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Los huesos fracturados y vasos rotos del físico eran unidos con grapas y puntos de tántalo que no irritaban los tejidos vivos. Af Nut examinó las lesiones de las entrañas. Los intestinos y el estómago reventados, una vez liberados de partes gangrenosas, fueron recosidos y puestos en un baño de solución cicatrizante BZ 14, que correspondía a las facultades somáticas del organismo. Después de ello, Af Nut emprendió la labor más delicada. Extrajo del hipocondrio el hígado ennegrecido, horadado por las esquirlas de las costillas, y en tanto los ayudantes tenían la víscera suspendida, extrajo con sorprendente precisión los tenues hilos de los nervios autónomos pertenecientes a los sistemas simpático y parasimpático. La menor lesión de la más fina ramilla podía dar lugar a destrucciones gravísimas, irreparables. Con movimiento rápido y certero, el cirujano cortó la vena porta y adaptó a sus extremos los tubillos de dos vasos artificiales. Luego de hacer lo propio con las arterias, Af Nut puso el hígado — unido solamente al cuerpo por los nervios — en un recipiente aparte, lleno de solución BZ. Al cabo de cinco horas de operación, la sangre artificial afluía ya a los vasos del cuerpo de Ren Boz impulsada por el corazón natural y por una bomba automática o corazón doble. Era ya posible esperar que se curasen los órganos extraídos. Af Nut no podía reemplazar simplemente el hígado lesionado por otro de los conservados en el depósito quirúrgico del planeta, debido a que para la regeneración de los nervios se requerían nuevas investigaciones y el estado del paciente no permitía perder ni un minuto. Un cirujano quedó velando el cuerpo, rígido e inmóvil como un cadáver dispuesto para la autopsia, hasta que el equipo siguiente acabara de esterilizarse.
La puerta de la mampara protectora que circundaba la sala de operaciones abriose con estrépito y Af Nut, guiñando y estirándose elástico como un felino al despertarse, apareció escoltado de sus ayudantes manchados de sangre. Evda Nal, pálida y fatigada, le recibió tendiéndole la ficha de herencia. Af Nut la tomó con ansiedad y, luego de examinarla de una ojeada, lanzó un suspiro de alivio.
— Al parecer, todo acabará felizmente. ¡Ahora vamos a descansar!
— Pero… ¿Y si recobra el conocimiento?
— ¡Vamos! No puede recobrarlo. ¿Somos acaso tan obtusos para no prever eso?
— ¿Cuánto habrá que esperar?
— Cuatro o cinco días. Si los análisis biológicos son exactos y los cálculos justos, podremos operar de nuevo para reintegrar los órganos a su sitio. Luego, volverá en sí…
— ¿Cuánto tiempo podrá usted permanecer aquí?
— Unos diez días. Por suerte, la catástrofe me ha cogido en una pausa de mis ocupaciones. Aprovecharé la ocasión para ver el Tíbet, pues nunca había estado aquí. Mi sino es vivir donde hay más gente, es decir, ¡en la zona de viviendas!
Evda Nal miró con admiración al cirujano. Af Nut sonrió y dijo hosco:
— Me mira usted como se debía contemplar antaño a la imagen de Dios. ¡Eso no es propio de la más inteligente de mis discípulas!
— En realidad, le veo de un modo nuevo. Es la primera vez que la vida de un ser para mí muy querido se encuentra en manos de un cirujano, y comprendo bien las emociones de quienes, por azares del destino, han tenido que presenciar su arte… ¡El saber se conjuga con una maestría incomparable!
— Bueno, admírese cuanto quiera. Entre tanto, yo tendré tiempo de hacerle a su físico no sólo una segunda operación sino una tercera…
— ¿Una tercera? — se alarmó Evda Nal. Af Nut, entornando con picardía los ojos, señaló al sendero que se remontaba desde el Observatorio.
Por aquel sendero, gacha la cabeza, renqueando, venía Mven Mas.
— Ahí tiene usted otro adorador de mi arte… adorador a la fuerza. Hable con él si no puede usted descansar, pero a mí me es muy necesario hacerlo…
El cirujano desapareció tras un repliegue de la colina, donde se encontraba la vivienda provisional de los médicos llegados en la planetonave. Desde lejos, Evda Nal observó ya cuánto había adelgazado y envejecido el director de las estaciones exteriores… El africano, desde luego, no dirigiría nada más. Evda Nal le refirió todo lo que le había dicho Af Nut acerca del herido, y Mven Mas respiró aliviado.
— Entonces, ¡me iré dentro de diez días!
— ¿Procede usted bien, Mven? Yo estoy demasiado anonadada aún para meditar sobre lo ocurrido, pero me parece que su culpa no merece un castigo tan severo.
Mven Mas contrajo el rostro, con gesto de dolor.
— Me entusiasmé con la brillante teoría de Ren Boz. Yo no tenía derecho a poner en la primera prueba toda la energía de la Tierra.
— Pero Ren Boz había demostrado que con menos era inútil hacer el intento… — objetó Evda.
— Eso es cierto, mas se debía haber empezado por experimentos indirectos. Me devoraba una impaciencia insensata, y no quería esperar años. No trate de consolarme.
El Consejo confirmará mi decisión, ¡y el Control del Honor y del Derecho no la revocará!
— ¡Yo misma soy miembro de ese Control!
— Sí, pero en él hay otras diez personas. Y como mi delito afecta al planeta entero, tendrán ustedes que decidir conjuntamente con los Controles del Sur y del Norte; en total, dictarán el fallo veintiún miembros, aparte de usted…
Evda Nal puso su mano en el hombro de Mven Mas.
— Sentémonos un rato, le flaquean las piernas. ¿Sabe usted que cuando los primeros médicos reconocieron a Ren querían convocar un concilio de la muerte?
— Lo sé. Sólo faltaron dos votos. Los médicos son gente conservadora y, según el viejo reglamento, que aún no se les ha ocurrido derogar, únicamente pueden acordar la muerte leve del enfermo veintidós personas.
— ¡Pues no hace mucho el concilio constaba de sesenta médicos!
— Aquello era un vestigio de ese temor al abuso que hacía que los médicos antiguos condenasen a los enfermos a largos sufrimientos inútiles, y a sus familiares a dolorosísimos padecimientos morales, cuando no había ya esperanza alguna y la muerte habría podido ser leve e instantánea. Pero en este caso, ya ve lo beneficiosa que ha resultado ser la tradición; faltaban dos médicos, y yo conseguí llamar a Af Nut… gracias a Grom Orm.
— Precisamente eso es lo que quiero recordarle. ¡Su concilio de la muerte social consta por ahora de una sola persona!
Mven Mas tomó la mano de Evda y posó en ella sus labios. Evda le permitió tal muestra de íntima y gran amistad. Estaba a solas con aquél hombre fuerte, pero abatido por la responsabilidad moral. A solas con él… ¿Y si Chara se encontrase en su lugar? No, no era posible. Para estar con Chara, el africano necesitaba una elevada exaltación espiritual, de la que ahora era incapaz, faltábanle fuerzas aún. ¡Que todo siguiera así hasta el restablecimiento de Ren Boz y la sesión del Consejo de Astronáutica!
— ¿Sabe usted qué tercera operación le espera a Ren? — preguntó Evda, cambiando de tema.
Mven Mas reflexionó unos instantes, haciendo memoria de su entrevista con Af Nut.
— El cirujano quiere aprovechar esta ocasión, en que Ren Boz está abierto en canal, para limpiarle el organismo de la entropía acumulada en él. Lo que se hace con lentitud y dificultad mediante la fisiohemoterapia, es muchísimo más rápido y eficaz aunado a una intervención quirúrgica tan completa.
Evda Nal recordó todo lo que sabía sobre los principios de la longevidad: la limpieza del organismo de la entropía. Los antepasados del hombre, peces y saurios, habían legado al organismo humano vestigios de estructuras fisiológicas contradictorias, cada una de las cuales tenía sus propiedades de formación de residuos entrópicos de la actividad vital.
Estudiadas durante milenios, aquellas antiguas estructuras — focos en un tiempo del envejecimiento y de enfermedades — acabaron por ceder a una depuración energética: el lavado químico y radiactivo, acompañado de una estimulación, por medio de ondas, del organismo envejecido.
En la naturaleza, para liberar de la creciente entropía a los seres vivos, era preciso que nacieran de especímenes heterogéneos y procedentes de distintos sitios, es decir, de diferentes líneas de herencia. Aquella mezcla de la herencia en la lucha contra la entropía y la extracción de nuevas fuerzas del medio ambiente constituía el enigma más complejo de la ciencia, por cuya comprensión se afanaban los biólogos, físicos, paleontólogos y matemáticos desde hacía miles de años. Pero sus esfuerzos bien valían la pena: la duración posible de la vida era ya de casi doscientos años y — lo principal — había desaparecido la decrepitud extenuante.
Mven Mas adivinó los pensamientos de la psicóloga.
— Yo he meditado sobre una nueva y gran contradicción de nuestra vida — dijo el africano, lentamente —. Una poderosa medicina biológica, que llena el organismo de nuevas energías, y una actividad creadora, cada vez mayor, del cerebro, que consume con rapidez al ser humano. ¡Cuan complejo es todo en las leyes de nuestro mundo!
— Cierto, y por ello frenamos de momento el desarrollo del tercer sistema de señales del hombre — asintió Evda —. La lectura de los pensamientos facilita mucho las relaciones mutuas entre los individuos, pero requiere un gran gasto de energías y debilita los centros de inhibición. Y esto último es lo más peligroso…
— Sin embargo, debido a la fuerte tensión nerviosa, la mayoría de la gente, los verdaderos trabajadores, vive sólo la mitad de los años que podría vivir. A mi entender, la medicina es incapaz de luchar contra esto; sólo queda prohibir el trabajo. Pero ¿quién se avendría a dejar el trabajo para vivir unos años más?
— Nadie, porque el miedo a la muerte hace aferrarse a la vida únicamente cuando ésta ha transcurrido en una estéril y nostálgica espera de alegrías no experimentadas — dijo soñadora Evda Nal, pensando sin querer que en la isla del Olvido tal vez la gente viviera más tiempo.
Mven Mas, que había vuelto a adivinar sus pensamientos, le propuso, severo, ir al Observatorio a descansar. Y ella accedió sumisa.
…Dos meses más tarde, Evda Nal encontró a Chara Nandi en la sala superior del Palacio de la Información, semejante, por sus altas columnas, a una iglesia gótica. Los inclinados rayos de sol que caían de arriba se entrecruzaban, a media altura de la sala, en bella claridad, bajo la que reinaba una dulce penumbra.
La muchacha, con las manos a la espalda, cruzados los pies, se apoyaba en una columna. Y Evda Nal, como siempre, no pudo menos de apreciar debidamente su sencillo vestido corto, gris, con adornos azules, y muy escotado.
Al acercarse Evda, Chara miró por encima del hombro, y sus tristes ojos se animaron al verla.
— ¿Qué hace usted aquí, Chara? Yo creía que se estaba preparando para maravillarnos con una nueva danza, y resulta que le atrae la geografía.