124272.fb2
— Usted no sabe — dijo Coban—, lo que ocupa el emplazamiento de Gonda l. Se lo voy a decir. Es el Arma Solar. A pesar de mis protestas, el Consejo está decidido a utilizarlo si Enisorai nos ataca. Y Enisorai está decidido a atacamos para destruir el Arma Solar antes de que la utilicemos. Dada su complejidad y la enormidad de sus dimensiones, se necesitará casi medio día entre la iniciación del proceso de arranque y el momento en que el Arma saldrá de su alojamiento. Es durante este medio día que se jugará la suerte del mundo. Pues si el Arma levanta vuelo pega, será como si el Sol mismo cayera sobre Enisorai, Enisorai se quemará, se fundirá, chorreara… Pero la tierra entera sufrirá el choque de rebote. ¿Qué quedará de nosotros después de algunos segundos? ¿Qué quedará de la vida?..
Coban calló. Su mirada trágica pasaba por encima de las dos mujeres. Murmuró:
— Quizá nada… nada más…
Comenzó de nuevo su paseo de animal prisionero que busca en vano una salida.
— Y si los Enisores consiguen impedir la salida del Arma — dijo—, la destruirán, y a nosotros también. Son diez veces más numerosos que nosotros y más agresivos. No podemos resistir a su multitud. Nuestra única defensa contra ellos era de inspirarles miedo, ¡pero les hemos dado demasiado miedo!
— Nos van a atacar con todos sus recursos, y si ganan, no dejarán nada de una raza y de una civilización capaz de fabricar el Arma Solar. Es por ello que la Semilla negra ha sido distribuida a los habitantes de Gondawa. Para que los prisioneros elijan, si ellos lo desean, morir por su propia mano antes que sobre las hogueras de Enisorai…
Eléa se irguió, combativo.
— ¡Es absurdo! ¡Es horroroso! ¡Es inmundo! ¡Se debe poder impedir esta guerras! ¿Por qué no hace usted algo en vez de gemir? ¡Sabotée el Arma! ¡Vaya a Enisorai! ¡Lo escucharán!
¡Usted es Coban!
Coban se paró frente a ella, la miró gravemente, con satisfacción.
— Usted ha sido bien elegida — dijo.
— ¿Elegida por quién? ¿Elegida para qué?
No contestó a estas preguntas, sino a la precedente.
— Yo hago algo. Tengo emisarios en Enisorai que han tomado contacto con los sabios del Distrito del Conocimiento. Ellos comprenden los riesgos de la guerra. Si pueden tomar el poder, la paz está salva. Pero queda poco tiempo. Tengo cita con el presidente Lokan. Voy a tratar de convencer al Consejo de renunciar al Arma Solar, y de hacerlo saber a Enisorai. Desgraciadamente tengo en contra mío a los militares, que no piensan más que en la destrucción del enemigo, y el ministro Mozran, que ha construido el arma y que tiene deseos de verla funcionar, si fracaso, he hecho también otra cosa. y es por ello que han sido elegidas ustedes dos, y otras tres mujeres de Gondawa quiero salvar la vida.
— ¿La vida de quién?
— ¡La vida, no más la vida!… si el arma solar funciona durante algunos segundos más de lo previsto, la tierra estará estremecida a un punto tal que los océanos saldrán de sus fosas, los continentes se partirán, la atmósfera alcanzará el calor del acero fundido y quemará todo hasta en las profundidades del suelo. No se sabe, no se sabe dónde se detendrán los desastres. A causa de su poderío aterrador, Mozran no ha podido jamás probar el Arma, aun en una escala reducida. No se sabe, pero se puede predecir lo peor. Lo que he hecho…
— Escuche, Coban — dijo una voz—, ¿quiere saber las noticias?
— Si — contestó Coban.
— ¡Helas aquí! Las tropas enisoras en guarnición sobre la Luna han invadido la zona internacional. Un convoy militar salido de Gonda 3 hacia nuestra zona lunar ha sido interceptado por fuerzas enisoras antes de alunizar.
Ha destruido una parte de los asaltantes. La batalla continúa. Nuestros servicios de observación lejana tienen la prueba que Enisorai ha hecho volver sus bombas nucleares puestas en órbita alrededor de Sol, y las ha dirigido hacia Marte y la Luna. Escuche, Coban, está terminado.
— He comenzado… — dijo Coban.
— Yo quiero volver junto a Paikan — dijo Eléa—. Usted no me deja otra esperanza más que morir, o morir. Quiero morir con él.
— Yo hago algo — dijo Coban.
— He construido un refugio que resistirá a todo. Lo he hecho guarnecer de semillas de toda clase de plantas de óvulos fecundados de toda clase de animales e incubadoras para desarrollarlos, de diez mil bobinas de conocimientos de máquinas silenciosas, de útiles, de muebles, de todas las muestras de nuestra civilización, de todo lo que hace falta para hacer renacer otra semejante. Y en el centro colocaré a un hombre y una mujer. El ordenador ha elegido cinco mujeres, por su equilibrio psíquico y físico, por su salud y belleza perfecta. Han recibido los números de 15 al 5 por orden de perfección. La número 1 murió anteayer en un accidente. La número 4, está en viaje a Enisorai, no puede volver. La número 5 habita Gonda 62. La he mandado buscar también. Temo que no llegue aquí a tiempo. La número 2 es usted, Lona, la número 3 es usted, Eléa».
Callo un segundo, tuvo una especie de sonrisa cansada, se volvió a Lona, y continuó:
— Naturalmente, no habrá más que una mujer en el Refugio. Será usted, Lona vivirá…
Lona se levantó, pero antes de que tuviese tiempo de hablar, una voz se le adelantó:
— Escuche, Coban, aquí están los test de Lona número 2. Todas las condiciones exigidas, presentes al máximum, pero metabolismo en evolución y hormono — equilibrio trastocado; Lona número 2 está encinta de dos semanas.
— ¿Lo sabía usted? — preguntó Coban.
— No — dijo Lona—, pero lo esperaba. Nos habíamos sacado las llaves la tercera noche de primavera.
— Lo siento por usted — dijo Coban separando las manos—. Esto la elimina. El hombre y la mujer colocados en el Refugio estarán colocados en hibernación en el frío absoluto. Es posible que su embarazo dañe el éxito de la operación. No puedo tomar ese riesgo. Vuélvase a su casa. Le pido guardar secreto durante un día sobre lo que he dicho, aun con vuestro Designado. En un día, todo se habrá producido.
— Me callaré — contestó Lona.
— La creo — dijo Coban—. El ordenador la ha definido así; sólida, lenta, muda, defensiva, implacable.
Hizo una señal a los dos guardias de verde que estaban cerca de la puerta. Se apartaron para dejar salir a Lona. Él se dio vuelta hacia Eléa.
— Será entonces usted — le dijo.
Eléa se sintió convertirse en un bloque de piedra. Luego su circulación se restableció con violencia, y su cara enrojeció. Se esforzó por conservar la calma. Oyó de nuevo a Coban:
— El ordenador la ha definido aquí: equilibrada, rápida, obstinada, ofensiva, eficaz.
Ella se sintió de nuevo capaz de hablar. Atacó:
— ¿Por qué no dejó entrar a Paikan? No iré sin él a vuestro Refugio.
— El ordenador ha elegido las mujeres por su belleza y su salud, y por supuesto también por su inteligencia. Ha elegido los hombres por su salud y su inteligencia, pero ante todo por sus conocimientos. Es preciso que el hombre que vuelva a salir del Refugio dentro de algunos años, puede ser que dentro de un siglo o dos, sea capaz de comprender todo lo que está impreso sobre las bobinas, y aún, si fuera posible, saber más que ellas. Su papel no será solamente el de hacer hijos. El hombre que ha sido elegido debe ser capaz de hacer renacer el mundo. Paikan es inteligente, pero sus conocimientos son limitados. No sabría ni aún interpretar la ecuación de Zoran.
— Entonces, ¿quién es el hombre?
— El ordenador ha elegido cinco, como para las mujeres.
— ¿Quién es el número uno?
— Soy yo — dijo Coban.
— Enisorai, era ya usted — dijo Leonova a Hoover—. Ustedes eran ya los americanos puercos, los imperialistas tratando de tragarse al mundo entero y sus accesorios.
— Mi encanto — dijo Hoover—, nosotros, americanos de hoy día, no somos más que europeos desplazados, vuestros primitos de viaje… Me gustaría que Eléa nos muestre un poco cómo era la jeta de los primeros ocupantes de América. Hasta ahora no hemos visto más que Gondas. En la próxima sesión, le pediremos a Eléa que nos muestre a Enisores.
Eléa le mostró a Enisores. Ella había ido con Paikan en viaje a Diédohu, la capital de Enisorai central, para la fiesta de la Nube. Sacó para ellos las imágenes de su memoria.
Llegaron con Eléa en un aparato de larga distancia. En el horizonte, una cadena de montañas gigantescas escalaban el cielo. Cuando estuvieron más cerca, vieron que la montaña y la ciudad no hacían más que uno.
Construida en enormes bloques de piedra, la ciudad se acercaba a la montaña, la recubría, la sobrepasaba, tomaba apoyo sobre ella para proyectar hacia lo alto su lanza terminal: el monolito del Templo, cuya cúspide se perdía en una nube eterna.