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—Sólo trato de considerar las cosas de un modo realista.
—No sabes qué es lo real. No sabes lo que eres, capitán.
De repente, la conversación parece haber perdido el control: demasiado densa, demasiado íntima. Ella nunca había hablado así antes. Es como si hubiera una malsana electricidad en el aire, un campo algo malhumorado que distorsionara sus personalidades normales, convirtiéndoles en sujetos antinaturalmente tensos y agresivos. Él siente pánico: si perturba el delicado equilibrio de conciencia de Noelle, ¿seguirá siendo capaz de establecer contacto con la lejana Yvonne? Pero no puede dejar de defenderse.
—¿Sabes entonces lo que soy yo?
—Eres un hombre en busca de sí mismo —le dice ella—. Ésa es la razón por la que te presentaste voluntario para llegar hasta aquí.
—¿Y por qué te presentaste tú voluntaria, Noelle? —pregunta, sin poderlo evitar.
Ella deja que los párpados se cierren lentamente sobre sus ojos invidentes, y no ofrece ninguna respuesta. Y él trata de salvar las cosas un poco diciendo, algo más tranquilamente, en medio del tenso silencio de ella:
—No te enojes. No era mi intención molestarte. ¿Transmitimos el informe?
—Espera.
—Muy bien.
Noelle parecía estar concentrándose. Al cabo de un momento dijo, con un tono menos cortante:
—¿Cómo crees que nos ven a nosotros, allá en casa? ¿Como seres humanos ordinarios que hacen un trabajo insólito, o como criaturas sobrehumanas comprometidas en un viaje épico?
—En estos momentos, como criaturas sobrehumanas en un viaje épico.
—Y más tarde, ¿seremos más ordinarios ante sus ojos?
—Más tarde, nos convertiremos en nada para ellos. Nos olvidarán.
—¡Qué triste! —el tono de Noelle muestra una graciosa nota de ironía; puede que se esté riendo de él—. ¿Y tú, capitán del año? ¿Te imaginas a ti mismo como un ser ordinario o sobrehumano?
—Algo intermedio. Algo bastante más que ordinario, pero sin llegar a un semidiós.
—Yo me considero a mí misma como una persona bastante ordinaria, exceptuando dos aspectos —dice, con dulzura.
—Uno de ellos es tu comunicación telepática con tu hermana, y el otro… —duda, sintiéndose misteriosamente incómodo al tener que nombrarlo—. El otro es tu ceguera.
—Desde luego —confirma ella, sonriente, radiante—. ¿Transmitimos el informe ahora?
—¿Has establecido contacto con Yvonne?
—Sí. Está esperando.
—Muy bien, entonces —mirando sus notas empieza a leer lentamente—: Dia de navegación 117. Velocidad… Situación aparente…
Ella se echa a dormir un rato después de cada transmisión. Eso la agota; estaba empezando a desvanecerse incluso antes de que él llegara al final del mensaje de hoy. Ahora, al salir al pasillo, sabe que se habrá quedado dormida antes de que cierre la puerta. Se marcha con el ceño fruncido, preocupado por la extraña tensión surgida entre ellos, así como por su misterioso ataque de «realismo».
¿Con qué derecho dice él que la Tierra se irá aburriendo de los viajeros? Durante todos los años de preparación de este primer viaje interestelar no descendió nunca el interés del público; de hecho, ese mismo interés estimuló a los propios viajeros cuando sus interminables rutinas de entrenamiento, en ocasiones, amenazaban con aburrirles a ellos. Los mensajes de la Tierra, transmitidos por Yvonne a Noelle, vibraban de ansiosas preguntas; la curiosidad demostrada por el mundo hogar ha sido abrumadora desde el principio: ¡Cuéntanos! ¡Cuéntanos! ¡Cuéntanos!
Pero, en realidad, hay tan pocas cosas que contar… a excepción de esa zona tan trascendental, en la que sí que hay mucho. ¿Y cómo se podría contar algo de eso?
¿Cómo puede esto…?
Se detiene ante el ventanal visor del pasillo de tránsito central. Es rectangular, de doce metros de longitud, y permite un acceso directo al ambiente externo. La vaciedad gris perla del no-espacio, denso y omnipresente, se aprieta con fuerza contra la piel de la nave. Durante el período de entrenamiento, se había advertido a los miembros de la expedición que no contaran con vistas exteriores mientras cruzaban la galaxia; se verían lanzados a través de un vacío de longitud infinita, un tubo libre de toda materia, y no habría ninguna vista con la que entretenerse: ni remotas nebulosas de fondo, ni parpadeantes estrellas, ni raudos meteoros, ni siquiera un par de átomos en colisión produciendo el más mínimo chispazo momentáneo; sólo una uniformidad eterna, como una pared negra. Se les habían enseñado métodos para enfrentarse con esto: volverse hacia adentro, no esperar encanto alguno del universo situado más allá de la propia nave, convertir la nave en su universo. Y, sin embargo, ¡qué equivocadas habían sido aquellas advertencias!
El no-espacio no era una pared, sino más bien una ventana. Para quienes permanecían en la Tierra resultaba imposible comprender las revelaciones existentes en aquella aparente vaciedad. El capitán, con la cabeza palpitándole a causa de su encuentro con Noelle, se siente ahora en su más profundo placer. Un vistazo por el ventanal visor revela el lugar donde lo inmanente se convierte en trascendente: ve una vez más las infinitas ondas de energía reverberante que cruzan lo grisáceo. Lo que hay más allá de la nave no es ni una pared negra, ni un tubo vacío: es una asombrosa profusión de campos energéticos interrelacionados que lo unen todo con todo; es música que también es luz, es luz que también es música, y los que se encuentran a bordo de la nave son partículas sensibles completamente inmersas en esa vasta reverberación que lo abarca todo, en esa canción radiante de satisfacción que es el universo. Los viajeros se desplazan alegremente hacia el centro de todas las cosas, entregándose con alegría al cuidado de las fuerzas cósmicas que sobrepasan con mucho el control y la comprensión humanas.
Aprieta las manos contra el frío cristal, acerca la cara a él. ¿Qué veo, qué siento, qué estoy experimentando?En cada ocasión, es una revelación instantánea. Es casi, casi… la búsqueda de la unidad. Las barreras permanecen, y a pesar de todo es consciente de un sentido alterado del espacio y del tiempo, de un conocimiento de ese algo impresionante que se oculta en los vacíos, entre los rayos del cosmos, algo majestuoso y poderoso; pero sabe que ese algo forma parte de sí mismo, y que él es parte de ello. Cuando permanece ante el ventanal visor, ansía abrir la gran escotilla de la nave y lanzarse hacia lo eterno. Pero todavía no, todavía no. Sigue habiendo barreras. El viaje no ha hecho más que empezar. Cada día que pasa se acercan más hacia aquello que buscan, pero el viaje no ha hecho más que empezar.
¿Cómo podríamos transmitir algo de esto a quienes han quedado atrás? ¿Cómo les podríamos hacer comprender? No con palabras. Nunca podría ser con palabras. Que vengan ellos aquí y lo vean por sí mismos…
Sonríe. Tiembla, y nota un ligero estremecimiento de delicia. Se aparta del ventanal visor, agotado, extático.
Noelle tiene sueños inquietos. Se encuentra a bordo de un velero, una arcaica nave de tres mástiles que se debate en un mar de hielo. Los aparejos centellean con violentos carámbanos, que de vez en cuando libera el cruel ventarrón, estrellándolos contra el puente con tintineo de cristal. El puente tiene una dura, resbaladiza y brillante capa de hielo, y cualquier paso es traicionero. Grandes icebergs erosionados empujan furiosamente en el agua gris, elevándose, golpeando las olas con fuerza, hundiéndose. Si uno de esos icebergs chocara contra el casco, la nave se hundirá. Hasta el momento han tenido suerte al respecto, pero ahora se cierne sobre ellos una amenaza más sutil: el mar se está helando. Se congela, se coagula, se convierte en un fluido viscoso, agitándose perezosamente. Anchas placas brillantes se mueven sobre las olas; flotan nuevos trozos de hielo, chocando, rechinando, agitándose; los témpanos parecen haberse declarado la guerra, destruyéndose los bordes unos a otros; pero algunos parecen haber establecido tratados, uniéndose para formar un solo escudo implacable.
Cuando el mar se hiele por completo, la nave será triturada. Y ahora se está helando; el barco apenas puede avanzar. Las velas se hinchan inútilmente, tensando sus lonas. El viento hace sonar su música; las cuerdas y las telas se expanden y cantan. El casco cruje como un anciano; el apretón del hielo es fuerte. El maderamen está cediendo. El fin está cerca. Todos perecerán. Todos ellos perecerán. Noelle sale de su cabina, sube arriba, observa la barandilla, las sacudidas, reza y se pregunta cuándo atravesará el puño del viento las rígidas lonas heladas de las velas. Nada puede salvarles.
Pero… ¡ahora! ¡Sí, sí! ¡Un resplandor por encima de su cabeza! Es Yvonne… ¡Yvonne! Ella acude. Permanece suspendida como una diosa en el cielo negro moteado de estrellas; una suave luz dorada irradia de ella. Está sonriendo, y su sonrisa derrite el hielo del mar. El hielo cede. El aire se suaviza. La nave se libera. Y sigue navegando, sin impedimento alguno, hacia los perfumados trópicos.
A últimas horas de la tarde, Noelle penetra silenciosa como un fantasma en la sala de control, donde está trabajando el capitán. Parece tan agotada que casi es translúcida; tiene un aspecto insólitamente vulnerable, como si hasta un sonido fuerte pudiera conmocionarla. Trae consigo la respuesta de la Tierra al capitán, a su mensaje de esta mañana. El capitán coge el pequeño y claro cubo de información en que ella ha registrado su última conversación con su hermana. A medida que Yvonne habla en su mente, Noelle repite el mensaje en alta voz, grabándolo en un disco sensor que es captado a continuación en el cubo.
Él se pregunta por qué parece tan agotada.
—¿Algo anda mal?
Ella le dice que ha tenido algunas dificultades para recibir el mensaje; la señal de la Tierra le ha llegado extrañamente borrosa. Y se siente perturbada por eso.
—Era algo así como estática —dice.
—¿Estática mental?
Se siente aturdida. El tono de Yvonne siempre ha sido puro, cristalino, sin la menor perturbación. Noelle nunca ha pasado antes por una experiencia como ésta.
—Quizá te sentías cansada —sugiere él—. O quizá lo estaba ella.
Introduce el cubo en la ranura, y la voz de Noelle surge por los altavoces. El sonido de su voz es poco familiar, forzado e incómodo; con frecuencia balbucea las palabras y a menudo pide a Yvonne que repita. En cuanto al mensaje ―lo que puede comprender de él―, es el cariñoso material de siempre: noticias preseleccionadas del mundo hogar. Política, deportes, el tiempo planetario, comentarios sobre las artes y las ciencias, saludos especiales para tres o cuatro miembros de la expedición, expresiones de buenos deseos generales… Todo es claro, superficial, amable.
La estática le molesta. ¿Qué sucedería si fallara alguna vez la comunicación telepática? ¿Qué ocurriría si, de pronto, perdieran el contacto con la Tierra? Se pregunta a sí mismo por qué debería preocuparle tanto eso. La nave es autosuficiente; no necesita guía alguna de la Tierra para funcionar adecuadamente, ni los viajeros necesitan tampoco disponer de información diaria sobre lo que acontece en el planeta madre. Entonces, ¿por qué precuparse si se produce el silencio? ¿Por qué no aceptar el hecho de que ya no están unidos a la Tierra de ningún modo, de que se han convertido virtualmente en una nueva especie mientras viajan hacia las estrellas, a una velocidad superior a la de la luz?
No. Se preocupa. La unión importa. Llega a la conclusión de que tiene algo que ver con lo que están experimentando en relación con el intenso gris del exterior, con ese intercambio de energías, con esa creciente sensación de conexión universal. Están haciendo descubrimientos a cada día que transcurre. No son astronómicos, sino… bueno, espirituales… y el capitán piensa que sería una verdadera lástima que nada de esto pudiera ser comunicado a los que han quedado detrás. Tenemos que mantener abierto el contacto.
—Quizá deberíamos permitir que tú e Yvonne descansarais unos días —dice.
Me miran como si fuera una especie de monja, porque soy ciega y especial. Odio eso, pero no puedo hacer nada para cambiarlo. Soy lo que ellos creen que soy. Permanezco despierta, imaginando que los hombres tocan mi cuerpo, que el capitán se tiende sobre mí. Veo su rostro con claridad, con la piel enrojecida y sudorosa, con los ojos brillantes. Me acaricia los senos. Aprieta sus labios contra los míos. De repente, terriblemente, me abraza y yo grito. ¿Por qué grito?
—Me has prometido enseñarme a jugar —dice ella, poniendo mala cara.