129339.fb2 Voces de un mundo distante - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 7

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Loren extendió una mano desganada para apretar un interruptor:

— No exageres: tienen seis canales de video y cinco de audio enfocados sobre nosotros. — Miró a Brant con una sonrisa torcida como para subrayar el mensaje tácito: venimos en son de paz, pero a esta altura del partido no queremos correr riesgos. — Escuchen mejor a Moses, él se encarga de la diplomacia, como siempre.

A través de las ventanas curvas se veía a Kaldor enfrascado en una discusión con la alcaldesa, en la que el concejal Simmons terciaba de tanto en tanto. Loren apretó un interruptor y las voces llenaron la cabina, con su volumen amplificado.

...nuestra hospitalidad. Sin embargo, usted comprenderá que la masa continental de este planeta es sumamente reducida. ¿Cuántas personas dijo usted que venían en la nave?

— No mencioné una cifra, señora alcaldesa, pero somos muy pocos los que bajaremos en Thalassa, aunque es un lugar tan bello. Comprendo su... ejem... preocupación, pero le aseguro que no hay motivo. Partiremos dentro de un año o dos si todo marcha bien.

»Quiero decirle que la nuestra no es una visita de cortesía: ¡en realidad pensábamos que el planeta estaba deshabitado! Pero una nave estelar no reduce su velocidad a cero después de navegar á la mitad de la velocidad de la luz, salvo que tenga razones muy poderosas. Ustedes tienen algo que necesitamos, nosotros tenemos algo que darles.

— ¿Puedo preguntar qué es?

— De nosotros a ustedes, si lo desean, los productos artísticos y científicos de los últimos siglos de vida de la humanidad. Con una advertencia: piensen en los cambios que sufrirá su civilización con semejante obsequio. Tal vez no sea conveniente aceptar todo lo que tenemos para ofrecerles.

— Agradezco su franqueza... y su comprensión. Seguramente ustedes traen tesoros invalorables. ¿Qué podemos ofrecerles a cambio de ellos?

Kaldor replicó con su risa estentórea:

— Por suerte, eso no significará el menor problema para ustedes. Si lo tomáramos sin pedir permiso, ni siquiera se darían cuenta. Lo único que queremos llevarnos de Thalassa son cien mil toneladas de agua. Más concretamente, hielo.

11 — Delegación

El Presidente de Thalassa llevaba apenas dos meses en el ejercicio de sus funciones, y todavía era incapaz de asumir su desgracia. Pero no había nada que hacer, debería poner al mal tiempo buena cara durante sus tres años en funciones. Desde luego que no valía la pena pedir una nueva verificación de los resultados. El programa de selección, que consistía en generar y luego descartar números de mil cifras al azar, era lo más cercano al puro azar que podía inventar el ingenio humano.

Sólo había cinco maneras de evitar el peligro de ocupar el Palacio de Gobierno (veinte habitaciones y un salón con capacidad para cien personas). Uno podía ser menor de treinta o mayor de setenta años; padecer una enfermedad incurable; ser un retardado mental; cometer un crimen grave. La única opción que le quedaba al presidente Edgar Farradine era la última, y había especulado seriamente con ella.

Sin embargo, a pesar de los graves inconvenientes personales que acarreaba, la humanidad no había podido inventar una forma mejor de gobierno. El planeta madre había tardado unos diez mil años en llegar a ella, a través de numerosos experimentos, algunos de ellos catastróficos.

La auténtica democracia se hizo posible a partir de que el conjunto de la población adulta pudo ser educada hasta el límite de su capacidad intelectual (y en algunos casos, desgraciadamente, más allá de ese límite). El último paso fue el desarrollo de las comunicaciones personales instantáneas con las computadoras centrales. Según los historiadores, la primera democracia auténtica de la Tierra fue instaurada en el año (terrícola) 2011, en un país llamado Nueva Zelanda.

De ahí en adelante la selección del Jefe del Estado se volvió relativamente sencilla. Una vez impuesto el criterio de que las personas que aspiraran a dicho puesto debían quedar automáticamente descalificadas, cualquier sistema resultaba eficiente, y el más sencillo era el de la lotería.

— Señor Presidente — dijo la secretaria del Gabinete —, los huéspedes lo aguardan en la biblioteca.

— Gracias Lisa. ¿Se han quitado sus trajes espaciales?

— Sí, los médicos dicen que no hay problema. Pero hay algo que debo decirle, señor. Su olor es... esteee... bastante raro.

— ¡Por Krakan! ¿Cómo es eso?

— No es desagradable — sonrió la secretaria —. Al menos para mí no lo es. Creo que tiene que ver con los alimentos, y por la distinta evolución de los procesos bioquímicos en el organismo. Creo que la palabra más adecuada es «aromático».

El Presidente no entendió bien la observación, pero cuando iba a pedir una aclaración, se le ocurrió una idea desagradable:

— ¿Y qué olor tenemos nosotros para ellos?

Se tranquilizó al comprobar que sus cinco huéspedes no daban señales de sufrir molestias olfativas al serle presentados, uno por uno. Pero la secretaria Elizabeth Ishihara había hecho muy bien en advertirle; ahora comprendía el significado de la palabra «aromático». Y efectivamente, el olor no era desagradable; le recordaba el aroma de las especias que usaba su mujer cuando le tocaba cocinar en el Palacio.

Al sentarse ante la mesa de conferencias, en forma de herradura, el presidente de Thalassa meditaba irónicamente sobre el Azar y el Destino, dos categorías a las que había prestado escasa atención en el pasado. Pero el Azar en su forma más pura lo había colocado en su actual situación; ahora el Destino, su hermano menor, venía a afectar su vida. Qué extraño que justamente él, un fabricante de equipos deportivos sin grandes ambiciones, fuese el hombre elegido para presidir esa conferencia histórica. Pues bien, alguien tenía que hacerlo, y por primera vez su puesto empezaba a resultar interesante. En todo caso, nada ni nadie le impediría pronunciar un discurso de bienvenida...

...que fue bastante bueno, aunque un poco más largo de lo que exigían las circunstancias. Hacia el final advirtió que sus huéspedes empezaban a distraerse, aunque mantenían sus expresiones de amable atención, de manera que obvió algunas de las estadísticas de producción y el capitulo sobre la nueva rejilla eléctrica en la Isla Austral. Finalizó su discurso con la seguridad de que había mostrado el cuadro de una sociedad dinámica y progresista, poseedora de un alto nivel de desarrollo tecnológico... Cualesquiera fueran las primeras impresiones, Thalassa no era atrasada ni decadente y conservaba las mejores tradiciones de sus heroicos antepasados. Etcétera.

— Muchas gracias, señor Presidente — dijo el capitán Bey tras una respetuosa pausa —. En verdad, fue para nosotros una agradable sorpresa descubrir que los habitantes de Thalassa constituyen una floreciente civilización. Gracias a ello nuestra estada será tanto más agradable, y confiamos en que al partir, ambas partes podrán conservar los mejores recuerdos.

— Disculpe mi franqueza, espero no parecerle grosero si mi primera pregunta a los huéspedes que acaban de llegar es, hasta cuándo piensan quedarse. Debemos saberlo lo antes posible, para tomar las medidas correspondientes.

— Créame que lo comprendo perfectamente, señor Presidente. A esta altura no puedo darle una respuesta precisa, porque ello depende en gran medida de la ayuda que ustedes puedan brindarnos. Para dar una cifra estimativa yo diría que permaneceremos aquí durante un año, según se mide el tiempo aquí, o tal vez dos.

Edgar Farradine, al igual que la mayoría de los habitantes de Thalassa, no estaba acostumbrado a ocultar sus pensamientos. El capitán Bey se sobresaltó al ver la sonrisa de alegría, no carente de astucia, que apareció en el rostro del jefe del Estado.

— Espero que esto no les causará problemas, excelencia — dijo precipitadamente.

— Todo lo contrario — respondió el Presidente, frotándose las manos —. Por si no lo sabía, dentro de dos años realizamos nuestra bicentésima Olimpíada. — carraspeó con modestia -: Yo gané una medalla de bronce en los mil metros cuando era joven, por eso presido el comité organizador. Creo que un poco de competencia foránea nos vendría muy bien.

— Señor Presidente — dijo la secretaria del Gabinete —, no sé si el reglamento...

— El reglamento lo hago yo — dijo el Presidente con firmeza —. Capitán, quedan ustedes oficialmente invitados a participar. O desafiados, si lo prefiere.

El comandante de la nave estelar Magallanes estaba acostumbrado a tomar decisiones rápidas, pero por una vez en la vida se quedó sin habla. Antes de que pudiera responder, la jefa del Servicio Médico saltó a la palestra.

— Es usted muy amable, señor Presidente — dijo la cirujana mayor Mary Newton — pero como profesional medico debo señalar que la mayoría de nosotros tenemos mas de treinta años y nos falta entrenamiento. Además la fuerza de gravedad de Thalassa es un seis por ciento mayor que la de la Tierra, lo cual nos coloca en fuerte desventaja. De manera que, a menos que las Olimpíadas incluyan competencias de ajedrez o de naipes...

El Presidente pareció decepcionado, pero recuperó rápidamente la compostura.

— Bueno, si es así... En todo caso, capitán Bey, espero que nos honre con su presencia y entregue algunas de las medallas.

— Encantado — dijo el comandante, que aún no se había recuperado del todo. La conversación había tomado un giro inesperado, y quería volver al tema del día.

— Quisiera explicar el motivo de nuestra presencia, señor Presidente.

— Por supuesto — respondió éste distraídamente. Los pensamientos de Su Excelencia parecían estar en otra parte; tal vez recordaba los triunfos de su juventud. Con evidente esfuerzo volvió al presente. — Su visita nos halaga, pero a la vez nos sentimos algo perplejos. No veo qué puede ofrecerles un mundo tan pequeño como éste. Se habla de hielo, pero me imagino que será una broma.

— De ninguna manera, señor Presidente; hablábamos en serio. Es lo único que vinimos a buscar a Thalassa, aunque después de probar algunos de los manjares locales, sobre todo el queso y el vino que saboreamos en el almuerzo, creo que tendremos algo más que pedir. Pero lo esencial es el hielo. Permítame explicarle. La primera imagen, por favor.

A la vista del Presidente apareció la nave estelar Magallanes, flotando en el espacio. El modelo medía dos metros de longitud, y era tan realista que sintió la tentación de extender la mano para tocarlo; lo hubiera hecho de no haber sido por la presencia de espectadores que comentarían semejante muestra de ingenuidad.

— Como ve, la nave tiene una forma más o menos cilíndrica, de cuatro kilómetros de largo por uno de diámetro. En teoría, puede alcanzar la velocidad de la luz porque el sistema de propulsión se alimenta de la energía del espacio. Pero en la práctica los problemas surgen al alcanzar un quinto de esa velocidad debido al polvo y los gases interestelares. Aunque son muy tenues, un objeto que se desplaza a más de sesenta mil kilómetros por segundo choca contra una enorme cantidad de materia, y a esa velocidad un átomo de hidrógeno puede provocar mucho daño.

»Por eso el Magallanes, como las primeras naves espaciales, lleva un escudo de protección. Cualquier material sirve, con tal de que lo usemos en cantidad suficiente. Ahora bien, dadas las bajas temperaturas que reinan en el espacio interestelar, sería difícil encontrar algo mejor que el hielo. Es económico, fácil de manejar, ¡y sumamente resistente! Ese cono trunco que usted ve representa la forma que tenía nuestro témpano hace doscientos años, cuando partimos del sistema solar. Y éste es el aspecto que presenta ahora.

Desapareció la imagen para dar lugar a otra. La nave seguía igual, pero el cono se había convertido en un disco delgado.

»Es lo que sucede después de abrir un camino de cincuenta años luz en este polvoriento sector de la galaxia. Afortunadamente, el cálculo previo de la tasa de desgaste sólo tuvo un error del cinco por ciento, de manera que nunca corrimos peligro... salvo, claro está, que chocáramos contra algún objeto muy grande, lo cual era una posibilidad muy remota. Ningún escudo, fuese de hielo o de acero reforzado, nos protegería contra un choque verdaderamente fuerte. Bien, el escudo soportaría un trayecto de diez años luz, pero no es suficiente. Nuestro destino, el planeta Sagan 2, se encuentra a setenta y cinco años luz de aquí.

»Y bien, ése es el motivo de nuestra visita a Thalassa, señor Presidente. Queremos pedirles, como regalo, ya que difícilmente podríamos devolverlas, unas cien mil toneladas de agua. Debemos fabricar un nuevo témpano y ponerlo en órbita para que nos abra paso entre las estrellas.

— Pero, ¿cómo podemos ayudarles? En materia de tecnología nos llevan siglos de ventaja.

— No lo creo... claro que ustedes no tienen el empuje cuántico. Con su permiso, el ingeniero jefe Malina le explicará nuestros planos... sujetos a su aprobación, claro.