trabajo). Este trazo lateral es la ligazón con el Consejo de Astronáutica, organismo que actúa de un modo autónomo. De éste parten las rectas de su enlace con la Academia de las Emanaciones Dirigidas y las estaciones exteriores del Gran Circuito. Sigamos…
Veda dibujó en la arena un complicado esquema, y continuó:
— ¿No os recuerda esto el cerebro humano? Los centros de investigación y de estadística son los centros sensorios; los Consejos, los centros de asociación. Vosotros sabéis que toda la vida se compone de la atracción y de la repulsión, del ritmo de las explosiones y de las acumulaciones, de la excitación y de la inhibición. El centro principal de inhibición es el Consejo de Economía, que lleva todo al terreno de las posibilidades reales del organismo social y de sus leyes objetivas. Esta acción recíproca de fuerzas opuestas, convertida en trabajo armónico, es precisamente nuestro cerebro y nuestra sociedad, que avanzan y progresan, tanto el uno como la otra, continuamente. Hubo un tiempo lejano en que la cibernética, o ciencia del mando, podía reducir las más complejas acciones recíprocas y transformaciones a funcionamientos, relativamente simples, de máquinas. Pero a medida que se ampliaban nuestros conocimientos, más complejos se iban tornando los fenómenos y las leyes de la termodinámica, de la biología y de la economía, y desaparecieron para siempre los conceptos simplistas acerca de la naturaleza o de los procesos de la evolución social.
Los chicos eran todo oídos.
— ¿Qué es, pues, lo principal en esta estructuración de la sociedad? — preguntó Veda al admirador de los jefes.
Éste callaba azorado, pero el rubio acudió en su ayuda:
— ¡El progreso! — respondió con valentía, y Veda quedó entusiasmada.
— ¡Esa magnífica contestación merece un premio! — exclamó la historiadora, y, luego de echarse una ojeada, se quitó del hombro izquierdo un broche de esmalte, en forma de níveo albatros sobre un mar azul, y se lo tendió al muchachito en la palma de la mano.
El chico, cortado, vacilaba en aceptarlo.
— Tómalo en recuerdo de nuestra conversación de hoy y… ¡del progreso! — insistió Veda, y el muchachito acabó por tomar el albatros.
Sujetándose la blusa, que se deslizaba del hombro, Veda emprendió el regreso al parque. El broche aquél era un regalo de Erg Noor, y el súbito arranque de entregarlo significaba mucho; entre otras cosas, un extraño deseo de desprenderse cuanto antes de un pasado ya muerto o a punto de morir…
Toda la población de la ciudad escolar se congregó en la redonda sala, situada en el centro del edificio. Evda Nal, vestida de negro, subió al estrado que se encontraba en medio, iluminado profusamente desde arriba, y abarcó con mirada serena las gradas del anfiteatro. Al oír su voz clara, no muy sonora, todos quedaron pendientes de sus labios.
Los altavoces no se utilizaban más que para la técnica de seguridad del trabajo. Y la aparición de los televisores estereofónicos había hecho innecesarios los grandes auditorios.
— Los diecisiete años señalan un gran cambio en la vida. Pronto pronunciaréis las palabras tradicionales en la Asamblea de la región de Irlanda: « Vosotros, los mayores, que me llamáis a la senda del trabajo, recibid mi saber y mis buenos deseos, aceptad mi labor y enseñadme día y noche. Tendedme vuestra ir ano de ayuda, pues el camino es arduo, y yo os seguiré. » Esta antigua fórmula encierra un profundo sentido, del que debo hablaros hoy.
« A vosotros, desde la infancia, os enseñan la filosofía dialéctica, que en los libros secretos de la remota antigüedad se llamaba « El Misterio del Doble ». Se consideraba entonces que esa gran ciencia sólo podían poseerla los « iniciados », los poderosos, los hombres de gran fuerza moral y elevado intelecto.
Ahora, vosotros, desde los años mozos concebís el mundo a través de las leyes de la dialéctica, y su potente fuerza está al servicio de todos. Habéis venido al mundo en una sociedad bien constituida, creada por generaciones de miles de millones de innominados trabajadores y luchadores por una vida mejor. Quinientas generaciones han pasado desde que se formaran las primeras sociedades con la división del trabajo. Durante ese tiempo, se han mezclado diferentes razas y nacionalidades. Todos los pueblos han legado a cada uno de vosotros unas gotas de sangre, como se decía antaño, o mecanismos hereditarios, como decimos hoy. Se ha llevado a cabo una gigantesca labor para depurar la herencia de las consecuencias del empleo irreflexivo de las radiaciones, así como de las enfermedades, extendidas anteriormente, que penetraron en sus mecanismos.
« La educación del nuevo ser humano es un trabajo delicado que requiere un análisis individual y un gran cuidado al abordarlo. Han pasado ya, para no volver, los tiempos en que la sociedad no era exigente y se contentaba con gentes educadas de cualquier manera, de un modo casual, y cuyos defectos se atribuían a la herencia, a la naturaleza innata del hombre. Ahora, toda persona mal educada es un reproche para la sociedad entera, un penoso error de una gran colectividad.
« Pero vosotros, que no estáis liberados aún del egocentrismo juvenil ni de la sobreestimación del « yo », debéis imaginaros con claridad cuánto depende de vosotros mismos, hasta qué punto sois los artífices de vuestra propia libertad y del interés de vuestra vida. Tenéis ancho campo para elegir, pero ese libre albedrío entraña también una plena responsabilidad con respecto a la elección del camino. Hace mucho que se desvanecieron los sueños del hombre inculto acerca del retorno a la naturaleza salvaje, de la libertad de las sociedades y relaciones primitivas. Ante la humanidad, que agrupa masas colosales de individuos, se ha planteado un dilema real: someterse a la disciplina social, a una larga educación e instrucción, o perecer. Otros caminos para subsistir en nuestro planeta, a pesar de que su naturaleza es bastante pródiga, ¡no los hay! Los malhadados filósofos que soñaban con la vuelta atrás, a la naturaleza primitiva, no comprendían ni amaban de verdad a la naturaleza; de lo contrario, habrían conocido su crueldad implacable y el inevitable perecimiento de todo lo que no se somete a sus leyes.
« El hombre de la nueva sociedad se encuentra en la necesidad indeclinable de disciplinar sus deseos, anhelos y pensamientos. Esta educación de la inteligencia y de la voluntad es ahora tan obligatoria para cada uno de nosotros como la educación física. El estudio de las leyes de la naturaleza y de la sociedad, así como de su economía, ha reemplazado el deseo personal por el saber consciente. Cuando decimos: « quiero », ello significa: « sé que eso es posible ».
« Hace milenios, los antiguos griegos hablaban ya del metron aristas, o sea: la medida es el summun. Y nosotros, desarrollando el aforismo, decimos hoy: el sentido de la medida en todo es el fundamento de la civilización.
« Conforme se elevaba el nivel de la cultura, se iba debilitando la tendencia a la grosera dicha de la propiedad, a la ávida acumulación cuantitativa de bienes que se desvanecen pronto, dejando un sentimiento de insatisfacción.
« Nosotros os enseñamos una dicha mucho mayor: la renunciación personal, la dicha de ayudar a los demás, la verdadera alegría del trabajo que enardece el alma. Os hemos ayudado a liberaros del poder de los mezquinos afanes y de las mezquinas cosas y a elevar vuestras alegrías y vuestras penas a una esfera superior: la de la creación.
« La solicitud por la educación física, la vida limpia y regular de decenas de generaciones os han liberado del tercer enemigo terrible de la psique humana: la indiferencia, el alma vacía e indolente. Llegáis al mundo del trabajo llenos de energías, con una psique equilibrada y sana en la que la correlación natural de las emociones hace que el bien predomine sobre el mal. Cuanto mejores seáis, tanto mejor y más elevada será toda la sociedad, pues en esto existe una estrecha interdependencia. Crearéis un elevado medio espiritual, como partes integrantes de la sociedad, y ella os elevará a vosotros mismos. El medio social es el más importante factor para la educación e instrucción del ser humano. El hombre actual se educa e instruye durante toda su vida, y el ascenso de la sociedad es rápido.
Evda Nal hizo una pausa y se alisó los cabellos con el mismo ademán que Rea, la cual permanecía sentada sin apartar los ojos de la madre; luego prosiguió:
— Hubo un tiempo en que las gentes denominaban sueños a los anhelos de conocer la realidad del mundo. Vosotros soñaréis así toda la vida y tendréis el gozo del conocer constante, del movimiento, la lucha y el trabajo. No os preocupéis de esos descensos que siguen a los altos vuelos del alma, son las curvas naturales de la espiral del movimiento, como ocurre en toda la materia restante. La realidad de la libertad es dura, pero vosotros estáis preparados para ella merced a la disciplina de vuestra educación e instrucción. Por eso, a vosotros, jóvenes conscientes de la responsabilidad, os están permitidos todos los cambios de actividades, que es lo que constituye precisamente la felicidad personal. Los viejos sueños de la plácida inacción del paraíso han sido desmentidos por la historia, pues son contrarios a la naturaleza del ser humano combatiente. Cada época ha tenido y seguirá teniendo sus dificultades, pero la dicha de toda la humanidad es el ascenso, continuo y rápido, hacia las cimas, cada vez más altas, del saber y de los sentimientos, de la ciencia y del arte.
Terminada su conferencia, Evda Nal bajó del estrado y se dirigió hacia las primeras filas, donde Veda Kong la saludaba igual que ella había saludado a Chara en la fiesta.
Todos los presentes, en pie, repetían aquel mismo ademán, como si quisieran expresar su entusiasta admiración a un arte sin precedente.
La instalación de Kor Yull se encontraba en la cumbre de una montaña lisa, solamente a un kilómetro del Observatorio del Tíbet del Consejo de Astronáutica. La altura, de cuatro mil metros, no permitía allí la existencia de ninguna clase de vegetación leñosa, a excepción de unos árboles negro-verdosos, traídos de Marte, carentes de follaje y con ramas retorcidas hacia arriba. La hierba, amarilla clara, se inclinaba en el valle al embate del viento, mientras que aquellos representantes de otro mundo, macizos como el hierro, permanecían completamente inmóviles. Por las laderas de las montañas descendían trozos de rocas desmoronadas, semejantes a ríos de piedra. Mantos, capas y franjas de nieve brillaban con singular e impoluta blancura bajo el cielo resplandeciente.
Tras los restos de los muros de agrietada diorita — ruinas de un monasterio erigido en aquella altura con sorprendente audacia —, se alzaba una torre tubular de acero que sostenía dos arcos con calados. Sobre ellos, como una parábola tendida hacia el cielo, refulgía una enorme espiral de bronce de berilio, constelado de los centelleantes puntos blancos de unos contactos de renio. Adosada a la primera espiral, había otra dirigida hacia el terreno y que cubría ocho grandes conos de borazón verdusco. Hacia allí partían las ramificaciones de unos tubos, de seis metros de sección, conductores de la energía.
Cruzaban el valle unos postes con anillos de guía, derivación de la línea principal del Observatorio, la cual recibía durante su funcionamiento la corriente de todas las estaciones del planeta. Ren Boz, hundiendo los dedos en los revueltos cabellos, contemplaba satisfecho los cambios efectuados en la instalación. El nuevo equipamiento de la misma lo habían realizado los voluntarios en un plazo increíble. Lo más difícil había sido abrir profundas trincheras en la roca dura sin tener grandes máquinas perforadoras, pero aquello quedaba atrás. Los voluntarios, que esperaban, naturalmente, presenciar como recompensa el espectáculo del grandioso experimento, se habían alejado de la instalación lo más posible y elegido para sus tiendas un suave declive de montaña al Norte del Observatorio.
Mven Mas, en cuyas manos se encontraban todas las comunicaciones del Cosmos, estaba sentado en una fría piedra frente al físico y, un poco estremecido por el frescor, contaba las novedades del Circuito. El sputnik 57 se utilizaba últimamente para mantener el enlace con las astronaves y las planetonaves, y no trabajaba para el Circuito. Cuando Mven Mas dio la noticia del perecimiento de Vlijj oz Ddiz, cerca de la estrella E, el cansado físico se reanimó.
— La tensión máxima de la atracción hacia la estrella E da lugar a un fortísimo caldeamiento en el curso de la evolución del astro. Resulta un supergigante violeta, dotado de una fuerza monstruosa, que vence a la atracción colosal. No tiene ya parte roja en su espectro, porque, a pesar de la potencia del campo de gravitación, las ondas de los rayos luminosos se acortan, en vez de alargarse.
— Sí, pasan al extremo violado — asintió Mven Mas — y se convierten en ultravioletas.
— No es sólo eso. El proceso va más lejos. Cada vez aumenta más la potencia de los quantas hasta que se sobrepasa el campo cero y se llega a la zona del antiespacio, segundo aspecto del movimiento de la materia, que desconocemos en la Tierra debido a la pequeñez de sus dimensiones. Nosotros no podríamos conseguir nada semejante, aunque quemásemos todo el hidrógeno de los océanos.
Mven Mas hizo con rapidez un cálculo mental.
— Quince mil trillones de toneladas de agua, convertidas en energía del ciclo hidrógeno, según el principio de la relatividad masa-energía, hacen, en números redondos, un trillón de toneladas por minuto, ¡y eso es un decenio de radiación solar!
Ren Boz sonrió contento.
— ¿Y cuánta dará el supergigante azul?
— Es difícil de calcular. Pero juzgue usted mismo. En la Gran Nube de Magallanes que contiene la acumulación estelar NKG 1910, cerca de la Nebulosa de la Tarántula…
Perdone, estoy acostumbrado a operar con las antiguas denominaciones y signos estelares.
— Eso no tiene importancia alguna.
— En general, la Nebulosa de la Tarántula es tan luminosa, que si se encontrase en el lugar de la de Orión, de todos conocida, alumbraría igual que la Luna llena. El cúmulo estelar 1910, cuyo diámetro es de setenta parsecs solamente, cuenta con no menos de un centenar de estrellas supergigantes. Allí se encuentra el coloso doble azul ES de la Dorada, con claras rayas de hidrógeno violeta del mismo. ¡Es mayor que la órbita de la Tierra y su luminosidad equivale a la de medio millón de nuestros soles! ¿Era esa estrella la que usted tenía en cuenta? En esa misma acumulación las hay mayores, con un diámetro igual al de la órbita de Júpiter, pero todavía sólo empiezan a caldearse después de permanecer en el estado E.