124638.fb2 Los ?rboles integrales - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 21

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Diecinueve — El hombre de plata

La cuba de lavado era un gigantesco cilindro de cristal. Colgaba de la parte inferior de la rama de cuerdas ancladas en la negra corteza por encima de la cabeza de Minya. Alrededor se extendía una inmensa plataforma de mimbre tejido con ramas espinosas vivientes. Una capa de piedras bajo la cuba soportaba un lecho de carbones. Una tubería corría a lo largo de todo el camino desde la reserva de la boca del árbol hasta el depósito de agua: una impresionante realización si Minya no hubiese estado tan cansada y hubiera podido apreciarla.

Minya e Usa agitaban ropa sucia en una matriz de agua espumosa con una paleta de dos metros de larga. Habilidad y mucha atención. Si se dejaba, el jabón del lavado podía hacer demasiada espuma y derramarse de la cuba, arrastrando la ropa. La supervisora Haryet salió de pronto para ver cómo lo estaban haciendo.

Minya aún no tenía molestias, pero si la sensación de un ser vivo en su interior. El embarazo de Usa parecía absurdo, una protuberancia en una línea recta. Como las demás, parecía haberse acoplado a su nueva condición sin muchas dificultades. Una vez le había dicho a Minya:

—Sabemos durante toda nuestra vida que los cazadores de copsiks pueden ir a por nosotras. Bueno, pues ya han ido.

Una cadena de chozas se extendía a lo largo de la parte interior de la rama. Muchas de las mujeres preferían quedarse en ellas. Todas no estaban embarazadas. Algunas cuidaban de sus antiguos huéspedes. Todas trabajaban: haciendo punto, cosiendo, preparando la comida que sería cocinada en la boca del árbol.

La tranquilidad se rompió por un apresurado crujido. Cuatro personas irrumpieron del túnel que bajaba desde la choza de exámenes: Jayan y Jinny, la supervisora Dloris, y un hombre de la Armada con un brazo en cabestrillo. Karal la reconoció, corrió hacia ella, la asió del brazo. Minya se atemorizó al ver su brutalidad.

—Estás perfectamente. —Estaba boqueando—. Excelente. Minya. Quédate bajo la rama. Que nadie… nadie deambule fuera de aquí.

—No vamos a ocuparnos de eso. Estamos bastante molestas. ¿Debo pensar que los hombres no nos autorizan a…?

—No voy a quedarme. Minya, ambos elevadores y por lo menos un hombre están cayendo desde treinta klomters, y no sabemos dónde van a golpear exactamente. Tengo que advertir a los niños del complejo escolar. —Señaló con un dedo la punta de la nariz de Minya—. ¡Quédate aquí! —Y echó a correr por el túnel, bamboleante, con el pecho palpitando.

algo pasase, había dicho el Grad. Algo estaba pasando, eso estaba claro, pero, ¿qué? ¿Lo sabría Dloris?

Minya adivinó dónde estaba la supervisora. Se movió hacia el final de la línea de chozas y entró en la última mientras Dloris salía con Haryet.

—Hemos estado contando —dijo Dloris—. Gwen ha desaparecido. ¿La has visto? Tres metros de alta y pálida como un fantasma, con un huésped de un año.

—No últimamente. ¿Qué está pasando?

—Sacad la ropa y secarla y luego apagad el fuego ¿Tenéis cuerdas? Bien. Tenedlas a mano. —Las dos supervisoras echaron a andar.

Minya se volvió hacia Jayan y Jinny.

—Échanos una mano. Jinny, tenemos suerte de que estés por aquí. Ahora estamos ya todas juntas. ¿Sabéis lo que está pasando?

—No. Karal parecía bastante asustado.

—¿Es la guerra?

—Lo mejor que podíamos hacer es volver a nuestra tarea hasta que estemos seguras —dijo Usa.

Sacaron la ropa de la cuba, alzándola con poleas. Cayó algo de agua. Invirtieron la cuba y la movieron hacia atrás mientras las gotas de agua fluían lentamente para caer en el fuego. En la débil gravedad del Árbol de Londres el vapor no se desprendía a mucha velocidad. Tendía más bien a expandirse como un invisible globo, caliente hasta escaldar.

Minya nunca había visto que se apagara el fuego. ¡Dloris debía estar esperando algo realmente drástico!

Continuaron trabajando. Colocaron la colada en la prensa y movieron con una manivela dos grandes losas de madera. El agua se escurrió por los bordes, empezando a chorrear hacia abajo.

Algo golpeó a través del follaje, en algún sitio cercano.

Se quedaron heladas. Minya se hundió en los ramajes con Jinny e Usa a sus espaldas. Avanzaron hacia el sonido. Minya torció cuando pensó que cualquier cosa que hubiese caído ahora estaba inmóvil.

Allí había un rastro de ramas rotas. Lo siguió hasta los restos retorcidos de lo que había sido un oficial de la Armada. El cadáver llevaba una espada, envainada, y un carcaj todavía lleno, aunque el arco había desaparecido.

Ahora es la guerra —dijo Minya.

—Tenemos que matar a las supervisoras —dijo Usa.

Minya saltó.

—¿Qué? —Fue como si una piedra hubiese hablado—. No importa, tienes razón. Me parece que estabas… creí que habías renunciado a ello.

Usa sólo sacudió la cabeza.

Oeste te lleva hacia dentro. Adentro te lleva hacia el este. Lo primero que hizo el Grad fue enfilar la ventana arqueada recta hacia abajo. Bajaban suavemente… más deprisa… el Grad dirigía el mac hacia la punta oeste y encendió los cohetes de popa para corregir el rumbo mientras derivaba a lo largo del tronco.

Sus pasajeros estaban rígidos por el terror, excepto Lawri, que estaba rígida por la furia.

Todavía llevaban un pasajero en el casco.

La voz de Anthon era tartamudeante. No podía controlarla.

—Quisiera observar que debíamos volver a los Estados de Carther ahora. Tenemos al hombre de plata y el mac. Esos cazadores de copsiks no tienen cosas que valoren más. Podemos negociar por vuestros copsiks.

Aquello parecía sensato.

—¿Clave? —dijo el Grad.

—Vete a darle de comer al árbol.

—Quieres matar a algunos cazadores de copsiks —dijo Anthon—. De acuerdo, puedes bajar…

—¡Quiero ser yo quien los rescate! Soy el Presidente de la Tribu de Quinn. Están bajo mi protección. —Escupió la palabra—: ¡Negociar! Ellos nos atacaron, nosotros los atacamos a ellos. Tenemos el mac, y también tendremos al resto de nuestra gente. Conforme, Grad, Científico, ¿cuál es tu opinión?

Bajaban muy deprisa. El Grad inclinó el morro del mac y encendió los cohetes delanteros.

—Me hace gracia que lo preguntes —dijo el Grad—. Tenemos a la Aprendiz del Científico y el traje de plata y al único hombre vivo capaz de vestirse con él. Quizá podamos negociar. Nos quedaremos con el mac.

—Nunca —dijo Lawri—. ¡Negociar con copsiks!

Anthon y Clave se miraron.

—No importa —dijo el Grad, y todos se rieron. El tono de la voz de Lawri había sido lo bastante explícito.

Minya se detuvo y miró hacia afuera a través de la ventana de ramaje.

Las supervisoras habían encontrado a Gwen. Haryet la estaba reprendiendo mientras la conducía hacia las chozas. Haryet pertenecía a la segunda generación de copsiks, y era más baja que Minya; parecía diminuta al lado de su verdaderamente embarazada cautiva.

Nos oirán llegar, pensó Minya. Jinny también lo había descubierto. Avanzó a través del crujiente follaje, a diez metros al este de la posición de Minya ¡Bien! pensarán que escuchan a una, no a dos…

Dloris avanzó hacia Jinny con relámpagos en la cara. Abrir nuevos senderos estaba terminantemente prohibido.

Minya surgió por detrás de Dloris e intentó acuchillarla.

Gwen se volvió con su hijo entre los brazos y chilló. Dloris se dio la vuelta y miró fijamente. Quizá estar entre las madres y sus hijos había dado a la supervisora un cierto sentimiento de seguridad. Reaccionó lentamente. Antes de que pudiera agarrar la porra, Jinny la había sujetado de los brazos y Minya corría hacia ella con saltos largos y silenciosos.

Dloris se desasió de un manotazo. Jinny voló hacia atrás y llegó girando hasta Minya, que perdió un momento para dar un paso hacia un lado. Dloris levantó el medio metro de dura madera de los guardianes; lo usaba como un sable de la Armada.

—Espera —dijo—. Espera.

—¡Mi hijo no nacerá como copsik! —chilló Minya, y embistió.

Dloris bailó hacia atrás. El túnel se abría a sus espaldas, y Minya supo que podría parar a la supervisora antes de que llegara a él. Corrió hacia Dloris, dispuesta a golpear cuando la porra estuviera junto a ella. Jayan e Usa se movieron hacia aquel lugar a espaldas de Dloris. Jayan levantó la gran paleta, tan familiar, por el mango, mostrando el borde, como una espada que se manejara con dos manos.

Dloris bajó la porra.

—No me matéis. Por favor.

—Dloris, dinos lo que está pasando.

—Los Estados de Carther han asaltado el tronco. No sé quién está ganando.

—¿Han capturado el mac?

—¿El mac? —Dloris parecía completamente sorprendida.

La ataron con su cuerda. Usa quería hacer algo más; Minya conocía a Dloris demasiado bien para permitirlo. Ella no debería haber matado a Haryet tampoco, si… si…

Gavving vio que el mac descendía llameando. Patry hablaba por su caja, demasiado lejos como para que Gavving lo pudiera oír; pero el oficial de la Armada parecía furioso y asustado.

Vio que Gavving le observaba.

—¡Tú! ¡Todos vosotros! ¡Quedaos donde estáis! Si os movéis, tendré que disparar. ¿Entendido? Arny, cubríos.

Los dos hombres de la Armada desaparecieron entre el follaje. En aquel momento, Alfin dijo:

—Somos el cebo.

—Son sólo dos.

—¿Realmente piensas que tus amigos están en el mac? —preguntó Horse—. ¿Qué van a hacer con él?

—Rescatarnos —dijo Gavving con más seguridad de la que sentía—. Alfin, cuando el mac haya bajado, salta hasta las puertas y reza para que se abran.

Alfin resopló.

—Debes estar volviéndote loco. Mira esa cosa, ¿quieres que me monte en ella!

—Si puedo encontrar a Minya, yo mismo montaré en ella para huir de aquí.

—No tienes a Minya. Escucha, Gavving. Te recuerdo con los ojos enrojecidos y medio cerrados y llorando a mares. ¡Aquí han hecho su propio clima! Nadie pasa hambre, nadie está sediento. Es un árbol bueno y saludable con grandes cosechas de vida terrestre, Tengo un puesto de responsabilidad…

—¿Te gusta esto?

—Oh… comida de árbol. Quizá no me guste estar en ninguna parte. En la Tribu de Quinn también recibía órdenes. Me veo con una supervisora, una mujer simpática aunque sea como una torre junto a mí. No tenía nada parecido en la Mata de Quinn. Kor tiene ya un año o dos de más para el gusto de los ciudadanos, pero nosotros continuamos… y sigue sin gustarme esa caja.

—Yo lo haré. —Fue Horse quien habló—. Gavving, cédeme el puesto de Alfin.

El mac bajaba en línea recta hacia ellos. ¡Lo mejor sería que sus amigos estuvieran a bordo! Si no era así, no les quedaría otra opción que morir luchando.

—No es decisión mía —le dijo Gavving a Horse. Haz lo que yo haga, y ya veremos que dice Clave.

—Hecho.

—Alfin, la última oportunidad…

—No.

—¿Por qué?

Alfin le miró a los ojos.

—Aquí hay gravedad.

El grito de terror de Gwen hizo que su hijo despertase llorando. Pero ya se había tranquilizado. El conocimiento de Gwen estaba en las manos que acariciaban y daban amables palmaditas al niño. No había ninguno en sus ojos.

Las conspiradoras ignoraron a Gwen lo mismo que ella las ignoraba. Usa la hizo volver nuevamente, cuando intentó ir a las chozas. No querían que Gwen pudiera hablar con las demás.

—Usa —preguntó Jayan—, ¿estás segura de que necesitas esto?

Jinny no estaba embarazada; Jayan y Minya todavía no lo estaban tanto como para resultar un estorbo. Usa sí.

—No quiero que mi hijo nazca como copsik —contestó.

La rama se estremeció con la fuerza de un tremendo soplido.

—El segundo elevador —dijo Usa—. Karal dijo dos.

—Minya —intervino Jayan—, tú estuviste hablando con el Grad. ¿Qué dijo que hiciéramos?

—El Grad dijo que subiéramos. El intentaría capturar el mac. Si no podía hacerlo…

—Entonces ha muerto —concluyó Usa—, y los guerreros de los Estados de Carther habrán ido a la muerte, y nunca nos liberarán. O puede que haya capturado el mac. Que haya capturado el mac y haya metido a bordo a todos los guerreros de los Estados de Carther y esté intentando rescatarnos. ¿Quién viene con nosotros?

Nadie sugirió un nombre.

—Sólo nosotras somos nuevas copsiks. Que las demás hagan su propia revuelta.

—No vais a subir.

Se volvieron, sorprendidas. Los ojos de Dloris lanzaron su potencia letal. Obstinadamente, lo repitió.

—No vais a subir. Los túneles llevan a la aleta y a la boca del árbol. No hay ningún túnel que conecte con la punta de la mata; allí es donde viven los hombres. Ninguna de vosotras sabe hacer un túnel a través del follaje: y si llegáis a la punta, resaltaréis tanto como un moby en una cazuela.

—Entonces, ¿qué?

—Quedaros aquí hasta que vuestros amigos vengan a por vosotras.

Usa sacudió la cabeza.

—¿En el complejo infantil? Karal ya debe haber evacuado las zonas superiores.

—Usa, esto es muy complicado y no podemos conectar con la cima. Lo único que lograréis será perderos.

—¿A ti qué te importa todo eso, Dloris?

—Dejadme vivir. No digáis a nadie que os he ayudado.

—¿Por qué?

—Quiero por una vez escapar de mí misma. He sido supervisora demasiado tiempo. Muchos me desean la muerte. Pero vosotras solas no podréis subir. Quedaos aquí y esperad.

Se miraron unas a otras.

—Tú fuiste supervisora. ¿Durante treinta años? —Dijo Minya—. No. Creo que sé cómo tenemos que obrar.

El Grad enroscó los controles del motor… una chapuza. Habían de usarse a pares o en grupos para que el mac no empezara a girar. El Grad se dirigió hacia el follaje que había varios metros por debajo de la plataforma, con un horrendo estampido, y abrió las puertas en cuanto pudo.

Tres hombres saltaron hacia la puerta. Gavving agarró el brazo del hombre más viejo. El tercer hombre vestía de azul, y hacía girar una espada. Debby apuntó cuidadosamente y clavó una saeta de ballesta en él.

Gavving y el desconocido se metieron dentro. El hombre más viejo jadeaba.

—Tenemos que movernos —dijo Gavving—. Este es Horse. Quiere unirse a la Tribu de Quinn. Alfin no viene. Le gusta esto.

Un arpón emplumado rebotó entre las puertas. El Grad las cerró.

—Dejé a Minya y a Jayan —dijo el Grad— en el recinto de mujeres embarazadas…

—¿Qué? ¿Minya?

—Llevaba un huésped, Gavving. Tu hijo. Y los hombres no están permitidos en esa sección. —Más tarde, el Grad le diría la verdad… o parte de ella. De momento, para los testigos y para la grabación, Minya lleva el hijo de su esposo—. También está Usa allí, Anthon. Le dije a Minya que se reuniera con ella y que subieran hasta aquí. Tendremos que esperarlas.

Clave asintió. Gavving miraba fijamente con la boca abierta.

—Grad —dijo—, ¿no sabes que los túneles de los hombres no conectan con los de las mujeres?

—¿Qué dices?

—¡Que ellas no pueden ir más que a la aleta o a la boca del árbol, o volver! O abrirse camino… ¡Grad, es seguro que van a capturarlas!

Clave le puso a Gavving una mano sobre el hombro.

—Cálmate, muchacho. Grad, ¿dónde podríamos ir?

El Grad intentaba pensar. Pero fue Horse quien habló.

—No a la aleta. Aquello es de la Armada. Quizá nadie se dé cuenta de que hay unas cuantas mujeres de más en los Comunes o en las escuelas. O quizá se hayan quedado donde estaban y nos esperen.

—Jinny iría otra vez a la boca del árbol. De acuerdo. —El Grad encendió los motores delanteros.

El mac avanzó con la cola por delante a lo largo de la mata, dejando a su paso un sendero de llamas. Lawri chilló.

—¡Estás prendiéndole fuego al árbol! Fue ignorada.

—Yo hubiera ido al complejo de mujeres embarazadas. Nunca hubiese ido a los Comunes.

—Alfin sí —dijo Gavving—. Son grandes, y llegan hasta la boca del árbol. Si pudiéramos meter el mac en la boca del árbol…

Lawri se retorció.

—¡No podéis! ¡No podéis quemar la boca del árbol! ¿Qué vais a hacer? ¡Esto no es ya un motín, esto es una desenfrenada destrucción!

—¿Haría tratos el Árbol de Londres con copsiks amotinados? —preguntó Anthon suavemente.

Lawri permaneció silenciosa.

—Quedarnos aquí no va a resolver nuestros problemas. Antes fuiste muy convincente. Vamos a salvar a nuestra gente.

El mac se movió de lado a lo largo de la mata, acelerando poco a poco. Bajo ellos el cielo estaba despejado y el Grad hizo que el mac diese la vuelta.

Bajaron hasta más allá de la boca del árbol. El mac ralentizó, cerniéndose sobre ella. El Grad pulsó un par de botones amarillos. La luz relampagueó en los Comunes en dos rayos gemelos, como si el mac fuese un sol prisionero.

Las mujeres corrían… hacia otro lado. Todas eran gigantes de la jungla, saltando como ranas hacia el piso entretejido de ramas espinosas. Ninguna iba en el camino adecuado, ni era lo suficientemente morena como para ser Jinny.

—Baja —dijo Gavving como si su propia voz le hiriese—. Vamos al recinto de las mujeres embarazadas. ¿Qué hacemos cuando lleguemos?

El Grad dejó que el mac se sumergiera. Estaban ya debajo de la mata: el cielo era azul bajo ellos, verde más arriba.

—Esto está bajo la rama. Pienso que lo mejor es subir por ella. Puede que no lo consiga exactamente, y que los hombres de la Armada imaginen lo que estamos haciendo. ¿Estáis preparados para la lucha?

—Sí —dijeron varias voces.

El Grad sonrió.

—Quizá también podamos librarnos del hombre de plata, que todavía sigue con nosotros… ¿Qué es aquello?

Había cosas que caían del follaje. Un hato de ropa atado con cuerda. Grandes barras de pan. La carcasa de un pájaro, limpia y pelada. Poco después, del verde firmamento, empezaron a llover mujeres. Jayan, Jinny, y una gigante de la jungla: ¿Ilsa?

—Están saltando —dijo Gavving maravillado—. ¿Qué hubiera pasado si no hubiésemos venido?

—Lo hemos hecho —dijo Merril—. ¡Cógelas!

Cayeron dos grandes bolsas de cuero, y después otra mujer, saltando con la cabeza hacia abajo para alcanzar a las demás: Minya.

El Grad cortó los motores y estuvo pensando durante un momento. Era consciente de las voces que le gritaban pero era capaz de ignorar los ruidos que le estorbaban.

Recogerlas en la esclusa de aire. ¿Qué pasa con el hombre de plata? Todavía colgaba de la superficie dorsal. El Grad giró el mac para colocarlo entre el enano del traje a presión y las mujeres que caían.

Se estaban apartando. Harían falta tres operaciones. Primero, Jayan y Jinny. Se miraban la una a la otra con las manos entrelazadas, como cuando se desmanteló el Árbol de Dalton-Quinn. Parecían bastante tranquilas para las circunstancias. El mac se movió hacia ellas cuidadosamente.

El hombre de plata trepaba alrededor de la esclusa de aire.

—Agarraos —dijo el Grad haciendo que el mac girase. Más deprisa. Su cabeza también giraba; vio malestar en las caras que había tras él. El hombre de plata, sorprendido mientras daba la vuelta a una esquina, colgaba de las manos. El Grad usó los motores nuevamente, contra el giro, e hizo chocar violentamente al hombre de plata contra el casco. Este se desprendió y voló libre.

El Grad abrió las puertas. Las gemelas aún volaban hacia él. Expelió una ligera llamarada para frenar el mac: lo detuvo junto a ellas, volvió y se movió de lado. Y ambas empezaron a trepar por el mac.

Formas azules se deslizaban por el cielo verde. Hombres de la Armada, con vainas surtidor y arcos de pie y algo grande a lo que se agarraban tres hombres.

La reunión tendría que esperar.

—Agárrate a la silla —le dijo a Clave. Minya fue la siguiente. Volaba hacia el mac como si lo hubiera hecho durante toda su vida. El Grad no puso mucho cuidado; Minya golpeó contra el casco, y apareció con la nariz ensangrentada—. Lo siento —dijo—. ¡Gavving, no te preocupes de eso, ahora siéntate en una silla! ¿Quién es la siguiente?

—Es Usa —dijo Anthon—. ¡Están disparando contra ella! ¡Grad, cógela!

—Es lo que intento hacer. ¿Necesitamos la comida y todo lo demás? —Estaba ya junto a Usa, entre ella y los hombres de la Armada que caían. Voy resplandecía a espaldas de Usa. Flechas de arcos de pie marcaron el casco… pero aquel ruido sordo no encajaba en sus esquemas. ¿Qué…?

La mirada de terror y determinación de lisa se disolvió en un sueño feliz. El lo supo antes de mirar: el hombre de plata había vuelto, con pistola escupidora y todo lo demás. Estaba en la superficie dorsal, fuera del alcance de las puertas, y Anthon había lanzado una cuerda alrededor de la cintura de Usa y estaba tirando de ella.

—Métela… —Las sillas estaban ocupadas—. Que alguien la ponga en la pared del fondo y se quede junto a ella. No toquéis ningún aparato. Debby, pon una saeta encordada en esa carcasa y tira de ella.

—El hombre de plata… —dijo Anthon.

—Está muy cerca. Si él consigue atravesar la puerta, saltad todos sobre él. La pistola escupidora no puede matar, pero si nos dispara a todos, podrá apresarnos.

Jinny informó al Grad.

—Llevamos un montón de ropa limpia y una provisión de agua.

—Ya tenemos agua. La ropa… ¿por qué no? Eh, le dije a Minya que subierais. Si lo hubieseis hecho, nunca os hubiéramos encontrado…

—Con el mac en tu poder —dijo Minya—, habrías logrado encontrarnos hasta en el cielo.

Los hombres de la Armada no habían abandonado la espesura verde situada debajo y al extremo de la rama. Bastante sorprendente. Si fallaban en el intento de capturar el mac, ¿cómo podrían alcanzar el árbol otra vez? Debían haberlo considerado útil, Denso el Grad, pero no lo era para la voluminosa cosa de materia estelar que manejaban como un arma.

La carcasa del pájaro salmón se había convertido en una negra silueta con un doloroso Voy brillando tras ella. Anthon y Debby apartaban la vista del resplandor… pero sus flechas atadas se habían clavado y estaban recogiéndolas. Quizá el hombre de plata esperaba a que alguien sacara la cabeza; nadie lo hizo. Intentó entrar cuando recogieron el paquete de ropa, y el Grad estuvo a punto de pillarlo entre las puertas que se cerraban. Aquello dejó también fuera la ropa, y un borde rojo alrededor de un diagrama amarillo.

—Nunca antes había visto el rojo. ¿Qué quiere decir?

Lawri se dignó a contestar, despectivamente.

—Emergencia. El asidero de la cuerda impide que cierre bien la esclusa.

El Grad abrió la puerta (la roja advertencia desapareció) y Debby logró introducir el paquete de ropa en el mac. El hombre de plata no intentó seguirla esta vez. Las puertas podrían herirlo. Perdió su última oportunidad: el Grad cerró las puertas y suspiró de satisfacción.

Su suspiro se cortó cuando la pantalla baja llameó limpiamente, rojo deslumbrante; luego esta visión desapareció de la ventana arqueada.

Las otras pantallas mostraron reflejos del torturante brillo escarlata.

—¿Puede dañarnos esa cosa? —Preguntó Anthon mientras Lawri gritaba:

—¡Ahora lo veréis! ¡Van a cortaros por la mitad!

Clave dijo:

—Casi nos alcanzan. Los vamos a tener en el casco si…

—¡Id a darle de comer al árbol! —les gritó el Grad a todos ellos. No podía pensar. ¿Qué podía hacerles aquella luz? Ni Klance ni Lawri la habían mencionado nunca.

Tenemos todo lo que necesitamos. Olvida el pan, olvida el agua. ¡Vete! Ellos nunca tendrán el mac.

Lawri vio cómo movía la mano y chilló.

—¡Espera! —El Grad no lo hizo. Palmeó el centro de la gran barra vertical de color azul.