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— Léelas en voz alta — pidió Dag, pero Pavlysh se rehusó. Estaba demasiado cansado. Sin embargo, prometió trasmitir las partes más interesantes una vez que hubiera repasado todo el material para sí. Dag no discutió.
Descubrí este papel hace ya dos meses, pero no podía hallar algo con qué escribir en él. Ayer finalmente me di cuenta de la existencia de una pila de mineral similar al grafito, almacenada en el cuarto de al lado, y custodiada por uno de los Glupys.
Tomé uno de ellos y lo afilé, así que ahora ya puedo escribir. (Al día siguiente, Pavlysh descubriría largas columnas de pequeños rasguños en la pared de la cabina de Natasha, suponiendo que los había hecho con el objeto de llevar la cuenta de los días.)
Hacía ya mucho tiempo que estaba deseando llevar un diario, pues tengo la esperanza de que algún día, aunque yo no viva para verlo, alguien me encontrará. Uno no puede vivir sin conservar al menos una esperanza. Algunas veces lamento ser atea. Si fuera creyente podría poner la fe en Dios, y reconfortarme pensando que todos mis sufrimientos no son nada más que una prueba del cielo.
Con esto terminaba la primera página. Pavlysh comprendió que Natasha no realizaba diariamente las entradas de su diario, aunque las páginas estuvieran apiladas en orden. A veces se sucedían varias semanas sin que efectuara anotación alguna.
Las cosas están mal hoy. Se están poniendo cada vez peor. Estoy tosiendo de nuevo. El aire es mortal aquí. Supongo que el ser humano es capaz de adaptarse a cualquier situación. Incluso al cautiverio. Sin embargo, no hay nada peor que estar solo. He aprendido a hablar en voz alta conmigo misma. Al principio me sentía torpe y turbada, como si alguien pudiera estar escuchando. Ahora incluso canto en voz alta.
Debo poner por escrito cómo llegué a esta situación, sólo para el caso, Dios no lo quiera, que alguien más se encuentre en mi situación algún día. Hoy me siento muy mal. En el camino hacia la huerta me quedé sin aliento, y casi me desplomo contra la pared, y las glupys me arrastraron de vuelta medio muerta.
(Varios días más tarde, Pavlysh encontraría la huerta de Natasha).
Estoy escribiendo ahora, porque de cualquier modo, no puedo ir a ningún lado. Los glupys no me lo permitirían. Creo que estamos esperando una ampliación de nuestra familia. Sin embargo, no sé si podré ver…
La tercera página estaba escrita por una mano más prolija y pequeña. Natasha estaba tratando de ahorrar papel.
En el caso que alguien acierte a llegar hasta aquí, esto es lo que necesita saber de mí: mi nombre es Natasha Matveevna Sidorova. Nací en el año 1923 en el pueblo de Gorodishch, Yaroslavl Oblast. Completé la escuela secundaria en el pueblo, y me preparaba para entrar a la Universidad cuando murió mi padre, y a mi madre le resultaba muy difícil trabajar sola en la granja colectiva, cuidando además del mantenimiento del hogar. Por lo tanto, tuve que comenzar a trabajar en la granja, aunque nunca perdí la esperanza de continuar mis estudios. Cuando mis hermanas Vera y Valentina fueron un poco mayores, pude realizar mi sueño y entré al Instituto de Enfermeras de Yaroslavl, graduándome en el año 1942. Fui reclutada por el ejército, y pasé los años de guerra como enfermera en varios hospitales de campaña. Al terminar la guerra regresé a Gorodishch, aceptando un puesto de enfermera en el hospital local. Me casé en 1948 y nos mudamos a Kalyazin, donde al año siguiente di a luz a una niña, Olenka. Mi esposo, Nikolay Ivanov, que trabajaba como chofer, murió en el año 1953, como resultado de un accidente. Desde entonces, Olenka y yo permanecimos solas.
Pavlysh se encontraba sentado en un rincón de la habitación, dentro de la tienda blanca, leyendo en voz alta la autobiografía de Natasha. Su caligrafía era fácil de leer; escribía prolijamente, y su letra era redondeada e inclinada hacia la derecha. Sin embargo, aquí v allá el grafito se había desmenuzado, y Pavlysh tenía que ladear la página para poder descifrar las letras. Puso a un lado la hoja ya leída y tomó la siguiente esperando la continuación de la historia.
— Quiere decir que en 1953, ella tenía treinta años de edad — comentó Sato.
— Sigue leyendo — pidió Dag.
— Aquí escribió sobre algo diferente — anunció Pavlysh—. Se los leeré en un minuto.
—¡Léelo ahora! — Dag se había enojado.
Han atrapado nuevos cautivos hoy, y los encerraron en unas jaulas del piso inferior. No pude ver cuántos eran, pero creo que trajeron varios. Un glupy cerró las puertas de sus jaulas y no me permitió entrar a verlos. Repentinamente descubrí cuánto los envidio. Sí, envidio a esos infortunados, arrancados para siempre de sus hogares, y sus familias y aprisionados por crímenes que no han cometido. Y los envidio sólo porque son varios. Quizás tres, tal vez cuatro, pero están juntos, mientras que yo estoy completamente sola. El clima aquí es siempre igual. Si no estuviera acostumbrada a trabajar, hubiera muerto hace ya mucho tiempo. ¿Cuántos años he permanecido aquí? Más de cuatro, creo. Debo verificarlo, contar los rasguños de la pared, aunque creo que ya he perdido la cuenta. Bueno, debo volver al trabajo. Un glupy me ha traído algo de hilo y cable. Parecen entender ciertas cosas. Encontré una aguja en el tercer nivel, aunque un glupy intentó sacármela. Pobre cosa, estaba aterrorizada.
—¿Y bien? — preguntó Dag.
— No voy a poder leerles todo — replicó Pavlysh—. Esperen un poco. Aquí hay algo que parece una continuación.
Luego pondré estas páginas en orden. Sigo pensando que alguien llegará a leerlas. Yo ya no voy a estar viva; mis restos estarán diseminados entre las estrellas, pero estos fragmentos de papel sobrevivirán. Ruego a quienquiera que lea esto, que por favor trate de localizar a mi pequeña hija Olenka. Quizás ahora ya sea una mujer. Díganle lo que ha sucedido con su madre. Aunque nunca podrá encontrar mi tumba, me sentiré mejor sabiendo que ella conocerá mi destino. Si alguien me hubiera dicho alguna vez que me encerrarían en una terrible prisión y seguiría viviendo mientras todos me consideran muerta, hubiera perecido realmente de terror. Y sin embargo, estoy. ¡Oh, cómo deseo que Timofey no creyera que abandoné a mi pequeña hija en sus manos para correr en busca de una vida fácil! No; supongo que no lo pensaría. Lo más posible es que registrara el canal entero, y llegara luego a la conclusión de que había muerto ahogada. Aquella tarde fue tan extraordinaria que permanecerá grabada en mi memoria hasta el fin de mis días. No por la terrible calamidad que cayó sobre mí, sino todo lo contrario. Porque aquel día algo en mi vida debería haber cambiado, pero para mejorar. Por supuesto, nada resultó de esa forma.
— No — dijo Pavlysh, apartando la página—, es demasiado personal.
—¿Qué es demasiado personal?
— Esto: lo que escribió acerca de Timofey. Algún amigo de ella. Quizás del hospital. Esperen, déjenme ver más adelante.
—¿Y quién demonios eres tú para decidir lo que debe ser leído o no? — explotó Dag—. ¡Estás tan apurado que terminarás por saltearte alguna parte importante!
— Cálmate. No me perderé nada interesante, — replicó Pavlysh—. Estos fragmentos de papel son muy viejos. Ya no podemos encontrarla y salvarla. Para el caso, es lo mismo que si estuviéramos leyendo un texto cuneiforme. La misma diferencia.
Después de la muerte de Nikolay, permanecí muy sola con Olenka. Por supuesto estaban mis hermanas, pero ellas vivían demasiado lejos, y tenían sus propios problemas y preocupaciones familiares. Tampoco estábamos muy bien de dinero. Yo trabajaba en el hospital, y fui nombrada enfermera principal en la primavera de 1956. Se suponía que Olenka comenzaría la escuela al iniciarse el siguiente término. Tuve varias proposiciones de matrimonio, incluso una de parte de uno de los médicos de nuestro hospital, un hombre realmente encantador, de edad mediana, pero lo rehusé, pues sentía que mi juventud ya había pasado definitivamente. Me sentía satisfecha sólo con que estuviéramos juntas Olenka y yo. Timofey Ivanov, el hermano de mi marido, un veterano incapacitado que trabajaba como guardabosques no muy lejos de la ciudad, me ayudaba mucho. Me aconteció esta terrible desgracia el fin de agosto de 1956; no recuerdo la fecha exacta, pero sí que sucedió durante la tarde de un sábado. La situación era como sigue:
Estábamos sumamente ocupados en el hospital, pues muchos de los empleados habían tomado sus vacaciones de verano y yo debía llenar las guardias de otras compañeras. Afortunadamente Tim, como todos los años, se había llevado a Olenka por todo el verano. Yo iba a su casa todos los sábados con el ómnibus, y si disponía también del domingo libre, podía disfrutar de un hermoso descanso de fin de semana. Su casa estaba ubicada en medio de una foresta de pinos cerca del Volga.
Pavlysh hizo una pausa.
— Bueno, ¿qué más? — lo urgió Dag.
— Un momento; estoy buscando la página que sigue.
Trataré de describir en detalle todo lo que sucedió, ya que como empleada en medicina, comprendo la importancia de un diagnóstico correcto, y para llevarlo a cabo, es imprescindible conocer todos los detalles. Si mi descripción cae en manos de un experto, tal vez lo ayude a resolver algún caso similar que pudiera presentarse.
Aquella tarde Timofey y Olenka me habían acompañado hasta el río a lavar la vajilla. El camino que conducía desde la casa hasta el Volga llega exactamente hasta el borde del agua. Timofey deseaba esperar a que yo terminara, pero temía que Olenka pudiera resfriarse, ya que era una tarde bastante fresca, por lo que pedí a Tim que la llevara de vuelta, aclarándole que no demoraría mucho más. No había oscurecido demasiado aún, y aproximadamente dos o tres minutos después de la partida de mis seres queridos, escuché un ruido similar a un zumbido sordo. Al principio no me preocupé, ya que pensé que se trataba de un bote a motor que se acercaba por el Volga. Pero entonces, repentinamente, me asaltó una extraña sensación de desastre inmediato. Observé el río, pero no pude divisar bote alguno…
Pavlysh buscó la página siguiente:
Volando en mi dirección, escasamente por sobre la altura de mi cabeza, descubrí un extraño aparato aéreo semejante a un submarino, aunque sin aletas, que parecía de plata. La nave aterrizó directamente frente a mí, cortándome el acceso al camino. Yo estaba intrigada; durante la guerra me había familiarizado con todo tipo de equipo militar, así que al principio pensé que se trataba de un nuevo modelo de ingenio aéreo realizando un aterrizaje de emergencia a causa de alguna falla de sus motores. Lo único que deseaba era huir de él y esconderme detrás del tronco de un pino, para el caso que pudiera estallar. Sin embargo, el navío desplegó unos arcos metálicos, y de ellos cayeron los glupys. Por supuesto yo no sabía en aquellos momentos qué eran realmente los glupys. A partir de aquel instante, todo se vuelve nebuloso, y probablemente me desmayé.
—¿Y luego qué? —apremió Dag, al ver que el silencio de Pavlysh se prolongaba.
— Y luego nada.
— Pero… ¿qué pasó?
— No dice nada más al respecto.
— Bueno, entonces, ¿qué es lo que dice?
Pavlysh permaneció silencioso, leyendo para sí.
Ya conozco el camino hacia el nivel inferior. Hay un pasillo que conduce hacia allí desde la huerta, y los glupys no lo custodian. Estaba muy ansiosa por ver a los recién llegados, pero todos mis vecinos eran criaturas inferiores. Así que comencé a visitar al dragón en su jaula. Al principio estaba atemorizada. Pero luego alcancé a ver con qué lo alimentaban los glupys; verduras procedentes de la huerta. Entonces comprendí que no me comería. Quizá hubiera esperado igual largo tiempo antes de comenzar a visitar al dragón, pero en una ocasión, al pasar frente a su celda, me di cuenta que estaba enfermo. Los glupys se afanaban a su alrededor, ofreciéndole comida y tomando medidas. El dragón yacía sobre su costado, respirando pesadamente. Me acerqué a los barrotes, para contemplarlo más de cerca. Después de todo, soy una enfermera, y es mi deber aliviar el sufrimiento ajeno. No podía atender a los glupys cuando enfermaban; ellos estaban hechos de metal. En cambio, sí pude arreglármelas para examinar al dragón a través de las barras. Estaba herido. Probablemente había tratado de abrirse paso a través de la jaula, y se había lacerado el costado contra los barrotes. Dios lo había dotado generosamente de músculos, pero no de cerebro. ¡Sentí una terrible sensación de desesperación! la vida es tan barata! Pensé para mis adentros: ya está acostumbrado a mí. Había llegado a la nave antes que yo, y me había visto miles de veces. Les dije a los glupys que no interfirieran con mi trabajo, y que trajeran agua caliente. Por supuesto, estaba corriendo un riesgo. Las pruebas de laboratorio estaban decididamente fuera de mi alcance, pero las heridas estaban comenzando a ulcerarse, así que las limpié y vendé lo mejor que pude. El dragón no se resistió a la cura, sino que, por el contrario, giró sobre sí mismo para facilitar mi tarea.
Aparentemente la página siguiente se había traspapelado desde el fondo de la pila; no seguía lógicamente el texto de lo precedente.
Hoy me senté a escribir, pero mis manos parecen no obedecerme. Un pájaro escapó de la jaula, así que los glupys lo persiguieron por el corredor, tratando de atraparlo con una red. Yo quise ayudar a cazarlo también, temiendo que se hiriera gravemente. Mis esfuerzos fueron en vano. El ave desembocó volando al enorme hall, y tropezó contra una de las tuberías, cayendo al suelo, muerto. Más tarde, cuando los glupys lo arrastraban hacia el museo, recogí una pluma, larga y delgada como una hoja de espolín. Sentí lástima por el ave, pero también envidia. Habiendo fracasado en su intento de abrirse camino hacia la libertad, había encontrado el coraje suficiente para morir. Un año antes, un ejemplo como ese podría haber tenido gran influencia en mí, pero ahora estoy demasiado ocupada; no puedo desperdiciar mi vida gratuitamente. Por muy irreal que parezca mi meta, existe.
De esta forma, sintiéndome tan perturbada y meditabunda, seguí a los glupys al museo. Olvidaron cerrar la puerta detrás de ellos, a pesar de lo cual no entré —no tiene ningún tipo de atmósfera— sino que espié a través del muro de cristal. Pude ver frascos, tubos y otros envases, dentro de los cuales los glupys preservan en formol, o algún fluido similar, a aquellas criaturas que no sobreviven al viaje. Igual a como se conservan los seres anormales en el Gabinete de Curiosidades de Leningrado. Comprendí que en unos pocos años más, cuando muriera, mi cadáver tampoco sería cremado ni enterrado, sino depositado en uno de los frascos de vidrio, para ser admirado por los glupys y sus amos. Estaba tan apenada que conté a Bal todo lo que pasaba; se estremeció, demostrando así que también él temía que su destino fuera el mismo. Mientras estoy sentada aquí, escribiendo estas líneas, me imagino a mí misma dentro de un frasco de vidrio, preservada en alcohol.
Algunos días más tarde, Pavlysh encontró el museo. La baja temperatura del espacio había congelado el líquido en que se preservaban los ejemplares. Pavlysh lo recorrió lentamente, pasando de vasija en vasija, espiando cuidadosamente a través del hielo de los frascos más grandes. Temía encontrar dentro de uno de ellos el cuerpo de Natasha. Las impacientes demandas de información de Dag y Sato resonaban constantemente en sus oídos. Pavlysh compartió con ellos los temores de Natasha. Cualquier destino sería preferible a un frasco de formol. Al cabo de un tiempo, encontró el frasco con el pájaro, una efímera criatura iridiscente con una larga cola, un enorme ojo, y una cabeza sin pico. También encontró un envase conteniendo a Bal; una descripción suya aparecía en las páginas siguientes.
Prosigo haciendo continuas digresiones de mi historia, pues los acontecimientos del presente son mucho más importantes que los hechos ocurridos en los años del pasado. Además, me resulta imposible describir en orden mis experiencias.
Recobré la conciencia en un pequeño cuarto pobremente iluminado. No el cuarto en que ahora vivo. Aquella pequeña habitación está ahora sembrada de unos bivalvos fósiles que los glupys recogieron hace ya un año atrás.
En poco más de cuatro años nos detuvimos 16 veces, y cada vez crecía más la excitación a medida que toda clase de objetos (incluyendo seres vivientes) eran arrastrados a la nave. Así, por ejemplo, aparte de mí misma, los glupys habían almacenado en aquel pequeño cuarto, la vajilla que había estado lavando cuando me atraparon, ramas de pino, césped, piedras y varios insectos. Sólo más adelante comprendí que estaban tratando de encontrar la manera de alimentarme. En ese momento, aún no me daba cuenta que los objetos habían sido colocados allí deliberadamente. Yo no comía; tenía cosas mucho más importantes en qué pensar. Me sentaba en el piso, golpeando la pared con los nudillos… era sólida, y continuamente oía un ruido chirriante a mi alrededor, similar al de las máquinas de un trasatlántico. También percibía una sensación de extrema ligereza; generalmente aquí todo es más liviano que en la Tierra. Una vez había leído que la atracción de la gravedad en la Luna era también menor, y si algún día, como Tsiolkovsky predijo, la humanidad vuela a las estrellas, no pesarán nada en absoluto.
En realidad, fue esa reducción de la gravedad lo que me indicó que ya no estaba en la Tierra, que había sido raptada, arrebatada de allí, y que mis captores eran incapaces de transportarme hasta su destino. Sinceramente espero que la gente, nuestra gente de la Tierra, aprenda algún día a viajar por el espacio. Sin embargo, temo que ese día esté aún muy lejano.