129339.fb2 Voces de un mundo distante - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

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Sabía que no convenía hacer más preguntas. Desvelada, contempló las sombras de la luna inferior que recorrían velozmente el cuarto, mientras el cuerpo amado que yacía junto a ella se dormía.

Había tenido relaciones con muchos hombres antes de conocer a Brant, pero desde que formó esta pareja se volvió absolutamente indiferente a los demás. Entonces, ¿a qué se debía ese brusco interés — quería convencerse de que no podía ser otra cosa — en un hombre a quien había visto un par de segundos y del cual ni siquiera conocía el nombre? (Claro que ésa sería la primera prioridad a la mañana siguiente).

Mirissa se jactaba de ser una persona honesta y perspicaz; desdeñaba a las mujeres — y hombres — que se dejaban gobernar por sus emociones. Sabía que parte del atractivo de ese hombre residía en la novedad, en la atracción de un vasto horizonte nuevo. La posibilidad de hablar con alguien que había conocido las ciudades de la Tierra, que había presenciado los últimos momentos del sistema solar y ahora se dirigía hacia nuevos soles era algo maravilloso, que trascendía cualquier fantasía. Una vez más sintió el hastío provocado por el lento ritmo de vida de Thalassa, y que ni siquiera su felicidad con Brant lograba disipar.

¿Felicidad o mera complacencia? ¿Qué era lo que buscaba en la vida? No sabía si estos forasteros que venían de las estrellas podían darle la respuesta, pero en todo caso iba a averiguarlo antes de que partieran de Thalassa para siempre.

Esa mañana Brant fue a ver a la alcaldesa Waldron, quien no lo recibió con su habitual efusividad. Arrojó los restos de su trampa para peces sobre el escritorio.

— Sé que ha estado muy ocupada con asuntos más importantes — dijo —, pero ¿qué haremos?

La alcaldesa contempló los cables retorcidos con disgusto. Mareada por la emoción de la política interestelar, no encontraba fácil volver a la rutina de la vida cotidiana.

— ¿Qué habrá pasado?

— No cabe duda de que fue un acto deliberado: mire este cable, lo retorcieron hasta cortarlo. Dañaron la red y se llevaron algunos trozos. No creo que nadie en Isla Austral sería capaz de hacer una cosa así. No tendría motivo, y además yo lo descubriría, tarde o temprano...

El silencio de Brant fue más elocuente que cualquier amenaza.

— ¿Sospechas de alguien?

— Desde que inicie mis experimentos con las trampas eléctricas me he enfrentado a los Conservacionistas y también a esos locos, que dicen que la comida debe ser sintética porque está mal comer a los seres vivientes, sean animales o plantas.

— Los Conservacionistas tal vez tengan razón. Si la trampa resulta tan eficiente como dices, podrías perturbar el equilibrio ecológico. Eso es lo que les preocupa.

— Sí, pero haríamos relevamientos periódicos de la población del arrecife y desconectaríamos la trampa si eso llegara a suceder. Además, a mí me interesa la fauna oceánica; el campo parece atraerlos hasta tres o cuatro kilómetros de distancia. Por más que los habitantes de Tres Islas se alimentaran exclusivamente de pescado, no haríamos mella en la fauna.

— Si te refieres a los seudopeces locales, tienes toda la razón. Y es una lástima: son tan venenosos que ni vale la pena atraparlos. Ahora, ¿estás seguro de que las especies terrícolas se han aclimatado? Tal vez tus trampas acaben por liquidarlas.

Brant miró a la alcaldesa con respeto: no era la primera vez que lo sorprendía con una observación perspicaz. No había pensado que la alcaldesa no podría haber conservado su puesto durante tanto tiempo si no fuera bastante más astuta de lo que parecía.

— Me temo que el atún no va a sobrevivir. Pasarán miles de millones de años antes de que el océano alcance la suficiente salinidad. Pero la trucha y el salmón se han adaptado perfectamente bien.

— Y además son deliciosos, hasta el punto que los Sinteticistas son capaces de dejar de lado sus reservas morales. Aunque en realidad no comparto tu interesante teoría. Esa gente habla mucho pero no hace nada.

— Hace un par de años soltaron a una manada de vacas de la granja experimental.

— Trataron de hacerlo, querrás decir. Las vacas se volvieron solitas a casa. La gente se rió tanto, que no volvieron a hacer nada semejante. No entiendo por qué se tomarían tantas molestias con esto — añadió, señalando los cables.

— No es tan difícil: basta salir de noche en un bote pequeño, con un par de buzos. El agua no es muy profunda, apenas veinte metros.

— Está bien, haré que se investigue el asunto. Por el momento quiero pedirte dos cosas.

— ¿Qué cosas? — Brant trató de hablar con voz normal y fracasó por completo.

— La primera es que repares la instalación. Ve al depósito, te darán lo que pidas. La segunda es que dejes de hacer acusaciones hasta que estés totalmente seguro. Si te equivocas, quedarás como un tonto y tendrás que disculparte. Si tienes razón, asustarás a los culpables y no podremos atraparlos, ¿entiendes?

Brant la miró boquiabierto: la alcaldesa nunca le había hablado en tono tan mordaz. Juntó sus pruebas y se retiró, irritado.

Tal vez su irritación hubiera sido mayor — o quizá le hubiera causado gracia — si hubiera sabido que la alcaldesa Waldron ya no estaba tan enamorada de él.

El subjefe de ingenieros Loren Lorenson había causado una profunda impresión en más de una ciudadana de Tarna.

15 — Terra Nova

No era un nombre muy feliz para el campamento, puesto que recordaba a la Tierra, pero era mucho más bonito que «Campamento de base» y todo el mundo lo aceptó rápidamente.

El conglomerado de construcciones prefabricadas había aparecido con una rapidez asombrosa: del día a la noche, realmente. Fue la primera vez que los habitantes de Tarna pudieron ver a los terrícolas — mejor dicho a los robots terrícolas — en acción, y les causó una impresión inolvidable. Brant siempre había pensado que los robots eran más molestia que otra cosa, salvo cuando se trataba de realizar tareas peligrosas o monótonas, pero al verlos empezó a cambiar de opinión. Una elegante máquina de construcción se movía a una velocidad tal que a veces era imposible seguir sus movimientos. Una multitud de pequeños la seguía a todas partes. Cuando algún niño se paraba en su camino, se detenía amablemente y aguardaba a que se apartara. Brant pensó que era justamente el tipo de ayudante que necesitaba; si pudiera convencer a los visitantes...

Para el fin de la primera semana Terra Nova era un microcosmos funcional de la gran nave que giraba en órbita más allá de la atmósfera. Tenía las instalaciones necesarias para alojar cómodamente a cien tripulantes y brindarles todos los medios de vida, además de una biblioteca, un gimnasio con piscina y un teatro. A los habitantes de Thalassa les encantaron esas instalaciones y no vacilaron en aprovecharlas. Por consiguiente, la población de Terra Nova nunca era inferior al doble de los cien habitantes nominales.

La mayoría de los visitantes — invitados o no — querían ayudar a los huéspedes terrícolas y brindarles una estadía agradable. A los terrícolas les encantaba semejante muestra de amistad, que al mismo tiempo solía dar origen a situaciones embarazosas. Los thalassianos eran gente insaciablemente curiosa, y además desconocían el concepto de la intimidad. Más de uno se ofendía al ver un cartel de «Por favor no molestar», lo cual daba lugar a problemas interesantes...

— Ustedes son oficiales superiores y adultos sumamente inteligentes — había dicho el capitán Bey en la última asamblea de personal a bordo de la nave —. De manera que esta advertencia es innecesaria, creo. Traten de no establecer... esteee... relaciones duraderas hasta que sepamos como piensan los thalassianos. Parecen gente muy amistosa, pero a veces las apariencias engañan. ¿Qué dice usted, doctor Kaldor?

— No pretendo conocer las costumbres de Thalassa en tan poco tiempo, capitán. Pero se me ocurren algunas analogías históricas interesantes con las situaciones que se creaban en la Tierra cuando un barco de vela avistaba un puerto después de una larga travesía. Supongo que la mayoría de ustedes habrá visto ese clásico del video, «Motín a bordo».

— Doctor Kaldor, espero que no me compare con el capitán Cook... quiero decir con el capitán Bligh.

— Bueno, no lo tome como un insulto. El verdadero Bligh fue un navegante extraordinario y víctima de calumnias totalmente injustas. A esta altura bastará con conservar el sentido común, observar los buenos modales y, como usted dice, ser cuidadosos.

¿Me miraba a mí cuando decía eso?, se preguntó Loren. No puede ser, hace tan poco que estamos aquí.

Sus tareas oficiales lo llevaban a conferenciar con Brant Falconer por lo menos diez veces al día. No podía evitar el encuentro con Mirissa... aunque quisiera.

Hasta el momento no se habían encontrado a solas ni intercambiado más que algún saludo. Pero las palabras ya estaban de más.

16 — Diversiones

— Lo que ves allí es un bebé — dijo Mirissa —, y puedo asegurarte que, a pesar de las apariencias, crecerá y algún día será un ser humano normal.

Sonreía, pero sus ojos estaban húmedos. Al ver la mirada fascinada de Loren comprendió por primera vez que debía de haber más niños en la aldea de Tarna que en todo el planeta Tierra durante las últimas décadas, cuando la tasa de natalidad se había reducido prácticamente a cero.

— Y eso... ¿es tuyo?

— Por empezar, no digas eso sino él; es un varón. Es Lester, el sobrino de Brant. Lo estamos cuidando hasta que vuelvan sus padres de Isla Norte.

— Es hermoso. ¿Me permites alzarlo?

En ese preciso instante Lester empezó a berrear.

— Creo que no sería conveniente — rió Mirissa. Lo alzó rápidamente para llevarlo al baño —. Conozco ese llanto. Dile a Brant o a Kumar que te enseñen la casa mientras esperamos al resto de las visitas.

A los habitantes de Thalassa les encantaban las fiestas y no perdían ninguna oportunidad para realizarlas. El arribo del Magallanes era una oportunidad única, que tal vez no se repetiría durante varias generaciones.

Si los huéspedes hubieran tenido la imprudencia de aceptar cuanta invitación se les ofrecía, hubieran pasado los días tambaleándose de una recepción oficial o extraoficial a otra. Pero en el momento oportuno el capitán había emitido una de sus directivas, tan escasas como implacables, que los tripulantes llamaban socarronamente los «rayos de Bey». En este caso los oficiales debían limitarse a una fiesta cada cinco días. En vista del tiempo que se requería para recuperarse de los efectos de la hospitalidad local, algunos consideraban que el capitán había sido excesivamente blando.

La residencia de los Leonidas, ocupada por Mirissa, Kumar y Brant, era un edificio circular construido por la familia seis generaciones atrás. Tenía una sola planta — los edificios de dos plantas eran escasos en Tarna — y un patio central de unos treinta metros de diámetro, sembrado de césped. En el centro había una pequeña laguna a la que se accedía por un bonito puente de madera. Y en la isla se alzaba una palmera, de aspecto bastante mustio.

— Cada tanto tienen que cambiarla — dijo Brant en tono de disculpa —. Algunas plantas terrícolas crecen bien aquí, pero otras se marchitan a pesar de los fertilizantes químicos. Lo mismo sucede con los peces. Los viveros de agua dulce funcionan bien, pero no hay lugar donde instalarlos. Da rabia pensar que tenemos un océano tan enorme y no sabemos aprovecharlo.

Loren pensaba íntimamente que Brant Falconer era un tipo bastante aburrido, no tenía otro tema de conversación que el mar. Con todo, era más conveniente hablar de eso que de Mirissa, que había logrado dormir a Lester y ahora atendía a sus invitados.