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— Nada — replicó Natasha, levantándose y obligándose a sí misma a olvidar el dolor—. Sigamos.
Treinta pasos los separaban de la siguiente puerta. Otro glupy comenzó a acercarse, aunque se movía muy lentamente.
— La Máquina ya recibió la alarma — informó Dola—. Los glupys están conectados con ella.
Rengueando, Natasha se apresuró hacia la puerta, pero no pudo hallar el recuadro en su esperada posición en la pared.
— No sé cómo abrirla — indicó, pero sin obtener respuesta. Al mirar a su alrededor, observó que Dola estaba inmóvil, mientras que la segunda holoturia luchaba contra tres glupys con su bastón.
—¡Rápido! — la urgió Dola nuevamente.
—¿Quizás haya otra manera de entrar? — preguntó Natasha, sintiendo congelarse sus manos—. No podemos abrir esta puerta.
— No hay otro medio — siseó Dola. La puerta seguía herméticamente cerrada.
Más glupys, flojos y lentos, salieron arrastrándose de sus nichos y se dirigieron hacia las holoturias. En ese mismo instante, la puerta se abrió tan repentinamente que Natasha apenas consiguió saltar a un lado. Desde detrás de la puerta surgió violentamente un glupy de un tipo que Natasha jamás había visto anteriormente. Era casi tan alto como ella, y a diferencia de los otros, se asemejaba más a una esfera que a una tortuga. Poseía tres brazos articulados, y zumbaba amenazadoramente, como si quisiera amedrentar a los invasores.
Imprevistamente, una enorme llamarada surgió de algún lugar desconocido, asolando el corredor, luego de rozar a Natasha con su hálito abrasador. Ocupada en frotar sus ojos, no pudo ver a Dola detener al extraño glupy con su barra, obligándolo a inmovilizarse en el lugar. Pero era demasiado tarde.
Las tortugas amontonadas al otro extremo del corredor, se habían ennegrecido, como achicharradas, y de la segunda holoturia, que había contenido a los robots en el corredor, pero no había conseguido ponerse a salvo a tiempo, sólo quedaba un pequeño montoncito de cenizas sobre el suelo del pasillo.
Natasha observó toda la escena como en un sueño; como si hubiera olvidado por completo que corría peligro de muerte. Comprendió que debía atravesar la segunda puerta; si ésta se cerraba, Bal y la otra holoturia habrían muerto en vano. La segunda puerta conducía a un enorme cuarto circular cuya forma semejaba la parte superior de una esfera. Entraron justo a tiempo. Un segundo glupy gigante comenzaba a rodar hacia la puerta. Dola consiguió alcanzarlo y desactivarlo antes que pudiera ponerse en acción.
Varias puertas, todas idénticas se presentaron frente a Natasha, que giró hacia Dola en busca de instrucciones. La criatura ya se había lanzado hacia adelante, y como una oruga aterrorizada arqueaba la espalda todo lo posible, reptando de una puerta a otra, deteniéndose un instante delante de cada una de ellas como husmeando lo que pudiera haber detrás.
— Aquí está —dijo finalmente—, busca la manera de entrar.
Natasha ya se encontraba junto a ella. Esta puerta también estaba sin cerrojo. La empujó con su mano y la mampara cedió, como si hubiera estado esperando que la tocara.
Se detuvieron delante mismo de la Máquina. Delante del Amo de la Nave. Delante del Cerebro que cursaba las órdenes para descender en los planetas extraños y secuestrar todo lo que encontraran a su paso. Delante de la Mente que mantenía el orden dentro de la Nave, que alimentaba, castigaba y vigilaba sus cautivos y su botín.
En realidad, la Máquina no era más que una pared cubierta totalmente de numerosos orificios, paneles grises y celestes, teclas y luces indicadoras. Su aspecto aturdió a Natasha, o más exactamente, la decepcionó. Durante muchos años había tratado de imaginarse al Amo de la Nave, y siempre lo había dotado de rasgos aterradores. Nunca se le había ocurrido que la Máquina carecía de una personalidad definida.
Un glupy pequeño, ubicado en un lugar elevado sobre la Máquina bajó deslizándose y rodó hacia ellos. Dola reptó hacia él y lo detuvo con su barra.
—¿Y ahora qué? —preguntó Natasha, recuperando ku aliento. Su falda, cosida con un retazo de hule que había recogido en la Nave, se había rasgado a la altura de las rodillas, manchándose de sangre; aparentemente se había herido seriamente al saltar por sobre el primer glupy.
Dola ignoró su pregunta. Se había detenido ahora frente a la Máquina, torciendo su pequeña cabeza vermiforme, y la estudiaba. Como respondiendo a la mirada de Dola, algo chasqueó, y un sonido siseante, fuerte e intermitente llenó la habitación. Natasha retrocedió, hasta que dedujo que se trataba de la voz de otra de las holoturias.
— Todo está bien — anunció Dola—. Colócame allí para que pueda girar aquella perilla.
Natasha la ubicó lo más alto que pudo, y Dola manipuló algo en la Máquina.
—¡Escucha! ¿Puedes oírlos? ¡Son los nuestros! ¡Nuestros compañeros se han apoderado de la consola principal! — exclamó Dola, ya de vuelta en el suelo, y reptando junto a la Máquina—. Si todo funciona correctamente, podremos pilotar la Nave. Dola escuchaba atentamente los siseos provenientes de un círculo negro — evidentemente algún tipo de intercomunicador— e instruía a Natasha sobre lo que debía hacer en los casos en que no podía alcanzar personalmente alguno de los controles de la Máquina. Natasha se sentó en el suelo a descansar.
— Están tratando de colocar la Nave en control manual — explicó Dola luego de una larga pausa. Repentinamente, Dola lanzó un grito. Natasha nunca había oído gritar a una de las holoturias; algo le debía haber aterrorizado terriblemente. Las luces en la cara de la Máquina comenzaron a apagarse una tras otra, parpadeando más y más débilmente, como despidiéndose unas a otras. El siseo proveniente del altavoz se transformó en un débil chillido.
—¡Apúrate! ¡Rápido! ¡A la lancha! — gritó Dola. Habían pasado por alto un elemento clave. Aunque todas las apariencias externas indicaban que la Máquina se había rendido a la voluntad de los cautivos rebeldes, había conservado, sin embargo, un grupo de células dentro de su memoria que le ordenaban cesar completamente su funcionamiento en el caso en que fuerzas exteriores intentaran controlarla.
Los empujones y gestos urgentes de Dola obligaron a Natasha a ponerse en pie, aunque sentía una extraña sensación de calma, al aferrarse con toda su alma a un pensamiento salvador.
— Este es el final. Todo está bien. Ahora iremos a casa.
Incluso mientras corría detrás de Dola a través del corredor, pasando junto a los glupys chamuscados, incluso mientras saltaban sobre la cubierta, y Dola le ordenaba cargar rápidamente el bote con provisiones, continuaba arrullándose a sí misma con el pensamiento de que todo saldría bien. Después de todo, ¿no habían sojuzgado a la Máquina?
Natasha dejó caer las provisiones a través de la escotilla del bote y volvió corriendo en busca de agua y tanques de aire comprimido adicionales. Dola, olvidando el vocabulario aprendido, y confundiéndose desesperadamente, trató en vano de explicarle que la Máquina había dejado de generar aire y calor, que la Nave moriría pronto, y que todo estaría perdido a menos que aprovisionaran el bote y lo alistaran para despegar. Las otras dos holoturias se precipitaron desde el puente de mando, arrastrando con ellas algunos instrumentos, y comenzaron a afanarse alrededor de la lancha.
Natasha no podría decir cuánto tiempo había durado el ajetreo y la confusión, pero luego de su décimo o duodécimo viaje hasta el invernadero, comprendió que la Nave se había enfriado notablemente, y que la respiración se tornaba dificultosa. Se sorprendió que las predicciones de Dola se concretaran tan rápidamente. La Nave agonizaba lentamente.
Natasha estaba a punto de regresar hasta su cabina en busca de sus pertenencias, cuando Dola le avisó que deberían partir en escasos minutos. Por lo tanto, en vez de dirigirse a recoger sus posesiones, decidió cargar un tanque de aire extra. Todos necesitarían el aire, y ella podría pasarse sin su falda, su pañuelo y sus tazas.
Mientras arrastraba el tanque hacia la lancha, divisó por el rabillo del ojo la bolsa que había tejido con cables coloreados.
¡Mi Dios! — pensó—. ¡Casi me olvido!
Corrió hacia el bote y dejó caer el tanque de aire a través de la escotilla.
—¡Rápido! Sube a bordo — llamó Dola desde la lancha, rodando el pesado tanque dentro de ella.
—¡Un momento! — contestó Natasha—. Estaré de vuelta enseguida.
—¡Ahora! — aulló Dola.
Demasiado tarde. Natasha ya había comenzado a correr a través del pasillo a recoger la bolsa, y luego en dirección al cubo de. vidrio donde aguardaban las burbujas.
A la vista de Natasha, las burbujas se dispersaron del centro del cubo, como pétalos de flores.
—¡Pronto — las urgió ella— o se quedarán aquí! La lancha está por despegar.
Para su sorpresa, las burbujas rodaron obedientemente dentro de la bolsa, que resultaba así más pesada aún que los tanques de aire. Natasha la arrastró a lo largo del corredor; a pesar del frío riguroso, traspiraba y jadeaba en busca de aire.
Si no hubiera estado tan concentrada en el intento de alcanzar el bote, hubiera notado con tiempo suficiente la repentina aparición de uno de los glupys gigantes. Generalmente, el robot vigilaba otro sector de la Nave, pero al captar sus sensores una interrupción producida en uno de los sistemas (mientras la Nave moría), rodó a lo largo de los pasillos, tratando de localizar la causa de la avería.
Sólo unos pocos pasos separaban a Natasha del bote cuando el glupy la descubrió. Mientras tanto, el robot ya había avistado la lancha y apuntado su rayo ígneo directamente hacia la escotilla.
El rayo giró rápidamente hacia ella; Natasha sólo tuvo tiempo de arrojar a un lado el saco con las burbujas. Ese breve segundo de demora proporcionó a Dola el tiempo necesario para cerrar violentamente la escotilla. El siguiente disparo del glupy sólo consiguió ennegrecer el costado del bote. Habiendo agotado su carga, el glupy se inmovilizó sobre la pequeña pila de cenizas. Había cesado de funcionar. Las burbujas se derramaron fuera de la bolsa, rodaron por la cubierta.
Dola abrió la compuerta y comprendió al instante lo sucedido. Pero era imposible demorar la partida un solo instante más. Quizás, de haber sido humano, Dola hubiera recogido las cenizas, únicos restos de Natasha, para enterrarlos en su tierra natal. Sin embargo, las holoturias ignoran tales costumbres.
Dola aseguró la escotilla. El bote salvavidas se separó de la Nave moribunda y se disparó hacia las estrellas, en dirección a su propio sistema solar.
Pavlysh recogió del suelo un chamuscado trozo de género, todo lo que quedaba de Natasha. Luego reunió las burbujas, formando con ellas una pila. La historia había finalizado trágicamente, aunque aún quedara una esperanza de haberse equivocado. Quizás, de alguna forma, Natasha se había ingeniado para huir en la lancha.
Se levantó y cruzó por sobre el frío e inerte robot que hasta último momento había cumplido lo que se le ordenara, que había permanecido allí durante, todos esos años, apuntando hacia el vacío. El robot había cumplido con su cometido, custodiando la nave contra todo daño posible.
— No has dicho una palabra en dos horas — dijo Dag—. ¿Algo anda mal?