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—Creo que por eso lo necesita más, querido —murmuró—. Nosotros también. La amenaza puede esperar un poco más. Ya ha estado esperando, ¿no?
De la bolsa del cinturón, Everard extrajo los anacronismos que se había permitido y que allí sólo podía usar en privado: pipa, tabaco, encendedor. La tensión de Zorach se alivió un poco; rió y sacó cigarrillo de un cofre cerrado que contenía comodidades similares. Su lenguaje cambió a un inglés con acento de Brooklyn.
—Eres americano, ¿no, agente Everard?
—Sí. Reclutado en 1954 —¿Cuántos años de su línea vital había] pasado «desde» que había realizado ciertas pruebas y había descubierto la existencia de una organización que protegía el tiempo? No los había contado últimamente. Tampoco importaban demasiado, cuando él y sus compañeros se beneficiaban de un tratamiento que les impedía envejecer—. Uh, pensaba que los dos erais israelíes.
—Lo somos —le explicó Zorach—. De hecho, Yael es sabra. Pero yo no emigre hasta que fui a realizar unas excavaciones arqueológicas y la conocí. Eso fue en 1971. Cuatro años más tarde nos reclutó la Patrulla.
—¿Cómo sucedió, si puedo preguntarlo?
—Se acercaron a nosotros, nos evaluaron y finalmente nos dijeron la verdad. Naturalmente, aprovechamos la oportunidad. El trabajo es en ocasiones duro y solitario, doblemente solitario en cierta forma cuando regresamos a casa de descanso y no podemos contarle a los amigos y colegas lo que hemos estado haciendo, pero totalmente fascinante. —Zorach hizo una Mueca. Sus palabras se volvieron casi un murmullo—. Además, bien, este puesto es precisamente especial para nosotros. No sólo mantenemos la base y el negocio de tapadera, nos las arreglamos para ayudar de vez en cuando a la gente de aquí. O lo intentamos. Hacemos todo lo que podemos evitando que nadie sospeche que hay algo raro en nosotros. Eso compensa, en cierta forma, un poco… por lo que nuestros compatriotas harán aquí en el futuro.
Everard asintió. Eso le resultaba familiar. Muchos agentes de campo eran especialistas como ellos, y pasaban toda su carrera en una única época. Tenían que serlo, si debían aprender lo suficiente para servir a los propósitos de la Patrulla. ¡Qué ayuda sería tener personal nativo! Pero era muy raro antes del siglo XVIII d.C., o después en muchas partes del mundo. ¿Cómo podía una persona que no había crecido en una sociedad industrializada y científicamente avanzada llegar siquiera a entender el concepto de máquina automática y, menos aún, de un vehículo que salta en un parpadeo de aquí allá o de un año a otro? Un genio ocasional, claro está; pero, los genios más evidentes se labraban un lugar propio en la historia, y no te atrevías a contarles los hechos miedo a producir un cambio…
—Sí —dijo Everard—. En cierta forma, es más fácil para un operativo libre como yo. Equipos de marido y mujer, o mujeres generalmente… No es por entrometerme pero ¿qué hacen con los hijos?
—Oh, tenemos dos en casa, en Tel Aviv —respondió Yael Zorach—. Ajustamos los regresos de forma que nunca salimos de sus vidas más que unos días. —Suspiró—. Es extraño, claro, cuando para nosotros han pasado meses. —Se animó—. Bien, cuando tengan la edad adecuada también se unirán a la Patrulla. El reclutador regional ya los ha examinado y ha decidido que son buen material.
Si no —pensó Everard—, ¿soportaríais verlos envejecer, sufriendo los horrores que se avecinan, para morir finalmente, mientras vosotros seguís teniendo un cuerpo joven? Esa idea le había apartado más de u vez del matrimonio.
—Creo que el agente Everard se refiere a hijos aquí, en Tiro Chaim Zorach—. Antes de venir de Sidón, tomamos un barco, como tú, porque íbamos a convertirnos en moderadamente visibles en la sociedad. Con discreción, compramos un par de niños a un tratante esclavos y los hemos hecho pasar por propios. Tendrán una vida buena como podamos procurarles. —Se callaban que, probablemente eran los sirvientes quienes se encargasen de educarlos; sus padres adoptivos no podían permitirse depositar en ellos demasiado amo Eso nos evita parecer poco naturales. Si desde entonces la matriz de esposa se ha cerrado, es un infortunio común. A veces me tratan de tonto por no tomar una segunda esposa o, al menos, una concubina, pero en general los fenicios se preocupan de sus propios asuntos.
—Entonces, ¿os gustan? —preguntó Everard.
—Oh, sí, en general sí. Tenemos excelentes amigos entre ellos. Mejor que así sea, siendo éste un nexo tan importante.
Everard frunció el ceño y chupó con fuerza de la pipa. La cazo¡ se había puesto cómodamente cálida en su mano, encendida corno pequeño fuego de hogar.
—¿Creen que es lo correcto?
Los Zorach parecieron sorprendidos.
—¡Claro que lo es! —dijo Yael—. Sabemos que lo es. ¿No te lo explicaron?
Everard escogió con cuidado sus palabras.
—Sí y no. Me pidieron que investigara el asunto y, tras aceptar, me empapé de toda la información sobre la época. En cierta forma, fue demasiada información; se me hizo difícil ver el bosque entre los árboles. Sin embargo, por experiencia sé que es mejor evitar las grandes generalizaciones antes de una misión. Podría ser difícil distinguir los árboles entre la espesura, por así decirlo. Mi idea era que, después de salir de Sicilia y tomar el barco hacia Tiro, tendría tiempo para digerir la información y formarme mis propias ideas. Pero no salió bien, porque el capitán y la tripulación eran tan infernalmente curiosos que tuve que dedicar todas mis energías mentales a contestar sus preguntas, que en ocasiones eran difíciles, sin dejar escapar nada. —Hizo una pausa—. Eso sí, el papel de los fenicios en general, y de Tiro en particular, en la historia judía es… evidente.
Aquella ciudad pronto se convirtió en la principal influencia civilizadora en el reino que David había formado a partir de Israel, Judá y Jerusalén, su principal ventana al mundo exterior y punto comercial. Ahora Salomón continuaba la amistad de su padre con Hiram. Los tirios suministraban la mayoría de los materiales y casi toda la mano de obra especializada para construir el Templo, así como estructuras menos famosas. Se embarcarían con los hebreos en empresas de exploración y comerciales. A Salomón le adelantarían una infinidad de bienes, una deuda que sólo podría pagar cediéndoles una veintena de sus poblados… con las implicaciones a largo plazo que eso tuviese.
Las sutilezas eran más profundas. Las costumbres, ideas y creencias de los fenicios permeaban todas las regiones cercanas, para bien o para mal; el mismo Salomón ofrecía sacrificios a sus dioses. Yahvé no se convertiría realmente en el único Dios de los judíos hasta que el cautiverio en Babilonia los obligase a ello, como forma de preservar una identidad que diez de sus tribus ya habían perdido. Antes de eso, el rey Ajab de Israel tomaría a la princesa tiria Jezabel como su reina. El terrible recuerdo que habían dejado no era merecido; la política de alianzas extranjeras y tolerancia religiosa que intentaron establecer bien podría haber salvado al país de su posible destrucción. Por desgracia, chocaron con el fanático Elías; «el mulá loco de las montañas de Gilead» como lo llamaría Trevor—Roper. Y, sin embargo, si el paganismo fenicio no hubiese desencadenado su furia, ¿hubiesen los profetas creado la fe que duraría miles de años y transformaría el mundo?
—Oh, sí —dijo Chaim—. La Tierra Santa está repleta de visitantes.
La base de Jerusalén está abarrotada de forma crónica. Intenta regular el tráfico. Aquí recibimos muchos menos visitantes, en su mayoría científicos de distintas épocas, comerciantes de obras de arte y similares, y el ocasional turista rico. Sin embargo, mantengo que este lugar, Tiro, es el verdadero nexo de esta época. —Con dureza añadió—: Y parece que nuestros oponentes han llegado a la misma conclusión, ¿no?
La desolación se apoderó de Everard. Debido exactamente a que la fama de Jerusalén, a los ojos del futuro, ensombrecía Tiro, aquella estación tenía menos personal que la mayoría; por tanto, era terriblemente vulnerable. Y si realmente era la raíz del mañana y la raíz se cortaba…
Los hechos pasaron por su mente con tanta viveza como si ya no los conociera.
Cuando los humanos construyeron su primera máquina del tiempo, mucho después del siglo natal de Everard, los superhombres danelianos llegaron desde un momento aún más en el futuro para organizar la fuerza policial de los caminos temporales. Recopilaría conocimiento, daría guía, ayudaría a los necesitados, frenaría a los malvados; pero esas bondades eran un añadido a su verdadera función: preservar a los danelianos. Un hombre no perdía el libre albedrío simplemente por viajar al pasado. Podía afectar el curso de los acontecimientos tanto como antes. Cierto, éstos tienen su momento, y es enorme. Las pequeñas fluctuaciones desaparecían con rapidez. Por ejemplo, si un individuo normal había muerto joven o había vivido durante mucho tiempo, si había prosperado o no, eso no generaba una diferencia importante varias generaciones después. A menos que ese individuo fuese, digamos, Salmanasar, Gengis Kan, Oliver Cromwell o V.I. Lenin; Gautama Buda, Confucio, Pablo de Tarso o Mahoma; Aristóteles, Galileo, Newton o Einstein… Si cambias algo así, viajero del mañana, te encontrarás donde estás, pero la gente que te produjo ya no existe, nunca existió, y por delante no hay más que una Tierra completamente distinta, y tú y tus recuerdos demuestran la no causalidad, el caos definitivo que esconde el cosmos.
Ya antes, en su propia línea de mundo, Everard había tenido que detener a los atrevidos e ignorantes para que no produjesen ese caos. No eran demasiado habituales; después de todo, las sociedades que poseían el viaje en el tiempo por regla general examinaban con cuidado a sus emisarios. Sin embargo, era inevitable que se produjesen errores en el curso de un millón de años o más.
Así como crímenes.
Everard habló despacio.
—Antes de entrar en detalles sobre esa banda y sus operaciones…
—Sobre los escasos detalles que tenemos —murmuró Chaim Zorach.
—… me gustaría tener alguna idea del razonamiento. ¿Por que eligieron Tiro como víctima? Es decir, aparte de por su relación con los judíos.
—Bien —dijo Zorach—, para empezar, considera los acontecimientos políticos en el futuro. Hiram se ha convertido en el rey más poderoso de Canaán y esa fuerza le sobrevivirá. Tiro rechazará a los asirios cuando lleguen, con todo lo que eso implica. Llevará el comercio por mar hasta Bretaña. Fundará colonias, la principal de las cuales será Cartago. —Everard apretó la mandíbula con fuerza. Conocía, por ratones personales, lo importante que iba a ser Cartago en la historia—. Se someterá a los persas, por razonable voluntad propia, y entre otras cosas proveerá la mayor parte de la flota cuando ataquen Grecia, Ese esfuerzo fracasara, claro, pero imagina cómo hubiese sido el mundo si los griegos no se hubiesen enfrentado a ese desafío en particular. Con el tiempo, Tiro caerá ante Alejandro Magno, pero sólo después de metes de asedio… un retraso en su avance que tendrá incalculables consecuencias.
»Mientras tanto, como estado fenicio más importante, será crucial la divulgación de las ideas fenicias por todo el mundo. Sí, las legará a los mismísimos griegos. Conceptos religiosos corno Afrodita, Adonis, Heracles y otras figuras tuvieron su origen en divinidades fenicias. El alfabeto, una invención fenicia. El conocimiento de Europa, África y Asia, lo traerán los navegantes fenicios. Están los progresos en construcción de barcos y navegación.
Su tono se encendió de entusiasmo.
—Yo diría que por encima de todo, está el origen de la democracia, valor y los derechos de los individuos. No es que los fenicios tenían tales teorías; la filosofía, como el arte, nunca será uno de sus puntos fuertes. Pero es igual el aventurero mercantil, explorador o empresario, es su ideal, un hombre que se vale por sí mismo, que decide por sí mismo. Aquí mismo, Hiram no es un rey dios como en la tradición egipcia u oriental. Heredó su cargo, cierto, pero esencialmente preside sobre los magistrados, los magnates que deben aprobar todo lo que hace. Tiro se parece realmente un poco a la república veneciana medieval durante sus días de gloria.
»No, no tenernos el personal científico para documentar cada paso. Pero estoy convencido de que los griegos desarrollaron sus instituciones democráticas bajo una fuerte influencia fenicia, especialmente de Tiro… ¿y de dónde recibirían tu país y el mío esas ideas, sino de los griegos?
El puño de Zorach golpeó el brazo del sillón. Con la otra mano se llevó el whisky a los labios para tomar un largo y furioso sorbo.
—¡Eso es lo que esos demonios han descubierto! —exclamó—. ¡Han tomado Tiro como rehén porque es así como apuntas una pistola al futuro de toda la especie humana!
Sacó un holocubo y le mostró a Everard lo que sucedería al cabo de un año.
Había tomado las imágenes con una especie de minicámara, en realidad una grabadora molecular— del siglo XXII, oculta corno una gema en un anillo («había» era la única forma ridícula de expresar que había ido atrás y delante en el tiempo. La gramática del temporal incluía los tiempos verbales adecuados). Cierto, no era ni un sacerdote ni un acólito, pero como seglar que realizaba generosas donaciones para que la diosa favoreciese sus empresas tenía acceso libre.
La explosión tuvo lugar —tendría lugar— en aquella misma calle, en el pequeño templo de Tanith. Al ocurrir de noche, no hirió a nadie, pero destrozó el santuario interior. Girando el punto de vista, Everard examinó las paredes rotas y ennegrecidas, el altar y el ídolo destrozados, las reliquias y tesoros esparcidos, los fragmentos retorcidos de metal. Los hierofantes horrorizados buscaban aplacar la ira divina con plegarias y ofrendas, en ese lugar y en todos los puntos sagrados de la ciudad.
El patrullero seleccionó un volumen de espacio dentro de la escena y lo amplió. La bomba había fragmentado a su portador, pero no había posibilidad de confundir las piezas. Un saltador estándar de dos asientos, como los que recorrían el tiempo por millares, se había materializado y había estallado de forma instantánea.
—Recogí algo de polvo y ceniza cuando nadie miraba, y los envié al futuro para que fuesen analizados —dijo Zorach—. El laboratorio confirmó que la explosión había sido química… el nombre es fulgurita—B.
Everard asintió.
—La conozco. De uso común durante mucho tiempo, empezando un poco después de la época de origen de nosotros tres. Por tanto fácil de obtener en gran cantidad, imposible de seguir… muchísimo más simple que un isótopo nuclear. Y tampoco haría falta demasiada para producir tanto daño… supongo que no habéis tenido suerte interceptando la máquina, ¿no?
Zorach negó con la cabeza.
—No. O más bien, los agentes de la Patrulla no han podido. Fueron al pasado del suceso, plantaron instrumentos de todo tipo que podían ser ocultados, pero… todo sucede demasiado rápido.