124269.fb2 La Nebulosa de Andromeda - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 35

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— Bueno, dejemos ya a los supergigantes. En el decurso de milenios los hombres observaron a las nebulosas anulares de Acuario, la Osa Mayor y la Lira sin comprender que tenían delante campos neutrales de gravitación cero, que, según la ley repagular, son el estado transitorio entre la atracción y la antiatracción. Y allí precisamente estaba el enigma del espacio cero…

Ren Boz se levantó bruscamente del umbral del puesto blindado de comando, construido de grandes bloques recubiertos de silicato.

— Ya he descansado. ¡Podemos empezar!

A Mven Mas empezó a palpitarle el corazón con violencia, mientras se le hacía un nudo en la garganta. El africano dio un suspiro, entrecortado y profundo. Ren Boz estaba tranquilo, únicamente el febril brillo de sus ojos denotaba la gran concentración de voluntad y pensamiento que encerraba el físico al iniciar una empresa peligrosa.

Mven Mas estrechó con su gran mano la pequeña y firme de Ren Boz. Una inclinación de cabeza, y ya estaba la alta silueta del director de las estaciones exteriores descendiendo por la ladera, camino del Observatorio. Un viento frío aullaba lúgubre al batir los heleros de las montañas, pétreos colosos que guardaban el valle. Mven Mas sentíase estremecido por profundo temblor. Involuntariamente, apretó aún más el rápido paso, aunque no tenía prisa alguna, pues la experiencia no daría comienzo hasta después de la puesta del sol.

En seguida, Mven Mas logró ponerse en comunicación, por la radio de diapasón lunar, con el sputnik 57. Las instalaciones reflectoras y aparatos de guía de su estación localizaron la ¡Épsilon del Tucán en los minutos de desplazamiento del satélite artificial, entre el 33 de latitud norte y el Polo Sur, en que la estrella era visible desde su órbita.

Mven Mas ocupó su sitio ante el pupitre de comando, en una sala subterránea muy parecida a la del Observatorio del Mediterráneo.

Revisando por milésima vez los datos sobre el planeta de la Épsilon del Tucán, comprobó metódicamente el cálculo de su órbita y se puso de nuevo en comunicación con el 57 para acordar que en el momento en que se conectase el campo, los observadores de aquél cambiasen muy lentamente la dirección, siguiendo un arco cuatro veces mayor que la paralasis de la estrella.

El tiempo se alargaba interminable. Mven Mas, por muchos esfuerzos que hacía, no lograba apartar el recuerdo de Bet Lon, el matemático criminal. Pero, de pronto, en la pantalla de la TVF apareció Ren Boz junto al cuadro de comando de la instalación experimental. Sus sedosos cabellos cortos estaban más erizados que de ordinario.

Los advertidos dispatchers de las centrales energéticas comunicaron que estaban preparados. Mven Mas empuñó las palancas del pupitre de comando, pero un ademán de Ren Boz, en la pantalla, le detuvo.

— Hay que avisar a la central Q, de reserva, de la Antártida. La energía de que disponemos es insuficiente.

— Ya lo he hecho, está preparada.

El físico reflexionó unos segundos más:

— En la península de Chukotka y en la del Labrador hay centrales de energía F. ¿Y si nos pusiéramos de acuerdo con ellos para que conectasen en el momento de la inversión del campo? Temo que el aparato no sea perfecto…

— Ya lo he hecho.

Ren Boz, resplandeciente de alegría, bajó la mano.

La formidable columna de energía alcanzó el sputnik 57. En la pantalla hemisférica de la estación surgieron los emocionados y juveniles rostros de los observadores.

Después de saludar a aquellos audaces muchachos, Mven Mas comprobó que la columna seguía exactamente al satélite. Entonces, transmitió la corriente a la instalación de Ren Boz. La cara del físico desapareció de la pantalla.

Los indicadores del débito de potencia inclinaban sus agujas hacia la derecha, registrando el constante aumento de la condensación de la energía. Las luces de señales brillaban cada vez más claras y blancas. En cuanto Ren Boz conectaba uno tras otro los emisores del campo, los indicadores de cantidad descendían a bruscos saltos hacia el trazo cero. Un repiqueteo metálico, que llegaba de la instalación experimental, hizo estremecer a Mven Mas. El africano sabía lo que tenía que hacer. Un movimiento de palanca, y la corriente en torbellino de la central Q afluyó iluminando los ojos de los aparatos, que se apagaban, y dando impulso a sus desfallecientes agujas. Pero apenas hubo conectado Ren Boz el inversor general, las saetas volvieron a saltar hacia cero. Casi instintivamente, Mven Mas conectó a un tiempo las dos centrales F.

Le pareció que los aparatos se apagaban y que una extraña luz blanca inundaba el subterráneo. Los sonidos cesaron. Un segundo más, y la sombra de la muerte oscureció la conciencia del director de las estaciones exteriores, embotando sus sentidos. Aferrado al borde del pupitre, luchaba contra el vértigo, jadeando del esfuerzo y del espantoso dolor en la columna vertebral. La pálida luz aquella empezó a hacerse más intensa en un lado de la cámara subterránea, sin que el africano pudiera determinar cuál era: tal vez fuera el de la pantalla o el de la instalación de Ren Boz…

De pronto, una cortina ondulante pareció desgarrarse, y Mven Mas oyó con nitidez sonoro rumor de olas. Un olor indefinible, nuevo, penetró por sus dilatadas fosas nasales.

La cortina se descorrió hacia la izquierda, mientras un cendal gris continuaba ondulando en el rincón opuesto. Con sorprendente realismo, se alzaron unas montañas cobrizas, festoneadas de bosques azul turquí, y las olas del mar violeta chapotearon a los mismos pies de Mven Mas. La cortina se desplazó más a la izquierda, y el africano vio la viva imagen de su sueño: la mujer de la roja piel, acodada a una mesa de piedra blanca y pulida superficie, contemplaba el océano desde el rellano superior de la escalinata.

Inesperadamente, ella le advirtió; sus espaciados ojos reflejaron sorpresa y admiración.

Levantóse, irguiendo el cuerpo con soberbia elegancia, y le tendió a Mven Mas la mano abierta. La frecuente respiración agitaba el pecho de la espléndida mujer, y en aquel minuto alucinante, el africano recordó a Chara Nandi.

¡Offaallikor!

Aquella voz melodiosa, dulce y sonora a un tiempo, penetró hasta el corazón de Mven Mas. Despegó los labios para responderle, pero en el lugar de la visión se alzó una llamarada verde y un tremendo chasquido silbante hizo retemblar toda la sala. En tanto iba perdiendo el conocimiento, el director de las estaciones exteriores sentía que una fuerza blanda, pero irresistible, le plegaba en tres y le hacía girar, como el rotor de una turbina, para aplastarle finalmente contra algo duro… Y el último pensamiento de Mven Mas fue de zozobra por la suerte de la estación del 57 y de Ren Boz…

El personal del Observatorio y los constructores, que se encontraban a distancia del lugar del suceso, en una ladera, habían visto muy poco. En el profundo cielo Tíbetano habíase encendido de súbito un resplandor tan intenso, que eclipsaba la luz de las estrellas. Una fuerza invisible se abatió desde gran altura sobre la montaña donde se hallaba la instalación experimental. Allí tomó la forma de una tromba que levantó consigo una enorme cantidad de piedras. Aquel embudo negro, de un kilómetro de ancho, partió raudo, como disparado por un gigantesco cañón hidráulico, hacia el edificio del Observatorio; remontóse y volvió a la montaña para golpear de nuevo la instalación, destrozando todos los aparatos y barriendo sus restos, hechos añicos. Un instante más tarde renacía la calma. El aire polvoriento guardaba un olor a piedra ardiente y un tufo acre, mezclados con un extraño aroma que recordaba el de las floridas costas de los mares tropicales.

En el lugar de la catástrofe, la gente observó que una ancha zanja de calcinados bordes surcaba el valle y que la vertiente de la montaña había sido arrancada por completo. El edificio del Observatorio permanecía indemne. La zanja había llegado al muro sudeste y, después de destruir la galería de distribución de las máquinas mnemotécnicas, se había empotrado en la cúpula de la cámara subterránea, recubierta de una capa de cuatro metros de basalto fundido. El basalto estaba desgastado y brillante, como bruñido por una pulimentadora gigantesca. Pero una buena parte había quedado intacta salvando la vida a Mven Mas y protegiendo la cámara subterránea.

Un arroyuelo de plata se había solidificado hundiéndose en el terreno: eran los fusibles, completamente fundidos, de la central energética de recepción.

Poco después se consiguió restablecer los cables del alumbrado suplementario. El faro de la vía de acceso iluminó un espectáculo sorprendente: el metal de las construcciones de la instalación experimental se extendía por la zanja, que parecía cromada, en refulgente placa. Del escarpe de la montaña vertical y liso, como cortado por un cuchillo, emergía un trozo de espiral de bronce. La piedra se había derretido, igual que el lacre bajo el sello candente, y formaba una capa vidriosa. Las espiras del rojizo metal, con los blancos dientes de los contactos de renio, se incrustaban en ella brillando a la luz eléctrica como una flor de esmalte. Y al ver aquella colosal joya de doscientos metros de diámetro, sentíase espanto ante la fuerza ignota que la había fabricado.

Cuando se hubo desbrozado la entrada a la cámara subterránea, encontraron a Mven Mas de rodillas, postrada la frente sobre el escalón inferior.

Por lo visto, el director de las estaciones exteriores, al recobrar el conocimiento por un instante, había intentado salir de allí. Entre los voluntarios se hallaron médicos. El robusto organismo del africano y unas medicinas no menos potentes triunfaron de la contusión.

Mven Mas se levantó, temblando y tambaleándose, sostenido por ambos lados.

— ¿Y Ren Boz?…

La gente que rodeaba al sabio se ensombreció. El director del Observatorio repuso con voz ronca:

— Ren Boz ha sufrido terribles lesiones. Lo más probable es que muera pronto…

— ¿Dónde está?

— Lo han encontrado al otro lado de la montaña, en su vertiente oriental. Debió de ser lanzado desde su instalación. En la cumbre no queda nada… hasta las ruinas han sido arrasadas por completo.

— ¿Y él yace allí?

— No se le puede tocar. Tiene fracturados los huesos y rotas las costillas…

— ¿Cómo?

— Y el vientre abierto, se le han salido las entrañas…

A Mven Mas se le doblaron las piernas y agarróse convulsivamente al cuello de los que le sostenían. Pero la voluntad y la razón no le fallaron.

— ¡Hay que salvar a Ren Boz a toda costa! ¡Es un gran sabio!..

— Lo sabemos. Cuatro doctores le asisten. Está dentro de una tienda esterilizada, puesta allí para la intervención quirúrgica. Al lado, esperan dos donadores de sangre. El tiratrón, el corazón y el hígado artificiales funcionan ya.

— Entonces llévenme al puesto de conferencias. Pónganse en comunicación con la red mundial y llamen al centro de información de la zona Norte. ¿Qué ha sido del sputnik 57?

— Le hemos llamado. No contesta.

— Busquen el sputnik con el telescopio y examínenlo con el inversor electrónico a la ampliación máxima… Comprueben las máquinas mnemotécnicas y la calidad de las grabaciones de la experiencia.

— Las máquinas están muy averiadas y en el indicador no hay nuevas grabaciones.

— ¡Todo se ha perdido! — barbotó Mven Mas, agachando la cabeza.