124363.fb2 Las cascadas de Gibraltar - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 3

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Tendría que haber descansado varios días, pero temió que sus modales le traicionasen. Una pastilla estimulante debía hacer el trabajo de la naturaleza.

Debió haber retirado oficialmente una unidad tractora, no haberla sacado a escondidas.

Cuando sacó el saltador, un patrullero lo vio y le preguntó adónde iba.

—A dar un paseo —contestó Nomura.

El otro asintió con compasión. Podría no sospechar que había perdido un amor, pero la pérdida de un compañero ya era suficiente. Nomura tuvo el cuidado de adentrarse bien en el horizonte norte antes de dar la vuelta hacia la catarata.

A izquierda y derecha, se perdía de vista. Aquí, más de medio camino en el acantilado de vidrio verde, la curva del planeta le ocultaba los extremos. Luego, al entrar en las nubes espumosas, el blanco lo rodeó, irritante e hiriente.

El visor permaneció limpio, pero hacia arriba la visión era incierta, por la inmensidad. El casco le protegía los oídos, pero no podía reducir la tormenta que le estremecía dientes, corazón y esqueleto. Los vientos soplaban y golpeaban, el saltador se agitaba y debía luchar por cada centímetro de control.

Y encontrar el segundo exacto…

Saltó de un lado a otro en el tiempo, ajustó el nonio, le volvió a dar al interruptor principal, se entrevió vagamente en la neblina y miró por entre ella hacia el cielo; una y otra vez, hasta que de pronto estuvo entonces.

Resplandores gemelos allá arriba… Vio uno alejarse y caer, mientras el otro daba vueltas hasta alejarse. Los pilotos no le habían visto oculto como estaba entre la neblina salina. Su presencia no estaba en ningún maldito registro histórico.

Corrió hacia delante. Pero lo dominaba la paciencia. Podría volar durante mucho tiempo vital si era necesario, buscando su oportunidad. El temor a la muerte, incluso sabiendo que ella podría estar muerta cuando la encontrase, era como un sueño medio recordado. Los poderes elementales lo dominaban. Era una voluntad que volaba.

Flotaba a metros del agua. Los chorros intentaron atraparlo, como habían hecho con ella. Estaba preparado, se liberó, volvió a mirar… regresó por el tiempo así como por el espacio, de forma que una veintena de él mismo buscase por la cascada durante ese periodo de segundos en el que Feliz podría estar viva.

No prestaba atención a sus otros yo. No eran más que fases por las que había pasado o por las que debería pasar.

¡ALLÍ!

La ligera forma oscura cayó a su lado, bajo el flujo, camino hacia la destrucción. Le dio a un control. Un rayo tractor atrapó la otra máquina. Viró y fue tras ella, incapaz de liberar tanta masa de una presión tan grande.

La corriente casi le tenía cuando llegó la ayuda. Dos vehículos, tres, cuatro, todos luchando juntos, liberaron a Feliz. Ella se encontraba horriblemente fláccida sobre la silla, sostenida por el arnés. No fue inmediatamente a por ella.

Primero fue a esos pequeños parpadeos en el tiempo, y luego hacia atrás, para rescatarla a ella y a sí mismo.

Cuando finalmente estuvieron solos entre fuego y furia, ella se soltó y cayó en sus brazos; él hubiese quemado un agujero en el cielo para ir a una costa donde pudiese cuidar de ella. Pero se movió, sus ojos se abrieron y después de un minuto le sonrió. Luego él lloró.

Junto a ellos, el océano penetraba rugiendo.

La puesta de sol a la que Nomura había saltado tampoco estaba en los registros de nadie. Convirtió en dorada la tierra. Las cascadas debían estar llenas de luz. Su canción resonaba bajo la estrella vespertina.

Feliz acumuló almohadas contra el cabecero, se enderezó sobre la Cama en la que descansaba y le dijo a Everard:

—Si presenta cargos contra él, porque desobedeció las reglas o cualquier otra estupidez masculina en la que esté pensando, yo también dimitiré de su maldita Patrulla.

—Oh, no. —El hombretón levantó una palma como para detener un ataque—. Por favor. No me comprende. Sólo pretendía decir que estamos en una situación incómoda.

—¿Cómo? —exigió saber Nomura, desde la silla donde estaba sentado y sostenía la mano de Feliz—. No me habían dado ninguna orden de que no intentase esto, ¿no? Vale, se supone que los agentes deben proteger sus propias vidas si es posible, debido a su valor para la Patrulla. Bien, ¿no se sigue de ello que también es valioso salvar una vida?

—Sí. Claro. —Everard recorrió el suelo. Resonaba bajo sus botas, sobre el tamborileo del flujo—. Nadie discute el éxito, incluso en organizaciones más estrictas que la nuestra. De hecho, Tom, la iniciativa que demostraste hoy hace que tus perspectivas de futuro sean buenas, créeme. —La sonrisa se torció alrededor de la pipa—. Y en cuanto a viejos soldados como yo, se me puede perdonar que estuviese tan dispuesto a rendirme. —Un retazo de algo sombrío—. He visto a tantos perdidos más allá de toda esperanza.

Dejó de moverse, se enfrentó a ellos dos y declaró:

—Pero no podemos dejar cabos sueltos. El hecho es que su unidad no registra que Feliz a Rach regresase, nunca.

Los dos se apretaron más las manos.

Everard le dedicó una sonrisa —aunque teñida de tristeza, era sin embargo una sonrisa— antes de continuar:

—Pero no os asustéis. Tom, antes te preguntaste por qué nosotros, humanos normales, no seguíamos demasiado de cerca a nuestra gente. ¿Comprendes ahora la razón?

»Feliz a Rach nunca regresó a su base original. Podría haber visitado su antiguo hogar, claro, pero no preguntamos oficialmente qué hacen los agentes durante sus permisos. —Tomó aliento—. Y en cuanto al resto de su carrera, si quisiese transferirse a otro cuartel general y adoptar otro nombre, bien, cualquier oficial de graduación suficiente podría aprobarlo. Yo, por ejemplo.

»Somos bastante flexibles en la Patrulla. No nos atrevemos a hacerlo de otra forma.

Nomura comprendió y se estremeció.

Feliz le trajo de vuelta al mundo normal.

—Pero ¿en quién podría convertirme? —se preguntó.

Él aprovechó la oportunidad.

—Bien —dijo medio riendo y medio en trueno—, ¿qué tal señora de Thomas Nomura?