142403.fb2 Amar sin reglas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 10

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Capítulo 9

– ¡Hola, cariño! -la voz de Astra era suave y demostraba confianza en sí misma.

– ¿Astra? -Seth estaba tan desconcertado como Daisy-. ¿Qué haces aquí?

– Quería sorprenderte -sonrió Astra al besarlo en la boca-. Sé que habíamos decidido que no nos vieran juntos, pero no pude resistir. ¡No tienes por qué preocuparte, cariño! Traje a un grupo de amigos para disimular.

– ¿Por qué no me avisaste que venías?

Daisy se consoló algo al notar que Seth no la abrazaba pero, en realidad, ¿por qué iba a hacerlo? Nunca había fingido estar perdidamente enamorado de ella, aunque eso no significaba que no deseara casarse con esa mujer.

– Te telefoneé esta mañana -explicó Astra -apenas habías partido y le indiqué a la asistenta que preparara las habitaciones para los huéspedes. Deberías hablar con ella, Seth. Sus modales no han sido muy agradables. ¡De hecho, tuve que recordarle quién era yo!

Antes de que Seth pudiera responderle, Astra miró a Daisy.

– ¡Tú debes ser Daisy! -le dijo en un tono condescendiente-. No puedes imaginarte lo agradecida que estoy… Seth me comentó la maravillosa labor que estás realizando. Más tarde, charlaremos un poco.

Y pasó posesivamente su mano por el brazo de Seth.

– Cariño, vamos dentro que hay invitados -le dijo-. ¡No deseo que crean que te acaparo!

Seth tenía una expresión impenetrable. Astra lo arrastró hacia el mirador. Daisy iba detrás. Se sentía desconsolada. Deseaba gritar y echar a Astra de ese sitio. Estaba furiosa consigo misma por haber sucumbido a los encantos de Seth, pero no podía culparlo.

Desde la distancia, lo observó saludar a la gente que estaba en el salón. Él había recuperado sus maneras habituales y se mostraba sonriente y amable. Volvía a ser el magnate que una vez conoció.

Un sentimiento de amargura la dominaba. Les dijo que tenía que cambiarse y se marchó de allí. Deseaba que Seth pusiera alguna excusa para ir a reunirse con ella, pero no lo hizo. Se duchó y vistió. ¿Qué esperaba? ¿Qué él diera la espalda a su vida y la eligiera a ella?

Astra era la perfecta pareja para Seth. ¿Cómo podía creer que la semana que habían pasado juntos en la isla significara algo para él? Astra le ofrecía riqueza, inteligencia y belleza.

Seth nunca había dicho que la amara, nunca le había prometido algo que no pudiera darle. Ni una sola vez él había manifestado algo que, en ese momento, le sirviera para mitigar su dolor. Pensó en la jornada que acababan de pasar juntos. Cuando la ayudó a salir de la lancha, estaba segura de que le iba a decir que la amaba… pero no lo hizo. Y tenía que aceptarlo.

Cuando salió de su habitación, Astra la estaba esperando.

– Quería hablar contigo a solas -le dijo con una sonrisa-. Seth fue a hacer unas llamadas y pensé que era una buena oportunidad para charlar… sólo nosotras.

Lo último que deseaba era charlar con Astra, pero una sensación de orgullo y enfado la invadió. Decidió aceptar.

– ¡Perfecto! -exclamó Astra-. Vamos a mi bungalow.

Allí se dirigieron.

– Voy a dormir aquí para guardar las apariencias -añadió-. Seth podrá venir esta noche, después de que todos se hayan ido a dormir. Es ridículo, ¿verdad? Dimitrios sospecha algo y tenemos que ser cuidadosos.

Se sentaron en los sillones de mimbre que había en el mirador del bungalow.

– No puedes imaginarte lo aliviada que me siento al poder hablar con alguien que conoce la verdad. ¡Es terrible tener que fingir que Seth no significa nada para mí!

Daisy sintió que el odio la paralizaba.

– ¿De qué quieres que hablemos? -logró decir finalmente con un hilo de voz.

– Solamente quería agradecerte. Has estado fantástica. Convenciste a todos de que sois una pareja y así, nadie lo relaciona conmigo. Los dos estamos muy agradecidos.

Su tono era cálido, pero la amenaza que se reflejaba en sus ojos verdes era evidente. Astra había podido contemplar la escena en el muelle y había decidido dejarle claro quién era ella.

– Hice el trabajo por el que se me paga -dijo Daisy con indiferencia.

– Debo admitir que Seth me contó que, al principio, no fuiste muy buena actriz -le confió Astra-. Pero has mejorado. Y conseguiste engañar a Stephen Rickman. ¡No hay mucha gente que lo logre!

– ¿Qué quieres decir? -inquirió Daisy.

– Stephen escribió un artículo extraordinario acerca de Seth. Decía que era un hombre nuevo.

Astra asió un recorte de periódico que había en la mesilla que estaba a su lado y leyó en voz alta.

Parece que Carrington encontró una razón para vivir… Aquellos que tengan una razón para temer al magnate de los negocios, se asombrarían al verlo sonreír a la chica que, evidentemente, ama… Daisy Deare tiene un aire inocente que es extraño encontrar en ese ambiente… Están unidos por algo que trasciende el mero aspecto sexual… Los dos han encontrado el verdadero amor…

Astra se detuvo.

– La foto es realmente conmovedora -dijo luego y le entregó el recorte a Daisy.

El fotógrafo los había sorprendido mientras se miraban a los ojos, sonrientes. Con dolor, Daisy recordó la escena y le devolvió el artículo a Astra.

– Por fortuna Seth es un buen actor, ¿no?

– Muy bueno -admitió Astra, pero sus ojos eran fríos.

– Tienes que estar satisfecha -señaló Daisy.

– ¿Satisfecha? -Astra pareció sorprenderse.

– Pensé que era la clase de publicidad que deseabais -explicó Daisy.

– Ah, sí. Claro. Aunque no vi el artículo hasta ayer.

Tendría que estar muy preocupada si había abandonado todo y volado directamente al Caribe. Quizás no estaba tan segura de Seth como pretendía. De pronto, Daisy se cansó del juego.

– ¿Y viniste para saber si era verdad o no?

– Oh, no estaba preocupada por Seth, pero sí me preocupabas tú. Debo admitirlo. Seth es muy atractivo y, si tenías que pasar el día y la noche con él… bueno, no me habría gustado que te sintieras herida.

– ¿Y no pensaste en la posibilidad de que fuera Seth el que se sintiera herido?

– Claro que no. Verás, Daisy, conozco a Seth. Tenemos historias parecidas y nos entendemos. Él no soporta las complicaciones emocionales. Sabe que, cuando estemos casados, seremos independientes. Tengo mis propios recursos.

Eso mismo le había dicho Seth. ¿Por qué le dolía tanto oírselo repetir a Astra? Hizo un esfuerzo por mantener la calma.

– No necesitas preocuparte -le advirtió a Astra-. No tengo intenciones de aferrarme al cuello de Seth.

– Esperaba oír eso. Le pedí a mis abogados que aceptaran los términos definitivos del contrato prenupcial para poder firmarlo a la mayor brevedad posible. Quizás pase aquí la luna de miel con Seth.

Daisy sintió como si le clavaran un cuchillo en el corazón.

– Entonces, ¿ya no me necesitáis?

– Me parece que has cumplido con el trabajo -dijo Astra-. Y has hecho un trabajo maravilloso. Los dos estamos tan agradecidos que pensamos que merecías un premio.

– ¿Qué clase de premio?

Astra asió una caja de cuero que estaba en la mesa. Se la entregó a Daisy con una sonrisa paternalista.

– Seth y yo deseamos que aceptes esto en señal de nuestro aprecio.

«¿Seth y yo?», repitió Daisy para sí.

Entonces, habían hablado sobre ella. ¡Mientras lo esperaba en la habitación, ellos habían estado decidiendo la mejor manera de deshacerse de ella! Su tristeza comenzó a transformarse en un frío sentimiento de ira.

Con expresión rígida, abrió la caja. Dentro había un brazalete de diamantes. Debía valer una fortuna, mucho más que lo que se podía ganar en la floristería durante un año entero.

– Sabemos que las chicas de tu… profesión no quieren cheques.

– ¿Mi profesión? -Daisy la miró.

– Querida, todos sabemos qué clase de actriz es Dee Pearce. ¿Por qué te pensaste que Seth la iba a contratar? -Astra se miró las uñas-. Seth es un hombre, después de todo, y yo no esperaba que pasase tanto tiempo con una mujer sin acostarse con ella. ¡Oh, no te molestes en negarlo!

Daisy se puso tensa.

– Lo supe desde que te vi en el malecón -añadió Astra-, pero no me importa. Seth no confunde el sexo con el amor. Estaba preocupada porque tú tampoco lo hicieras.

¿Era sólo sexo lo que había compartido con él durante las últimas dos semanas? Petrificada, cerró la caja y se levantó.

– Te puedes quedar con tu premio -dijo en un tono desprovisto de emoción-. Lo único que quiero es que Seth me pague lo acordado. Luego, me iré.

Le arrojó la caja a su regazo y se marchó de allí. Inmediatamente, comenzó a temblar.

Era incapaz de volver a la casa, por lo que decidió sentarse en un lugar recluido del jardín. Le pareció que el mundo había perdido sus colores y su brillo. Experimentaba gran dolor.

¡Qué estúpida fue! Seth la consideraba como un objeto que había adquirido pero, en parte, era su propia culpa. Se sintió humillada. Estaba desesperada. Estaba tan afectada que, el hombre que se le acercó, titubeó antes de dirigirse a ella.

– ¿Señorita Daisy? -le dijo suavemente-. ¿Se encuentra bien?

– Sí. Estoy bien.

– Soy Winston -él dudó otra vez antes de continuar-. ¿Podemos hablar?

Daisy hizo un desesperado esfuerzo por recuperarse.

– Por supuesto. Siéntese, por favor.

Winston lo hizo y la miró preocupado por su expresión desolada.

– No sé qué hacer -le explicó-. Intenté hablar con el patrón, pero se ha encerrado en el despacho y no desea que lo molesten. Quiero que me diga lo que desea que haga con el hombre que me pidió que buscara.

– ¿Tom? ¿Encontró a Tom?

– Lo encontramos hace cuatro días -señaló Winston-, pero me enteré que pretende trasladarse. No se sabe adonde y me gustaría que el patrón me aclare si desea que lo siga o que me ponga en contacto con él.

– ¿Lo encontraron hace cuatro días? -repitió ella estúpidamente-. ¿Por qué no nos lo dijo antes?

– Lo hice -admitió Winston perplejo-. Se lo conté al señor y él me pidió que me asegurase de no perder su pista.

– ¿Quiere decir que Seth conocía el paradero de Tom desde hace cuatro días?

– ¿No se lo comunicó a usted?

– No -contestó ella-. No lo hizo.

Daisy estaba furiosa. ¿Cómo osaba Seth ocultarle el paradero de Tom? Pensó en su padre y su ira aumentó. Sus ojos cobraron un tono sombrío y peligroso. Se puso de pie.

– ¿Dónde está Tom?

– En Santa Lucía.

– ¿Me puede llevar hasta él mañana?

Winston se mostró incómodo.

– Necesito antes hablar con el señor.

– Yo aclararé este asunto con él -señaló ella.

El despacho de Seth seguía cerrado cuando ella entró en la casa. Estuvo a punto de golpear a la puerta, pero se arrepintió. Sería mejor llamar antes a su madre para darle la noticia. Había un teléfono en la habitación.

– ¿Lo encontraste? -inquirió su madre excitada-. ¡Qué alegría! ¿Cómo lo lograste?

– Es una larga historia, mamá. Te lo contaré todo cuando vuelva.

– Se lo diré a Jim enseguida -dijo Ellen-. Estaba comenzando a desesperar. ¿Cuándo podrás regresar?

– Mañana por la mañana iré a Santa Lucía. Tan pronto como vea a Tom, tomaré el primer avión para volver a casa. Quizás estemos de vuelta en dos días.

– ¿Y si Tom no te escucha? -Ellen se mostró dudosa.

– Lo hará -contestó Daisy-. Ya sabes que tenemos una estrecha relación.

De improviso, oyó el ruido de un portazo. Se sobresaltó, alarmada y se volvió. Allí estaba Seth con una expresión airada en el rostro.

– Debo irme, mamá -dijo Daisy suavemente-. Te haré saber con exactitud la fecha de nuestro regreso -y colgó el auricular.

– ¿Qué significa todo eso? -le preguntó Seth en un tono cortante.

Daisy se dirigió al armario y sacó su maleta.

– Me marcho a casa.

– ¿Qué quieres decir?

– Solamente eso. Me voy con Winston mañana por la mañana.

– No vas a ninguna parte -dijo él con brusquedad-. Hicimos un trato. ¿Lo olvidaste?

– No -ella estaba desolada-. Cumplí con mi parte y ahora, deseo que me pagues para poder marcharme.

– ¿Marcharte adonde? ¿Con Tom?

– ¡Sí, con Tom! -repitió ella-. Acabo de hablar con Winston. Sabías perfectamente cuánto anhelaba encontrar a Tom. ¡Supiste dónde estaba hace cuatro días y me lo ocultaste deliberadamente!

– ¿Y por qué tenía que contártelo? No podía permitirte que te fueras con tu amante antes de terminar tu trabajo aquí.

Daisy estaba demasiado enfadada como para corregirlo. Lo dejaría pensar que Tom era su amante.

– Bueno, creo que terminé mi trabajo.

– ¿Qué quieres decir?

– Astra me informó que hice un buen trabajo y que mis servicios ya no te hacían falta. El premio fue una gran idea, ¡pero preferiría el dinero en efectivo!

– No sé nada acerca de un premio. Y no te pagaré hasta que termines tu trabajo.

– Ya lo hice -dijo ella con frialdad-. Vine para encontrar a Tom. ¡Ahora que lo he hallado, ya no tendré que pasar más tiempo con un bastardo arrogante y manipulador como tú!

– ¿Manipulador? ¿Te atreves a llamarme manipulador? -Seth estaba pálido-. ¿Cómo denominarías a tu actuación de los últimos días?

– Fue solamente una actuación -Daisy se mostraba fría-. ¿No creerás que te habría soportado si no me hubieras prometido que me pagarías por ello, verdad?

– Todavía no te he pagado -le recordó él-. No podrás llegar lejos sin tu pasaporte o sin dinero. Te quedarás hasta que yo lo decida. ¡Y es mejor que comiences a actuar otra vez!

– Winston tiene una barca.

Seth se cruzó de brazos.

– No te llevará a ninguna parte, a menos que yo lo ordene.

– ¿Por qué quieres que me quede? Ya no me necesitas.

– Eso lo decidiré yo.

– ¡No me puedes encerrar como si fuera tu prisionera!

– Tienes que entender que puedo hacer lo que me venga en gana -dijo él implacable.

Daisy pensó que no tenía sentido seguir discutiendo en ese momento, pero no se dejaría acobardar. Tenía toda la noche para pensar en la forma de convencer a Winston para que la llevara a Santa Lucía. Una vez allí, podría decir que le habían robado el pasaporte. Lo único que importaba era que Tom volviera a casa lo más pronto posible.

– Está bien -admitió-. Me quedaré, pero dormiré en la habitación contigua.

– No lo permitiré -le soltó Seth-. Los invitados creen que duermes conmigo y tienen que seguir creyéndolo.

– Pueden pensar lo que quieran -contestó Daisy-. Tienen sus bungalows privados. No creo que vengan a inspeccionar la casa y abran las puertas. Además -añadió con voz hiriente -Astra te espera en su bungalow esta noche. No desearía ser un obstáculo. Una noche libre no es importante.

– ¿Una noche libre? -el tono de Seth era peligrosamente sereno.

– Dada la cantidad de noches que pasamos juntos, creo que te di más de lo que vale tu dinero.

De pronto, Daisy se sintió aterrorizada porque presentía que iba a perder el control. Metió sus cosas en la maleta y se encaminó a la puerta. Seth seguía de pie, en el mismo sitio.

– No iré a cenar con vosotros -indicó ella-. Puedes decir a la gente que me duele la cabeza, si realmente te importa lo que piensen. ¡Por hoy, ya he tenido bastante!

Había sido la tarde más larga de toda su vida. Se tumbó en la cama de la habitación contigua y miró el techo ausentemente. Podía oír las voces y risas de los invitados. Era obvio que no la echaban de menos. Parecía que se había organizado una fíestecilla. Seth estaría con ellos y les hablaría y sonreiría como si nada pasara.

Daisy se torturó al imaginarse a Seth y Astra juntos. Deseaba llorar o gritar, pero era como si su cuerpo estuviera agarrotado.

Grace llamó a su puerta para ofrecerle algo de comer. Sonaba preocupada. Daisy le dijo que no deseaba nada. Después, se quedó sola otra vez.

Finalmente, oyó que los huéspedes se marchaban a sus bungalows. Esperaba sentir el rumor de la puerta de la habitación de Seth, pero no fue así. Tenía que enfrentarse a los hechos. Seth debía haberse marchado con Astra. En ese momento, estaría con ella, la estaría besando y acariciando. Se sintió acongojada.

Tendría que estar pensando en Tom, en la forma de ponerse en contacto con él. Seth la había utilizado y la había tratado como si fuera una estúpida, pero solamente podía recordar la forma en que habían hecho el amor bajo las palmeras. ¿Había sido ese mismo día? El encanto de esa tarde pertenecía al pasado, a un pasado feliz.

Finalmente, rompió a llorar. En la oscuridad, las lágrimas caían por sus mejillas y no hizo ademán de secarlas.

Al día siguiente, el sol la despertó. Se había quedado profundamente dormida justo antes del amanecer. Se desperezó y buscó a Seth. Al no verlo, su primera reacción fue de pánico. ¿Qué hacía durmiendo sola en esa habitación? De pronto, recordó los hechos y hundió su rostro en la almohada agobiada por la desesperación y el desconsuelo.

Fue el pensamiento de ponerse en contacto con Tom lo que, al final, la impulsó a levantarse. Se movía como si fuera una autómata. Se vistió y se puso unas gafas de sol para ocultar sus ojos enrojecidos por el llanto. Salió al pasillo. Si Winston no la iba a llevar hasta Tom, quizás podría escribirle una nota.

No había señales de Seth ni de nadie. Sería más temprano de lo que se imaginaba. Grace estaba limpiando los restos de la noche anterior.

– Tiene un aspecto terrible -le dijo la asistenta con preocupación-, ¿Está bien?

– Me duele la cabeza, eso es todo -respondió ella con dificultad-. Grace, ¿podría darme una hoja para escribir una nota? Quiero dársela a Winston.

– Winston se marchó -manifestó Grace sorprendida.

– ¿Se… marchó?

– Hace una hora. ¿Está segura de que se siente bien?

Daisy necesitaba reflexionar. Winston era el único que podía llegar hasta Tom. Seth lo sabía y, por eso, le había ordenado que se fuera. Se sintió desolada.

– Creo que vuelvo a la cama -necesitaba estar a solas-. Si alguien pregunta por mí, diga que no me encuentro bien.

Pasó toda la mañana encerrada en la habitación. No tenía demasiadas alternativas. El enfado la quemaba como si fuera una llama dentro de su corazón.

Seth golpeó perentoriamente a su puerta y entró sin esperar respuesta.

– No vas a quedarte encerrada aquí todo el día -le espetó-. Sé que no estás indispuesta y vendrás a almorzar con los invitados.

– No tengo hambre.

– No me importa… vendrás a almorzar. Y si te atreves a sugerir que nuestra relación no va bien, ¡te mandaré a la isla más cercana, sin pasaporte ni dinero ni tu adorado Tom!

Daisy no podía hacer otra cosa que obedecer. Se sentaron a la mesa con los demás. Seth casi no participó en las conversaciones. Aparentemente, se le veía igual que siempre, pero su expresión era de frialdad.

Cuando casi habían terminado de comer, les llegó un rumor desde el muelle. Daisy estaba demasiado ensimismada como para darse cuenta de lo que sucedía. Después de unos minutos, Grace se acercó a la puerta. Parecía dudar.

– ¿Qué pasa, Grace? -preguntó Seth.

– Acaba de llegar una lancha con un joven -explicó Grace-. El jardinero fue a advertirle que esto es propiedad privada, pero rehusa marcharse -Grace deslizó su mirada hacia donde estaba Daisy-. Dice que no lo hará hasta que no vea a la señorita Daisy.

Daisy prestó atención.

– ¿Quiere verme?

– Eso dice -señaló Grace.

Rápidamente, Daisy se levantó de la silla. Junto al muelle la esperaba un joven de cabellos rubios. Daisy se quedó helada. No podía ser…

– ¡Tom! Oh, Tom. ¡Gracias a Dios que has venido!