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– ¡Oh, Tom! ¡Qué alegría verte! ¡Llevo tanto tiempo buscándote!
Daisy se lanzó a los brazos de su hermanastro y rompió a llorar.
– ¡Vamos, hermanita! -Tom le dio una palmada en la espalda.
Era evidente que no estaba preparado para un recibimiento tan emotivo.
– No hay necesidad de llorar -añadió él-. Ya estoy aquí. ¿Qué significa eso de que llevas tiempo buscándome? ¡Yo he estado tratando de encontrarte a ti!
– ¿A mí? -ella lo miró asombrada-. ¿Cómo sabías que estaba en el Caribe?
– Leí algún artículo que mencionaba tu romance con Seth Carrington. No me lo pude creer cuando vi tu foto. ¡Tú y Seth Carrington!
Su atractivo rostro se vio ensombrecido por la preocupación.
– Supongo que sabes lo que haces, ¿verdad? -añadió luego-. Siempre has sido muy inocente y ese hombre tiene una mala reputación. Oí un montón de cosas sobre él desde que llegué al Caribe.
Tom hizo una pausa.
– Cuando me enteré de que vendrías con él… bueno, pensé que debía comprobar que estabas bien. Afortunadamente, no me encontraba lejos y conseguí que me prestaran esa barca -explicó-. Además, quería saber si papá está bien. Tuvimos una terrible disputa justo antes de que yo partiera y los dos dijimos cosas desagradables. Me gustaría saber si me perdonó. Ya sabes que es muy terco.
– Te ha echado mucho de menos, Tom -dijo ella, llorosa.
A continuación, le dio detalles sobre la enfermedad de su padre.
– Por favor, dime que volverás tan pronto como puedas. Él te necesita -continuó Daisy.
– Claro que lo haré.
Tom se mostró abatido por las noticias y Daisy trató de consolarlo. Se abrazaron para animarse mutuamente.
– ¿Y qué me dices de ti, Daisy? -dijo Tom después-. ¿Vuelves conmigo?
Daisy se mordió el labio.
– Depende de Seth.
– No puede retenerte si no deseas quedarte aquí.
– Es… es difícil de explicar -manifestó ella.
¿Cómo podría hacerle entender el trato que hizo con Seth? ¿Cómo podría explicarle su amargura y enfado? Tom la observó detenidamente.
– No te habrás enamorado, ¿verdad? Pensé que esa historia era una invención de la prensa.
– Lo es -admitió Daisy con desesperación-, pero ahora no puedo explicártelo. Voy a comunicarle a Seth que me marcho ahora mismo.
– ¿Voy contigo?
– No -dijo ella-. Será mejor que le hable a solas. Espérame en la barca. Volveré pronto.
– Está bien, pero llámame si Carrington se opone.
Al entrar en el salón, Daisy comprobó que los huéspedes seguían sentados a la mesa. La silla de Seth estaba oculta por la puerta. No pudo darse cuenta si él estaba o no allí. Decidió ir primero a recoger su equipaje y luego, hablaría con él.
Pero Seth fue en su búsqueda. Daisy estaba en la habitación. La invadían los recuerdos. De pronto, Seth empujó la puerta y entró. Su expresión era dura. Se acercó a ella y arrojó el pasaporte y un sobre encima de la maleta de Daisy.
– Supongo que querrás eso -le dijo.
Daisy los agarró con manos temblorosas.
– ¿Quieres decir que me puedo marchar?
– Después de esa conmovedora escena en el muelle, ya no tiene sentido tratar de convencer a la gente de que estás enamorada de mí. Si alguien me pregunta, le explicaré que tuviste que volver a casa a causa de unos asuntos urgentes. Seguramente, todos me dirán que me he librado de una relación inconveniente. Resultaba obvio que no te ibas a adaptar.
Hizo una pausa. El tono de su voz era cortante.
– De todas maneras, no te habría necesitado por mucho más tiempo. Astra firmará el contrato. Tan pronto como obtenga el divorcio, nuestra relación se hará pública.
– Ya veo.
Daisy abrió el sobre. Estaba lleno de dinero.
– Supuse que preferirías efectivo. Puedes contarlo. Además de lo acordado, hay un premio por haber sido tan convincente en la cama. Es lo menos que podía hacer después de recibir esos servicios extras.
¿Servicios extras? Daisy empalideció.
– No necesito contar -dijo en un tono desprovisto de emoción.
Acto seguido, asió su maleta y salió al pasillo. Le pareció que caminaba en una pesadilla. Deseaba volverse e ir corriendo hacia Seth para abrazarlo. No cruzaron ni una palabra.
Grace la vio salir de la casa.
– ¡Señorita Daisy! ¿Qué sucede? ¿Malas noticias? -preguntó perpleja.
– Sí -contestó Seth de manera tajante-. Se marcha.
Grace se mostró disgustada y Daisy le dio un abrazo.
– Adiós, Grace. Gracias por todo.
– Oh, señorita Daisy. ¡Vuelva pronto!
Pero ella no volvería nunca a ese maravilloso lugar ni volvería a ver a Seth. Nunca más. Daisy titubeó y, al final, se volvió. Seth se había detenido en los escalones del mirador. Su expresión era implacable.
– Adiós -le dijo ella con voz temblorosa.
– Adiós -respondió él.
La dejaba marchar. Daisy esperaba un arrepentimiento de última momento, pero él no tuvo compasión. No había nada que ella pudiera hacer. Con lágrimas en los ojos, se aproximó a la lancha, donde Tom la esperaba.
Daisy dirigió una última mirada al mirador. Quizás no fuera demasiado tarde. Él todavía podía llamarla. Pero no lo hizo. Montó en la lancha y se alejaron hacia el horizonte.
Daisy no miró hacia atrás. Iba llorando.
El viaje de vuelta a Londres transcurrió en silencio. Estaba claro que Tom iba muy preocupado por la enfermedad de su padre. Daisy pensó que debía consolarlo, pero se sentía miserable y triste. No se había imaginado que podía llegar a encontrarse tan desolada.
No se arrepintió de lo que había hecho al ver la alegría de Jim en el momento de encontrarse con Tom.
– No tengo palabras para expresar mi gratitud, Daisy -le dijo Jim-. No te puedes imaginar lo mucho que deseaba ver a Tom y hacer las paces.
– No tienes que agradecerme nada, Jim. Solamente tienes que curarte.
– Lo haré.
Jim parecía cansado, pero dispuesto a curarse. De hecho, mejoró considerablemente y le permitieron volver a casa.
– Soy realmente feliz -le dijo ese día Ellen a Daisy-. Jim ha vuelto a casa y Tom me comentó que ya no se marchará.
– ¿De verdad? -inquirió Daisy.
Durante su ausencia, la situación en la floristería se había tornado algo caótica, por lo que Daisy no había tenido tiempo de charlar a solas con Tom.
– Se marchó porque Jim quería que entrase en el negocio familiar, pero admite que estaba cansado de hacer trabajos aquí y allá. Creo que ahora desea una situación estable -añadió Ellen-. Tuvimos una charla y me comentó que sólo me rechazaba al principio. Se sintió abatido al saber que yo creía que habían peleado por mi culpa.
– Espero que lo creas -dijo Daisy.
– Claro -suspiró su madre, satisfecha-. De hecho, todo se resolvió perfectamente y podemos sentirnos felices, ¿verdad?
Daisy miró por la ventana.
– Sí -dijo.
Era una cálida tarde de verano. Los rayos de sol resplandecían sobre los árboles de la calle, pero Daisy sólo pensaba en las palmeras y el cielo azul del Caribe. Quizás Seth estaría allí en ese instante, con Astra, tumbados sobre la arena y acariciándose. ¿La recordaría?
Trató de no pensar en él, pero era como no respirar. Su desesperación se había transformado en tristeza y dolor. Esperaba que la sensación de vacío desapareciera al volver a la rutina, pero no hizo más que empeorar.
Seth y ella eran muy diferentes. Durante unas breves semanas estuvieron juntos, pero había sido solamente una ficción, una fantasía. ¿Por qué no lograba aceptarlo? La lógica no funcionaba porque estaba enamorada de él.
Le dolía recordarlo, pero aun le dolía más no saber cómo estaba ni qué hacía en esos momentos. Daisy se torturaba al buscarlo en las columnas de cotilleos y temía que llegase el día en que pudiera leer sobre el divorcio de Astra.
Había pasado un mes desde su vuelta a casa y todavía no tenía novedades. La prensa del corazón iba a celebrar su gran día cuando se anunciara el matrimonio de Astra y Seth. El silencio sobre ese tema la dejaba perpleja. ¿A qué esperaban para casarse?
Mientras tanto, ella estaba con los nervios de punta. Hacía esfuerzos por disimular cuando estaba junto a su madre y Jim, pero el resto del tiempo se sentía irritada y miserable.
El verano era una época de gran actividad en la tienda y Daisy se sintió satisfecha por disponer de poco tiempo para pensar, aunque las noches se tornaban difíciles. Recordaba a Seth y lo anhelaba. Solía imaginarse que todavía estaba en la isla, en aquella gran cama rodeada por la tela mosquitera.
A pesar de los esfuerzos que hacía Daisy por disimular su malestar, Ellen advirtió sus ojeras con preocupación. Daisy ya no mostraba la vitalidad y el dinamismo que la caracterizaban. Su madre la interrogó acerca de las razones del cambio, pero ella simplemente movió la cabeza.
– Estoy bien -fue todo lo que dijo.
Una calurosa tarde de verano, Daisy se encontraba en la trastienda de la floristería. Le daba los toques finales a un ramo de cumpleaños. Se sentía aliviada por estar a solas y no tener que forzar una sonrisa. Lisa había ido a entregar unos pedidos y su madre atendía a una cliente en la tienda.
De pronto, oyó el sonido de la campanilla. Esperaba que su madre se encargase de la persona que había entrado, pero era evidente que estaba muy ocupada con su cliente.
– ¡Daisy! -la llamó Ellen.
Daisy suspiró. Se asomó a la tienda y observó a la persona que esperaba detrás del mostrador. Su corazón dejó de latir y se quedó sin respiración, pero enseguida experimentó una gran alegría y sintió como si reviviera.
– Hola -dijo Seth.
Su rostro se veía más delgado. Tenía una expresión extraña, pero era él. Daisy sintió deseos de tocarlo para convencerse de que era real, pero su instintivo sentimiento de felicidad se vio oscurecido por otro de amargura al recordar lo sucedido.
– ¿Qué haces aquí? -le preguntó.
– ¡Daisy! -exclamó Ellen.
– Quiero comprar unas flores -dijo él.
¿Qué se proponía Seth? Le suponía un gran esfuerzo no caer rendida a sus pies, pero no dejaría que la tomara por tonta una vez más.
– Elige lo que quieras -le sugirió ella al señalar los ramos expuestos en la tienda.
– Me gustaría que lo hicieras tú -comentó Seth-. Deseo un bonito ramo.
El rostro de Daisy era inexpresivo.
– ¿Qué clase de ramo?
Por el rabillo del ojo, Daisy se dio cuenta de que Ellen la miraba asombrada debido a su tono de voz, pero hizo caso omiso. Había deseado profundamente volver a ver a Seth, pero no sabía que le iba a resultar tan doloroso.
– Un ramo que sea muy romántico -contestó él-. No me importa el precio. Se lo regalaré a la mujer que amo.
¿Por qué la mortificaba? Daisy tenía ganas de gritar y llorar, pero se dispuso a elegir las flores. Su sentido del orgullo la impulsaba a hacerle el ramo más bonito que pudiera para demostrarle que no le importaba. El resultado fue realmente satisfactorio. Daisy apoyó el magnífico ramo sobre el mostrador. Estaba tensa y tenía ganas de llorar.
– ¿Cuánto es? -inquirió Seth.
Le entregó su tarjeta de crédito para pagarle y, finalmente, ella se la devolvió con manos temblorosas.
– Gracias -dijo él y recogió el ramo de flores.
Daisy ya no podía contener el llanto. Se consideraba incapaz de verlo marchar, por lo que se despidió y dirigió sus pasos hacia la trastienda. Allí, se desplomó sobre una silla y tapó su cara con las manos. Rompió a llorar.
Sintió unos pasos que se acercaban.
– ¿Por qué lloras Daisy? -era la voz de Seth.
– No estoy llorando.
– Está bien, ¿por qué no lloras?
Daisy se puso tensa al notar el tono jocoso de Seth.
– No tiene nada que ver contigo. ¡Márchate!
– No me iré antes de darte esto -le dijo él con firmeza.
Daisy se quitó las manos de la cara y vio que Seth le entregaba el ramo de flores.
– ¡No deseo las flores de Astra! -exclamó.
– No son para Astra -explicó Seth-. Las compré para ti.
Siguió un largo silencio. Daisy observó las flores sin poder creer lo que acababa de oír.
– ¿Para mí? -susurró finalmente.
– Para ti.
Lentamente, elevó la vista. La expresión de Seth demostraba ansiedad.
– Pero… pero vas a casarte con Astra.
– No -negó él-. Deseaba hacerlo hace tiempo… antes de conocerte. Luego supe lo que era el amor verdadero. Lo que mis padres llamaban amor no tiene nada que ver con lo que siento al mirar esos preciosos ojos azules que tú tienes. Al principio pensaba que el deseo de tocarte y abrazarte no era más que atracción física, pero cada vez que algún hombre se te acercaba, sentía deseos de asesinarlo.
– No es posible que me ames -dijo Daisy impulsivamente-. ¡Me trataste de forma horrible!
– Lo sé. Fui rudo y arrogante. Estaba enfadado conmigo mismo por haberme enamorado. Me hiciste sentir inseguro y tuve que desquitarme contigo. Sé que no te he dado razones para que me ames, Daisy. No te culparía si me dijeras que no deseas volver a verme.
Todavía sostenía el ramo en sus manos.
– Entonces, ¿por qué has venido a verme? -preguntó ella temblorosa.
Se puso en pie y se apoyó en el respaldo de la silla.
– Porque quería que supieras cómo me sentía. Sé que no podré ser feliz a menos que estemos juntos. No puedo olvidar esas largas noches en el Caribe. ¿Las recuerdas, Daisy? -le preguntó con suavidad.
¿Recordar? ¿Recordar las calurosas noches, sus manos, su cuerpo y el goce que descubrieron juntos?
– Sí -dijo ella-. Las recuerdo.
Daisy miró el ramo de flores. Advirtió que Seth apretaba los tallos con tanta fuerza que los había quebrado. De pronto, ella vio a un hombre ansioso e inseguro en lugar del empresario arrogante que conocía.
– ¿De verdad que el ramo es para mí? -inquirió.
– Claro -a Seth le costaba hablar tanto como a Daisy.
– ¿Me amas? -preguntó ella.
– Sí -respondió Seth.
– Es mejor que las acepte entonces -Daisy esbozó una sonrisa-. Gracias.
Se inclinó hacia él para darle un beso en la mejilla. Al sentir el roce de sus labios, Seth ya no pudo controlarse más y la abrazó con fuerza. Hundió su rostro en los rizos de ella.
– Daisy… -murmuró desesperadamente-. Dime que me amas.
– Te amo -dijo ella entre risas y sollozos.
– ¿De verdad? -le preguntó Seth.
– De verdad.
– Entonces, ¿vendrás conmigo? ¿Te casarás conmigo?
– Sí, sí… ¡oh, sí!
Se besaron largamente. Fue un beso que les quitó la respiración y los dejó temblando.
– Dejemos las flores -señaló Seth al apartar el aplastado ramo que se interponía entre ellos.
Volvió a abrazar a Daisy.
– Te eché tanto de menos -le dijo-. No advertí cuánto te amaba hasta que te echaste en brazos de Tom. Creí que era demasiado tarde para confesarlo. Ése fue el peor día de mi vida.
– Tenía que irme -se justificó Daisy-. Tenía que asegurarme de que Tom volviera a casa.
– Lo sé, cariño. Si no hubiera sido tan terco, te habría permitido contarme la historia de Tom y me habría ahorrado un mes angustioso. Cuando te marchaste, no fui capaz de hablar con nadie. Decidí irme a Nueva York, pero le dije a Astra y a los demás invitados que podían quedarse allí si lo deseaban. Imaginaba que al estar en un lugar neutral, todo me resultaría más fácil. Pero no fue así y volví a Cutlass Cay.
Seth le besó los cabellos.
– Entonces, Grace me contó que Tom era tu hermano y me reprochó por haberte dejado marchar. ¡No sabía si sentirme abatido o feliz por lo estúpido que había sido!
– Quizás tendría que haber insistido un poco más para que supieras la verdad -manifestó Daisy.
– No te habría escuchado -dijo él-. Me sentía celoso. Te llevé a Cutlass Cay porque te quería para mí solo y descubrí que buscabas a otro hombre. No podía evitar que te fueras, pero cuando Winston halló a Tom, no pude resistir la tentación de que permanecieras unos días más en la isla y lo oculté. Lo siento, cariño. ¿Crees que tu padrastro me podrá perdonar por el retraso para reencontrarse con su hijo?
– Lo hará cuando sepa lo feliz que soy -suspiró ella-. Todo esto no es un sueño, ¿verdad?
– Si lo es, lo estamos compartiendo.
– ¿Qué pasó con Astra? -preguntó Daisy.
– ¿No te enteraste? Decidió, después de todo, que prefería seguir casada con Dimitrios. Esperan un hijo.
– ¡Pero… quería casarse contigo!
– Ya no -Seth hizo una mueca-. Astra siempre deja algunas puertas abiertas. Después de leer aquel artículo en el que se comentaba que estábamos enamorados, Astra de pronto se presentó en la isla. Nunca se da por vencida sin luchar e hizo lo posible por separarnos.
– Lo consiguió -señaló Daisy y le comentó el asunto del brazalete de diamantes-. Yo estaba convencida de que esa noche habías ido a dormir con ella.
– ¿Con Astra? ¿Después del día que habíamos pasado tú y yo juntos?
– ¿Y dónde estabas?
– En la playa -respondió él-. Quería convencerme de que estaría mejor sin ti, pero te deseaba más que nunca.
– Oh, Seth, ¡hemos perdido mucho tiempo!
– Lo recuperaremos -le prometió él y comenzó a besarla otra vez.
– He sido muy infeliz -suspiró Daisy luego-. Esperaba leer alguna noticia sobre tu boda con Astra. Ella me dijo que estaba a punto de obtener el divorcio.
– A mí también -indicó Seth-, y me llevó algún tiempo convencerla de que ya no deseaba casarme con ella. No acepta una negativa fácilmente. Al final, decidió volver con Dimitrios.
– ¿Estás seguro de lo que haces, Seth? -inquirió ella dubitativa.
– Te quiero -dijo Seth-. Me siento vacío cuando no estás a mi lado, Daisy. No puedo prescindir de tu calidez y tu sonrisa, pero puedo vivir sin el dinero de Astra.
– Estaré junto a ti siempre que me quieras.
– Te querré siempre -dijo Seth.
– ¿Y cómo me encontraste? -le preguntó Daisy, mientras apoyaba su cabeza sobre el hombro de él.
– No fue fácil. Me di cuenta de que sabía poco sobre ti. No figuras en la guía telefónica. Pero tuve un golpe de suerte. Un amigo de Nueva York mencionó a la nueva novia de otro amigo. Su nombre es Dee Pearce. Por supuesto, recordé que ella era tu amiga.
– Ah -dijo Daisy con aprensión.
Había olvidado contar a Seth la forma en que había llegado hasta él.
– ¿Es eso todo lo que puedes decir? -le preguntó Seth en tono jocoso-. Conseguí mantener una confusa conversación con esa chica y deduje que nunca había recibido mi carta y que no tenía ninguna amiga llamada Daisy Deare. Dee me comentó que su correspondencia era, a menudo, enviada a Lawrence Street en lugar de Lawrence Crescent. Enseguida entendí todo.
– Intenté entregarle tu carta -Daisy se excusó-. La abrí por error, pero fui a explicarle lo sucedido. Ella ya no vivía allí y me pareció que todo era obra del destino. Estaba desesperada por hallar a Tom y decidí hacerme pasar por esa chica. ¿Estaba enfadada conmigo?
Seth negó con un gesto.
– Está contenta con su nuevo novio. No le habría interesado el trabajo.
– ¡Qué alivio! -Daisy lo besó detrás de la oreja, en el mismo sitio en que lo había besado una vez al tratar de convencerlo de que era actriz-. Deberíamos agradecer a la oficina de correos, Seth. En caso contrario, no nos habríamos conocido.
Seth la abrazó apasionadamente.
– Puedes escribirles, si lo deseas -le dijo-, pero no creo que tenga nada que ver con la oficina de correos. ¡Tú y yo estamos hechos el uno para el otro y fue el destino quien envió la carta!