124805.fb2 Marfil y monas y pavos reales - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 15

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En ese caso Everard no sintió piedad. Pero no había querido matarlo en aquel encuentro. No. Cautivos vivos, bajo psicointerrogación perfectamente inofensiva y sin dolor, podrían dirigir a la Patrulla a todo tipo de villanos interesantes.

Everard hizo descender su vehículo. El motor vibraba, manteniendo su posición contra las olas que entrechocaban, el viento que rasgaba, aullaba y enfriaba. Tenía las piernas fuertemente apretadas contra la estructura. Se inclinó sobre la montura, agarró al hombre semiconsciente, lo levantó y lo colgó del asiento. «¡Vale, a coger algo de altitud! »

Fue por pura casualidad, pero no por ello menos satisfactorio, que él, Manse Everard, resultase ser el agente de la Patrulla que había atrapado a Merau Varagan.

El escuadrón buscó un lugar tranquilo para evaluar la situación antes de ir al futuro. Eligieron un islote egeo deshabitado. Los acantilados blancos surgían de aguas cerúleas, cuya quietud sólo se veía alterada por el reflejo de la luz del sol y por la espuma. Las gaviotas volaban igualmente luminosas y gritaban mecidas por la brisa. Por entre los pedruscos crecían arbustos. El calor les arrancaba un aroma acre a sus hojas. Muy, muy lejos pasaba una vela. Podría haber sido la de la nave de Odiseo.

Los agentes celebraron una reunión. No habían sufrido más que unas pocas heridas. Para ésas había analgésicos y otros tratamientos, y más tarde el tratamiento hospitalario repondría lo que se hubiese perdido. Habían derribado cuatro vehículos exaltacionistas; tres habían escapado, pero los perseguirían. Habían hecho muchos prisioneros.

Uno de los patrulleros, siguiendo el transmisor, había rescatado a Pummairam del mar.

—¡Buen espectáculo! —bramó Everard y abrazó al muchacho.

Estaban sentados en un banco del puerto Egipcio. Era una lugar tan íntimo como cualquier otro, ya que todos los que los rodeaban estaban demasiado ocupados para prestar atención; y pronto el pulso de Tiro se apagaría para ellos dos. Atraían algunas miradas. Para celebrar la ocasión, además de visitar varios lugares de diversión de la ciudad, Everard había comprado para ambos caftanes de la mejor tela y los tintes más hermosos, dignos de los reyes que sentían ser. Lo único que le interesaba de la ropa era que causaría la impresión adecuada en su despedida de la corte de Hiram, pero Pum estaba en éxtasis.

El muelle estaba lleno de sonidos: el roce de los pies, el choque de las pezuñas, el crujido de las ruedas, el alboroto de los barriles rodando. Entraba carga de Ofir, a través del Sinaí, y los estibadores descargaban los costosos fardos. Los marineros descansaban en la taberna cercana, donde una chica bailaba al son de la música de la flauta y el tamboril; bebían, jugaban, reían, presumían, intercambiaban historias de países lejanos. Un vendedor cantaba alabanzas de sus dulces. Pasó cargando un carro tirado por un burro. Un sacerdote de Melqart, con una espléndida túnica, hablaba con un austero extranjero servidor de Osiris. Un par de aqueos de pelo rojo se abrían paso con aspecto de piratas. Un guerrero de larga barba venido de Jerusalén y el guardaespaldas de un dignatario filisteo intercambiaron miradas, pero la paz de Hiram detuvo sus espadas. Un hombre negro vestido con piel de leopardo y plumas de avestruz atraía un enjambre de pilluelos fenicios. Un asirio caminaba con dificultad, sosteniendo el bastón como si fuese una lanza. Un anatolio y un rubio del norte de Europa caminaban del brazo, borrachos de cerveza y alegres… El aire olía a tintes, heces, humo, alquitrán, pero también a sándalo, mirra, especias y sal.

Al final moriría, todo aquello, siglos en el futuro, como todo debe morir; pero primero, ¡con qué fuerza habrá vivido! ¡Qué rica será su herencia!

—Sí —dijo Everard—. No quiero que te sientas excesivamente orgullo… —rió—, aunque no sé si alguna vez has sido humilde. Aun así, Pum, eres un importante hallazgo. No nos limitamos a rescatar Tiro, te ganamos a ti.

Ligeramente más vacilante de lo habitual, el joven miró al frente.

—Me lo explicasteis, mi señor, cuando me enseñasteis. Que casi nadie en esta edad del mundo puede imaginar el viaje en el tiempo y las maravillas del mañana. No tiene sentido decírselo, porque simplemente no lo entenderán y se asustarán. —Se agarró la aterciopelada barbilla—. Quizá yo soy diferente porque siempre he estado solo, sin que nunca me metiesen en un molde y me dejasen secar. —Con alegría—: En ese caso alabo a los dioses, o a quienes sean, que me arrojaron a esta vida. Me prepararon para una nueva vida con mi amo.

—Bien, no, realmente no es eso —contestó Everard—. No nos volveremos a ver muy a menudo.

—¿Qué? —exclamó Pum sorprendido—. ¿Por qué? ¿Os ha ofendido vuestro sirviente, mi señor?

—De ninguna forma. —Everard agarró el pequeño hombro de¡ muchacho—, Al contrario. Pero mi trabajo es errante. A ti te queremos como agente en un lugar, aquí, en tu país natal, que conoces mejor de lo que ningún extranjero como yo, o Chaim y Yael Zorach, conocerá nunca. No te preocupes. Será un buen trabajo, y te exigirá todo lo que puedas dar.

Pum suspiró. Su sonrisa era blanca.

—¡Bien, será perfecto, amo! En verdad, me sentía ligeramente intimidado por la idea de viajar siempre entre extraños. —Bajó el tono—. ¿Vendréis a visitarme?

—Claro, de vez en cuando. O si lo prefieres, podrás reunirte conmigo en lugares interesantes del futuro cuando tengas permiso. Los patrulleros trabajamos duro, y en ocasiones corremos peligro, pero también nos divertimos.

Everard hizo una pausa, y luego siguió hablando:

—Claro está, primero necesitarás entrenamiento, educación, todos los conocimientos y habilidades de los que careces. Irás a la Academia, en otro momento del espacio y el tiempo. Allí pasarás años, y no serán años fáciles… aunque creo que en general los disfrutarás. Finalmente regresarás a este mismo año en Tiro, sí, a este mismo mes, y te integrarás en tu puesto.

—¿Seré un adulto?

—Exacto. De hecho, te harán ganar tanto peso y altura como conocimientos te metan dentro. Necesitarás una nueva identidad, pero eso no será difícil de arreglar. Te servirá el mismo nombre; es muy común. Serás Pummairam el marino, que partió años antes como joven de cubierta, hizo fortuna en el comercio y está preparado para comprar una nave y fundar su propia empresa. No te harás notar demasiado, eso lo estropearía todo, pero serás un próspero y bien considerado súbdito del rey Hiram.

El muchacho entrechocó las manos.

—Señor, vuestra benevolencia supera a vuestro sirviente.

—Todavía no he terminado —contestó Everard—. Tengo autoridad discrecional en casos como éste, y voy a hacer algunos arreglos en tu nombre. No podrás pasar por hombre respetable cuando te establezcas a menos que te cases. Muy bien, te casarás con Sarai.

Pum gimió. Su mirada al patrullero era de consternación.

Everard rió.

—¡Venga, vamos! —dijo—. Puede que no sea una belleza, pero tampoco es desagradable; le debemos mucho. Es leal, inteligente y conoce los modos de palacio y muchas cosas útiles. Cierto, nunca sabrá quién eres realmente.

»Simplemente será la esposa del capitán Pumrnairam y la madre de sus hijos. Si en su mente se forma alguna pregunta, creo que tendrá la inteligencia de no manifestarla. —Con severidad—: Serás bueno con ella. ¿Me oyes?

—Bien… bueno, bien… —La atención de Pum se desvió a la bailarina. Los hombres fenicios vivían con una doble medida, y Tiro tenía más que su porción de casas de diversión—. Sí, señor.

Everard golpeó la rodilla del otro.

—Leo tu mente, hijo. Sin embargo, podrías descubrir que no te interesará ir por ahí. Como segunda esposa, ¿qué te parece Bronwen?

Fue un placer ver a Pum pasmado. Everard se puso serio.

—Antes de irme —le explicó—, tengo intención de ofrecerle a Hiram un regalo, no el tipo de regalo común, sino algo espectacular, como un lingote de oro. La Patrulla posee riquezas ¡limitadas y adopta una actitud relajada con la requisa. Por su honor, Hiram no podrá negarme nada a cambio. Le pediré a su esclava Bronwen y sus hijos. Cuando sean míos, los liberaré formalmente y luego le daré una dote.

»La he sondeado. Si puede tener libertad en Tiro, realmente no quiere regresar a su tierra natal y compartir una choza con otros diez o quince miembros de una tribu. Pero para quedarse aquí debe tener un marido, un padrastro para sus hijos. ¿Podrías ser tú?

—Yo… podría yo… podría ella… —La sangre iba y venía al rostro de Pum. Everard asintió.

—Le prometí que le encontraría un hombre decente.

Ella se había quedado melancólica. Pero aun así, en esta época, como en la mayoría, las cuestiones prácticas se imponían al romance.

Para él puede llegar a ser duro ver a su familia envejecer mientras él sólo lo finge. Pero con sus misiones por el tiempo, los tendrá durante muchas décadas de su vida; y, después de todo, no ha crecido con la sensibilidad americana. Debería irle razonablemente bien. Sin duda las mujeres se harán amigas, y se unirán para gobernar con calma el nido del capitán Pummairam.

—Entonces… ¡oh, mi señor! —El joven se puso en pie de un salto e hizo cabriolas.

—Tranquilo, tranquilo. —Sonrió Everard—. En tu calendario, recuerda, pasarán años antes de que te establezcas. ¿Por qué retrasarlo? Busca la casa de Zakarbaal y preséntate ante los Zorach. Ellos te pondrán en camino.

Por mi parte… me tomaré unos días para terminar con cortesía y de forma plausible mi estancia en palacio. Mientras tanto, Bronwen y yo… Everard suspiró, con melancolía propia.

Pum se fue. Con los pies volando y el caftán aleteando, la rata del puerto púrpura corrió hacia el destino que iba a labrarse por sí mismo.