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Lentamente, Luca cerró el panel en el que estaba trabajando.
– Tenemos aire, luz y energía de momento, pero tengo que hacer una revisión de los sistemas para ver si todo esto aguantará. De momento recomiendo que no dejéis el traje de presión demasiado lejos.
Nadie se movió de su postura. Todos miraban a Vishniac. Todos menos Luca, que trabajaba con su ordenador, maldiciendo cada poco.
Susana, que había permanecido quieta hasta ese momento, se levantó y los miró uno a uno. Al fin miró a Vishniac, luego al exterior. Afuera sólo había oscuridad. Sacó una manta térmica de color dorado del equipo de emergencia y con ella tapó al cadáver.
– Ya nada podemos hacer por él -dijo Herbert-. Pero sí por nosotros.
Dando ejemplo se deshizo del traje de presión y se vistió con el mono de vuelo color azul. Todos le imitaron. Fidel fue el último en quitarse el traje. Veía a los otros comenzar a moverse, veía la determinación escrita en el rostro del geólogo, pero no encontraba fuerzas para moverse. En un instante el mundo había muerto, aún estaba vivo, pero la perspectiva no era muy halagüeña. No quería hacerlo, no quería pensar en su familia, pero la imagen estaba muy viva, en su mente, los cuatro pendientes de la televisión y los mensajes por la red, sufriendo por él tras saber del accidente.
Jenny trasteaba a su lado y cuando se quiso dar cuenta le había colocado una inyección en el cuello. Notó un pequeño ardor y luego el cosquilleo.
– ¿Qué…?
– Shhh… lo necesitas. Todos lo necesitamos.
Fidel recordó, E-12, MDM estimulante, droga antiestrés que hubiera estado prohibida para los viernes de fiesta en la Tierra y que ellos llevaban de dotación normal. El estimulante hizo su efecto en poco tiempo. Fidel comenzó a despertar. Tenía que moverse, sólo así podían salir de allí. Se quitó el traje y, como los otros, lo guardó en el armario, muy a mano por si le era necesario para una situación de descompresión.
No sabía muy bien qué hacer, aún estaba desconcertado. Y el bulto tirado en el rincón, Vishniac. Prefería no mirar en esa dirección. No se consideraba un hombre débil, quizá algo cansado, pero le costaba reaccionar con la firmeza con que lo había hecho Herbert.
O Jenny, que, en ese momento, estaba curándole una brecha a Luca.
Quizá se escudaba en su profesión, pensó Fidel. Los médicos lo tienen fácil en las emergencias, siempre tienen algo que hacer, alguien de quién ocuparse para evitar pensar, pero ¿qué se supone que debía hacer un exobiólogo cuarentón en un accidente en Marte? No lo sabía.
Herbert miro a Fidel andando aún desconcertado, a Jenny curando a Luca sin que este dejase de trabajar. Se dio cuenta que empezaban a estorbarse, a moverse por la cabina sin orden ni concierto, quizá fueran a cometer algún fallo fatal, necesitaban algo de calma, organización.
– Necesitamos descansar. Debemos enfrentarnos a esto una vez nos hayamos tranquilizado. Vamos a intentar dormir algo.
– Yo voy a seguir despierto hasta que averigüe qué narices ha pasado.
Herbert miró un momento a Luca y asintió con la cabeza. Necesitaban saber qué fallaba, podría volver a hacerlo.
Atenuaron las luces de la cabina. Susana envió un informe completo a Lowell, para que fuese retransmitido a la Tierra y luego comenzó a revisar los procedimientos de emergencia y las órdenes que le llegaban desde la Tierra iluminada únicamente por la luz de su pad.
Luca la miró de reojo un par de veces y luego se enfrascó en revisar el estado de la Belos. El ordenador chequeó sistema por sistema y fue creando un fichero con todas las cosas que parecían no funcionar. Cuando lo leyó torció el gesto. Funcionaban el sistema de soporte vital, la baterías, los sistemas de comunicaciones, pero un par de barras de potencia estaban fuera, carecían de radioinstrumentos, localizadores y seguramente habría alguna pérdida de aire muy pequeña en cabina. Los tanques de aire, agua y los depósitos de alimento no daban señales de estar dañados. En conjunto la estructura parecía haber aguantado bien el impacto. Distribuidos por el fuselaje, en largueros, cuadernas y herrajes había colocada una miríada de sensores de esfuerzos. Esos aparatos habían registrado las fuerzas sufridas durante el aterrizaje. Luca estudió largo rato la distribución de aquellos esfuerzos, que se le mostraba en un gráfico multicolor y tridimensional que cubría toda la nave. Habían tenido suerte, no habían superado en ningún punto los 16 ges de diseño, sólo habían llegado a esos valores de forma puntual. La estructura general se mantenía perfectamente, pero esos esfuerzos localizados, le preocupaban. Había uniones de vigas y largueros que habían sido muy forzadas, a consecuencia de golpes o tirones estructurales. Ahí la chapa podría desprenderse y provocar una pérdida que el autosellante no pudiera taponar.
Elaboró una lista de tareas criticas de reparación de sistemas, mezcla de chapuza y procedimientos de emergencia, y luego un pequeño programa de revisión de esas posibles zonas de pérdida. Para cuando realizó las tareas más urgentes -reparar y activar el reciclador de aire y agua, sellar los depósitos de alimentos, activar el gestor de consumo de las pilas de isótopo- se dio cuenta que llevaba más de 23 horas despierto y en tensión. Herbert había sustituido a Susana y él ni se había dado cuenta.
No obstante siguió trabajando. Había algo que le sacaba de quicio, ¿cómo podían haberse apagado los ordenadores? Era un sistema cuádruple redundante, con alimentaciones a cada ordenador por barras de potencia separadas. Con uno solo de aquellos ordenadores podrían haber aterrizado sin problemas. Incluso sin ellos, si el fallo no hubiese arrastrado también el sistema de servoequilibrio automático, sin el cual la nave era ingobernable. Bastante había hecho Vishniac con lograr que no se mataran todos.
Había un registro completo de los eventos del sistema y las posiciones de conmutación y memoria que el sistema había tenido durante el accidente, así como un registro de la memoria. Eran muchos datos y sólo abarcaban una hora pero bastaba va que incluía todo el proceso del fallo.
Entró en los listados y se movió por ellos hasta localizar el momento exacto del apagón. Aquello era la consecuencia de una larga serie de operaciones, bucles, activaciones, decisiones que tuvo que seguir marcha atrás, lentamente, con una tenacidad de cangrejo hambriento. El ordenador de a bordo no tenía las capacidades de investigación que hubiera necesitado, se suponía que aquellas tareas no se hacían in situ, sino en Washington, o en Langley, en algún enorme laboratorio de análisis de accidentes. Pero para que esos datos llegasen allí y fuesen analizados, ellos podrían ya estar muertos por otro fallo y eso no podía permitirlo.
Los ojos le picaban. Se tomó una píldora estimulante y siguió trabajando. Luego dormiría.