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— Pero ¿cómo podré hacerlo?
Las dos comenzaron a sisear y chillar, tratando de persuadirme. Yo sólo sonreía. No podía decirles lo feliz que estaba. El hecho de que tuvieran éxito o no, en realidad no importaba. ¡Qué alianza: las holoturias y yo! Mi pequeña Olenka debería ver a su vieja mamá ahora, vagando a lo largo del corredor azul, más allá de las puertas cerradas y las celdas, cantando: «Venceremos, en la tierra y en el mar».
— Así fue que encontró aliados — replicó Pavlysh secamente ante las insistentes demandas de Dag de que leyera en voz alta—. Escucha Dag, puedo rastrear estas páginas diez veces más rápido si leo para mí mismo.
Antes que Dag tuviera oportunidad de agregar una palabra, Pavlysh había comenzado a leer la página siguiente.
No he escrito nada durante varios días. No tuve tiempo. No, no es que haya estado más ocupada que de costumbre; es sólo que mi mente estaba centrada en otras cosas. Incluso me he cortado el cabello; permanecí largo tiempo frente a los espejos oscuros, recortando mi pelo con un bisturí. Hubiera dado mi brazo derecho por una plancha. Aunque estoy segura que nadie me ve aquí; además, nadie, excepto yo, sabe lo que es una plancha, o siquiera qué son ropas. ¡Cuánto tiempo he pasado tratando de imaginarme qué materiales podría usar en reemplazo de géneros e hilos para poder coserme algunas ropas! Robinson Crusoe tuvo más posibilidades que yo. Cuando me detengo frente al espejo pienso que yo nunca tuve ocasión de vestirme a la moda. Si pudiera aparecer en la Tierra exactamente ahora, probablemente todo el mundo me contemplaría con asombro, pensando: ¿Qué clase de antigüedad es esa? De acuerdo a mis cálculos, en la tierra transcurre ahora el año 1960. ¿Qué tipo de ropa usarán las mujeres ahora? Supongo que dependerá del lugar donde uno se encuentre. Por supuesto, en Moscú estarán vistiéndose con los últimos gritos de la moda. Pero Kalyazin es una ciudad pequeña.
Oh, sí que estoy divagando. Pensando en trapos. Ridículo, ¿no es cierto? Especialmente a la luz del sacrificio de Bal. Mi holoturia favorita se hirió deliberadamente, de manera de poder aprender mejor mi idioma. Se cortó realmente de mala forma, y las restantes criaturas me requirieron para que las ayudara Ellas siempre me conocieron como el recurso de «primeros auxilios». Le di a Bal un buen lavado de cabeza, olvidándome del poder de retención de su memoria. Así que ahora ha memorizado todas mis palabras feas. Oh, no es que sean tan sucias:… papanatas, bobalicón, y otras similares. Ya que soy la única que puede moverse libremente por nuestra prisión, se me han encargado dos tareas: una mantener la comunicación entre las distintas celdas en que están confinadas las holoturias; la otra, efectuar reconocimientos más allá de las líneas enemigas, para conocer la ubicación de todos nuestros objetivos. Sí, recordé muy bien las lecciones de nuestros propios tiempos de guerra.
La página siguiente, escrita con gran apuro, resultaba muy corta.
Dola me ha hecho hacer ya tres viajes más allá de la mampara, hasta la cámara grande. Al regresar, le conté todo lo que había descubierto. Dola está a cargo de todo ahora. Aparentemente, las holoturias han decidido entre ellas que mi ayuda no es suficiente. Bal debe ir hasta el cuarto de control. Yo lo llevaré hasta la mampara. De allí en más, seguirá el mapa que le he dibujado. Yo lo esperaré en la mampara. Estoy preocupada por Bal. Los glupys son mucho más perspicaces que ella. Bal comenzará ahora, mientras los robots están ocupados en las otras cubiertas.
La anotación se interrumpía allí. La página siguiente parecía provenir de otra mano; la caligrafía era pequeña y austera.
Algo terrible ha sucedido. Estaba parada detrás de la mampara, esperando a Bal y contando para mis adentros. Pensaba que si ella volvía antes de que llegara a mil, todo saldría bien. Pero no regresó. Se había demorado. Las señales relampaguearon y zumbaron, como sucede generalmente cuando algo anda mal en la Nave. Los glupys pasaron rápidamente a mi lado. Traté de cerrar la puerta para mantenerlos fuera, pero uno de ellos me asestó un shock eléctrico que casi me desmaya. Mataron a Bal. Está en el museo ahora. Tuve que esconderme en mi cuarto hasta que todo se hubo calmado. Tenía miedo de que me encerraran, pero por alguna razón no me toman en serio. Alrededor de dos horas después, cuando salí al corredor para dirigirme a la huerta — era la hora de darle las vitaminas a mi dragón— encontré a los glupys detenidos junto a la puerta de la jaula de las holoturias. Tuve que pasar sin mirar en su dirección. En esos momentos aún no sabía que Bal había sido asesinada. No fue sino hasta la tarde que pude arreglármelas para cambiar unas pocas palabras con las criaturas. Dola fue la que me contó sobre la muerte de Bal. Aquella noche me sentí muy afectada; recordaba la cariñosa y hermosa criatura que había sido Bal. No estoy fingiendo. Estaba realmente apenada. Incluso pensé que ya todo estaba perdido, que ningún otro podía ingeniárselas para entrar al cuarto de control. Sin embargo, Dola me dijo hoy que no todo está perdido aún. Parece que las holoturias son capaces de comunicarse entre sí incluso fuera de la vista del otro interlocutor, y a grandes distancias, por medio de algún tipo de fenómeno ondulatorio de origen cerebral. Por eso Bal se había demorado dentro del cuarto de control: para poder trasmitir a sus camaradas la disposición completa de la cabina y sus conclusiones al respecto. Se había incluso aproximado a la Máquina misma. Sabía que ella probablemente moriría, pero sintió que debía trasmitirnos toda la información. Y la Máquina la mató. Bueno, quizás no la Máquina misma, después de todo es sólo eso, una máquina. Pero así fue cómo sucedió.
Me pregunto qué habrían pensado mis tatarabuelos del mundo que les rodeaba. Ellos eran esclavos analfabetos, que creían que la Tierra era el centro del Universo. No conocían los nombres de Giordano Bruno ni de Copérnico. Imaginen que pudieran estar aquí ahora. Sin embargo, meditándolo bien, ¿qué diferencia existía, realmente, entre ellos y yo? Aunque yo había leído en los periódicos acerca de la infinitud del Universo, eso nunca había causado efecto sobre mi vida. Yo todavía vivía en el centro del Universo… mi casa en la calle Zimmermanova, en Kalyazin. Parece que mi mundo fuera un lugar remoto, olvidado por Dios…
Dag comentó algo con Pavlysh, que sólo masculló unas pocas palabras incoherentes, como alguien que despierta de un profundo sueño.
Por primera vez en todos estos años, me despertó el frío. Parecía tener dificultades para respirar. Luego la sensación pasó, y volví a entrar en calor. Cuando me dirigí a visitar a las holoturias, me dijeron que la Nave había tenido dificultades. Pregunté si Bal tendría algo que ver con ello. No, me contestaron, pero debería apresurarme. Yo siempre había pensado que el navío duraría eternamente. Como el Sol. Dola me aclaró que ahora conocía mucho acerca del diseño de la Nave. Y sobre cómo funcionaba la Máquina. Me dijo que ellos tenían equipos mucho más complicados en su propio planeta. Sin embargo, era difícil luchar contra el Cerebro, pues, al igual que lo habían hecho conmigo, los glupys también habían tomado de sorpresa a las holoturias. Y sin mí, no podrían salir adelante. ¿Me sentía preparada para ayudarlos hasta el final? Por supuesto, les contesté.
Dola me explicó que correría graves riesgos. Si las criaturas tenían éxito al intentar cambiar el rumbo de la Nave, o al encontrar algún medio de escapar de ella, podrían alcanzar su planeta de origen. Pero no serían capaces de ayudarme a mí.
—¿Quiere decir que en la Nave no existen registros de la ruta hacia la Tierra? — pregunté. Dijeron que lo que sucedía era que no sabían dónde buscarlos, y que lo más probable era que estuvieran archivados en la memoria de la Máquina. Entonces les expliqué mi punto de vista. Si ellos me llevaban con ellos, yo estaría conforme con acompañarlos donde fuera. Sería mejor vivir y morir entre las holoturias, en su planeta natal, que el destino que me esperaba en esta prisión. Si fracasaba al tratar de escapar de allí por lo menos me reconfortaría el pensamiento de que había ayudado a otros a hacerlo. Entonces morir sería mucho más fácil. Las criaturas estuvieron de acuerdo conmigo.
La nave se tornó más y más fría. Toqué las tuberías de la cámara pequeña: escasamente tibias. Dos glupys estaban trabajando en ellas, reparando algo.
Debo irme ahora, y no tengo idea de cuándo podré regresar a mis notas. Me gustaría escribir más, no tanto para quienquiera que sea que llegue a leer estas líneas, sino para mí misma Si me hubiesen dicho que alguien podría ser encarcelado durante varios años sin ver jamás a otro ser humano, hubiera dicho que eso significaría una muerte segura. O que el individuo perdería por completo todas sus características humanas, junto con su cordura. Sin embargo, yo no lo hice. Me he desgastado físicamente, he envejecido, pero vivo, recapacitando sobre todos los años que he vivido aquí, recuerdo que rara vez estuve desocupada. Al igual que durante mi vida en la Tierra, mi habilidad para encontrar tareas significativas, para rodearme de algo o alguien que haga la vida digna de vivirse, ha sido probablemente la responsable de mi supervivencia. Al comienzo de todo esto, me aferré a la posibilidad de retornar junto a mi pequeña Olenka, a la Tierra. Luego, cuando esta esperanza se desvaneció, surgió la circunstancia de que podía ser útil incluso aquí.
La última página aparecía en medio de un fajo de hojas en blanco que Natasha había preparado, pero que nunca alcanzó a utilizar.
¡Querido Timofey Fyodorovich!
Mis más cálidos saludos. Quiero expresarte toda mi gratitud por lo que has hecho por mí y por mi hija Olenka. ¿Cómo estás? ¿Te sientes solo? ¿Piensas en mí algunas veces? ¿Cómo estás de salud? Te echo mucho de menos. Y por favor, no pienses que tu incapacidad pudo cambiar mis sentimientos hacia ti…
Seguían dos líneas gruesamente tachadas, y el dibujo de un pino. O un abeto, pobremente dibujado.
Transcurrieron varios días. Pavlysh comía y dormía debajo de su tienda estanca, y continuaba su exploración de los interminables corredores de la Nave. Raramente usaba el transmisor, y guardaba silencio cuando Dag comenzaba a refunfuñar, pues sus camaradas sólo percibían a Natasha como un fenómeno excepcional, como una paradoja asombrosa. Para ellos constituía un descubrimiento extraordinario. No existían palabras para describir acabadamente el rango completo de sus emociones; todas ellas desafiaban cualquier identificación.
Todas las horas de vigilia de Pavlysh transcurrían junto a Natasha; caminaba sobre sus huellas, contemplaba la Nave y sus pasillos, bodegas, recovecos y hendiduras, precisamente en la misma forma en que ella los había mirado. Absorbía el ambiente de la prisión, que probablemente no hubiera sido diseñada con esa función, función que había introducido en la vida de la enfermera de Kalyazin una sensación de fatalismo que ella misma reconocía, pero que en su fuero íntimo no podía aceptar.
Ahora, conociendo cada palabra de las notas de Natasha, habiendo descifrado la secuencia de sus movimientos a través de la Nave, habiendo comprendido su significado, y habiendo explorado áreas a las que Natasha no sólo no tenía acceso, sino que ni siquiera sospechaba su existencia, Pavlysh podía tratar de deducir la sucesión de los acontecimientos finales.
Fragmentos de cables; un robot-glupy volcado, una mancha oscura en una pared blanca; la devastación definitiva del cuarto de control; las huellas dejadas en la computadora…, todas esas piezas encajaban perfectamente para formar una imagen de los últimos días de la Nave, acontecimientos en los cuales Natasha había desempeñado su propio papel preponderante.
Natasha se había apresurado a finalizar la última página. Ahora se lamentaba de haber registrado en su diario tan pocos de los momentos vividos durante las últimas semanas. Nunca le había gustado escribir. Incluso sus hermanas le habían recriminado ser una corresponsal tan poco asidua. Sólo ahora lo comprendía; en caso de lograr huir con las holoturias, la nave podía ser descubierta por seres inteligentes, que quizás enviaran sus notas a la Tierra. Y allí la maldecirían por no haber descrito en detalle su propia vida a bordo, así como la de las holoturias, y tantas otras criaturas con las que había tenido contacto. Algunas habían ya desaparecido, otras terminaron sus días en el museo, y el resto fue condenado a muerte. Las holoturias, incluso más avanzadas que Natasha en sus conocimientos técnicos, sabían una cosa: que la razón por la cual el navío había permanecido vagabundeando por el espacio durante tanto tiempo, incapaz de regresar a su mundo de origen, era que algo vital se había destruido en él. Si la condición persistía, la Nave continuaría su errante camino a través del Universo, desintegrándose lentamente como un moribundo.
Los últimos días habían sido frenéticos para Natasha. Tenía tantas cosas para hacer, que, aun que no siempre conociera su significado, comprendía que eran importantes y necesarias para algún propósito que las holoturias conocerían. Carecía de sentido preguntárselo.
En todos aquellos años, Natasha había aprendido que no podía escudriñar en las mentes ni aun de los habitantes menos racionales de la Nave, para no mencionar siquiera a las holoturias. A pesar de las horas que había pasado cuidando al dragón, y viviendo a su lado, no había podido saber absolutamente nada de él. Ni acerca de las burbujas, que vivían en aquel cubo de vidrio. Había aproximadamente dos docenas de ellas. Al ver a Natasha cambiaron rápidamente de color, y rodaban por el fondo del cubo como grandes bolitas, formando figuras y círculos, como si trataran de comunicarse con ella. Natasha había hablado a las holoturias de las burbujas, pero ellas las olvidaron inmediatamente, o no tuvieron tiempo para verlas. Cuando se hizo obvio para Natasha que el viaje tocaba a su fin, tejió una bolsa con cables, de manera de poder llevarse a las burbujas con ella.
Incluso ahora, en el momento de escribir sus últimas líneas y empacar sus pertenencias, debía interrumpir su trabajo para correr a franquear tres puertas-trampa que las holoturias habían marcado en el mapa para ella. Las escotillas estaban demasiado altas para que las criaturas pudieran alcanzarlas.
Natasha descubrió que planeaban escapar en la misma lancha auxiliar que había sido utilizada para raptarla a ella. Pero antes deberían inutilizar al Cerebro de la Nave; de lo contrario, no podían alcanzar la chalupa, y la Máquina no la liberaría de la nave. La ayuda de Natasha también era necesaria allí.
Había pasado ya dos noches sin dormir. No sólo a causa de su excitación, sino también por las llamadas de las holoturias, que jamás dormían; no podían entender las razones por las que ella se ausentaba periódicamente para acostarse. Tan pronto como se relajaba, comenzaba a experimentar una sensación de estremecimiento en su mente: las holoturias la estaban llamando.
En el momento de empezar a empacar su diario, Natasha se preguntó si debería dejarlo allí. Quizás estaría más seguro con ella. ¿Quién puede predecir lo que sucedería durante un viaje? Por supuesto, si sobrevivía, ella podría contar su propia historia. Mejor sería dejarlo, o no subsistiría en la Nave ningún rastro de su paso por ella. Una nueva sacudida en su cerebro. Debía apresurarse. Repentinamente se le ocurrió que jamás volvería por allí. El lento y monótono «tempo» de su vida se había acelerado abruptamente. Ahora, podía terminar en cualquier momento.
— Trataremos de virar la nave en dirección a nuestro planeta — le anunciaron las holoturias— pero será muy peligroso. Debemos hacer que el Cerebro de la Nave nos obedezca. En caso que no podamos hacerlo, intentaremos desactivarlo, de forma de poder usar la chalupa de salvamento. Pero no estamos seguros de poder pilotearla y dirigirla hasta donde queremos ir. Por lo tanto, es posible que todos perezcamos. Pensamos que deberías saberlo.
— Lo sé —contestó Natasha—. He sobrevivido a una guerra.
Las holoturias no perdieron el tiempo. Transformaron unas barras en armas apropiadas para inhabilitar a los glupys, de las cuales se le facilitó una a Natasha, y le dieron instrucciones de marchar a la vanguardia de las holoturias, con el fin de abrirles las puertas. Dos de ellas la siguieron. Otras dos se apresuraron escaleras arriba hacia un compartimiento similar a un puente de mando, que contenía cierto tipo de instrumental.
— Hay tres puertas — le informó una de las holoturias— pero posiblemente no haya atmósfera detrás de la última. O quizá sea diferente de la de nuestro compartimiento. No entren inmediatamente. Esperen hasta que se llene de aire respirable. ¿Está claro?
Natasha ya se había aventurado una vez, más allá de la primera puerta; recordaba el ancho pasaje y los glupys de reserva paralizados contra las paredes: Igual que criaturas muertas. Las holoturias le aseguraron que los robots descansaban y eran recargados en ese recinto.
— No te tocarán — la tranquilizó Dola.
— No estés tan seguro — replicó ella.
— Por favor, no corras ningún riesgo innecesario. Sin ti no podríamos salir nunca de aquí. Recuérdalo.
— No te preocupes. No me olvidaré.
Natasha pasó la palma de su mano frente al recuadro de la pared: la puerta se abrió al instante. Un extraño aroma se extendió por el corredor, un aroma dulzón y el olor de algo quemándose.
— Deben recargarse durante un período mayor ahora — dijo Dola, reptando detrás de ella—. Ya viste que hay menos de ellos en nuestros compartimientos.
— Sí lo noté —replicó Natasha—. No te olvidarás de llevar a las burbujas.
— Ya te dije que no.
—¡Cuidado!
Un glupy saltó desde una hendidura en la pared y cargó sobre ellos, preparándose para bloquear su paso y, quizás, obligarlos a regresar.
— Rápido — gritó Dola—. ¡Rápido! Natasha se lanzó hacia adelante, y trató de saltar sobre el glupy, que se había arrojado a sus pies. Sin embargo el robot —¿cómo pudo olvidar esto? — rebotó sobre el piso y la azotó con una descarga eléctrica. Afortunadamente fue una descarga débil; probablemente el glupy no había tenido tiempo de ser recargado completamente.
Al caer sobre sus rodillas, Natasha se vio obligada a soltar su barra. Se golpeó con fuerza, y gimió dolorida; sus piernas ya no eran las que acostumbraban ser. Y pensar que una vez había jugado volleyball en el equipo de los «Médicos» que obtuvo el segundo puesto en Yaroslavl. Claro que eso había sido hacía ya mucho tiempo… El glupy detuvo a Dola, quien también enarbolaba una barra similar a la de Natasha, sólo que mucho más corta.