124272.fb2 La noche de los tiempos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

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Leonova, y Simon se apresuraron en salir, y cerrar la puerta de la pieza con la nube de tierra que la llenaba. Se sentían frustrados, como cuando uno se despierta en medio de un sueño que se sabe no volverá a ver jamás.

De pie frente a la escalera de la puerta del Huevo, Hoover daba informaciones sobre los trabajos de su equipo. En la Sala de Conferencias, los periodistas observaban la pantalla grande y tomaban notas.

— ¡La hemos perforado! — dijo Hoover—. He aquí el agujero…

Su pulgar gordo se posó sobre la puerta, cerca de un orificio negro en el cual él podría haberse hundido.

— No ha habido movimiento de aire ni en un sentido ni en el otro. El equilibrio de las presiones internas y externas no puede ser efecto de la casualidad. En alguna parte hay un dispositivo que conoce la presión externa y actúa sobre la presión interna. ¿Dónde está? ¿Cómo funciona? ¿Les gustaría saberlo? A mí también…

Rochefoux habló en el micrófono de la mesa del Consejo.

— ¿Cuál es el espesor de la puerta?

— Ciento noventa y dos milímetros, compuestos de capas alternadas de metal y de otra materia que parece ser un aislante térmico. Hay por lo menos cincuenta capas.

— Es un verdadero «milhojas». Vamos a medir la temperatura interior.

Un técnico introdujo en el orificio un Irgo tubo metálico que se terminaba, en el exterior, por una esfera graduada. Hoover echó una mirada sobre esta última, bruscamente pareció interesado y no le quitó la vista.

— ¡Y bueno, mis hijos! ¡Esto baja!… ¡Baja!… todavía… todavía… Estamos a menos de 80… menos 100… 120…

Cesó de enumerar las cifras y se puso a silbar de asombro. La traductora habló dentro de los diecisiete auriculares.

— ¡Menos 180 grados centígrados! — dijo la imagen de Hoover en la pantalla grande—. ¡Es casi la temperatura del aire líquido!

Louis Deville, el representante de Europress, que fumaba un cigarro negro, largo y delgado como un espagueti, dijo con su bello acento meridional:

— ¡Qué divertidos! ¡E s un frigorífico! vamos a encontrar arvejas congeladas…

Hoover continuaba:

— Queríamos introducir una ganzúa de acero en ese agujero, y tirar de ésta para abrir la puerta. Pero con el frío que hace ahí dentro, la ganzúa se romperá como un fósforo. Va a ser necesario encontrar otra cosa…

Otra cosa, fueron tres ventosas neumáticas grandes como platos, aplicadas sobre la puerta y unidas a un gato— tractor, éste a su vez fijo en un armazón de vigas de hierro arbotantes alrededor del Huevo. Una bomba chupó el aire de las ventosa casi hasta el vacío… Estas hubieran soliviado una locomotora.

Hoover comenzó a hacer girar el volante del gato.

En la Sala de Conferencias, un periodista inglés preguntó a Rochefoux:

— ¿Usted no teme que haya un dispositivo destructor aquí?

— No lo había detrás de la puerta de la Esfera. Recién lo hemos sabido cuando estuvimos dentro. No hay motivo para que haya uno acá.

El Comité estaba reunido en su totalidad frente a la pantalla. La sala estaba llena y afiebrada. Aun los que tenían ocupaciones en otro lado venían a ver rápidamente en que se estaba, y volvían a su trabajo.

Sólo Leonova, demasiado impaciente para mirar de lejos, había acompañado a Hoover y sus técnicos. Simon estaba junto a ellos, con dos enfermeras, pronto a intervenir en caso de accidente.

Sobre la pantalla, la imagen de Hoover dio vuelta la cabeza hacia Sus colegas del Comité.

— He dado veinte vueltas al volante — dijo—. Eso representa 10 milímetros de tracción. La puerta no se ha movido ni un ápice. Si insisto ahora, se va a deformar romper.

— ¿Continúo?

— ¿Está seguro de que las ventosas no corren el riesgo de desprenderse? — preguntó Ionescu, el físico rumano.

— Arrancarían muy bien al Polo Sur — dijo la imagen de Hoover,

— Es necesario abrir esta puerta de un modo u otro — dijo Rochefoux.

Se dio vuelta hacia los miembros del Consejo.

— ¿Qué piensan ustedes? ¿Se vota?

— Hay que continuar — dijo Shanga levantando la mano. Todas las manos se levantaron.

Rochefoux le habló a la imagen.

— Proceda, Joe — le dijo.

— O.K. — contestó Hoover.

Tomó con las dos manos el volante del gato.

En la cabina de TV, Lanson empalmó con la antena de emisión.

Detrás de un tabique de vidrio insonoro, un periodista alemán comentaba.

En la tribuna de la prensa, Louis Deville se levantó:

— ¿Puedo hacerle una pregunta a Mr. Hoover? — dijo.

— Acérquese — dijo Rochefoux.

Deville subió sobre el podio y se inclinó directamente sobre el micrófono.

— Señor Hoover, ¿me oye usted?

La imagen de Hoover asintió con la cabeza.

— Bueno — dijo Deville—. Ha hecho un boquete en el hielo, ha encontrado una semilla. Ha hecho un agujero en la semilla, ha encontrado un huevo. Ahora, según su parecer, ¿qué va a encontrar?

Hoover le hizo frente con una encantadora sonrisa sobre su cara gorda.

— ¿Nuts? — dijo.

Lo que la Traductora, con un millonésimo de segundo de titubeo, tradujo en los audífonos franceses por: «Clavos».

No hay que pedirle demasiado a un cerebro electrónico. Para conservar la imagen redonda, un cerebro de hombre hubiese quizá traducido «ciruelas».