124272.fb2 La noche de los tiempos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 19

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Eléa, por fin apartó la máquina y miró a todos los que la rodeaban. Hizo un esfuerzo para hablar. Fue apenas audible. Volvió a empezar y cada uno entendió en su lengua:

— ¿Ustedes me comprenden?

— Oui, Yes, Da, Sí…

Meneaban la cabeza, sí, sí, sí, comprendían…

— ¿Quiénes son ustedes?

— Amigos — dijo Simon.

Pero Leonova no pudo más. Pensaba en una distribución general de comida — máquina a los pobres, a los niños hambrientos. Preguntó enérgicamente:

— ¿Cómo funciona eso? ¿Qué mete usted dentro?

Ella pareció no comprender o considerar esas preguntas como el ruido hecho por un niño. Siguió su propia idea. Preguntó:,

— Debíamos ser dos en el Refugio. ¿Estaba sola, yo?

— No — dijo Simon—, eran dos, usted y un hombre.

— ¿Dónde está? ¿Ha muerto?

— No. Todavía no lo hemos reanimado. Hemos comenzado por usted.

Eléa calló un momento. Parecía que la noticia, en vez de alegrarla, hubiera reavivado en ella alguna preocupación sombría. Respiró profundamente y dijo:

– Él es Coban. Yo, Eléa.

Y preguntó de nuevo:

— Ustedes… ¿Quiénes son?

Y Simon no encontró otra respuesta:

— Nosotros somos amigos…

De dónde vienen?

— Del mundo entero…

Esto pareció sorprenderla.

— ¿Del mundo entero? No comprendo. ¿Son de Gondawa?

— No.

— ¿D'Enisorai?

— No.

— ¿De dónde son?

— Yo de Francia, ella de Rusia, él de América, él de Francia, él de Holanda, él…

— No comprendo… ¿Es que ahora es la Paz?

— Hum — dijo Hoover.

— No — dijo Leonova—, los imperialistas…

— Cállese — ordenó Simon.

— Nosotros estamos obligados — dijo Hoover— a defendemos contra…

— Salgan — dijo Simon—. Salgan. Déjenos — solos acá a nosotros los médicos…

Hoover se disculpó.

— Somos estúpidos… Discúlpeme… Pero me quedo.

Simon se volvió hacia Eléa.

— Lo que han dicho no tiene significado — declaró—. SI, ahora es la Paz… Estamos en Paz. Usted está en Paz. No tiene nada que temer…

Eléa exhaló un suspiro profundo de alivio. Pero fue con una visible aprehensión que hizo la pregunta siguiente:

— ¿Tienen noticias… noticias de los Grandes Refugios? ¿Han resistido?

Simon contestó:

— No sabemos. No tenemos noticias.

Ella lo miro atentamente, para estar segura que él no mentía. Y Simon comprendió que no podría decirle nunca más otra cosa que no fuera verdad.

Eléa comenzó una sílaba, luego paró. Tenia una pregunta que hacer que no se animaba a hacer, por temor a la respuesta. Miró a todo el mundo, después de nuevo a Simon solamente. Le preguntó muy suavemente:

— ¿Paikan?

Hubo un corto silencio, luego un clic en los oídos, y la voz neutra de la Traductora — la que no era ni voz de hombre ni de mujer— habló en diecisiete idiomas en los diecisiete canales:

— La palabra Paikan no figura en el vocabulario que me ha sido inyectado, y no corresponde a ninguna posibilidad lógica de neologismo. Me permito suponer que se trata de un nombre.

Eléa lo oyó también en su lengua.

— Claro que es un nombre — dijo ella—. ¿Dónde está? ¿Tienen noticias de él?

Simon la miró muy serio.