142403.fb2 Amar sin reglas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 5

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Capítulo 4

Daisy había decidido demostrar a Seth que no era la adolescente que él creía y pasó toda la tarde en el lujoso salón de belleza del hotel. Al final, el cambio que había experimentado la dejó asombrada al mirarse al espejo.

La experta en belleza había realzado sutilmente los finos rasgos de su rostro. Sus ojos azules parecían más profundos y atractivos, a pesar de que la mueca que se insinuaba en su boca estropeaba el efecto sensual que la chica había logrado. Sus labios parecían sonreír continuamente, aunque Daisy tratara de evitarlo.

Sin embargo, se veía más sofisticada. Se sintió satisfecha. El peluquero le había estirado los rizos mientras los secaba. A pesar de que eran difíciles de dominar, parecía como si se hubiera propuesto que el ligero caos fuera parte del peinado y no como si se hubiera olvidado de cepillarlos. La diferencia radicaba allí.

Seth no se había molestado en preguntar adonde se dirigía cuando Daisy salió de la suite. Solamente le había ordenado que estuviera lista a las siete de la tarde para asistir a una recepción.

Al volver del salón de belleza, ella esperaba impresionarlo con la transformación que había experimentado. Él estaba hablando por teléfono y ni siquiera había levantado la vista para mirarla.

Estaba claro que allí se celebraba una reunión. Había otras personas sentadas en la habitación que esperaban obsequiosamente a que Seth terminara su conversación telefónica.

Él los ignoraba, por supuesto. Hablaba de millones de dólares con una seguridad insolente que exasperaba a Daisy. Lo miró con hostilidad durante unos segundos. Luego, al ver que él no reparaba en su presencia, salió de la habitación y cerró la puerta de un golpe.

Más tarde, Daisy pudo oír que la gente se despedía de Seth. Probablemente, todos se estarían inclinando ante él al salir por la puerta. ¡Estaba claro que ese hombre era tan humillante porque se lo permitían!

Esperó que fuera a su cuarto. Después de unos instantes de soledad, seguramente Seth volvería a sentir la necesidad de intimidar a alguien. Los deseos de recordarle que, al menos ella era capaz de enfrentársele o de impresionarlo con su nuevo y sofisticado aspecto, se vieron frustrados. Sencillamente, él llamó a su puerta y le indicó que partirían en media hora.

– Sal cuando estés lista -añadió.

No sonaba como si de verdad le importara que Daisy lo hiciera o no. Luego, se marchó. Daisy estaba más enfadada que nunca.

Se vistió de mal humor. Había decidido ponerse una de las prendas que Seth le compró. Era un atractivo vestido amarillo sin mangas con un escote pronunciado. También se puso brazaletes de estilo étnico en los brazos.

Media hora después, abrió la puerta de un empujón y salió. Seth estaba sentado en el extremo de uno de los sofás. Parecía concentrado en algunos documentos que había desplegado sobre una mesilla.

Daisy había estado todo el día con los nervios de punta. Por un lado, deseaba decirle lo que pensaba exactamente de él pero, por otro, estaba ansiosa por demostrarle que podía ser tan femenina y atractiva como Astra Bentingger.

Sólo necesitaba que él notara su presencia. Su indecisión se reflejaba en una expresión de agresividad. Los ojos azules traslucían una mezcla de hostilidad y desafío que combinaba de forma extraña con su sofisticado maquillaje y la elegante sencillez de su vestido.

Seth levantó la vista de los papeles que había sobre la mesa. Al contemplar la esbelta figura de Daisy, su expresión fue de fascinación. El amarillo le sentaba perfectamente. Gracias al cuidadoso peinado, al maquillaje y a su expresión agresiva, Daisy se veía vivaz e inesperadamente hermosa.

Seth dejó un documento sobre la mesa y se puso lentamente en pie.

– ¡Bueno, bueno! -exclamó.

Luego se acercó a ella. Él llevaba un traje gris estupendo. Su corbata era de seda y lo hacía parecer muy afable. Cuando no estaba ceñudo ni se mostraba arrogante, Seth era un hombre muy atractivo.

Daisy sintió que su agresividad se disipaba y dejaba paso a una sensación extraña de vacío que la hizo sentir indecisa. Trató de disimular su estado anímico. Seth se colocó frente a ella.

– ¿Estás satisfecho ahora que he dejado de parecer una colegiala?

La voz de Daisy sonaba menos firme de lo que ella habría deseado. Seth la escudriñó con lentitud.

– Desde luego, has experimentado un gran cambio -admitió él, mientras esbozaba una sonrisa-. Pero todavía te falta algo…

Daisy suspiró con exageración.

– ¿Qué sucede ahora?

Seth la agarró de la muñeca y recorrió con sus manos los brazaletes que ella se había puesto en los brazos.

– Hay algo en tu expresión que me desagrada -explicó.

– ¿Qué le pasa a mi expresión?

¿Qué tenía ese hombre que, al tocarla, la hacía sentir como si fuera a derretirse? Tremendamente consciente de la proximidad de Seth y de las manos sobre su piel desnuda, Daisy se esforzó porque sus fuerzas no la abandonaran y evitó mirarlo.

– No das la impresión de ser una mujer que va a pasar una noche con su amante, ¿no te parece?

– No te preocupes. Comenzaré a sonreír en cuanto salgamos por la puerta -le advirtió ella-. No tiene mucho sentido que trate ahora de esbozar una estúpida sonrisa.

Daisy trataba de no temblar al sentir que los dedos de Seth le acariciaban los brazos.

– No deseo que sonrías -le dijo Seth con suavidad.

– ¿Y qué es lo que quieres, entonces?

Sus intentos por sonar cáustica no tuvieron éxito.

– Me gustaría que pareciese como si acabáramos de hacer el amor y estuvieras ansiosa por hacerlo otra vez.

Daisy se sonrojó.

– ¿Y qué se supone que debo hacer para que parezca eso?

Las manos de Seth se deslizaron hasta su cuello.

– Podrías utilizar algunas de las supuestas habilidades que deberías tener para actuar -sugirió él-. Todavía no he visto suficientes muestras.

– Comenzaré a actuar tan pronto como esté delante del público -manifestó ella.

Se había quedado sin respiración a causa de las caricias que Seth le prodigaba. En ese momento, le estaba tocando los rizos.

– O… -Seth siguió hablando como si no la hubiese oído-, podría dirigirte yo… de esta forma.

La besó. La resistencia de Daisy se fundió en una ola de inmenso y traicionero placer. Los labios de Seth eran persuasivos y cálidos. Ella luchó contra la sensación placentera, pero nada podía detener el deseo y la excitación que la recorrían como una corriente eléctrica.

La furia dejó paso a una sensación profunda y maravillosa, infinitamente más peligrosa. Seth le había agarrado la cabeza y jugueteaba con sus rizos. La estrechó contra él y Daisy se dejó llevar.

Antes de darse cuenta de lo que estaba sucediendo, rodeó a Seth con sus brazos por debajo de la chaqueta. Notó la firmeza de sus músculos a través de la camisa.

Olvidó la arrogancia y soberbia de él y sus intenciones de enfrentársele. El cálido beso la hizo estremecer. Seth la acariciaba de manera sensual. Lo único que le importaba era la profunda excitación que la invadió y la sensación de que, al abrazarla, la hacía sentir completamente segura.

Seth le subió el vestido amarillo hasta las caderas y la acarició con creciente insistencia. Daisy gemía mientras los labios de él se deslizaban seductora y lentamente para mordisquearle el lóbulo de la oreja.

– ¿Te queda claro, Daisy Deare?

Ella oyó esas palabras como algo muy lejano. La cabeza le daba vueltas. Dominada por el placer y desorientada por la excitación, solamente pudo pestañear.

– ¿Claro?

Seth la liberó del abrazo sin demasiadas ganas.

– Estaba intentando demostrarte cómo parecer una mujer enamorada, pero no creo que necesites que te guíe. Lo haces perfectamente.

Daisy abrió la boca para contestarle, pero no logró pronunciar una sola palabra. Sus ojos enormes tenían el color de una noche de verano en su rostro pálido y su expresión era de vulnerabilidad. Tragó saliva.

– ¿No… no es mejor que nos marchemos? -consiguió balbucear finalmente.

– Creo que antes tienes que volver a pintarte los labios.

Sus manos le temblaban tanto que tuvo que sujetarse una a la otra para poder pintarse. Se sentía humillada y resentida por la patética manera en que reaccionaba a las caricias de Seth. Y mucho peor eran los deseos insatisfechos que despertaban en ella.

Odiaba la forma en que él podía mantenerse sereno y fingir que no era consciente de la gran excitación que le provocaba. Y se odió a sí misma por desear que él entrara en el cuarto de baño para volver a abrazarla y dejar que la pasión volviera a dominarlos.

La recepción a la que asistieron resultó muy aburrida. Daisy se enteró, más tarde, de que se celebraba en ayuda de una conocida asociación de beneficencia. Le pareció surrealista ver a tantos famosos reunidos. Todos hablaban en voz muy alta.

El evento fue organizado en una también conocida joyería. La gente se tenía que desplazar entre expositores de cristal que contenían fabulosas piezas. Daisy se entretuvo observándolas. Quería olvidar el tacto de las manos de Seth sobre sus brazos y la forma en que le había tocado las caderas.

Era mejor actor que ella. Tan pronto como salieron del coche, Daisy había esbozado una amplia sonrisa, pero estaba segura de que iba a notarse que era forzada. Sus movimientos eran rígidos, sin ninguna soltura.

Por otra parte, Seth se mostraba relajado y sonriente, muy seguro de sí mismo. Daisy tuvo que recordar que no era él quien actuaba. Se le veía tal como era. Ella lo consideraba un agresivo y poderoso magnate pero estaba claro que, en ese lugar, era simplemente uno más entre la multitud. Alguien que osaría cruzar el océano Atlántico para asistir a una fiesta sin pensárselo dos veces.

Daisy lo escudriñó. Trató de considerarlo como si ella fuera uno de los invitados de la recepción, rico, encantador y con un indefinible glamour. Pero no fue capaz. Los demás veían al triunfador y ella solamente al hombre que la hacía estremecer con sus caricias cálidas y firmes.

Y esa noche, iba a estar a solas con él. Bebió el resto del champán que había en su copa y permitió que se la llenaran otra vez. Tenía que luchar para recobrarse. ¿Cuántas veces debería repetirse que todo eso era simplemente una representación donde le había tocado poco más que un papel secundario?

Si no ponía más empeño, lo podía perder. Seth se mostraba animado y encantador, pero ella sabía que, en el fondo, era un ser desalmado y frío. Una copa más de champán la ayudó a sentirse más segura de sí misma.

Pudo observar las furtivas miradas que le dedicaba la gente. Estaba claro que se estarían preguntando la forma en que alguien como ella habría logrado atrapar a Seth Carrington.

– ¿Cómo os conocisteis? -le preguntó una mujer a la que Seth había presentado como Frances.

Frances no se preocupó por disimular su sorpresa. Era rubia y el tono de su voz sacaba de quicio a Daisy. Tenía el mismo aire de importancia que se daba toda la gente allí reunida. Había besado a Seth de una forma que Daisy consideró innecesariamente cariñosa.

– Seth me entrevistó para un trabajo -le respondió Daisy antes de que él pudiera hacerlo.

Una amplia sonrisa se dibujaba en su rostro al inclinarse con ternura sobre él.

– Fue amor a primera vista, ¿verdad cariño? -añadió después.

Seth la sujetó con tensión.

– Lo fue -aceptó él.

Daisy estaba encantada por el fastidio que demostró Frances.

– Te puedes sentir honrada -le dijo Frances a Daisy-. Seth ha salido con infinidad de mujeres, pero nunca les dijo que las amaba.

Frances observó a Seth acusadoramente. Era evidente que había sido una de ellas.

– ¡Siempre dijiste que la palabra amor no existía en tu vocabulario!

– Comenzó a existir al conocer a Daisy -explicó Seth y la estrechó para remarcar la observación.

Durante un breve instante, Daisy se relajó e imaginó que todo era verdad. Él la asía con firmeza. Experimentó una sensación muy reconfortante al percibir el cuerpo fuerte de Seth.

¿Qué sentiría si, en lugar de tratar de mantener en secreto su contrato prenupcial con Astra Bentingger, Seth la hubiera abrazado porque la amaba realmente? El recuerdo de Astra fue suficiente para que Daisy se separara de Seth con la excusa de ir a por otra copa de champán.

Sintió como si el brazo de él le hubiera dejado una marca en su propio cuerpo. No era capaz de mirarlo.

La aparición de James Gifford-Gould, que se aproximaba a ellos, supuso una distracción oportuna. Aliviada, Daisy lo saludó con un entusiasmo que hizo que Seth se pusiera rígido.

Los ojos azules de James la estudiaron de arriba abajo. La besó como si se conocieran desde siempre.

– Te ves preciosa -le dijo a Daisy-. ¡Estás como para comerte!

– ¿Dónde está Eva? -inquirió Seth incisivamente.

– Con su marido, supongo -contestó James sin demostrar preocupación-. Me parece que le molestó que anoche concentrara toda mi atención en ti -explicó a Daisy-. Dijo que le resulté bastante aburrido.

El champán comenzaba a ejercer un efecto de euforia en Daisy. Ella no había almorzado nada. ¡Se presentaba la oportunidad de demostrar a Seth que algunos hombres estaban dispuestos a tratarla como si fuera una mujer!

Alentada por el alcohol y la admiración de James, decidió flirtear peligrosamente con él. Movía las pestañas de manera seductora y espiaba la reacción de Seth por el rabillo del ojo. Se sintió satisfecha al ver que un músculo palpitaba con tensión en el rostro de él. Experimentó gran regocijo al descubrir su capacidad para deslumbrar a los hombres.

No pasó mucho tiempo antes de que Seth la arrastrara lejos de James, pero ella ya había conseguido un círculo de admiradores. Era obvio que él deseaba parecer indulgente, pero en sus ojos se reflejaba una señal de advertencia que Daisy decidió ignorar.

Seth la había ignorado durante todo el día, incluso se había mostrado desagradable. Peor para él si se sentía disgustado porque Daisy fuera el centro de atracción.

Cuando decidieron trasladarse a un restaurante con otras personas, ella había alcanzado un estado etílico que le provocaba risitas tontas. James se unió al grupo.

– ¡Por amor de dios, deja ya de comportarte como una estúpida! -le susurró Seth al oído, mientras tomaban asiento.

Pero solamente logró que ella continuara riéndose. James se había sentado al otro lado de Daisy e intentaba monopolizarla. La mirada indulgente de Seth comenzó a transformarse en una expresión de enfado. Terminaron de cenar. Daisy era muy consciente de la aguda irritación que experimentaba Seth.

La cena la había ayudado a recuperar ligeramente la sobriedad, pero el pensamiento de que iba a estar a solas con él fue suficiente para que se pusiera nerviosa otra vez. Sus coqueteos tomaron un cariz más desesperado.

Finalmente, James sugirió ir a una discoteca y ella aplaudió la idea.

– ¡Sí, vamos! -gritó-. ¡Me encanta bailar!

La discoteca era oscura y estaba atiborrada de gente. El sonido de la música era muy elevado. Daisy bailó con James, pero cuando vio a Seth bailando con otra chica, se enfureció. Entonces, le dedicó a James una de sus sonrisas más seductoras y se estrechó contra él.

– Daisy, eres tan dulce -le dijo James-. Una chica como tú no debería ir con alguien tan desagradable como Seth. ¿Por qué no vienes a mi casa esta noche? -le murmuró al oído.

– Hmm… -contestó Daisy con expresión ausente, mientras intentaba no perder de vista a Seth y su pareja.

Durante el resto de la pieza que estaban bailando, James trató de persuadirla para que abandonara a Seth. Se había sentido animado por la ausencia de un no definitivo. Daisy no podía creer que sus despreocupados coqueteos se habían transformado, repentinamente, en algo serio.

Se sintió incómoda al darse cuenta de que era ella quien había provocado esa situación, por lo que no podía mostrarse demasiado hostil. Trató de escapar de los brazos de James, pero él la agarró con más fuerza aun. Aliviada, advirtió que Seth se les acercaba.

– Me parece que ya es hora de que me lleve a mi chica -dijo.

En su boca se dibujaba una mueca y James tuvo que liberar a Daisy de mala gana. Murmuró algo ininteligible y desapareció entre las personas que estaban bailando. Seth asió a Daisy en sus brazos. A la distancia, podía parecer que estaba ansioso por bailar con ella, pero su voz sonó gélida.

– Bailamos una pieza y nos marchamos -le dijo a Daisy-. Es mejor que te comportes bien.

De pronto, ella percibió un gran cansancio y un terrible dolor de cabeza. Dadas esas circunstancias, y a pesar de la frialdad en el tono de Seth, Daisy encontró que los brazos de él eran realmente acogedores.

Con un ligero suspiro, se dejó llevar por él. Le pasó los brazos por el cuello y apoyó su rostro en su hombro. Apenas se movían. Seth había apoyado su mejilla en los cabellos de Daisy. La tensión que ella había experimentado durante toda la noche desapareció lentamente.

Casi se había dormido cuando él la apartó un poco.

– Ya basta -manifestó con dureza.

La tomó por la muñeca y fueron hacia la salida de la discoteca.

– Confío en que todos estén pensando que estamos ansiosos por ir a la cama. Nadie se molestará si no te despides correctamente.

Salieron y el fresco aire nocturno hizo que Daisy se sintiera mareada. Se sintió aliviada al dejarse caer en el asiento de la limusina que los esperaba. Durante el viaje, su cabeza caía continuamente sobre el rígido hombro de Seth y él volvía a levantarla una y otra vez.

De manera vaga, Daisy advirtió que Seth estaba irritado por alguna razón, pero no se dio cuenta del alcance de su enfado hasta que él la empujó fuera del ascensor y la hizo entrar en la suite. Luego, dio un portazo.

De pronto, ella sintió que estaba más despierta de lo que hubiera deseado. Seth se acercó a la mesa y sacó una chequera. La abrió.

– ¿Cuánto me cobras por veinticuatro horas de tu tiempo? -inquirió con aspereza.

Quizás Daisy estaba despierta, pero todavía sentía algo de mareo. Tuvo que apoyarse en una silla para sostenerse.

– ¿Cuánto te cobro? -repitió ella perpleja-. ¿Qué quieres decir?

– Quiero decir que este es el fin de tu representación -contestó Seth.

Daisy lo miró con desesperación.

– ¡No puedes hacerme eso! -exclamó.

– Claro que puedo -dijo él sarcásticamente-. Y tienes suerte de que te pague después de la exhibición que hiciste esta noche. Se supone que eres una actriz, por amor de Dios. Si lo mejor que sabes hacer es emborracharte y abrazar a James Gifford-Gould, no me sorprende que nunca te hayan ofrecido papeles importantes.

Daisy puso mala cara.

– Estaba nerviosa -intentó excusarse.

Pero Seth soltó una carcajada de incredulidad.

– ¿Nerviosa? -dijo-. ¿Nerviosa? ¡No me imaginaba que se pudiera calificar de esa forma a tu comportamiento con James! Prácticamente tuve que empujarte lejos de él.

– Pensé que te gustaría que fuera amable con tus amistades -respondió Daisy con un hilo de voz.

– Si creías que deseaba que pasaras toda la noche coqueteando con otros hombres, tienes que ser más tonta de lo que pareces -indicó Seth con agresividad.

Daisy se acobardó.

– Yo… yo no… -tartamudeó, pero sus recuerdos eran muy vagos.

¿Por qué habría bebido tanto champán?

– Sabía desde el principio que no eras la chica adecuada para este trabajo -continuó él cruelmente, como si ella no hubiese dicho nada-. No eres apropiada, no te sabes vestir y no tienes ni idea de cómo debes comportarte.

– Pero, ¿y nuestro acuerdo? -murmuró Daisy, algo más sobria.

– Dado que no cumpliste ni una palabra, no creo que estés en posición de reprocharme nada -señaló Seth con una fría mirada-. Lo único que deseaba era que hicieras lo que te dije, pero me fallaste, ¿no te parece? Solamente me has ocasionado problemas y no pienso seguir soportándote.

Daisy seguía apoyada en el respaldo de la silla.

– Pero le comentaste a todos que estás enamorado de mí -dijo con desesperación-. ¿Qué van a pensar si desaparezco?

Seth se encogió de hombros.

– Les diré que me decepcionaste, como todas las demás -contestó él indiferente-. Después de todo, es verdad. Y la gente que te vio flirtear con James no tendrá dificultad en creérselo.

– ¿Y qué me dices de Astra? -Daisy se agarró a un clavo ardiente y su voz lo demostraba-. Si te deshaces de mí, ya no tendrás un señuelo para engañarlos.

– Encontraré otra mujer -dijo él tranquilamente-. ¡Y esta vez, me aseguraré de que sea una persona que no discuta!

A continuación, arrancó el cheque y se lo arrojó con fuerza sobre la mesa.

– Ahí lo tienes. Considérate pagada.

Y furioso, dejó la chequera sobre la mesa.

– Puedes quedarte aquí esta noche -añadió como si lamentara hacer esa concesión-, pero debes marcharte mañana por la mañana.

¿Qué había hecho? Horrorizada por el cariz que tomaban las cosas, Daisy percibió que estaba a punto de perder la única oportunidad que tenía para encontrar a Tom. ¡No podía permitirlo! Tragó saliva y se enderezó. Observó a Seth firmemente.

– No -dijo ella.

Seth la miró como si nunca hubiera oído esa palabra. Era probable que no la oyera muy a menudo, de todas formas.

– ¿Qué quieres decir? -le preguntó Seth en un tono sereno y amenazador.

– Que no me marcho. Hicimos un trato.

– No cumpliste con lo acordado. Hiciste justo lo contrario de lo que debías -dijo Seth con expresión implacable.

– Convencí a la gente de que era tu novia -indicó ella con obcecación-. Me pediste que lo hiciera y cumplí.

– Si alguien realmente creyó que éramos una pareja, al final de la noche habrán cambiado de opinión -manifestó Seth con aspereza-. ¿Qué otra cosa pueden haber pensado después de verte flirtear con James Gifford-Gould?

– Que, probablemente, trataba de que te pusieras celoso. No me prestabas atención.

– Estuve a tu lado durante toda la noche -objetó él.

– Sí, pero era evidente que no estabas interesado en mí -dijo ella con valentía-. Parecía como si yo fuera una aburrida compañía que tenías que soportar. Cualquier otra chica habría hecho lo mismo que yo si la hubieses tratado como a mí.

Seth abrió la boca en actitud de réplica, pero volvió a cerrarla.

– No pienso discutir contigo -dijo tenso después de unos instantes-. Se acabó el trato. Te marchas mañana. Eso es todo.

Daisy juntó las manos.

– Si me echas, iré a ver a James Gifford-Gould y le contaré todo sobre ti y sobre Astra -amenazó.

Estaba sorprendida por la firmeza de su propia voz.

– Si es tan chismoso -añadió -como dices, la noticia saldrá en las revistas antes de que consigas otra mujer para hacer este papel.

Siguió un prolongado silencio. Seth no se movió. Su quietud la aterrorizó y la expresión de sus ojos hizo que se le contrajera el corazón.

– Eso es chantaje -dijo Seth finalmente.

– Lo… sé.

– El chantaje es un juego muy peligroso -Seth seguía hablando en un tono sereno pero enervante-. Un juego verdaderamente peligroso.

Daisy se mordió los labios.

– Sólo deseo que sigamos con el acuerdo. Quiero ir al Caribe. Te prometo que, desde ahora, haré un gran esfuerzo y no volveré a discutir.

Contempló el rostro de Seth, pero era imposible adivinar lo que pensaba.

– Aun cuando la gente sospechara que teníamos algún problema esta noche, siempre podremos decir que habíamos reñido pero que más tarde nos reconciliamos -continuó Daisy desesperada-. ¡Por favor!

– Los chantajistas no suelen suplicar -dijo él con ironía-. Y de todas formas, no te creo.

– Seré buena -afirmó Daisy, mientras se lo reprochaba mentalmente.

Levantó la barbilla y se enfrentó a la mirada gélida de Seth con una audacia que realmente no sentía.

– ¡Te lo probaré! -exclamó después.

La atmósfera estaba cargada de tensión. A Daisy le temblaban las piernas, pero se mantuvo con la cabeza alta. Deseaba que no se le notara su nerviosismo. Le disgustaba la idea de hacer un chantaje, pero quería encontrar a Tom y lo iba a hacer.

Seth rompió el silencio. Dio un rodeo a la mesa y se acercó a Daisy para asir su barbilla bruscamente.

– Está bien -aceptó, mientras sus dedos se hundían en la piel de ella-. Mañana deberás demostrar que puedes comportarte como una verdadera novia. Si al final del día, no has discutido ni puesto malas caras ni has provocado a otros hombres, te podrás quedar. Pero si cometes un solo error, te marcharás con chantaje o sin él. ¿Entendido?

Daisy asintió con un gesto. Se sintió aliviada cuando él le soltó la barbilla y se la frotó con las manos. La voz de Seth era tan implacable como su mirada.

– Por esta vez te has librado, pero si vuelves a provocar mi indignación, te prometo que lo lamentarás. Entonces, si eres lista te mantendrás alejada de otros hombres. ¡Sólo puedes coquetear conmigo!

Al día siguiente, Daisy se despertó con la boca seca y un dolor de cabeza que le martilleaba el cerebro. Experimentó una sensación trágica que se acentuó todavía más al recordar escenas de la noche anterior.

Recordó que estaba admirando un collar de diamantes y zafiros mientras Seth la asía por la cintura, haciéndola estremecer. Luego, habían ido a un restaurante. No tenía idea de cómo habían llegado hasta allí ni de lo que había cenado. La invadió la desagradable sensación de que se había reído demasiado.

Se había comportado como una estúpida. El resto de la noche le resultaba muy confuso. Recordaba vagamente que había bailado con James y la seguridad que le proporcionaba el cuerpo sólido de Seth… ¿Por qué había pensado que él estaba enfadado si luego bailaron juntos?

En su mente se dibujó la imagen de los despectivos ojos grises de Seth y recordó el sarcasmo de su voz. El martilleo en la cabeza se volvió ensordecedor. ¿Qué habría hecho?

Después de darse una ducha, se encontró mucho mejor, aunque la resaca persistía. Le parecía que las cosas que la rodeaban estaban desenfocadas.

En algún momento aparecería Seth de todas maneras. Incapaz de tomar una decisión sobre qué ropa ponerse, Daisy se envolvió en un albornoz blanco y abrió la puerta de su habitación cautelosamente.

Seth ya se había vestido y parecía muy despejado. Estaba sentado a la mesa. Tomaba café y leía el Financial Times. Al oír el ruido de la puerta, dejó el periódico y miró a Daisy.

Ella tenía el pelo mojado y, sin maquillaje, estaba pálida y parecía más frágil y joven. Se apoyó en la puerta y asomó la cabeza.

– ¿Quieres desayunar? -inquirió Seth.

Daisy pestañeó. Trató de negar con la cabeza, pero desistió porque le dolía demasiado.

– Solamente quiero morirme -murmuró con sinceridad.

Involuntariamente, en los ojos grises de Seth brilló una divertida expresión.

– Te sentirás mejor si tomas algo. ¿Te apetece un café?

– Prefiero té -dijo ella.

Y se dirigió a la mesa como si fuera una anciana. Seth ordenó el té por teléfono. Daisy se sentó con sumo cuidado y hundió su cabeza entre las manos.

– ¿Qué sucedió anoche? -preguntó ella.

– ¿No lo recuerdas?

– Muy poco.

Seth se sirvió otro café.

– Te comportaste horriblemente -le comentó él.

Daisy exhaló un gruñido que luego se convirtió en un lamento porque le parecía que su cabeza se iba a partir en dos.

– ¿Qué hice?

– Todo lo que se suponía que no debías hacer -señaló Seth.

Parecía como si tuviera que esforzarse para sonar severo.

– Me ignoraste completamente -añadió él-, coqueteaste con todos los demás e hiciste una desagradable exhibición con James Gifford-Gould. Al finalizar la noche, me amenazaste con chantajearme.

– ¿Con chantajearte? -repitió ella perpleja.

– Te advertí que te echaría de aquí y me contestaste que, si lo hacía, te asegurarías de que todo el mundo se enterase de la verdad.

¡Oh, Dios, Daisy ya lo recordaba!

– Estoy… terriblemente arrepentida -tartamudeó ella-. No sé qué me sucedió.

– Demasiado champán, creo yo -dijo Seth con un ligero tono de sarcasmo.

Alguien llamó a la puerta. Era el camarero con el té. Seth esperó a que se marchara. Se volvió hacia Daisy. Ella se estaba sirviendo la taza de té con una mano temblorosa.

– ¿Debo creer que el chantaje no formaba parte de algún plan?

– ¡Por supuesto que no! -dijo ella horrorizada.

– Sonabas muy convincente -señaló él.

– No quería perder el empleo -murmuró Daisy al ponerse azúcar en el té y revolverlo con cuidado para no golpear la porcelana china.

Seth estudió la cabeza oscura y húmeda que se inclinaba sobre la taza con el ceño ligeramente fruncido.

– Anoche hiciste lo posible por perderlo -le comentó.

Daisy levantó la vista. Los enormes ojos resaltaban en su cara pálida.

– ¿Deseas… deseas que me marche? -balbuceó ella.

Acto seguido, se hizo un breve silencio.

– Llegamos a un acuerdo -le explicó Seth después de un instante.

Daisy no lograba entender el tono de su voz.

– Dispones del día de hoy para demostrarme que mereces la pena después de todo -añadió Seth.

Ella se sintió aliviada.

– ¡Gracias! -exclamó.

– Pero es mejor que te portes bien -le advirtió él como si lamentase la concesión que le había hecho.

– Lo haré -prometió ella fervientemente-. Nadie pensará que no estoy perdidamente enamorada de ti.

Seth emitió un gruñido y volvió a agarrar el periódico.

– No lograrás parecer muy enamorada con una resaca como ésa -le dijo-. Es mejor que vuelvas a la cama.