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– Bueno, Sánchez, tú eres la segunda en la cadena de mando -le espetó Herbert a Susana Sánchez-. ¿Qué propones?
La joven no parecía darse por enterada. Sólo miraba fijamente esa pantalla que se había convertido en el foco de toda su atención, pero la línea de su mandíbula, convertida en un trazo tenso, demostraba que había escuchado las palabras de Herbert.
El silencio se hizo intenso durante un par de segundos. Sólo se escuchaba el susurro del acondicionador de aire y algunos crujidos de la estructura acomodándose a los cambios de temperatura exterior.
Al final, Susana alzó la vista, como dándose cuenta de repente de todo lo que la rodeaba. Habló con una voz muy cansada:
– Ok, primera orden del nuevo comandante: podéis tumbaros a dormir y esperar.
Fidel, aún sentado delante de la pantalla, se puso en pie bruscamente.
– ¿A esperar qué?
– Imagina, Fidel.
Herbert dejó de mirar a Susana y enterró su cabeza entre sus manos mientras apoyaba los brazos en las piernas. Se removió el pelo, rubio y muy corto, con brusquedad, y por fin emergió de su masaje moviendo el cuello como un latigazo de cobra.
– Me… -dijo muy lentamente- niego a… aceptar eso.
– Pues debes empezar a hacerte a la idea, Herb -intervino Luca con el cortante tono de voz que acostumbraba a usar en las discusiones-. La Ares está girando ahora sobre nuestras cabezas, pero puedes olvidar cualquier posibilidad de rescate. Lowell nos seguirá dando todos esos consejos inútiles y nos hará saber con precisión británica cuanto lo siente y como le gustaría estar aquí con nosotros… y luego, cuando llegue el momento, regresará, solo, a la Tierra. Y nosotros nos quedaremos aquí.
Fidel estaba justo al lado de Luca. Frunció el ceño al escuchar las palabras del ingeniero y abrió la boca para hablar. Pero algo pareció abrumarlo hasta casi hacerle saltar lágrimas de los ojos y decidió seguir en silencio.
Sólo Jenny encontró fuerzas para responder. Miró a Luca como se miraría a un niño demasiado sincero y luego intervino:
– Con eso ya contábamos, Luca. Repites lo obvio.
Fidel buscó una cara que le dijera que aquello no era cierto, pero todos apartaron los ojos.
– Pero mandarán una misión de rescate desde la Tierra ¿no? -dijo- Sólo es cuestión de permanecer con vida hasta entonces.
Luca se volvió hacia Fidel y algo de la amarga sonrisa que exhibía desapareció. Cuando habló de nuevo, su tono era menos duro:
– Una misión de rescate… veamos… Fidel, sabes tan bien como yo el programa de lanzamientos. La Ares II no estará lista hasta dentro de cinco meses. Eso hace que la ventana de la órbita Honman está cerrada hasta dentro de 26 meses, como mínimo.
«No, no, no -se dijo Herbert-. Esto no va nada bien».
Él había estado en misiones peligrosas, en situaciones muy comprometidas, y sabía perfectamente lo que podía suceder con un grupo cuando la moral se venía abajo. El miedo se alimentaba de miedo, y eso sólo era el principio del fin.
– Es mucho tiempo, es cierto -dijo-; pero podemos tener la seguridad de que enviarán una misión de rescate.
Jenny terminó por levantarse del asiento en el que estaba sentada. Luego, asustada de su movimiento, se detuvo y retrocedió hasta apoyarse en el respaldo. Miró al suelo y se retorció las manos. Luego levantó la vista y se dirigió a Herbert con una voz muy fría.
– ¿De qué estas hablando Herb? ¿de una misión de rescate? Sabes mejor que nadie que esa misión sólo servirá para recuperar nuestros cuerpos. Lo más probable es que hayamos muerto tojos antes de un año.
Herbert hinchó el pecho y habló llenando la cabina con su voz.
– Ahí es dónde te equivocas Jenny; vamos a sobrevivir.
El convencimiento y la energía acumuladas en esa voz hicieron que todos diesen un respingo.
Susana pareció salir del letargo en el que estaba y respondió rápida en un tono de voz demasiado alto, próximo al pánico:
– ¿Cómo? Los sistemas de este módulo de descenso no fueron diseñados para mantenernos con vida durante los tres años de espera. Estamos a 191 millones de kilómetros de la Tierra, solos… ¿os dais cuenta?
Herbert la miró con tristeza.
– Siempre hay una forma de sobrevivir, Susana, y el primer paso es desearlo con intensidad…
– ¿Tienes alguna idea en concreto?
– Debemos empezar a trabajar. Todos. Esa es ahora nuestra misión: sobrevivir, del mismo modo en que siempre han sobrevivido los hombres en situaciones difíciles como esta. Nuestra situación no es tan desesperada como parece a simple vista.
Luca, apoyado en un mamparo, contestó con una voz cargada de sorna.
– Ah, claro… no es tan desesperada… me encanta este tipo -dijo mientras miraba a los demás con sorna- Me recuerda ese chiste de un geólogo, un físico y un matemático de viaje en Suiza.
Un día ven una vaca negra al borde de un camino. Al regresar el físico dice: «En Suiza hay vacas negras»; el matemático «en Suiza hay una vaca que por su lado derecho es negra»; y el geólogo comenta: «todas las vacas suizas son negras».
Todos torcieron un poco el gesto imitando una risa, excepto Susana, que no dejó de mirar fijamente al suelo. Herbert le sonrió ampliamente al ingeniero.
– Soy geólogo, es cierto; pero se tener los pies sobre la tierra, Luca.
Fidel, hizo un gesto con las manos abiertas, como suplicando.
– Pero estamos en Marte, Herb. ¿has mirado por la escotilla? Ahí afuera no vamos a encontrar oasis ni palmeras te lo aseguro. Soy el primero en necesitar la esperanza, pero…
Herbert volvió a mirar a Susana que seguía ensimismada, con la vista perdida en un punto indefinido, pero con un gesto muy tenso en los hombros y cuello. «Dios… -pensó-. Reacciona, vamos, reacciona de una vez».
Luego continuó hablando:
– No sé ahora mismo lo que tendremos que hacer exactamente, pero sé lo que no debemos de hacer. Hay que buscar, no podemos rendirnos.
– O morir en el intento -dijo Jenny en un susurro.
– O moriremos en el intento -repitió más fuerte Herbert, con una media sonrisa helada en el rostro.
Hubo un incómodo silencio que finalmente rompió Fidel. Se apretó las manos con fuerza en un intento de parecer calmado y razonable, aunque el terror le burbujeaba en la garganta conforme iba comprendiendo el auténtico alcance de su situación.
– ¿Cómo… cómo solucionaremos lo del agua, por ejemplo, Herbert?
– Sabemos que la atmósfera de Marte contiene rastros de agua. Es sólo cuestión de…
– Ah, claro -le interrumpió Jenny-, lo del agua está solucionado. Se necesita un aparato de varios millones de dólares para detectar una sola molécula de agua en la atmósfera marciana, pero sí, hay agua. Sólo que tendremos que acostumbrarnos a beber poco. Y a respirar muy poco también.
– Quién dice la atmósfera habla del famoso permafrost que muchos aseguran que está en el subsuelo de Marte -explicó Herbert manteniendo la voz tranquila y cordial, a pesar del amargo sarcasmo de Jenny-, agua congelada a un par de metros de la superficie. Tenemos ocho toneladas de oxigeno licuado en los tanques, y casi lo mismo de hidrógeno. Oxigeno más hidrógeno es agua. Quién sabe… hay más posibilidades para la supervivencia que las que ahora podemos imaginar.
Luca le interrumpió también; descuidadamente, hablando como si la cosa no fuese con él.
– Olvídate del oxígeno líquido. Lo he comprobado. El hidrógeno sí parece estar bien, pero no puedo asegurarlo, la conexión eléctrica se ha cortado y tengo sólo lectura indirecta por presión en el sistema de refrigeración.
– Bueno, Hidrógeno sólo, ya se nos ocurrirá alguna manera de usarlo para conseguir oxígeno.
Jenny se rindió, asintiendo nerviosa. Quería creer en el optimismo de Herbert. Quería que le contagiara su esperanza de sobrevivir.
– Ok, muy bien, te escucho, ¿cuál es tu plan? ¿por donde empezamos?
– Precisamente por esto, por lo que estamos haciendo ahora mismo; hacer un balance de nuestra situación. Baglioni, necesitamos hacer una lista minuciosa de nuestros recursos…
Baglioni, movió la cabeza como si no hubiera estado atendiendo a la conversación.
– Eso es fácil. Os puedo dar ya una idea general.
– Adelante.
– Cada uno de nosotros necesita diariamente, para subsistir en buen estado físico, dos kilogramos de oxígeno, dos de agua y un kilo y medio de aumentos. Esto significa que… -Luca consultó un dato en su pad-. Primero, disponemos de comida para seis personas durante cien días. Como ahora el comandante ya no está con nosotros y somos sólo cinco, racionándola con cuidado, podríamos estirarla hasta los quince meses. Como ves estoy siendo muy optimista.
– Sigue por favor -le apremió Herbert.
– Dos, gracias a los recicladores disponemos de agua suficiente para un par de años. Pero los recicladores necesitan energía, y los GTR se agotarán antes de un año. Se suponía que sólo íbamos a estar aquí un mes. Lo siento, soy realista.
Herbert hizo un gesto con la mano invitándole a continuar.
– Bien, apúntalo. Necesitaremos otra fuente de energía y otra fuente de agua. Trabajaremos eso luego.
– Tres, el problema del oxígeno es aproximadamente el mismo. Y podemos aguantar con poca comida, racionando el agua, pero ni dos minutos sin aire.
– Estamos rodeados de oxígeno. Este maldito planeta esta completamente oxidado ¡Por eso es rojo!
– Bueno, en la atmósfera está en forma de dióxido de carbono. Podríamos separar el oxígeno mediante un proceso de electrólisis seca…; pero, claro, se necesita energía y…
– Y los generadores termoeléctricos se agotarán en tan solo un año.
– Exacto, necesitaríamos reducir nuestro consumo de oxígeno, pero al final el problema grave será el de la energía.
Fidel intervino. Había cierto brillo de esperanza en su mirada. Al igual que Jenny intentaba contagiarse del optimismo del geólogo.
– Tenemos que empezar a economizar energía desde ahora mismo.
Luca, a su lado, le replicó:
– Claro, podríamos reducir la calefacción al mínimo, meternos en nuestros trajes térmicos, apagar las luces y…
– ¿Tres años viviendo dentro de nuestros trajes espaciales, en la oscuridad…? -dijo Jenny, hablando bruscamente, con una voz muy aguda.
– No suena demasiado bien ¿verdad? -dijo Luca-. Pues es la mejor de las opciones que preveo.
Herbert comenzó a pasear por el pequeño espacio libre entre las butacas y el mamparo posterior.
– Necesito cifras exactas, no aproximaciones. Ponte a trabajar en ello, Baglioni.
Baglioni le miró atónito. Sus ojos se nublaron con un chispazo de ira, pero al instante descubrió lo divertida que era la postura de Herbert, intentando hacerse cargo de un navío que se iba a pique. Incluso después de que el capitán se hubiera lanzado al agua.
Sonrió a la vez que ejecuta una parodia del bastado saludo militar de los piratas de las viejas películas de la Metro. Se llevó dos dedos a la sien y gritó:
– ¡Sí, Señor!
Jenny seguía pensando en lo que Luca había dicho y Herbert había aceptado tan tranquilo.
– ¿Estáis hablando en serio? ¿Realmente pensáis que es posible aguantar varios años dentro de un traje espacial, sin luz…? Nos volveríamos locos… Completamente locos… ¡Dios mío!
– Hay una cosa que tenemos que empezar a asumir. Ya no somos una misión a Marte, somos náufragos -Mientras decía esto, Herbert miró directamente a Susana. Herbert tenía los ojos muy negros y brillaban con intensidad casi fanática-. Debemos aceptar un alto grado de sufrimiento e incomodidad, cualquier cosa para sobrevivir; yo estoy acostumbrado a enfrentarme a situaciones difíciles. Así que, Susana, si quieres seguir vegetando, no te preocupes. Yo me haré cargo de todo.
Hubo un pequeño silencio. Luca alzó la vista de la computadora y se quedó contemplando la escena con morboso interés.
Susana y Herbert se miraban. Y los ojos de la chica eran todo menos amistosos.
Durante un instante pareció que no iba a decir nada, que iba a seguir con su desesperado alejamiento. Luego, torció la boca en una sonrisa sardónica.
Los demás miraban a Herbert, de pie, con los brazos apoyados en las caderas hasta que Jenny, justo detrás, rompió el silencio:
– Dime Herbert… ¿debemos empezar a llamarte «señor» a partir de ahora?
Herbert no le respondió. No apartó ni un milímetro sus ojos de los de Susana.
«Reacciona -pensaba con intensidad-. Reacciona porque te necesitamos…»
Pero, por supuesto, no podía decirle nada. No en público. El mando lo tenía ella, lo debía asumir ella por sí sola. No podía recibirlo de él.
Herbert tenía muy clara la situación. El siguiente en el mando, después de Susana, era Luca Baglioni. El ingeniero era demasiado individualista y cínico como para mantener al grupo unido. Pero estaba seguro de que tampoco le respetaría a él como su superior.
Tenía que ser Susana.
Con el comandante muerto, era ella la siguiente en la escala de mando.
«Lo siento, chica, te ha tocado».
Susana dejó de sonreír y se puso lentamente en pie.
Miró a Herbert como si pudiera leerle la mente.
– Gracias Herb -dijo-, pero, como tú mismo has dicho, ahora soy la comandante de la misión… o del grupo de náufragos, como prefieras.
– Si me permites…
Susana interrumpió a Herbert con un gesto y se dirigió a Luca:
– Baglioni, quiero ese inventario detallado de todo cuanto poseemos, y tus cálculos de cómo sería posible estirar nuestros recursos al máximo posible. Y algo muy importante: tenemos que averiguar qué ha sucedido. Fidel, ¿dónde nos hemos estrellado, cuál es exactamente nuestra posición ahora?; tú te ocuparas de eso. Jenny, necesitamos más espacio para movernos. Las literas de aceleración ya no nos serán necesarias. Desmóntalas.
Herbert no había dejado de mirar a Susana en todo momento. Sonreía, una sonrisa muy ancha, cálida y aliviada.
– ¿Y yo? ¿Tienes algún trabajo que yo pueda realizar?
– ¿Alguna idea de cómo obtener los recursos que nos van a faltar del propio suelo marciano?
Herbert asintió.
– Me pondré a trabajar inmediatamente en eso.
Todos comenzaron a hacer cosas siguiendo las órdenes de Susana, cambiaron de posición en el pequeño espacio disponible en la Belos, encendieron paneles de ordenador o trastearon en busca de herramientas.
Sólo Susana y Herbert permanecieron en sus posiciones anteriores. Susana le habló al geólogo en un tono de voz suave mientras le miraba intensamente:
– Herbert…
– ¿Sí?
– Gracias.
– Soy demasiado perezoso para hacerme cargo de esto. Y me gusta recibir órdenes…
Por segunda vez Herbert sonrió y Susana tuvo que admitir que tenía una sonrisa muy hermosa, que esa es su expresión natural y no el ceño fruncido y la voz potente que había mostrado antes. Ella también sonrió, desde muy dentro.
– Eso lo vamos a comprobar pronto. Anda, ponte a trabajar.