124269.fb2 La Nebulosa de Andromeda - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 7

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— Después de la conferencia, pasaremos a la escucha. A través de nuestros viejos amigos, recibiremos algunas noticias por el Circuito.

— ¿A través del sesenta y uno del Cisne? — Desde luego. Y a veces, por conducto del ciento siete del Serpentario, empleando su vieja terminología.

En la estancia entró un hombre con iguales vestiduras argentadas — uniforme del Consejo de Astronáutica —, que el ayudante de Dar Veter. Vivaracho, de mediana estatura y nariz aguileña, predisponía a su favor con la mirada atenta y sagaz de sus ojos negros como la endrina. El recién llegado se frotó con la palma de la mano la cabeza, rapada y redonda.

— Yo soy Yuni Ant — manifestó con aguda voz, dirigiéndose sin duda a Mven Mas.

Este le saludó con respeto. Los encargados de las máquinas mnemotécnicas superaban a todos en erudición. Ellos eran quienes elegían, entre las comunicaciones recibidas, las que deberían perpetuarse en dichas máquinas, transmitirse por las líneas de información general o ser enviadas a los palacios de creación.

— Un breviario más — barbotó Yuni Ant, estrechando la mano a su nuevo conocido.

— ¿Cómo? — inquirió Mven Mas, sin comprender. — Es un vocablo de mi invención.

Derivado del latín. Así llamo yo a todos los que viven poco tiempo: a los trabajadores de las estaciones exteriores, a los pilotos de la flota intersideral, a los técnicos de las fábricas de motores astronáuticos… Bueno, y a nosotros. Pues tampoco vivimos más de la mitad del tiempo normal de existencia. Pero, en compensación, ¡qué interesante es nuestra vida! ¿Dónde está Veda?

— Ella quería venir un poco antes… — empezó a decir Dar Veter.

Mas sus palabras fueron apagadas por unos alarmantes acordes musicales que sustituyeron al sonoro tic-tac en la esfera del reloj galáctico.

— Es la señal de advertencia para toda la Tierra. A las centrales eléctricas, a las fábricas, a la red de transportes y a las emisoras de radio. Dentro de media hora, hay que cesar el suministro de energía y acumularlo en grandes condensadores, en cantidad suficiente para atravesar la atmósfera por el canal de radiación dirigida. La emisión requerirá el cuarenta y tres por ciento de la energía terrestre. La recepción, solamente para alimentar el canal, el ocho por ciento — explicó Dar Veter.

— Así precisamente me lo imaginaba yo — dijo Mven Mas, asintiendo con la cabeza.

De pronto, sus ojos, de concentrada mirada, se encendieron con fulgores de admiración. Dar Veter volvió la cabeza. Veda Kong, que había entrado sin que nadie lo advirtiera, estaba junto a una transparente columna iluminada. Para intervenir, se había puesto sus mejores galas, las que más embellecían a la mujer, ideadas hacía ya miles de años, en la época de la civilización cretense.

Los espesos cabellos de color ceniza claro, tirantes, recogidos en alto rodete, no entorpecían el cuello, armonioso y fuerte. Los tersos hombros estaban al desnudo, el amplio escote mostraba parte del pecho, ceñido por un corpiño celeste. Y la falda, ancha y corta, con flores azules bordadas sobre una cenefa de plata, dejaba al descubierto las bonitas piernas desnudas, tostadas por el sol, y los pies, breves, calzados con unos zapatitos de color cereza. Unas piedras preciosas de igual color — cabellos de Venus — grandes, engarzadas con intencionado descuido en una cadena de oro, refulgían sobre la fina piel armonizando con el arrebol de emoción que encendía las orejitas y las mejillas.

Mven Mas, que no había visto nunca a la sabia historiadora, la contemplaba extasiado.

Veda alzó los inquietos ojos hacia Dar Veter.

— Muy bien — respondió él a la muda pregunta de su bellísima amiga.

— Yo he hablado muchas veces en público, pero no así — dijo Veda Kong.

— El Consejo es fiel a la tradición. Son siempre las mujeres más bellas las que leen las informaciones para los diferentes planetas. Esto da una idea del sentimiento estético de los habitantes de nuestro mundo. Y en general, revela mucho — siguió diciendo Dar Veter.

— ¡El Consejo no se ha equivocado en su elección! — exclamó Mven Mas.

Veda dirigió al africano una mirada penetrante.

— ¿Es usted soltero? — le preguntó en voz baja. Y al asentir él con la cabeza, se echó a reír.

— ¿No quería usted hablar conmigo? — dijo, volviéndose hacia Dar Veter.

Los dos amigos salieron a la gran terraza anular. Veda ofreció con deleite su rostro a la fresca brisa del mar.

El director de las estaciones exteriores le habló de su decisión de ir a trabajar a las excavaciones, de sus dudas al elegir la 38a expedición astral, los yacimientos submarinos antárticos y la arqueología.

— ¡Oh, no! ¡Todo menos la expedición astral! — exclamó ella. Y Dar Veter se dio cuenta de su falta de tacto. Entregado a sus emociones, había hurgado sin querer en la herida que Veda llevaba en el alma.

La melodía de alarmantes acordes llegó hasta la terraza, sacándole de la embarazosa situación.

— ¡Ya es hora, dentro de treinta minutos hay que conectar con el Circuito! — advirtió Dar Veter, tomando del brazo con delicadeza a Veda Kong. En unión de los demás descendieron por una escalera rodante a un profundo subterráneo de forma cúbica, abierto en la roca.

Por doquier se veían aparatos. Los paneles sin brillo de las negras paredes parecían de ¡terciopelo. Unas franjas de cristal los surcaban, perfilándose netas. Lucecillas doradas, verdes, anaranjadas y azules esclarecían débilmente las escalas graduadas, los signos y las cifras. Las puntas de esmeralda de las saetas se estremecían sobre los semicírculos negros, y era como si todos aquellos anchos muros temblasen en la tensión de la espera.

Había allí varios sillones, una mesa grande de ébano, empotrada en una enorme pantalla hemisférica de nacarados reflejos, con un marco de oro macizo.

Dar Veter, con un ademán, indicó a su sucesor que se acercase y señaló a los demás los altos sillones negros para que se sentaran. Mven Mas se acercó de puntillas, como andaban en otros tiempos sus antepasados por las sabanas, calcinadas por el sol, acechando a las terribles fieras. Emocionado, contenía la respiración. Allí, en aquella rocosa cueva inaccesible, iba a abrirse una ventana a los infinitos espacios del Cosmos y los hombres se unirían con los pensamientos y el saber a sus hermanos de otros mundos.

Ahora, los representantes de la humanidad terrestre ante el Universo eran cinco. Pero a partir del siguiente día, él, Mven Mas, habría de dirigir aquel enlace. Le serían confiadas todas las palancas de aquella grandiosa fuerza. Un leve escalofrío le corrió por la espalda.

Tal vez comprendiera entonces la tremenda responsabilidad que había contraído al aceptar la oferta del Consejo. Y cuando miró al director saliente, que movía sereno las manijas de mando, su mirada expresaba una admiración parecida a la que brillaba en los ojos del joven ayudante de Dar Veter.

De pronto, oyóse un sonido prolongado y grave, como un golpe de gigantesco gong.

Dar Veter se volvió rápidamente y tiró de una larga palanca. El sonido acalló, y Veda Kong vio que un estrecho panel de la pared derecha se iluminaba en toda su altura.

Parecía que el muro se había hundido, desapareciendo en la infinita lejanía. Surgieron los fantasmagóricos contornos de la piramidal cumbre de una montaña, rematada por una inmensa corona de piedra. Bajo aquel colosal remate de lava solidificada, se columbraban unas manchas blancas de purísima nieve montañera.

Mven Mas reconoció el monte Kenia, el segundo de África por su altura.

Resonó otro prolongado golpe de gong que hizo retemblar la estancia subterránea y obligó a las personas que en ella se encontraban a prestar atención, expectantes.

Dar Veter tomó la mano de Mven Mas y la puso sobre un redondo pomo que brillaba con luz grana. El nuevo director le dio vuelta dócilmente, hasta el límite. Toda la fuerza de la Tierra, toda la energía de mil setecientas sesenta potentes centrales eléctricas se había concentrado en el ecuador, en aquel monte de cinco mil metros de altura. Un intenso resplandor de múltiples colores surgió sobre la cima, concentrose, hasta formar un globo luminoso, y, de pronto, ascendió vertical hincándose como una lanza en las profundidades del cielo. Del resplandor se alzaba ya una fina columna, semejante a una tromba.

Enroscándose en ella, subía en espiral una neblina azul de deslumbrante fulgor.

La radiación dirigida atravesaba toda la atmósfera terrestre formando un canal permanente, que hacía las veces de cable, para la emisión y la escucha de las estaciones exteriores. Allí arriba, a una altura de treinta y seis mil kilómetros sobre la Tierra, había un satélite artificial llamado « diario », gran estación que cada veinticuatro horas daba una vuelta al planeta, en el mismo plano del ecuador, por lo que parecía inmóvil, suspendida sobre el monte Kenia del África Oriental, punto elegido para la comunicación permanente con las estaciones exteriores. Otro gran sputnik, que giraba a cincuenta y siete mil kilómetros de altura, pasando sobre los polos, paralelamente al meridiano, comunicaba con el observatorio emisor y receptor del Tíbet. Allí había mejores condiciones para la formación del canal conductor, pero en cambio no existía enlace continuo. Aquellos dos grandes satélites artificiales mantenían además comunicación con otras varias estaciones exteriores automáticas, situadas alrededor de toda la Tierra.

El estrecho panel de la derecha se apagó: el canal había conectado con el puesto de recepción del sputnik. Y acto seguido se iluminó la pantalla de nacarados reflejos y marco de oro. En su centro, apareció una figura, fantásticamente ampliada, que fue adquiriendo mayor nitidez y sonrió con su enorme bocaza. Gur Gan, observador del sputnik « diario », tenía en la pantalla el aspecto de uno de esos gigantones de los cuentos. Saludó alegremente con una inclinación de cabeza y, tendiendo la mano, de tres metros de largo, conectó toda la red de estaciones exteriores de nuestro planeta, que quedaron unidas en un circuito único por la fuerza enviada desde la Tierra. Los ojos sensibles de los receptores se tendieron hacia él desde todos los confines del Universo. La estrella roja mate de la constelación de Unicornio — cuyos planetas habían lanzado recientemente una llamada — era más fácil de localizar desde el sputnik 57, y Gur Gan enlazó con él. La ligazón invisible entre la Tierra y otro cuerpo celeste no podía durar más de tres cuartos de hora. No había que perder ni un minuto de aquel tiempo precioso.

A una señal de Dar Veter, Veda Kong se puso ante la pantalla, sobre un disco de metal que brillaba con azules fulgores. Rayos invisibles caían en potente cascada acentuando el matiz de la piel, tostada por el sol. Las máquinas electrónicas que habían de traducir las palabras de Veda al idioma del Gran Circuito se pusieron en marcha silenciosamente.

Trece años más tarde los receptores del planeta de la estrella roja mate recogerían las ondas emitidas, grabándolas con los símbolos universales que las máquinas electrónicas de traducir — si allí se hablaba — convertirían en sonidos de aquella lengua extraña.

« Lástima que nuestros lejanos oyentes no puedan escuchar la voz sonora y dulce de la mujer terrestre — pensaba Dar Veter — ni captar sus expresivas inflexiones. ¡Quién sabe cómo estarán constituidas sus orejas! El oído pude ser de diferentes tipos. En cambio la vista, auxiliada en todas partes por las ondas electromagnéticas que atraviesan la atmósfera, es casi igual en todo el Universo. Y ellos verán también a la encantadora Veda, arrebolada de emoción. » Dar Veter escuchaba la conferencia de Veda sin apartar los ojos de su pequeña oreja, medio oculta por un mechoncillo de suaves cabellos.

Veda Kong hablaba con claridad y concisión de los principales jalones de la historia de la humanidad; de los tiempos antiguos de ésta, de la desunión que reinaba entre los pueblos grandes y pequeños, desgarrados por los antagonismos económicos e ideológicos que dividían a sus países. Y lo iba exponiendo a grandes rasgos, brevemente.

Aquellas épocas se agrupaban bajo el nombre de Era del Mundo Desunido (EMD). Mas no era la enumeración de las guerras devastadoras, de los terribles sufrimientos o de los supuestos grandes estadistas — que llenaba los viejos libros de historia de los Antiguos Siglos, de los Siglos Sombríos o de los del Capitalismo — lo que interesaba a los hombres de la Era del Gran Circuito. Mucho más importante para ellos era la historia, llena de contradicciones, del desarrollo de las fuerzas productivas, junto con la formación de las ideas, del arte y de los conocimientos, los orígenes de la lucha espiritual por el verdadero hombre y la auténtica humanidad, así como la evolución de la necesidad de crear nuevos conceptos acerca del mundo y de las relaciones sociales, del deber, de los derechos y de la felicidad del ser humano, concepciones que habían hecho crecer y florecer en todo el planeta el poderoso árbol de la sociedad comunista.

En el último siglo de la EMD, llamado Siglo del Desgajamiento, los hombres habían comprendido al fin que todas sus desgracias provenían de un régimen social que se había ido formando espontáneamente, a partir de los tiempos de la barbarie, y que toda la fuerza y el porvenir de la humanidad estaban en el trabajo, en los esfuerzos conjuntos de millones de seres humanos liberados de la opresión, en la ciencia y en la restructuración de la vida sobre bases científicas. Se habían comprendido las leyes fundamentales del desarrollo de la sociedad, el curso dialécticamente contradictorio de la historia, la necesidad de inculcar una rigurosa disciplina social, tanto más importante cuanto más aumentaba la población del planeta.

La lucha entre las viejas ideas y las nuevas se agudizó en el Siglo del Desgajamiento y dio lugar a que todo el mundo se dividiese en dos campos — el de los Estados viejos, capitalistas, y el de los Estados nuevos, socialistas — con diferente estructuración económica. El descubrimiento en aquel tiempo de las primeras formas de energía atómica y la obstinación de los defensores del viejo mundo estuvieron a punto de llevar a la humanidad hasta la más espantosa catástrofe.

Mas el nuevo régimen tenía que triunfar forzosamente, aunque esta victoria fue retardada por el atraso en la formación de una conciencia social. La reorganización del mundo era empresa absurda sin un cambio radical de la economía, sin la desaparición de la miseria, del hambre y del trabajo penoso, agotador. Pero el cambio de la economía exigía una dirección muy compleja de la producción y de la distribución, y era imposible sin formar antes en cada persona una conciencia social. Para acabar con el odio y, sobre todo, con las mentiras acumuladas por la propaganda hostil durante la lucha ideológica del Siglo del Desgajamiento, se requirieron gigantescos esfuerzos. No pocos errores se cometieron en el camino de desarrollo de las nuevas relaciones humanas. En algunas partes hubo sublevaciones, provocadas por los atrasados partidarios de lo viejo que, debido a su ignorancia, intentaban hallar en la resurrección del pasado fáciles salidas de las dificultades con que tropezaba la humanidad.