142403.fb2 Amar sin reglas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 3

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Capítulo 2

Los labios de Daisy se posaron con suavidad sobre la piel tersa de Seth. Ella percibió el aroma masculino que despedía, mezclado al olor de una loción para después de afeitar.

Involuntariamente, alargó su beso. Ese hombre tenía algo irresistible y seductor, un magnetismo que la impulsó a darle ligeros besos detrás de la oreja.

Seth permanecía con los brazos cruzados. Se mostraba insensible a los besos de Daisy. Ella tomó esa falta de respuesta como una provocación. Con el orgullo herido, comenzó a besarle el rostro. Había olvidado su intención de retirarse después del primer beso. Tampoco recordaba que casi no conocía a ese hombre.

Olvidó lo que no le gustaba de él. Solamente pensaba en la sensación que le producía esa piel al contacto con su boca. Estaba dispuesta a que reaccionara.

Con sus labios, siguió recorriendo la cara de Seth lentamente. Cuando llegó a la comisura de los labios, sintió que aquellos dibujaban una sonrisa.

– Continúa -ordenó él, pero la firmeza de su voz la obligó a hacer una pausa.

Pretendió retroceder, pero él había cambiado finalmente de posición y la había tomado por la cintura con sus brazos. La atrajo hacia sí. De pronto, ella se dejó abrazar y besar como si eso fuera lo más natural del mundo.

Sus cuerpos se entrelazaron espontáneamente. Daisy creía que la boca de Seth iba a resultar tan fría como parecía, pero no fue así. Era cálida, más cálida de lo que hubiera podido imaginar. Se besaron repetidas veces.

La excitación los dominó. Lo único que Daisy podía hacer era dejarse llevar. Le rodeó el cuello con los brazos. Estaba transpuesta, como si la dulce persuasión de los labios de Seth la hubiera embrujado. Ese vigoroso cuerpo la provocaba profundamente.

Seth deslizó sus manos por debajo de la camiseta de Daisy y le acarició la piel de manera posesiva. Ella respondió con un gemido y arqueó la espalda. Los dedos de Seth ardían al explorar su cuerpo esbelto y se movían insistentemente hacia arriba para tocarle los senos.

En ese instante de gran excitación, dejaron de besarse. Daisy se encontró observando esos inexpugnables ojos grises. Estaba aturdida. Seth volvió a tomarla por la cintura para separarse de ella, aunque pareció hacerlo sin demasiadas ganas.

– Has estado muy bien, Daisy Deare -le dijo con la respiración entrecortada-. Realmente, muy bien. Me parece que, después de todo, esto va a resultar.

Daisy se sentía tan conmocionada que casi no podía mantenerse en pie. Sus fuerzas flaqueaban. Estaba mareada. No podía creer lo que acababa de hacer. ¿Había sido ella la que reaccionó al abrazo de un perfecto desconocido, la que se había sometido completamente a sus besos y abrazos?

Horrorizada por lo que había hecho, tragó saliva y se esforzó por aparentar serenidad.

– Es sorprendente lo que hay que hacer para conseguir un trabajo, ¿no? -manifestó con un hilo de voz.

Pero al menos logró pronunciar una oración entera lo que, dadas las circunstancias, era un verdadero milagro.

Seth fijó su mirada imperturbable en los ojos azules de ella antes de contemplar su boca, una boca que todavía ardía gracias a los besos de él.

– Me parece que puedo decir que has pasado la prueba con un sobresaliente… si es que todavía deseas el trabajo.

Daisy no pensaba renunciar después de haber pasado por aquella situación. Elevó la barbilla ligeramente.

– Lo deseo.

Todavía no había conseguido recuperar su tono normal de voz, aunque paulatinamente iba logrando dominar su agitación.

– ¿Por qué? -Seth se levantó del sofá con una mirada sarcástica-. Solamente espero que el pobre Robert sea tan comprensivo como dices. ¿Sabe él lo buena actriz que puedes llegar a ser?

– ¿Y sabe Astra Bentingger lo exhaustivas que son tus pruebas?

La expresión de Seth era feroz. Tomó el mentón de Daisy con su fuerte mano morena.

– Cuidado con lo que dices, ya te lo he advertido antes, Daisy -amenazó él.

A pesar de que ella lo miró con valentía, en el fondo la inquietó.

– ¿Te gustaría comprobar lo que puedo llegar a hacer cuando me provocan? -preguntó Seth.

Una mirada a los ojos grises fue suficiente para que ella diera su respuesta.

– No -respondió después de humedecerse los labios.

– En ese caso, te sugiero que moderes tus observaciones.

Seth retiró su mano de la cara de ella. Daisy retrocedió. Tenía ganas de masajearse el mentón. Le resultaba imposible creer que, hacía unos minutos, había abrazado a ese extraño y se había estremecido con sus besos.

– Astra no te incumbe -siguió diciendo él-. En lo que a mí respecta, trabajarás para mí como cualquier otro empleado. Eso significa que te pagaré por hacer lo que te ordene, no por ser inteligente. ¿Entendido?

– Perfectamente.

Él la contempló con dureza y luego, se apartó.

– Bueno, hablemos de negocios. El acuerdo es que tienes que actuar como si fueras mi novia hasta que Astra consiga el divorcio o hasta que yo decida que ya no existe necesidad de mantener el engaño. Eso implica que tendrás que pasar conmigo, al menos, las próximas semanas. Te pagaré una considerable suma en efectivo. Así me aseguraré de que seas discreta.

Daisy quedó impresionada al escuchar la cantidad que le iba a pagar.

– ¿Te parece bien? -inquirió él al contemplar la expresión de asombro.

¿Bien? ¡Nunca había tenido la posibilidad de ganar tanto dinero! Daisy consideró que, al menos, ayudaría a resolver los problemas financieros de su madre.

– Creo que sí -contestó, mientras intentaba parecer como si estuviera acostumbrada a hablar de semejantes sumas-. Está bien.

– Te pagaré al final -le advirtió Seth-, cuando hayas demostrado que lo puedes hacer.

Daisy temblaba todavía a causa de los besos, pero consiguió moverse aparentando calma.

– ¿Iremos al Caribe?

– Sí. Invité a algunas personas a que vengan a mi isla del Caribe como excusa para encontrarme con Astra en ese lugar.

– ¿Tu isla?

Seth frunció el ceño.

– ¿Algún problema?

– No, pero había imaginado que tenías una casa -dijo Daisy-. ¡No pensé que era una isla entera!

En los ojos de Seth se reflejaron algunos de sus típicos destellos maliciosos e inquietantes.

– Es una isla pequeña, si eso te hace sentir mejor.

– ¿Quiere decir que estaremos aislados? ¿No tendremos la posibilidad de ir a otras islas? -preguntó Daisy con ansiedad.

– El deseo de estar aislado es lo que impulsa a la gente a tener una isla propia -contestó él irónicamente-. Pero si te gustan las multitudes, se puede ir a las otras islas por hidroavión o por barca. ¿Adonde deseas ir?

Mike le había recomendado empezar a buscar en las islas Windward, pero era solamente uno de los lugares que Tom había mencionado.

– Preguntaba sólo por curiosidad -dijo vagamente.

No tenía idea de por dónde comenzar a buscar a Tom, pero no tenía sentido preocuparse antes de llegar al Caribe. De todas maneras, con la cantidad de dinero que le ofrecía Seth, ella podría pagarse algunos viajes si fuera necesario. Se sintió optimista.

– ¿Cuándo partimos? -le preguntó a Seth.

Él la miró con suspicacia.

– Tienes mucho interés en ir al Caribe, Daisy.

– Siempre quise ir allí, eso es todo.

Daisy no deseaba contarle nada sobre Tom o la enfermedad de su padrastro. Era un hombre demasiado calculador e implacable, el tipo de hombre incapaz de aceptar sentimentalismos o emociones afectivas.

Si llegaba a sospechar que Daisy no centraría toda su atención en el trabajo, seguramente no dudaría en cancelar el acuerdo. No tenía sentido tratar de conmoverlo. Ella desconfiaba de su posible sensibilidad.

Al considerar la frialdad con la que trataba su futuro matrimonio con Astra Bentingger y la forma en que se había mostrado inconmovible ante los besos de Daisy, se podía decir que era un desalmado.

Era mejor dejar que pensara que ella era una actriz venida a menos, desesperada por viajar a una playa llena de palmeras.

– Si esperas disfrutar de las maravillas de la isla, antes tendrás que terminar tu trabajo -dijo Seth con arrogancia-. No quiero tener que ir en tu búsqueda cada vez que necesite tus servicios.

– ¿Cuanto tiempo crees que durará el trabajo?

– ¿Un mes? ¿Un mes y medio? Quizás algo más -Seth la miró con ironía-. ¿Piensas que Robert se arreglará sin ti durante todo ese tiempo?

– Eso espero -respondió ella con una gélida mirada.

No le gustaba el tono malicioso que utilizaba Seth cuando se refería a Robert. Quizás Robert no fuera una persona muy apasionante, pero al menos tenía buenos sentimientos.

– Tendrá que hacerse a la idea -manifestó Seth-, En las próximas semanas tengo algunos compromisos sociales y, si vas a fingir que eres mi novia, es mejor que empecemos a trabajar. Esta noche te llevaré a cenar.

Seth se acercó a la puerta como para indicarle que la entrevista había finalizado. Daisy lo observó con resentimiento. Tenía intenciones de ir a visitar a Jim al hospital por la tarde.

Los modales bruscos de Seth al dar órdenes y su arrogancia al suponer que cualquiera tenía que obedecerlo sin rechistar, la sacó de quicio. Permaneció en su sitio sin moverse.

– ¿Y si tengo otros planes para hoy? -inquirió ella.

– Cancélalos -ordenó Seth con una indiferencia insultante, mientras le abría la puerta-. Si le das tu dirección a María, te recogeré a las ocho.

Daisy trató de imaginarse a ese hombre frente a la puerta de su casa. Se iba a sentir como un extraño en su tranquilo barrio del sur de Londres. Además, no tardaría demasiado en darse cuenta de que su casa estaba cerca de la de Dee Pearce.

– No hay necesidad de que me vayas a buscar -dijo rápidamente-. Vendré yo.

– ¿Qué te pasa, Daisy? -se mofó él-. ¿No deseas que Robert conozca a tu nuevo jefe?

– Preferiría mantener mi vida privada aparte de este asunto -explicó Daisy.

Intentaba parecer tranquila, pero no lo consiguió.

– Solamente asegúrate de venir vestida más elegantemente.

Eso fue todo lo que dijo Seth y le indicó la puerta.

– Ahora vete, tengo cosas que hacer.

Daisy se marchó irritada por la forma en que casi la había echado de allí. Era un ser insufrible, pedante y altanero. ¡Y pensar que tenía que humillarse y fingir que ese hombre le gustaba! Además, actuaba como si le estuviera haciendo un favor a ella.

Miró por la ventana del autobús que la llevaba a su casa. Anheló haberse podido enfrentar a Seth, pero la imagen de Jim en el hospital, enfermo y deseoso de una reconciliación con su hijo, la había hecho callar. Se había tenido que conformar con irse sin pronunciar ni una sola palabra de despedida.

Sombría, se dio cuenta de que las semanas siguientes iban a ser difíciles. Seth Carrington era una persona muy complicada. Lo recordó con claridad, como si su imagen le hubiera quedado grabada en la mente. Pensó en la dureza de aquellos ojos y la turbadora expresión de su boca.

Daisy se movió incómoda en el asiento del bus. Sus mejillas se sonrojaron al recordar el beso que le había dado. ¿Por qué lo había besado de esa forma… por qué se había dejado besar? ¿Por qué no se apartó de él después de un breve beso de demostración?

Eso era lo único que habría sido necesario. En su lugar, ella se lo había tomado al pie de la letra y lo había besado como si fuera su amante. No podía olvidar las sensaciones que había experimentado al tocarlo y besarlo. Le parecía que todavía podía oler su aroma y sentir la piel sensual de sus labios.

De alguna manera, al estar con Seth, no se le habían planteado contradicciones por besar a un perfecto desconocido. Le había resultado natural. Pero al estar lejos del impresionante magnetismo de esa presencia, su propio comportamiento la hizo recapacitar. Se sintió desesperada al darse cuenta de lo que había hecho. ¡Tenía que haberse vuelto loca!

Su madre pareció estar de acuerdo cuando ella le relató de manera resumida su encuentro con Seth.

– ¿Fuiste bajo falsa identidad a ver a un hombre que no conocías y accediste a hacer el papel de novia durante las próximas semanas? -le preguntó con incredulidad-. Daisy, ¿en qué estabas pensando?

– En Jim -respondió ella-. Sé que suena descabellado, pero es solamente un trabajo. Seth no tiene interés por mí.

– ¡Eso dice él!

– Desea casarse con otra mujer… allí está el problema -explicó Daisy pacientemente-. En realidad, no puede haber sido más sincero al decirme que no encajo dentro de sus gustos sobre las mujeres. Y tampoco él es mi tipo.

Enseguida recordó aquel terrible beso e intentó borrarlo inmediatamente de su mente.

– Es un acuerdo laboral -continuó-, nada más. Es la única oportunidad que tengo de ir a buscar a Tom. ¿Te imaginas lo que significaría para Jim si lo encontrase y lograse que volviera a casa?

Ellen Johnson cruzó las manos sobre su regazo.

– ¡Si pudieras encontrarlo! Pero Tom nunca me aceptó. Estoy segura de que por eso se marchó. No querrá volver a casa si sabe que estoy aquí.

– Quizás te rechazara al principio pero no discutió con Jim por tu causa -insistió Daisy-. Se mostraron demasiado obstinados como para admitir que se necesitaban mutuamente. Estoy segura de que Tom volverá enseguida si se entera de que Jim está gravemente enfermo. Por eso, tengo que hallarlo. Sé que en la floristería hay mucho trabajo, pero Lisa podrá arreglarse si tú le echas una mano.

– Pero, ¿qué pasará si aparece esa chica, Dee Pearce? -inquirió Ellen con preocupación.

Todavía no estaba convencida de que Daisy debiera aceptar el trabajo.

– Le contará que no os conocíais y entonces, ¿qué pensará ese hombre? -continuó luego.

– No aparecerá -le aseguró Daisy con confianza-. Te lo dije, mamá, cuando me di cuenta de que la carta no iba dirigida a mí, la llevé a su casa para explicarle por qué la había abierto. Una vecina me contó que ella se había marchado de allí. Por esa razón, todo este asunto parece obra del destino.

– Corres un terrible riesgo -le reprochó su madre.

– Si me hubiera parecido un asunto oscuro, te aseguro que no lo habría aceptado -señaló Daisy.

La idea le parecía más razonable en ese instante que al principio.

– Es un trabajo decente. No será muy difícil acompañar a Seth Carrington a algunas fiestas y él me llevará al Caribe, además de pagarme muy bien. Es sencillo.

Daisy ya no pensaba en las dudas que le habían surgido en el autobús. Tenía que convencer a su madre de que era la solución perfecta para hallar a Tom.

– ¿Seth Carrington? -Ellen observó a su hija con gran preocupación-. ¿El famoso Seth Carrington?

– No creo que haya dos -dijo Daisy con ironía-. ¿Por qué?

– Leí algo sobre ese hombre cuando me dirigía al hospital -comentó Ellen.

Se puso de pie para ir a buscar un periódico. Le enseñó a Daisy uno de los artículos.

– No parece ser un tipo de hombre con el que convenga estar relacionado -terminó de decir.

Daisy agarró el periódico y le echó un vistazo. Se informaba de la llegada de Seth a Londres. Hablaban de su reputación de hombre implacable y del gran éxito de sus empresas.

Más adelante, se referían a él como el soltero de oro y comentaban que llevaba una vida mundana que compaginaba con sus negocios financieros. Nombraban a un montón de mujeres hermosas que habían intentado, inútilmente, ocupar un lugar permanente en su vida. Daisy contrajo los labios al leerlo.

A los treinta y ocho años seguía soltero y había tenido una trayectoria amorosa sin compromisos. Al final del artículo había chismes sobre su relación con Astra Bentingger, la cuarta mujer del señor Klissalikos. Quizás no habían sido tan discretos como Seth le había contado.

Daisy dejó el periódico con pesimismo, pero no quería dejarse intimidar. No iba a abandonar sus planes.

– No voy a enamorarme de él -le dijo a su madre sin demasiada convicción-. Voy a buscar a Tom. Seth Carrington es simplemente un medio para llegar hasta él.

A pesar de sus palabras, Daisy no pudo evitar sentirse nerviosa mientras subía en el ascensor que la conducía al ático. ¿Había sido esa tarde cuando subió en ese mismo ascensor y se preguntó cómo sería Seth Carrington?

En cuestión de pocos minutos, la había impresionado profundamente y era imposible recordar un pasado en el que no conocía a Seth.

Daisy arregló el escote de su vestido y se miró al espejo. Había hecho todo lo que pudo por resultar elegante, pero era imposible dominar sus rizos. Su maquillaje se limitaba a un toque de color en los labios y en las mejillas. Imaginaba, de todas formas, que Seth Carrington no iba a quedar impresionado.

Y así fue.

– ¿Es eso todo lo que puedes hacer para parecer más elegante? -le dijo en lugar de saludarla correctamente.

Él mismo le abrió la puerta de la suite. Iba vestido con un inmaculado traje de noche. Se veía tan injustamente atractivo que Daisy se sintió desfallecer. Sus piernas la sostenían con dificultad, pero logró dominarse.

– Buenas tardes -dijo ingeniosamente-. Sí, estoy bien, gracias. Sí, me gustaría pasar.

Seth frunció el entrecejo y se retiró un poco para que entrara. María se había marchado. Tener que soportar las groserías de ese hombre durante un día entero era una prueba suficiente para cualquier persona.

– Creo que te dije que tenías que venir vestida elegantemente -la acusó Seth al cerrar de un portazo.

– ¿Qué le sucede a mi vestido? -preguntó Daisy, algo ofendida.

Había esperado que, en su lugar, le criticara el maquillaje. Al finalizar el verano anterior había gastado sus escasos ahorros para comprar ese vestido en las rebajas. El precio original era exorbitante.

La gente que lo había visto le comentó que valía la pena haber hecho ese gasto. El color azul oscuro salpicado de pequeñas estrellas iba muy bien con el tono de sus cabellos y piel pálida. Daisy siempre se había encontrado a gusto cuando se lo ponía… hasta ese instante.

– Parece como salido de una tienda de saldos -le dijo Seth despectivamente.

Daisy apretó los labios.

– ¿Eres siempre tan encantador?

– No puedo malgastar mi tiempo en tratar de no herir tus sentimientos -comentó irritado.

– Supongo que no te molestas en ser agradable con nadie -protestó ella.

A Daisy le resultaba más sencillo discutir que dedicarse a apreciar lo tremendamente irresistible que estaba Seth en su traje de noche. Evitó observar el sofá donde se besaron, pero era una imagen que le entraba por el rabillo del ojo.

– Nunca conocí a nadie que fuera tan desconsiderado como tú -manifestó.

Seth se irritó.

– Soy considerado cuando debo serlo. Como te repito continuamente, estás aquí para llevar a cabo un trabajo.

– Sí, ¡pero sería mucho más fácil si no fueras tan desagradable!

Era obvio que Seth no estaba acostumbrado a que le respondieran. Contempló airado a Daisy durante unos instantes y luego, exhaló un breve suspiro, mezcla de enojo y complacencia.

– ¿Siempre discutes tanto?

– Sólo cuando me provocan -respondió ella con una expresión comedida que pareció no afectarlo en lo más mínimo.

– Mira, estoy simplemente intentado hacerte comprender que tu aspecto no se adecua a la imagen de mujer que suele gustarme. Además de parecer un vestido barato, es un vestido de niña buena. No te ves sofisticada. Todo el mundo sabe que me gustan las mujeres que tengan cierto glamour. Iremos mañana a comprarte ropa adecuada.

Daisy recordó el artículo que le había enseñado su madre. El nombre de Seth estaba ligado a cantidad de mujeres famosas. Era verdad que no se las podía calificar de buenas chicas.

– ¿Y por qué no convences a la gente de que has cambiado y te enamoraste de una buena chica?

– ¿Crees que resultaría convincente? -inquirió Seth con una de sus miradas despectivas.

Daisy se cruzó de brazos.

– Podrías intentarlo.

– Te pago a ti para que representes un papel, no soy yo el que tengo que hacerlo -señaló él con hostilidad-. Y si quieres hacerlo correctamente, tendrás que vestirte como te diga.

Seth se volvió para agarrar el auricular del teléfono.

– Es mejor que cancele la reserva -dijo.

– Pero mi vestido no está tan mal, ¿verdad? -manifestó ella desesperada.

– No es adecuado para la ocasión -indicó Seth al marcar un número-. Pretendía llevarte a un sitio adonde fuéramos vistos, pero no deseo que me fotografíen contigo si vas vestida de colegiala.

Seth esperó a que alguien le respondiera al otro lado de la línea.

– Por esta noche, iremos a algún lugar tranquilo -explicó luego.

Daisy se sintió aliviada mientras el ascensor descendía a la planta baja. No estaba segura de poder comenzar a representar su papel delante de los paparazzi.

Un elegante coche negro los esperaba a la puerta del hotel. Cuando salieron, un chofer uniformado les abrió la puerta del lujoso coche. Daisy tomó asiento con los ojos grandes por el asombro.

– Nunca había subido a un coche de este tipo -le confió a Seth después de que él indicara al chofer la dirección que debía seguir.

Él la observó con perplejidad y picardía.

– No me digas que ese aire de inocencia es real, después de todo.

Daisy lamentó su impulsiva observación. Todavía recordaba la mirada de Seth cuando la había apartado después de que se besaran.

– Me parece que, después de todo, esto va a resultar -le había dicho.

Y ella deseaba convencerlo de que era la actriz que pretendía ser.

– Es que no suelo viajar en coches de este estilo, eso es todo -explicó Daisy, mientras trataba de adoptar un aire mundano.

Pero no estaba segura de haber convencido a Seth. No dejaba de contemplarla con una expresión de incertidumbre.

Finalmente, llegaron al restaurante. La esperanza que tenía Daisy de ir a algún restaurante italiano alegre y popular se vio pronto frustrada. El coche paró frente a uno de los más caros restaurantes de Londres.

Al menos, la mesa estaba en un sitio apartado y discreto. La luz era tenue y daba un aire íntimo al ambiente. Seguramente, allí no los vería ningún fotógrafo.

Daisy leyó la carta con entusiasmo.

– Me muero de hambre -comentó.

Había olvidado momentáneamente su papel de mujer mundana.

– No tuve tiempo de almorzar -explicó enseguida.

Seth fijó una extraña mirada en ella. Daisy, entonces, dejó la carta sobre la mesa con muestras de culpabilidad.

– Oh, cariño, supongo que demostrar interés por la comida no es algo muy sofisticado, ¿verdad? -inquirió ella.

Seth le dirigió una de sus repentinas y seductoras miradas.

– Yo no diría eso -dijo-. Será un cambio agradable para mí poder cenar con una mujer que come algo más que unas ensaladas.

Después de escuchar esas palabras, Daisy confió en que podría también ordenar algún plato sustancioso, aparte de elegir el más apetitoso primer plato que vio en la carta. Dudó al intentar escoger el segundo y Seth, impaciente, lo hizo por ella.

– Tomará cordero -le indicó al camarero, quien estaba esperando de pie, bolígrafo en mano.

– Iba a ordenar otra cosa -protestó Daisy con indignación.

El camarero se llevó la carta con considerable alivio.

– Creí que estabas hambrienta -replicó Seth-. Si no hubiera tomado una decisión en tu lugar, tendríamos que haber esperado toda la noche.

Daisy se contentó con murmurar entre dientes. Comenzó a untar su pan con mantequilla en cierta actitud de desafío.

– Y ya que hablamos de toda la noche -continuó diciendo Seth, al apoyarse contra el respaldo de la silla-, es mejor que mañana te mudes a mi suite.

Daisy se sobresaltó.

– ¿Mudarme? -repitió con desasosiego-. ¿Por qué?

– Por supuesto que la razón no es ese bonito cuerpo que escondes debajo del amplio vestido -señaló él rudamente y la hizo enrojecer.

Daisy agradeció la tenue luz del ambiente que los rodeaba e intentó luchar contra el traicionero recuerdo de aquellas manos cerca de sus senos.

– No veo la razón por la que deba mudarme.

– Tienes que hacerlo porque pronto surgirán rumores si te dejo marcharte en un taxi por la noche. Aunque sabemos que no nos vamos a acostar juntos, deseo que los demás sí lo crean. ¿No te parece?

– No entiendo cómo la gente puede saber si dormimos juntos o no -objetó Daisy.

Quería evitar imaginarse la escena y trataba desesperadamente de ocultar su perturbación.

– Podría salir a hurtadillas cuando no me viera nadie -propuso.

– Pero alguien podría verte y al día siguiente las columnas del corazón especularían sobre la veracidad de nuestra relación -dijo él.

– ¿Y a quién le importa lo que hagamos? -gritó Daisy-. ¿A quién le interesará la hora en que me marcho a casa?

Seth se encogió de hombros.

– Te sorprendería saber que a muchas personas. Me temo que es uno de los inconvenientes de la fama. La gente cree que, tan pronto como ganas dinero o adquieres influencia, pierdes tu derecho a la privacidad. Es algo a lo que tendrás que acostumbrarte durante las próximas semanas.

Seth se quedó pensativo durante un momento.

– Si nadie mostrara interés por mí o por Astra, no habría necesidad de que estuvieras aquí en este instante -siguió diciendo Seth-. Puedes agradecer a la prensa del corazón el hecho de haber conseguido este trabajo… y el trabajo consiste en que tienes que vivir conmigo.

– ¿Y…? -ella dudó, se aclaró la garganta y trató de parecer despreocupada-. ¿Y no tendremos que compartir la cama, verdad?

– No -los ojos de Seth brillaron irónicamente-. Hay otra habitación en mi suite. María la utilizaba, pero va a quedarse en casa de algunos amigos. No la necesitará. Vendrá durante el día, pero también te necesito a ti.

– ¿Para qué? -inquirió ella.

Algo aliviada por la promesa de una habitación propia, Daisy mordió un trozo de pan. Su voz sonaba un poco confundida.

– Por si viene gente -explicó Seth.

Un camarero se aproximó con el vino y sirvió una copa a Seth para que lo probara. Él hizo un gesto de aprobación.

– Algunas de mis citas de trabajo están programadas pero, a veces, la gente se presenta inesperadamente y eso implica que debes estar allí para demostrar que somos inseparables.

– No puedo estar sentada durante el día entero sin hacer nada -protestó ella-. Me volveré loca.

Seth observó al camarero, que servía la copa de Daisy.

– Hubiera pensado que estabas habituada a eso -espetó.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Daisy indignada.

¡Muchos días casi no tenía oportunidad de tomarse un respiro!

– Eres una actriz en paro -señaló él con las cejas arqueadas-. Siempre creí que eso significaba estar sentado al lado del teléfono y esperar a que te llamen para algún trabajo.

Daisy había olvidado que se suponía que era una actriz en paro.

– Para eso existen los contestadores automáticos -replicó ella.

¡Se estaba transformando realmente en una hábil embaucadora!

– De esa forma, puedo dedicarme a otras cosas -explicó.

– ¿A qué? ¿O debo deducirlo de la talentosa actuación que me ofreciste esta tarde? -inquirió él irónicamente.

Daisy le dirigió una mirada hostil. No le gustaba que se lo recordase.

– Ahora estoy trabajando en una floristería -le dijo con frialdad, mientras decidía que no convenía apartarse demasiado de la verdad-. Lo hago cuando no trabajo como actriz -añadió.

– Supongo que no se gana demasiado en una floristería, ¿no? -le preguntó Seth.

Él podría haber adquirido una cadena entera de floristerías sin siquiera notar una disminución en su saldo bancario. Daisy suspiró. Pensaba en lo difícil que había sido ese año para el negocio. Tenían un montón de deudas.

– No -contestó.

– Hubiera creído que una chica que tiene tanto interés en el dinero estaría encantada de que le paguen por poder sentarse sin hacer nada -le dijo Seth con su sarcástico tono de voz-. No será un trabajo duro. Dispones de televisión y gimnasio. También puedes dedicarte a leer algún libro.

– Claro -aceptó ella sin entusiasmo.

Se hizo silencio. Daisy pasó un dedo por el borde de la copa de vino y observó el profundo color dorado de la bebida.

Deseó dejar de advertir las manos de ese hombre, de contemplar el lugar del rostro donde lo había besado la primera vez. Seth bebía. Ella percibió su incómoda mirada y tenía la horrible certeza de que él sabía exactamente lo que estaba pensando en ese momento.

– ¿Le contaste a Astra algo sobre nosotros? -inquirió de pronto.

Fue lo primero que se le ocurrió al buscar desesperadamente algo que decir. Tan pronto como pronunció esas palabras, se dio cuenta de la intimidad que sugerían.

– Quiero decir si le has contado algo acerca de mí -corrigió.

La mirada de Seth era curiosamente inexpresiva.

– Sí.

– ¿Y qué dijo?

– Le pareció bien, por supuesto.

– Ah -Daisy estaba desconcertada-. ¿Le contaste que yo no era Dee Pearce?

– Expliqué que llegué a un acuerdo contigo en lugar de ella -manifestó Seth-. No entré en detalles.

– ¿Y no quiso saber cómo era yo?

Si ella hubiera estado enamorada de Seth Carrington, le habría gustado saber exactamente quién era la persona que iba a compartir el tiempo con él. Quizás Astra Bentingger sabía que no había razones para preocuparse.

– Le dije que no eras muy apropiada para representar el papel de mi novia -comentó Seth.

Parecía tan aburrido que Daisy se indignó.

– ¿Le contaste la forma en que te convencí para que me dieras el trabajo? -le preguntó sarcásticamente.

Esperaba que él se sintiera abochornado, pero debería haber sabido que eso era imposible. Sencillamente, Seth la observó con ojos inescrutables.

– Le comenté que eras mejor actriz de lo que parecías. Y también que era muy probable que me sacaras de mis casillas, pero como ya hemos llegado hasta este punto, tendré que soportarlo lo mejor posible.