124272.fb2 La noche de los tiempos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 45

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— Eléa, venga…

La calidez de su voz, el calor de sus manos atravesaron las fronteras del horror.

— A descansar…

Ella se levantó, se volvió hacia él y lo miró como si fuera el único ser viviente entre los muertos… Él le tendió las manos. Ella miré esa mano tendida, titubeó un instante, luego puso en ella la suya… Una mano… La única mano del mundo, el único auxilio.

Simon cerró lentamente sus dedos alrededor de la palma colocada en la suya, luego se puso a caminar y se llevó a Eléa.

De la mano, bajaron del podio, atravesaron juntos la sala, su silencio y sus miradas. Henckel, sentado en la última fila, se levantó y les abrió la puerta.

En cuanto hubieron salido, las voces se elevaron, la algarabía llenó la sala, las discusiones nacieron en todos los rincones.

Cada uno había reconocido en las últimas imágenes la escena que había sido trasmitida a Simon cuando se encasquetó el círculo receptor. Y cada uno adivinaba lo que debía haber pasado después: Paikan saliendo del Refugio, Coban bebiendo el licor de la paz, desvistiéndose y acostándose sobre su zócalo, bajando sobre su cara la máscara de oro, el Refugio cerrándose, el motor del frío poniéndose a funcionar.

Durante ese tiempo el Arma Solar, siguiendo su curso aéreo, alcanzaba el cenit de Enisorai y entraba en acción ¿Cuál había sido exactamente su efecto? No se podían hacer más que conjeturas. «Como si el Sol mismo se posara sobre Enisorai…», había dicho Coban. Sin duda un rayo de una temperatura fantástica, fundiendo la tierra y las rocas, licuando los montes y las ciudades, socavando el continente hasta sus raíces, cortándolo en trozos, tras tomándolo, dándolo vuelta como una carreta de infierno, y sumergiéndolo en las aguas.

Y lo que había temido Coban se había producido: el choque había sido tan violento que había repercutido sobre toda la masa de la Tierra. Ésta había perdido el equilibrio de su rotación y se enloqueció como un trompo derribado, antes de volver a encontrar un nuevo equilibrio sobre bases distintas. Sus cambios de giro habían rajado la corteza, provocado en todas partes sismos y erupciones. proyectado fuera de sus fosas oceánicas las aguas inertes cuya masa fantástica había sumergido y devastado las tierras. Había que ver, sin duda, en este acontecimiento el origen del mito del diluvio que se encuentra hoy en día, en las tradiciones de los pueblos en todas partes del mundo. Las aguas se habían retirado, pero no en todos lados. Gondawa se encontraba colocada, por el nuevo equilibrio de la Tierra, alrededor del nuevo Polo Sur. El hielo había embargado e inmovilizado a las aguas del ras de marea que barrían el continente. Y, sobre esa explanada, los años, los siglos, los milenios habían acumulado fantásticos espesores de nieve trasformados a su vez en hielo por su propio peso.

Eso, Coban lo había previsto. Su refugio debía abrirse cuando las circunstancias hubieran hecho que la vida en la superficie, fuera nuevamente posible. El motor del frío debía detenerse, la máscara debía devolver la respiración y el calor a los dos yacentes, la perforadora abrirles un camino hacia el aire y el sol. Pero las circunstancias nunca se habían vuelto favorables. El Refugio se quedó como una semilla perdida en el fondo del frío, y no hubiera germinado nunca sino por obra de la casualidad y la curiosidad de los exploradores.

Hoover se levantó.

— Propongo — dijo—, que rindamos homenaje, en una declaración solemne, a la intuición, la inteligencia y la obstinación de nuestros amigos de las Expediciones Polares Francesas, que han sabido no solamente interpretar los datos inhabituales de sus sondas y sacar las conclusiones que ustedes saben, sino también sacudir la indiferencia y la inercia de las naciones hasta que se unieran y nos enviaran aquí.

La asamblea se levantó y aprobó a Hoover con aclamaciones.

— También — dijo Leonova—, hay que rendir homenaje al genio de Coban y a su pesimismo que, conjugados, le han hecho construir un refugio a prueba de la eternidad,

— 0. K., hermanita — contestó Hoover—. Pero fue demasiado pesimista. Fue Lokan quien tenía razón. El Arma Solar no ha destruido toda la vida terrestre. ¡Puesto que estamos aquí! Han habido sobrevivientes vegetales, animales, hombres. Sin duda muy pocos, pero era suficiente para que todo volviera a comenzar. Las casas, las fábricas, los motores, la energía en botella, todos los benditos chirimbolos de los cuales vivían habían sido destrozados, aniquilados. ¡Los sobrevivientes cayeron de traste en la tierras! ¡Completamente desnudos! ¿Cuántos eran? Quizá algunas docenas, dispersados en los cinco continentes. ¡Más desnudos que los gusanos porque ya no sabían hacer nada! Tenían manos que no sabían utilizar ¿Qué sé hacer yo con mis manos, señor Hoover, cabezón? ¿Además de encender mi cigarrillo y pegarles en el trasero a las chicas? Nada. Cero. Si tuviera que agarrar un conejo corriendo para poder comer, ¿ve qué cuadro sería? ¿Qué haría si estuviese en el lugar de los sobrevivientes? Comería insectos y frutas cuando fuera la estación de ellas, y animales muertos cuando tuviera la suerte de encontrarlos. Eso es lo que han hecho. A eso han caído. Más abajo que los hombres primitivos que habían comenzado todo antes de ellos, más abajo que los animales. Con su civilización desaparecida, se han encontrado como caracoles a los cuales un pillete hubiera roto y arrancado la caparazón para ver cómo están hechos por dentro. Mire, caracoles deben haber consumido bastantes, eso es más fácil. Espero que habría muchos caracoles. ¿A usted le gustan los caracoles, hermanita? Han vuelto a empezar desde el peldaño más bajo de la escalera, y han vuelto a hacer toda la subida, se han caído a mitad de camino y han comenzado otra vez, y vuelto a caer, y obstinados y testarudos, la cabeza erguida, volvían a recomenzar a subir, y yo iré hacia arriba, ¡y más alto aún! ¡Hasta las estrellas! ¡Y así están! ¡Helos aquí! ¡Somos nosotros! Han repoblado el mundo, y son tan idiotas como antes, aprontándose para hacer volar de nuevo el boliche. ¿No es lindo eso? ¡Ese es el hombre!

Fue un gran día de exaltación y de sol.

Afuera, en la superficie, la velocidad del viento había bajado a su mínima, no más de ciento veinte kilómetros por hora, con momentos de calma casi total, inverosímiles, de benignidad inesperada. Desencadenaba sus furores muy alto en el cielo, lo limpiaba de la más pequeña nube, de la más ínfima pizca de bruma, lo hacia brillar de un azul intenso, todo nuevo, alegre. Y la nieve y el hielo estaban casi tan azules como él.

En la Sala del Consejo, la asamblea hervía. Leonova había propuesto a Ios sabios de prestar el juramento solemne de consagrar sus vidas a luchar contra la guerra y la estupidez, y sus más feroces formas, la estupidez política y la estupidez nacionalista.

— Abrázame, hermanita roja — había dicho Hoover.

Y agreguemos, la estupidez ideológica.

Y la había apretado contra su panza. Ella habla llorado. Los sabios, de pie, Ios brazos extendidos, habían jurado en todos los idiomas, y la Traductora había multiplicado sus juramentos.

Hoi — To entonces había puesto a sus colegas al corriente de los trabajos del equipo que integraba Lukos, y que trazaba el relevamiento fotográfico de Ios textos grabados en la pared del Refugio. Acababa de terminar el relevamiento de un texto descubierto desde el primer día, cuyo título habla encontrado y traducido: «Tratado de las leyes Universales», y que parecía ser la explicación de la ecuación de Zoran. Frente a su importancia, Lukos iba a encargarse él mismo de proyectar los dos clisés fotográficos en la pantalla analizadora de la Traductora.

Era una noticia de extraordinaria importancia. Aun si Coban sucumbía, se podía esperar comprender algún día el Tratado y descifrar la ecuación.

Heath se levantó y pidió la palabra.

— Soy inglés — dijo—, y feliz de serlo. Pienso que no sería completamente un hombre si no fuera inglés.

Hubieron risas y unos abucheos.

Heath continuó sin sonreír:

— Ciertos continentales piensan que consideramos a todos los que no han nacido en la isla Inglaterra como monos apenas bajados del cocotero. Los que piensan así exageran… ligeramente…

Esta vez las risas dominaron el ambiente.

— Es porque soy inglés, feliz de haber nacido en la isla Inglaterra, que puedo permitirme de haceros la propuesta siguiente: escribamos, nosotros también, un tratado, o mejor dicho una declaración de la Ley Universal. La ley del hombre universal. Sin demagogia, sin bla — bla, como dicen los franceses, sin palabras huecas, sin frases majestuosas. Está la Declaración de la O.N.U. No es más que mierda solemne. Todo el mundo se ríe de ella. No hay un hombre entre cien mil que conozca su existencia. Nuestra Declaración deberá golpear el corazón de todos los hombres vivientes. No tendrá más que un párrafo, quizá una frase. Habrá que buscar bien, para poner las menos palabras posibles. Dirá simplemente algo así: «Yo, hombre, soy inglés o patagónico y feliz de serlo, pero soy ante todo un hombre vivo, no quiero matar, y no quiero que me maten. Rechazo la guerra, sea cuales fueran sus razones». Eso es todo.

Se volvió a sentar y llenó su pipa con tabaco holandés.

— ¡Viva Inglaterra! — gritó Hoover.

Los sabios reían, se abrazaban, se palmeaban la espalda.

Evoli, el físico italiano sollozaba. Henckel, el alemán metódico, propuso nombrar una comisión encargada de redactar el texto de la Declaración del Hombre Universal.

En el momento en que las voces comenzaban a proponer nombres, la de Labeau surgió de todos los difusores.

Anunciaba que los pulmones de Coban habían cesado de sangrar. El hombre estaba muy débil y todavía inconsciente, su corazón latiendo irregularmente, pero ahora se podía esperar salvarlo.

Era verdaderamente un gran día. Hoover le preguntó a Hoi — To, si sabía dentro de cuánto tiempo Lukos habría terminado de inyectar en la Traductora, las fotos del Tratado de las Leyes Universales.

— Dentro de algunas horas — dijo Hoi — To.

— Entonces dentro de algunas horas, podremos saber, en diecisiete idiomas diferentes, lo que significa la ecuación de Zoran.

— No lo creo — contestó Hoi — To esbozando una sonrisa—. Conoceremos el texto de enlace, el raciocinio y el comentario, pero el significado de los símbolos matemáticos y físicos se nos escapará, como se le escapa a la Traductora. Sin la ayuda de Coban, se necesitaría un cierto tiempo para volver a encontrar el sentido. Pero evidentemente se llegaría, y sin duda, bastante pronto, gracias a los ordenadores.

— Propongo — dijo Hoover—, de anunciar por Trio que daremos mañana una comunicación al mundo entero. Y de prevenir a las universidades y centros de investigación. que tendrán que registrar un largo texto científico del cual trasmitiremos las imágenes en inglés y francés, con los símbolos originales en lengua gonda. Esta difusión general de un tratado que conduce a la comprensión de la ecuación de Zoran hará, de un solo golpe, imposible la exclusividad de su conocimiento. Se habrá vuelto, en algunos instantes, el bien común de todos los investigadores del mundo entero. En ese mismo momento, desaparecerán las amenazas de destrucción y de secuestro que pesan sobre Coban, y podremos invitar a esa repugnante asamblea de chatarra militar flotante y volante que nos vigila, so pretexto de protegemos, a dispersarse y volverse a sus lares.

La propuesta de Hoover fue adoptada por aclamación. Fue un día grande, una larga jornada sin noche y sin nubes, con un sol dorado que paseaba su optimismo todo alrededor del horizonte. A la hora en que se eclipsaba detrás de la montaña de hielo, los sabios y los técnicos prolongaron su euforia en el bar y en el restaurante de EPI 2. La provisión le champagne y de vodka de la base, mermó esa noche seriamente.

Y el scotch y el bourbon, el aquavita y el schlivovitz derramaron su ración de optimismo en la caldera borboteante de la alegría general.

— Hermanita — dijo Hoover a Leonova—, soy un enorme solterón asqueroso, y usted es un horrible cerebro marxista flacuchón… No le diré que la amo porque sería abominablemente ridículo. Pero si aceptara ser mi mujer, le prometo perder mi panza y que llegaría hasta el extremo de leer el «Capital».

— Es usted odioso — dijo Leonova sollozando sobre su hombro—, usted es atroz…

Ella había bebido champagne. No tenía costumbre de hacerlo.

Simon no se había sumado a la alegría general. Había acompañado a Eléa hasta la enfermería y se había quedado con ella. Al entrar al cuarto, ella se había dirigido derecho a la comida — máquina, había tomado ligeramente tres teclas blancas, y obtenido una esférula de un rojo sangre que había ingerido en seguida, acompañándola con un vaso de agua. Luego, con su indiferencia habitual a la presencia ajena, se había desvestido, completamente desnuda, se había dedicado a su toilette, y se había acostado en la misma forma, ya medio dormida, sin duda bajo el efecto de la esférula roja. Desde que se sacó el círculo de oro, Eléa no pronunció ninguna palabra.

La enfermera había seguido el último episodio del recuerdo, en la Sala de Conferencias. La miró con lástima. El rostro de la joven mujer dormida, quedaba petrificado en una gravedad trágica que parecía más allá de todos los sufrimientos…

— Pobrecita. — dijo la enfermera—. Sería mejor que le pusiese su pijamas. Corre el riesgo de enfriarse.