124272.fb2 La noche de los tiempos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 43

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— Escúchelos reír, esos idiotas, porque se ha equivocado con una consonante. ¿Cree que saben más que usted? ¿Cree que la saben leer?

— No señor.

— Y sin embargo se sienten orgullosos de sí mismos, se ríen, hacen burla, se creen inteligentes, lo toman a usted por un idiota.

— ¿Es usted idiota Vignont?

— Me importa un comino, señor.

— Muy bien, Vignont. Pero no es cierto. Usted está inquieto. Se dice: «puede que sea idiota». Yo lo tranquilizo: ¡No es idiota. Está hecho de las mismas pequeñas células que el hombre cuyo pulmón está sangrando en el punto 612, exactamente las mismas con las cuales estaba hecho Zoran, el hombre que encontró la clave del campo universal. Millares de pequeñas células inteligentes en sumo grado. Exactamente las mismas que las mías, señor Vignont, y las mías son catedráticas en filosofía. ¿Se da cuenta de que usted no es un idiota?

Ahí tiene, ese es el idiota: Julio Jaime Ardillon, el primero desde el sexto grado, ¡gran cabeza! Cree que sabe algo, cree que es inteligente. ¿Usted es inteligente, señor Ardillon?

— Bueno… yo…

— Sí, lo piensa. Usted cree que yo bromeo y que en realidad pienso que usted es inteligente. No, señor Ardillon, creo y sé que es idiota. ¿Sabe leer la ecuación de Zoran?

— No, señor.

— Y si supiese leerla, ¿sabría lo que significa?

— Creo que sí, señor.

— ¡Usted cree!… ¡Usted cree!… ¡Qué suerte! ¡Es un Ardillon pensante! Tendría en el bolsillo la clave del universo, la clave del bien y del mal, la llave de la vida y de la muerte. ¿Qué haría usted, señor Ardillon pensante?

— Estee…

— Ahí está, señor Ardillon, ahí está…

— General, ¿oyó las noticias?

— Sí, señor presidente.

— Este, ¿Co… cómo?

— Coban… Coban, lo han despertado.

— Lo han despertado.

— ¿Quizá vayan a poder salvarlo?

— Puede ser…

— ¡Están locos!

— Están locos…

— ¿Este chirimbolo de ecuación, usted comprende algo?

— Yo, usted sabe las ecuaciones…

— ¡Aun en el C. N. R. S. no la comprenden!

— ¡Nada!…

— ¡Pero es peor que la Bomba!

— Peor…

— Por otro lado, quizá tenga algo de bueno…

— Puede ser…

— Pero aun esto bueno, también puede tener algo de malo.

— Malo, malo…

— ¡Piense en la China!

— Pienso en ella.

— ¡Póngase en su lugar!

— Es un poco grande…

— ¡Haga un esfuerzo! ¿Qué pensaría usted? Pensaría: Otra vez son estos cochinos de Blancos que van a poner la mano sobre este trasto. En el momento que los íbamos a igualar, quizá pasarlos, van a tener nuevamente mil años de ventaja. No debe ser. No tiene que ser. " Eso es lo que pensaría si usted fuera a la China».

— Evidentemente…. ¿Cree que van a sabotear?

— Sabotear, quitar, atacar, masacrar, no sé nada. Quizá nada. ¿Cómo saber con los chinos?

— Como saber…

— ¿Cómo, como saber? Es su profesión, la de saber. Usted dirige los S.R. Los S.R. son los servicios de información. ¡Nos olvidamos demasiado!

— ¡Usted es el primero! ¡Vigile a la China, general! ¡Vigile a la China! Es de ahí que vendrá…

La fuerza internacional aeronaval estacionada al norte de la Tierra Adelaida se desplegó en las tres dimensiones en forma de escudo, y quedó en estado de alerta veinticuatro horas sobre veinticuatro.

Tenía ojos en el aire y por encima del aire, y oídos hasta el fondo del océano.

Cuando los ojos de Eléa vieron de nuevo, el presidente Lokan estaba de pie en el centro de la imagen. A la izquierda, en el borde de la vista del ojo izquierdo, se encontraba Coban que miraba a Lokan y lo escuchaba. Y a la derecha, la mitad de la cara de Paikan se inclinaba hacia ella.

Lokan parecía sumergido en cansancio y pesimismo.

— Han tomado todas las ciudades del Centro — decía—, y Gonda 7 hasta la Segunda Profundidad… Nada los para. Matamos, matamos, sus pérdidas son fantásticas… Pero su número es inimaginable… Llegan olas y olas sin cesar… Ahora, todas sus fuerzas convergen hacia Gonda 7, para destruir el Consejo y la Universidad y hacia el Arma Solar para impedirle de ser lanzada. Hemos hecho saltar todas las avenidas que llevan hacia el Arma, pero cavan por todos lados, por millones su pequeño túnel. No puedo acelerar el despegue. Sinceramente, no puedo decir si conseguiremos detenerlos por suficiente tiempo, o si llegarán al Arma antes de que haya sido disparada.

— ¡Lo deseo! — dijo Coban—. ¡Si tenemos que ser destruidos, por lo menos que el resto viva! ¿Quiénes somos nosotros para condenar a muerte a la Tierra entera?