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Capítulo 1

¿Se atrevería a hacerlo? Daisy se mordió los labios mientras su mirada iba del teléfono a la carta que tenía en la mano. Era una misiva breve y enigmática. La escritura con tinta negra delataba a una persona que estaba acostumbrada a expresarse en un estilo más franco y menos evasivo.

…Un conocido de ambos me ha proporcionado su nombre porque cree que puede interesarle una propuesta. Necesito a alguien de sus características para acompañarme próximamente en un viaje al Caribe…

Daisy releyó la carta, aunque ya se la sabía de memoria. Fijó la vista en la parte que hacía mención al Caribe al igual que había hecho al abrir el sobre… justo antes de darse cuenta de que no era ella a quien iba dirigida.

Llegaré a Londres el diecinueve de mayo, concluía la carta lacónicamente. Había un nombre y el número telefónico de uno de los hoteles más exclusivos de Londres. Llámeme si está interesada. La firma revelaba una personalidad agresiva. Correspondía a Seth Carrington.

Daisy volvió a mirar el teléfono. No conocía ese nombre, aunque le sonaba vagamente familiar. Todo ese asunto le resultaba sospechoso. Era evidente que Seth Carrington era un hombre que no solía escribir sus propias cartas. ¿Por qué lo habría hecho en esa ocasión?

Daisy pensó que, si fuera sensata, doblaría la carta para guardarla en su sobre otra vez y enviarla a su destinataria verdadera con una nota que explicara que había sido abierta por error.

Pero la sensatez no la llevaría al Caribe ni la ayudaría a encontrar a Tom. Se secó las manos sudorosas en la falda y agarró el auricular del teléfono.

– Desearía hablar con Seth Carrington, por favor -dijo al escuchar la voz de una señorita que se anunció como la secretaria del señor Carrington.

– ¿Quién lo llama?

Daisy miró el nombre a quien iba dirigida la carta.

– Dee Pearce -señaló.

Se preguntaba si la secretaria se habría dado cuenta de que mentía.

– Me temo que el señor Carrington está ocupado en este momento. ¿Le importaría dejar un mensaje? -preguntó la secretaria.

Daisy dudó. No sabía qué responder. ¿Qué hubiera respondido Dee Pearce en su lugar? Finalmente, optó por dejar su número de teléfono y colgó. Se sentía deprimida.

Aquella carta que ofrecía la posibilidad de hacer un viaje al Caribe le había llegado por error. Cuando, luego, se enteró de que Dee Pearce había desaparecido sin dejar una dirección adonde enviarle la correspondencia, pensó que el destino le estaba echando una mano.

Fue en ese instante cuando le había surgido la idea de hacerse pasar por ella. Le llevó toda la noche reunir el coraje para telefonear a Seth Carrington. ¡Y efectivamente él estaba allí! Daisy no creía tener valor para volver a intentarlo.

«Es una locura, de todas formas», pensó al dejarse caer sobre una silla.

Era obvio que, fuera cual fuera la interesante propuesta de Seth Carrington, su madre no aprobaría la idea. A pesar de que Daisy estaba dispuesta a hacer lo que fuese para encontrar a Tom, había ciertos límites.

Tendría que hallar otra forma de llegar al Caribe para buscarlo. De todas maneras, no creía que Seth Carrington la llamara.

El teléfono sonó y Daisy se sobresaltó. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Quizás era su madre. Respiró profundamente para calmarse. También podrían ser Lisa o Robert. Levantó el auricular con una mano sudorosa.

– Hola -dijo con cautela.

– Soy Seth Carrington.

La voz tenía acento americano. Era profunda y autoritaria, al igual que su escritura.

– ¿Es usted Dee Pearce?

Daisy titubeó. Estaba indecisa porque sabía que, más tarde, no podría retractarse. Podría haberle respondido que lo lamentaba y que todo había sido una equivocación. Era lo más sensato. Tenía intenciones de hacerlo, pero se arrepintió.

– Sí -respondió en cambio.

El hombre al otro lado del teléfono captó su titubeo momentáneo.

– No parece muy segura -comentó.

El tono sarcástico la hizo reaccionar con atrevimiento.

– Sí, soy Dee Pearce -mintió con frialdad-. Lo que ocurre es que me ha tomado por sorpresa.

– Se sorprende usted con demasiada facilidad, ¿verdad? -inquirió Seth Carrington con el mismo tono odioso e irónico-. No hace más de cinco minutos que me llamó. ¿Es que ya se olvidó?

– Por supuesto que no -indicó ella-. Pensé que, por el momento, usted no estaba disponible -continuó diciendo con un tono marcadamente sarcástico-. Su secretaria me dio la impresión de que estaba demasiado ocupado para acercarse a un teléfono, por lo que no esperaba que me llamase tan pronto.

El breve silencio que se hizo indicaba que Seth Carrington no estaba acostumbrado a que le respondieran.

– María filtra las llamadas que no deseo recibir -manifestó después de unos segundos-. No sabe nada de este tema. Estoy seguro de que usted coincidirá en que es mejor que casi nadie se entere de esto.

– Absolutamente -admitió Daisy.

– Y ahora, puesto que estoy muy ocupado, quizás podamos discutir los detalles -añadió él con brusquedad-. Supongo que Ed le explicó la situación, ¿verdad?

¿Ed? ¿Quién sería Ed?

– Acabo de recibir la carta -dijo ella con cautela.

Seth profirió una maldición.

– Ed me comentó que la llamaría antes de volver a los Estados Unidos -declaró Seth, mientras Daisy suspiraba aliviada.

Si Ed conocía a Dee Pearce era mejor que estuviera al otro lado del Atlántico.

– Escuché un mensaje extraño en mi contestador automático -manifestó Daisy, sorprendida por su capacidad para inventar excusas-. Quizás no me encontró en casa y no se atrevió a dejar un mensaje muy explícito.

– No quiero explicar este asunto por teléfono. Será mejor que venga a verme -Seth parecía pensar en voz alta-. De esa forma, también podré echarle un vistazo a usted -y se oyó un crujido de papeles-. Tengo un rato libre a las cuatro. ¿Podrá llegar a tiempo?

Daisy pensó que había recibido invitaciones más amables que esa, pero no era el momento para protestar por la actitud de Seth. Si ese trabajo le facilitaría viajar al Caribe, entonces valía la pena soportar su brusquedad.

– Sí, allí estaré.

Daisy no se sorprendió al no recibir una respuesta entusiasta.

– No llegue tarde y sea discreta -fue todo lo que dijo Seth antes de colgar.

Daisy dejó lentamente el auricular en su sitio. No podía creer lo que había hecho.

¿Había sido realmente ella, Daisy Deare, la que aceptó encontrarse con un extraño en un hotel para discutir una oscura propuesta? La aventura más alocada que había tenido hasta esa fecha había sido saltarse un semáforo en rojo cuando conducía por una calle desierta a las dos de la madrugada.

Durante unos instantes, se vio dominada por la tentación de no acudir a la cita. Luego pensó en su padrastro, tristemente postrado en la cama de un hospital. También recordó el rostro ojeroso de su madre y la culpa que se reflejaba en sus ojos cuando pensaba en Tom.

Daisy sabía que su madre estaba convencida de que Tom se había marchado por culpa de ella. Las dos tenían la seguridad de que lo que más deseaba Jim Johnson era volver a ver a su hijo antes de morir. Tenían que encontrarlo.

Daisy se había puesto en contacto con todos los amigos de Tom, pero solamente uno le pudo proporcionar noticias sobre él. Mike le había escrito desde Florida. Le contaba que lo había visto en el Caribe y que intentaría averiguar algo más.

Cuando Daisy abrió con ansiedad aquella carta con sellos de los Estados Unidos, creyó que era la información que esperaba de Mike. Finalmente, se había encontrado leyendo la enigmática misiva que Seth Carrington le envió a Dee Pearce.

Daisy subió al autobús que iba a Mayfair. Pensó que ésa era su única oportunidad para ir al Caribe y hallar a Tom por su cuenta. De todas formas, no podía sucederle nada malo en un conocido hotel y con alguien que tenía una secretaria tan eficiente.

Al menos, se enteraría de la propuesta de Seth Carrington. Si solamente buscaba una prostituta, simplemente se marcharía de allí, pero sus modales telefónicos habían sido demasiado bruscos como para eso. ¿Por qué se iba a molestar en la redacción de una carta o el ofrecimiento de un viaje al Caribe si era sólo una cuestión de sexo?

Estaba claro que existían medios más sencillos para conseguirlo. Además, Seth Carrington no parecía de la clase de hombres que tienen que pagar por una mujer.

Las ramas verdes del mes de mayo rozaron el techo del autobús en King’s Road, pero Daisy no se dio cuenta. Estaba pensativa y sus oscuros ojos azules se perdían en el infinito a través de la ventana, sin hacer caso de los coches, la gente o las tiendas.

Se preguntó cómo sería Seth Carrington. Por teléfono, no había sido nada encantador. Recordó su voz profunda e implacable.

«Agresivo», pensó ella.

Pero inmediatamente ignoró el pensamiento y un ligero escalofrío que le recorrió la espina dorsal. Probablemente sólo tenía unos modales telefónicos inadecuados.

El silencio reinaba en el vestíbulo del hotel. Daisy se sintió fuera de lugar con su larga camiseta negra y sus mallas de color gris. Esperó el ascensor para dirigirse a la suite del ático.

La gente que pasaba por allí era elegante y sofisticada. El aspecto general era de opulencia. Daisy se sintió aliviada cuando llegó el ascensor y comprobó que estaba vacío. Se miró al espejo mientras subía. Pensó que si Seth Carrington esperaba que ella fuera una mujer elegante y sofisticada, lo iba a decepcionar.

Sus cabellos oscuros y rizados se veían enredados, a pesar de que los había cepillado cuidadosamente. Aunque era esbelta y alta, tenía un aire desgarbado que nunca podría ser confundido con la elegancia.

No, nunca sería una persona sofisticada. Daisy suspiró al contemplar su rostro ovalado de ojos inocentes y azules enmarcados por largas pestañas. Se veía joven e incluso bonita, pero no era sofisticada.

¡No iba a funcionar! De pronto, el pánico que la dominó casi la impulsó a apretar el mando para bajar, pero era demasiado tarde. Las puertas se abrieron y una esbelta secretaria se puso en pie para saludarla.

Esa mujer rondaba los treinta y muchos años. No pudo ocultar su sorpresa detrás de un inexpresivo rostro al ver a Daisy.

– El señor Carrington tiene una visita -dijo la secretaria-, pero no tardará mucho. Tome asiento, por favor.

Lo que realmente deseaba Daisy era marcharse a casa y olvidar el nombre de Seth Carrington. De todas formas, se sentó en el extremo de un sofá. Trató de sentirse segura al pensar que él no tenía forma de saber que ella no era Dee Pearce. Y si se daba cuenta, lo peor que podía suceder era que la echara.

Inmediatamente, alguien abrió con ímpetu la puerta que estaba al otro extremo de la sala. Daisy se sobresaltó. Aun cuando no hubiese oído la voz de ese hombre al despedirse de su visita, ella habría adivinado enseguida cuál de los dos era Seth Carrington.

Era moreno y de complexión robusta. Su rostro era severo y despedía un poderoso magnetismo.

Seth acompañó al otro hombre hasta el ascensor, le tendió la mano y esperó a que las puertas se hubieran cerrado. Luego, se volvió y recorrió a Daisy con una mirada gélida. Ella seguía sentada en el sofá. Se sentía completamente fuera de lugar.

Sin saber la causa, Daisy se puso en pie.

– Hola -su voz era temblorosa y se aclaró la garganta, avergonzada.

Seth frunció el ceño.

– ¿Dee Pearce?

A Daisy no le agradó el tono incrédulo, pero asintió con la cabeza.

– Sí -respondió.

Él frunció más profundamente el ceño. Por un momento, Daisy creyó que la iba a echar de allí, pero después de una dura mirada, Seth dio unos pasos y le abrió la puerta.

– Es mejor que entre -le dijo.

Luego, se dirigió a su secretaria.

– María, retenga todas las llamadas.

Se retiró un poco para que Daisy pasara. Ella lo observó con nerviosismo. Deseó haber escapado cuando tuvo la oportunidad.

Seth cerró la puerta después de que hubieran entrado. Daisy observó el lugar. Estaba amueblado lujosamente y tenía varias puertas de acceso. Pero le fue imposible concentrarse en los muebles pues Seth la rondaba y estudiaba con la fiereza de un tigre.

Daisy sentía necesidad de volver sobre sus pasos y huir de allí, pero la sensación de que eso era lo que él esperaba hizo que ella levantara la barbilla en actitud desafiante y le devolviera la mirada.

En los ojos de Seth percibió un destello que podía ser de crítica. Él señaló un sillón.

– Siéntese -ordenó.

– Por favor -murmuró Daisy entre dientes, pero tomó asiento.

Luego deseó no haberlo hecho. Hundida en el cómodo sillón se encontraba en desventaja porque Seth seguía de pie y era como una torre amenazante que se erguía a su lado. Tenía el ceño fruncido de tal manera que la hizo revolverse con incomodidad.

– ¿Qué sucede? -preguntó Daisy finalmente pues él permanecía en silencio.

Seth era un hombre guapo, pero de una belleza no convencional. Poseía un encanto peligrosamente atractivo, aunque Daisy no lograba saber la causa. Era arrogante y fuerte. Tenía ojos del color del acero. Sus rasgos eran despiadados e implacables.

De pronto, Daisy se dio cuenta de que estaba observando su boca. Se le contrajo el estómago debido a una sensación que era mezcla de fascinación y aprensión.

– Intentaba imaginar qué es lo que está haciendo aquí -dijo Seth lentamente con su acento americano muy pronunciado.

Le resultaba extraño que una voz tan profunda pudiera sonar tan fríamente. Daisy miró hacia otra parte y trató de dominarse.

– Usted me pidió que viniera -titubeó-. ¿No lo recuerda? Teníamos que hablar sobre cierto asunto.

– Iba a tratarlo con Dee Pearce -objetó él con sequedad-. Me gustaría saber quién es usted.

– Soy Dee -manifestó Daisy.

– No me lo creo.

Seth se apoyó sobre el borde de una mesa y se cruzó de brazos. Miraba a Daisy con sus irónicos ojos grises.

– Ed describió a Dee como una rubia despampanante -añadió él mientras la estudiaba con desaprobación-. Aun cuando Ed tiene un indudable talento para exagerar, me parece que esa descripción no le corresponde, ¿verdad?

Daisy se mordió el labio. ¿Por qué no habría sido Dee Pearce una morena de aspecto corriente? Se preguntó si valía la pena responder que, siempre que había visto a Ed, llevaba una peluca. Pero un vistazo a la implacable expresión de Seth la desanimó. Ese hombre era capaz de decirle que ni siquiera con una peluca podía llegar a resultar una mujer impresionante.

– Probablemente no -suspiró ella.

Se sorprendió al observar un brillo divertido en los ojos fríos de Seth. Durante unos instantes, la expresión de él se transformó.

– Si usted no es Dee Pearce, entonces, ¿quién es?

– Mi nombre es Daisy Deare -contestó ella al notar que las cejas de Seth se elevaban en señal de burla-. Es Deare, con “e” final -añadió Daisy con dignidad.

– Bueno, Daisy Deare con “e” final -dijo Seth con sarcasmo-, quizás le gustaría explicarme qué es lo que está haciendo aquí y por qué se hace pasar por otra persona.

Daisy pensó rápidamente en una contestación.

– Soy amiga de Dee -dijo-. Ella… ella había programado un viaje de tres semanas cuando llegó su carta. Como conocía mis deseos de ir al Caribe, sugirió que viniera en su lugar. Nosotras… bueno… nos ayudamos a menudo.

– Ah.

A Daisy no le gustó el tono desagradable de su voz. Tenía la sensación de que no le creía una palabra.

– ¿Es usted actriz, Daisy Deare?

– Sí -replicó ella con firmeza.

No había actuado en público desde que tenía siete años, cuando se había disfrazado para la fiesta de fin de curso de la clase de baile. Daisy comenzaba a sospechar que Dee Pearce tampoco poseía una gran trayectoria profesional.

– En este momento no estoy trabajando. Puedo partir para el Caribe cuando usted quiera.

Seth ignoró su proposición.

– ¿Por qué no me lo contó todo cuando la llamé? -preguntó en cambio de manera brusca.

– Creí que sería mejor explicárselo en persona. Además -continuó hablando con una ingenua mirada-, usted no habría aceptado conocerme si le hubiera dicho que no era Dee.

– Es verdad -contestó él con una mueca-. Intenté ponerme en contacto con Dee porque Ed me aseguró que era muy discreta. ¡Pero ella osó darle mi carta a la primera actriz en paro que está ansiosa por ir al Caribe!

– No me lo habría propuesto si no supiera que yo también soy muy discreta -dijo Daisy.

Estaba asombrada por su propia facilidad para inventar excusas.

– De todas formas -siguió diciendo con franqueza-, todavía no sé nada sobre ese asunto que requiere tanta discreción. ¡Su carta era ininteligible! Me pareció que necesita alguien que esté libre de todo compromiso. Como Dee no podía hacer ese trabajo, imaginé que estaría agradecido al saber que otra persona podía hacer el trabajo en su lugar.

– Estaría agradecido si hubiera enviado a alguien apropiado -espetó él-. Por lo que veo, usted es exactamente lo opuesto de lo que deseaba. Necesito una mujer sofisticada y elegante.

Su gélida mirada recorrió los cabellos rizados de Daisy, sus mallas grises y finalmente, se fijó en las zapatillas desteñidas de color amarillo.

– ¡Si parece una colegiala! -exclamó luego.

– Tengo veintitrés años -señaló Daisy, humillada por el insulto-. Si no tengo una apariencia sofisticada es porque me pidió que sea discreta. ¿O no lo recuerda?

– Es posible tener una apariencia discreta sin vestirse como una huerfanita -replicó Seth.

En la habitación hacía calor. Seth se quitó la chaqueta y la dejó sobre un sofá. Luego, se dirigió a la ventana. Estaba abierta y dejaba entrar los rayos del sol. Daisy oía el rumor del tráfico que circulaba por Park Lane.

Seth miró por la ventana y, después, se volvió hacia Daisy.

– Por lo que sé acerca de Dee, me imagino que si es amiga de ella, esos grandes ojos azules no son tan inocentes como aparentan. Pero dudo de que alguien pudiera pensar que yo estoy interesado seriamente en usted.

Daisy no sabía si sentirse aliviada u ofendida.

– ¿Es eso lo que desea?

– Necesito un señuelo.

Seth se desabotonó los puños, aflojó su corbata y se arremangó la camisa color azul pálido.

– Puedo explicarle en qué consiste el trabajo y, entonces, entenderá la razón por la que pienso que no es apropiada. De todas maneras, tiene que prometer que será discreta.

– Claro -dijo ella.

Seth se aproximó a Daisy y tomó asiento en un sillón frente a ella. Era obvio que trataba de encontrar la manera de contarle lo menos posible.

– Deseo casarme -comenzó a decir él.

Daisy se había imaginado cualquier cosa menos eso. Lo observó, consciente de un absurdo sentimiento de deseo, mientras se preguntaba cómo sería la vida de casada con un hombre así. Trataba de imaginarse aquel rostro implacable suavizado gracias al amor.

Por supuesto que a ella no le habría gustado ser su esposa. Hasta ese momento, Seth había demostrado un carácter agresivo, arrogante e irritante. Era el último hombre con el que aceptaría casarse.

«Por otro lado», pensó ella, «podría ser agradable confiar todos los problemas a alguien tan fuerte y seguro de sí mismo…»

Seth Carrington parecía un hombre que se preocupaba por sus propios asuntos, a diferencia de Robert, tan insoportablemente comprensivo con todos los que lo rodeaban.

De repente, Daisy volvió a la realidad.

– Mi… enhorabuena -lo felicitó.

Todavía no tenía claro cuál era su función en todo ese asunto. Seth se mostró ligeramente exasperado por la reacción de ella. Daisy se preguntó si él creía que le había contestado con malicia.

– Logré evitar el matrimonio hasta ahora -le dijo él-, pero Astra es una chica muy especial. Nuestras empresas se complementan bien. La boda será una fusión ideal para ambos.

Daisy lo miró con perplejidad. Ese hombre parecía considerar la idea como si fuera algo muy natural. Cualquiera podría haber dicho que la fusión de las empresas le interesaba más que su futura mujer, aunque dijera que era alguien muy especial.

Acto seguido, otro pensamiento le vino a la mente y se incorporó en el sillón. Astra no era un nombre muy común.

– ¿Astra?

– Astra Bentingger.

– ¿Astra Bentingger?

La voz de Daisy demostraba asombro. Astra Bentingger había heredado una de las más grandes fortunas del mundo a los dieciocho años. Sin dejarse agobiar por las responsabilidades, había tomado las riendas de los negocios y se había enriquecido aún más.

No pasaba una semana sin que su fotografía apareciera en alguna revista o periódico. Era una mujer inteligente, hermosa y hablaba perfectamente cinco idiomas. Era famosa en todo el mundo.

«La mujer perfecta», pensó Daisy sombríamente.

Se sentía intimidada. Contempló a Seth con un ligero temor. Si pensaba casarse con Astra Bentingger, él sería incluso más rico y poderoso de lo que se había imaginado. Era de dominio público que Astra sólo salía con hombres que pertenecían a su propio ambiente.

– Pero, ¿no está ya casada…? -Daisy se detuvo al recordar las últimas noticias que había leído sobre la novia de Seth.

– ¿Casada con Dimitrios Klissalikos? -él aclaró, imperturbable-. Sí, es verdad. Es parte del problema.

– Me doy cuenta de que un marido podría ser un obstáculo si desea casarse con usted -añadió Daisy.

Seth frunció el entrecejo.

– Sin duda, Astra obtendrá el divorcio, pero todavía estamos negociando un contrato prenupcial. Por el momento, tenemos que ser muy cuidadosos para que no se relacionen nuestros nombres. Ahí es donde Dee tenía que entrar en escena.

Seth dejó de hablar durante unos segundos.

– Necesito que la gente me vea salir con otra mujer para distraer la atención -continuó-. Cuando me encuentre con ella en fiestas multitudinarias, la prensa tiene que creer que salgo con otra mujer… alguien que les haga creer que es una novia apasionada.

Seth hizo una pausa.

– Un amigo mío conoció a Dee cuando estuvo aquí el año pasado. Le mencioné el asunto y pensó que era la persona ideal. Supongo que no es una buena actriz pero, aparentemente, sí es tan atractiva como para compartir un posible romance conmigo. Además de ser discreta, tiene la indudable ventaja de que haría cualquier cosa por dinero.

Seth se calló y miró a Daisy. Ella lo escuchaba atentamente.

– Daisy Deare, ¿es usted de la clase de chica que está dispuesta a hacer cualquier cosa por dinero? -añadió a continuación.

Ella lo observó con recelo.

– Casi cualquier cosa -respondió.

Consternada, vio cómo el semblante de Seth recuperaba la expresión inquietante y maliciosa. Sus ojos despedían un cálido brillo y los duros rasgos de su rostro se iluminaron. Una mueca se dibujó en su boca. Daisy se preguntó cómo se vería ese hombre cuando sonreía realmente. Seguramente Astra lo sabía.

– Muy inteligente -dijo Seth-. Obviamente, del tipo precavido. Sin duda, supongo que ahora ya sabe por qué no sería la sustituía ideal para Dee Pearce.

Daisy temió que la posibilidad de encontrar a Tom en el Caribe se disipara.

– No veo por qué -replicó con obstinación-. Me parece que lo único que necesita es alguien que lo acompañe a algunas fiestas. Yo podría hacerlo. Si piensa casarse con Astra Bentingger, no creo que quiera algo más… ya sabe…

– ¿Sexo?

Estaba claro que Seth no perdía el tiempo con eufemismos.

– No -añadió él-, si quisiera tener una prostituta, la conseguiría con facilidad, pero no necesito pagar a las mujeres.

– ¿Y a qué se refiere el contrato prenupcial entonces? -preguntó Daisy irritada por su arrogancia.

Por un instante, pensó que había ido demasiado lejos. Seth fijó la vista en ella y contrajo la boca pero, para alivio de Daisy, hizo caso omiso de su inoportuna pregunta.

– Lo que deseo es una mujer que haga una convincente representación -contestó Seth-. Necesito alguien que pueda hacer creer que está enamorada de mí y que no sea una mojigata ni se complique con confusos sentimientos.

Seth dejó de hablar y reflexionó durante unos segundos.

– Una chica -añadió -que cobre el dinero y desaparezca con discreción tan pronto como Astra consiga el divorcio dentro de un par de meses. Y que tenga un aspecto que corresponda a la clase de chicas de las que sería capaz de enamorarme… No diría que usted pueda incluirse en alguna de esas categorías.

¿La estaría insultando deliberadamente o era su forma natural de comportarse?

– Solamente me interesa el dinero -le dijo Daisy con una gélida mirada-. Le puedo asegurar que no me voy a enamorar, si es eso lo que le preocupa.

– ¿Por qué no? Si le interesa el dinero, yo encajo dentro de su tipo.

¡La arrogancia de ese hombre era increíble!

– Ya tengo novio -explicó Daisy con frialdad, al pensar en el esperanzado Robert-. ¡Y me gusta mucho más que usted!

Los ojos de Seth se volvieron agresivos.

– ¿Qué quiere decir? -inquirió.

– Quiero decir que es un hombre amable y considerado. No es tan engreído como para imaginar que todas las chicas a las que conoce se van a enamorar de él.

Daisy soltó el discurso sin pensarlo. Maldijo para sí su temperamento impulsivo. Después de un instante de silencio, Seth echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír. Daisy suspiró aliviada y sorprendida.

De pronto, se sintió débil. Agradeció el hecho de estar sentada en un cómodo sillón.

«Ten calma», se dijo con firmeza.

Intentó pensar que su estado no tenía nada que ver con la sonrisa de Seth, la forma en que se le marcaron los hoyuelos de las mejillas o el extraordinario cambio que había experimentado. Parecía más joven, afable y más accesible… tremendamente atractivo.

– Es una mujer valiente. Le ofrezco el empleo -señaló él finalmente, mientras una mirada pensativa reemplazaba la divertida expresión de sus ojos.

Seth se puso bruscamente de pie.

– Levántese -le ordenó a Daisy.

Daisy agradeció que volviera a su anterior estado de arrogancia. La ayudaba a recordar que no debía encontrar atractivo a ese hombre. Consiguió dominarse e, inconscientemente, elevó la barbilla en señal de desafío.

Seth suspiró.

– Por favor, levántese -repitió.

Daisy lo hizo, aliviada al comprobar que podía mantenerse en pie después de todo. Con los ojos entornados, él dio unos pasos en torno a ella, como si fuera un coche que deseaba comprar.

Daisy esperaba que, en cualquier momento. Seth le preguntara su kilometraje o le pidiera que levantase el capó. No pudo evitar ponerse tensa ante su crítica inspección.

– Después de todo, quizás tenga algunas cualidades -admitió Seth-. Esto puede funcionar si se viste adecuadamente. No coincide con el tipo de mujer que me suele gustar, pero no importa.

Se detuvo frente a ella y estudió sus delicados rasgos con el ceño fruncido.

– ¿Por qué tiene tanto interés en este trabajo? -le preguntó a Daisy con brusquedad.

Ella consideró la posibilidad de contarle la verdad, pero pensó que Seth Carrington no querría implicarse en sus problemas familiares.

– Necesito el dinero -le dijo.

De todas formas, era verdad. Sin lugar a dudas, ella no estaba en condiciones de pagarse un viaje al Caribe.

– Hmm… -murmuró Seth.

Dio otro enervante rodeo en torno a ella, como si fuera un gato de ágiles y deliberados movimientos con una energía oculta a punto de estallar.

– ¿Y qué me dice de su novio? ¿Qué va a pensar cuando la vea junto a mí en algunas fotografías?

– Le explicaré la situación, por supuesto. Está claro que, una vez que sepa que no nos acostamos, se mostrará comprensivo.

Daisy imaginó que Robert estaría horrorizado ante la idea pero, a pesar de que durante años había demostrado una tenaz devoción por ella, Daisy nunca le había dado razones para pensar que lo consideraba algo más que un viejo amigo.

– ¿Lo cree sinceramente? -inquirió Seth-. Yo no dejaría que mi chica saliera con otro aunque tuviera una justificación.

– Dado que su chica está casada con otro hombre, no creo que tenga derecho a criticar a Robert -le soltó Daisy.

Seth entornó los ojos con exasperación.

– Si desea que le dé el trabajo, tendrá que aprender a morderse la lengua -amenazó-. ¿Desea este trabajo, entonces?

Daisy optó por no decir nada más y asintió con un gesto.

– Si no fuera por el hecho de que no dispongo de tiempo para encontrar a alguien más apropiado, me gustaría indicarle lo que usted y su novio modelo pueden hacer -Seth continuó hablando en un tono amenazador-. Desgraciadamente, los dos nos necesitamos mutuamente. Intentaré sacarle el mejor partido posible.

Seth se sentó en el brazo del sofá.

– ¿Está segura de que sabe actuar? -le preguntó a Daisy.

¡Después de todo, la llevaría al Caribe! ¡Conseguiría ese trabajo! Ella respiró aliviada y se le iluminó el rostro.

– Claro -contestó.

Él no parecía demasiado convencido.

– Bueno, haga una demostración -pidió.

– ¿Una demostración? -preguntó Daisy atónita-. ¿Qué clase de demostración?

– Hasta ahora no me ha dado la impresión de una mujer enamorada -señaló él con ironía-. Me gustaría saber si puede convencer a los demás de que solamente tiene ojos para mí.

– ¿Y qué quiere que haga? -preguntó ella con inquietud.

Seth se encogió de hombros.

– Imagínese que hay alguien más en esta habitación. ¿Cómo demostraría que está enamorada de mí?

– ¡Probablemente no lo haría si aquí hubiera otra persona!

– Daisy, tendrá que esforzarse un poco -dijo Seth-. No le voy a pagar por ser una reprimida señorita inglesa. Le será más fácil si actúa como si no se diera cuenta de que la gente nos observa.

– ¡Está bien!

Daisy se aproximó al sofá. Él seguía sentado. En esa posición todo le resultaba más sencillo pero, cuando llegó a su lado, los nervios la traicionaron. Se detuvo. Seth se cruzó de brazos y la miró afablemente.

– ¿Y bien?

Daisy decidió que tenía que hacer algo. Se aproximó aun más y estiró un brazo para tocarle la cara. La piel de Seth era cálida y morena, ligeramente áspera. A Daisy le tembló la mano. La retiró con brusquedad.

– ¿Eso es todo?

La cínica pregunta de Seth la enfadó e hizo que consiguiera dominarse. ¡Él estaba tornando la situación deliberadamente difícil para que Daisy abandonara la idea de realizar ese trabajo! ¡Pues no lo conseguiría! Estaba decidida a ir al Caribe para encontrar a Tom. Si eso significaba que tenía que besar a Seth Carrington, entonces eso era lo que iba a hacer.

Con un movimiento brusco, Daisy se acomodó con firmeza entre las piernas de Seth y le puso las manos sobre los hombros. Percibió la fortaleza de sus músculos y la calidez de su piel a través del fino algodón de su camisa.

Como él estaba apoyado en el brazo del sofá, su cabeza quedaba solamente algo más elevada que la de Daisy. Durante unos segundos, ella observó esos ojos grises. Antes de que volviera a traicionarla el coraje, se inclinó lentamente hacia delante y lo besó en la parte inferior del rostro, cerca del cuello.