142403.fb2 Amar sin reglas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 6

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Capítulo 5

Daisy se despertó un par de horas más tarde. Pestañeó con cautela y se dio cuenta de que se encontraba mejor. Todavía sentía algo de resaca, pero el dolor de cabeza había desaparecido. Al menos podía sentarse sin experimentar la sensación de que su cabeza iba a partirse en dos.

¿Había tenido realmente el coraje de amenazar a Seth con un chantaje? Se acobardó ante tal pensamiento. ¡Tenía suerte de que no la hubiera echado de su casa en ese momento! No podía permitirse otro error como aquel si deseaba ir al Caribe en busca de Tom.

Se prometió que, desde ese momento, haría todo lo que Seth le ordenara. Se puso unos pantalones ajustados, una camisa larga y un chaleco. El resultado era informal pero, al mismo tiempo, de una elegancia sutil.

Pesarosa, Daisy se propuso ser más sutil ella misma. Observó la puerta con algo de nerviosismo. Era el momento de demostrar a Seth que ella valía la pena para ese trabajo.

Salió de la habitación. Seth estaba hablando con un hombre de rostro jovial y redondo. Ambos se pusieron de pie al verla.

– ¿Te sientes mejor? -inquirió Seth despreocupadamente.

Daisy recordó su decisión de mostrarse cariñosa. Respiró hondo y se aproximó a él.

– Mucho mejor, gracias -le dijo con una sonrisa y se estiró para darle un beso en la mejilla.

Notó que Seth se ponía rígido por la sorpresa pero, luego, le pasó un brazo por los hombros para retenerla a su lado.

– Éste es Henry Huntington, querida.

Luego la presentó a ella.

Henry tenía unos ojos chispeantes. Daisy pensó que tenía un agradable aspecto.

– ¿Ha estado enferma? -preguntó Henry.

– Todo fue por culpa del champán -dijo Daisy con sinceridad-. ¡Es el precio que debo pagar por no hacer caso a Seth!

¿Quizás debería haber fingido que estaba enferma, después de todo? Seth podría pensar que no era muy elegante tener una novia que sufría resacas. Lo miró y se sintió aliviada. A pesar de que pretendía mostrarse disgustado, en sus labios se dibujaba una sonrisa. La sonrisa la hizo estremecer, pero no osó apartarse de él.

Henry era simpático. Parecía una persona que había pasado por muchas resacas en tiempos pasados.

– Se dice que Seth tiene una nueva y despampanante novia -continuó diciendo Henry-. ¡Johnny se quedó prendado de usted! Comentó que le resultó muy agradable conocer a una chica que sabe cómo divertirse -le dijo a Seth-. Ya sabes cómo son algunas mujeres… se preocupan tanto por comportarse adecuadamente que no se dignan a hablar con uno. Johnny explicó que tu Daisy es mucho más divertida.

– No se mostraba divertida esta mañana -dijo Seth con sequedad, pero la estrechó contra él.

– No, me temo que me sentía mal -añadió Daisy.

Se preguntaba quién sería el tal Johnny y cómo había logrado impresionarlo de esa forma. Henry se rió.

– Yo no me preocuparía -señaló para animarla-. Nadie había visto a Seth tan encaprichado por una mujer. En realidad, no me lo creía, pero ahora que la conozco, puedo entenderlo. ¡Siempre fue un tipo calculador, pero se dice que finalmente ha encontrado a su media naranja!

– ¿De verdad?

Demasiado tarde, Daisy recordó que no debía mostrarse sorprendida, pero Henry no pareció notar nada extraño en su pregunta.

– Sí, lo cierto es que no le quitó la vista de encima durante toda la noche.

– Lo hice porque esperaba poder ayudarla en el momento en que se cayera al suelo -explicó Seth.

Los tres rieron. La risa de Daisy no era tan sincera como la de Henry. Sabía que Seth no bromeaba. Por supuesto que había hallado a su media naranja, pero no era ella sino Astra. Durante toda la noche, Seth demostró que era mejor actor que Daisy.

– ¿Estaban hablando de negocios? -inquirió ella después de unos instantes-. ¿Los interrumpo?

– Claro que no -dijo Henry galantemente.

Seth la hizo sentar en el brazo del sillón.

– Henry y Elizabeth nos invitan a pasar el fin de semana con ellos -manifestó Seth al apoyarse sobre Daisy para deslizar sus dedos por el pelo de ella y acariciarle el cuello-. Tienen una casa maravillosa en Gloucestershire.

– Lo pasaremos bien -añadió Henry-. Habrá un baile de beneficencia el sábado por la noche. Elizabeth ha organizado una cena antes del baile. Será muy divertido. Por favor, diga que vendrán.

Miró a Daisy. Ella echó un vistazo de incertidumbre a Seth.

– El plan suena magnífico -dijo.

No estaba segura si debía aceptar o poner alguna excusa.

– ¿Qué tenemos planeado para el fin de semana? -inquirió Daisy.

– Nada que no podamos hacer en el campo -respondió Seth con suavidad-. Gracias, Henry. Nos encantará ir.

Henry se quedó una media hora más. Daisy actuó lo mejor que pudo para cumplir con la buena reputación que el desconocido Johnny le había dado. Seth le masajeaba el cuello con los dedos y la hacía distraerse. Su tacto era cálido y enérgico y la estremecía.

Se le había pasado el dolor de cabeza y el calor del cuerpo de Seth a su lado la reconfortaba. Él lo hacía para impresionar a Henry, según pensó Daisy.

Cuando Henry decidió marcharse, no pudo evitar un sentimiento de decepción en el momento en que Seth se separó de ella.

Daisy estuvo de buen humor durante todo el día. María llegó justo después de que Henry se marchara. Ella y Seth se dispusieron a despachar la correspondencia.

– ¿Te importa que haga una llamada? -le preguntó Daisy a Seth con culpabilidad porque estaba muy ocupado.

– Claro que no -Seth la miró con suspicacia-. Hoy estás muy dócil… ¿o es que todavía tienes resaca?

– Creí que querías que me mostrara dócil.

– Por supuesto pero, ¿tendré que acostumbrarme a derramar cada noche cinco botellas de champán sobre ti para que sigas siéndolo?

– De ahora en adelante beberé agua -dijo Daisy.

Seth le sonrió de improviso y su rostro hostil se transformó. Ella sintió que sus piernas no la sostenían.

– ¡Lo creeré cuando lo vea! -exclamó él.

Daisy fue a su habitación y se echó en la cama, temblorosa. No podía permitirse esa reacción cada vez que Seth le sonreía. Así se había visto envuelta en problemas la noche anterior. Tenía que obligarse a recordar que para Seth era solamente una actriz secundaria.

Él seguiría sonriendo a Astra por mucho tiempo, después de que Daisy hubiera cumplido con el trabajo y desaparecido de escena. Llamó a su madre a la floristería.

– ¿Estás segura de que estás bien? -le preguntó Ellen preocupada.

– Estoy perfectamente, mamá, créeme.

– Vi una fotografía tuya en el periódico -continuó diciendo su madre-. ¡Casi no te reconozco! Parecías otra. Y ese hombre, Seth Carrington, te miraba como si estuviera absolutamente colado por ti. ¿Estás segura de que no se está… aprovechando de la situación?

Daisy sonrió al escuchar lo que decía su madre.

– Te lo dije, mamá. Él no está interesado en mí.

Con incomodidad, Daisy reconoció que, en el fondo, lo hubiera deseado.

– Sólo quiere distraer la atención de su relación con Astra Bentingger -añadió enseguida-. Lo de anoche fue una representación.

– Pues tiene que ser muy buen actor, a juzgar por la fotografía -comentó su madre con una testarudez inusual en ella.

– Lo es -Daisy logró evitar un suspiro justo a tiempo-. ¿Cómo está Jim? -y cambió de tema rápidamente.

– Mucho mejor -la voz de Ellen se suavizó-. Me preocupa que estés con ese hombre, pero tengo que admitir que Jim ha mejorado enormemente al enterarse de que vas a ir al Caribe a buscar a Tom. Está muy animado.

Daisy colgó. Se encontraba mucho mejor. Si Jim había mejorado, entonces ese trabajo valía la pena. Y solamente era una actuación, se recordó obstinada. Era mejor que no se acostumbrara a esos lujos ni pensara demasiado en la sonrisa o las caricias de Seth.

Consciente de que Jim dependía de ella, Daisy se propuso no desperdiciar la oportunidad de ir al Caribe.

Cuando volvió junto a Seth se encontraba muy serena. Él no dejaba de mirarla suspicazmente. Finalmente, le preguntó si se sentía bien.

– Estoy bien -le respondió ella mientras hojeaba una revista.

Seth frunció el ceño.

– Invité a un par de personas para que vengan a tomar unas copas esta noche, pero si no te apetece puedo cancelar la invitación.

Daisy tuvo la sensación de que el impulsivo ofrecimiento de Seth lo sorprendió tanto como a ella.

– No, de verdad, estoy muy bien.

El par de personas que había invitado se transformó en, al menos, unas diez. Daisy se había puesto unos pantalones de seda y un top sin mangas con cuello bordado a juego.

Quizás Seth no había demostrado concentrarse demasiado mientras ella se probaba toda esa ropa en la tienda, pero estaba claro que tenía mucha más idea que ella misma de lo que le quedaba bien. Si le hubiera dado libertad de elección, nunca habría elegido prendas de ese estilo.

Metida en su papel de chica recatada, Daisy trató de mantener la boca cerrada y no alejarse de Seth. Todos los invitados demostraron interés por charlar con ella. Era evidente que su repentina irrupción en la vida de él había despertado una gran curiosidad. Para sorpresa de Daisy, nadie parecía dudar de que fueran una pareja verdadera.

– No me asombra que Seth se haya enamorado de alguien como usted -le confió una señora mayor que se llamaba Victoria-. Siempre tuvo chicas sofisticadas a su lado, pero nunca les hizo demasiado caso. Usted es diferente.

– Nadie me ha dicho que soy sofisticada -comentó Daisy con un atisbo de tristeza.

– No es eso lo que Seth necesita. Él mismo es muy sofisticado. Solamente necesita a alguien cariñoso y entrañable.

Victoria miró a Seth pensativamente y luego, volvió la mirada hacia Daisy.

– Quizás él haya tenido muchas amantes -añadió-, pero no creo que le hayan dado mucho amor. Usted podría dárselo.

Daisy se sintió como una tonta porque estaba a punto de llorar. ¿Qué diablos le sucedía? Probablemente, Astra Bentingger lo amaba y eso era lo que Seth deseaba.

– Me encantaría intentarlo -señaló a continuación.

Sus palabras hicieron un sarcástico eco en su mente. Nunca tendría la oportunidad de amarlo como se merecía. No tenía sentido pensar en eso.

«Esto es una actuación», se repitió como muchas veces lo había hecho.

Para demostrarlo se acercó a Seth, le pasó deliberadamente una mano por el brazo y apoyó su rostro en el hombro de él. Era solamente una actuación.

No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a dolerle la mandíbula a causa de la perenne sonrisa que se esforzaba por mantener. Tal como había prometido, sólo bebió agua mineral. Entonces, comenzó a preguntarse si, después de todo, no le vendría bien una copa para mantenerse despierta.

Todos parecían dispuestos a pasar un buen rato, pero Daisy solamente pensaba lo poco que había dormido la noche anterior.

– ¿Y si salimos a cenar? -propuso alguien más tarde-. Podríamos probar el nuevo restaurante de Chelsea. Todo el mundo habla sobre él. ¿Qué te parece, Seth?

Seth echó una mirada a Daisy. En ese instante ambos estaban sentados en el sofá. Ella sonreía animada, pero tenía ojeras en sus grandes ojos azules.

– Daisy está cansada -dijo-. Creo que nos quedaremos tranquilos en casa.

A juzgar por las miradas de sorpresa de la gente, Seth nunca había dado muestras de saber lo que era quedarse en casa tranquilamente. Las mujeres observaban a Daisy con envidia y los hombres, maliciosamente. Ella se movió incómoda.

– Me encantará salir a cenar -les advirtió con embarazo.

– No diga eso -señaló alguien-. ¡Está claro que Seth quiere quedarse a solas con usted!

Al final, los invitados se marcharon. Seth cerró la puerta y se volvió hacia Daisy. Ella había esperado ese momento con ansiedad. Se hizo silencio.

– Parece que todo fue muy bien, ¿no crees? -inquirió ella.

– Sí.

Seth sonaba preocupado. La contempló. Daisy volvió a sentarse en el sofá.

– ¿No tenías ganas de ir a cenar fuera? Pensaba que teníamos que salir para que nos vieran juntos.

– No es necesario -le dijo él-. Los que nos visitaron esta noche no tardarán en contar que yo estaba ansioso por hacer el amor.

Daisy sintió que la invadía una ola de calor. No pudo evitar imaginarse a Seth desvistiéndola y tumbándola sobre la cama para acariciarle el cuerpo. Se lo imaginaba con una nitidez tal que podría haber jurado que Seth estaba a punto de sonreír, abrazarla y decirle que deseaba ansiosamente estar a solas con ella.

Pero no sonrió. Estaba de pie, junto a la puerta. La miraba con su típica expresión imprecisa. Una tensión indefinible inundó el ambiente.

– ¿Qué hacemos? -preguntó Daisy, dispuesta a romper el hielo-, dado que, de hecho, no vamos a hacer el amor.

Se mostró serena e imperturbable. Su tono de voz no demostraba conmoción por estar a solas con él. Siguió una pausa. Luego, Seth se aproximó a ella.

– Podríamos cenar algo -sugirió, mientras levantaba el auricular del teléfono para llamar al servicio de habitaciones-. No tiene sentido que nos muramos de hambre para convencer a los demás de que estamos enamorados.

Su voz era igual de impersonal que la de Daisy. Les subieron una cena exquisita. Los camareros se marcharon con discreción después de dejarla sobre la mesa. Nuevamente estaban a solas.

Daisy trató de mantener una charla fluida con Seth para demostrarle que la situación no la afectaba en lo más mínimo. Pero, en el momento en que se sentaron a la mesa, dejó de hablar. Había algo íntimo en la escena.

La habitación estaba iluminada por una lámpara y dos velas. Seth estaba tan próximo como para poder tocarlo. Las velas arrojaban una luz vacilante sobre su rostro que le suavizaba los duros rasgos. Era imposible leer sus pensamientos.

Daisy se sintió como si estuvieran inmersos en la quietud y el silencio de una isla desierta, muy distantes de Londres. Se imaginaba que, si alguien los hubiera estado observando, habría estirado la mano para entrelazar sus dedos con los de Seth o acariciado su rostro… pero no tenían público y no existía la necesidad de fingir.

Solamente habría sido eso… una ficción. Trató de convencerse de que no deseaba acariciarlo ni que él levantara la vista de la copa de vino y le sonriera. Sintió un estremecimiento muy profundo. Sería el cansancio lo que la hacía reaccionar de esa manera tan extraña.

El cansancio y el hecho de que después de haber pasado casi toda la noche agarrada al brazo de él, notaba una rara sensación al no sentir la solidez de ese cuerpo, algo a lo que se había habituado.

Terminaron de cenar y los camareros recogieron la mesa. Dejaron café en la mesilla situada entre dos sofás. A Daisy no le apetecía tomar café, pero de todas formas aceptó una taza. Al menos, la mantendría ocupada en algo.

Seth se había sentado ociosamente frente a ella. Se mostraba seguro y alerta como un gato. La puso nerviosa el hecho de que pudiera tomar café tan tranquilamente y, a la vez, inundar el lugar con su presencia.

Daisy se sentó en el borde de la silla. Removió el café innecesariamente. Le pareció que Seth notaba la tensión que había en el ambiente, ¿o era solamente su imaginación? En realidad, su relación era más fácil cuando fingían.

– Bueno… creo que me voy a dormir -dijo ella finalmente.

Depositó el café sobre la mesa. La taza golpeó ligeramente el platillo a causa de sus nervios.

Seth se puso de pie.

– ¿Ya te vas? -inquirió-. Aún es temprano.

– No dormí mucho anoche -comentó ella.

– No, es verdad.

Seth estaba serio, pero Daisy percibió un tono divertido en su voz. Quizás era otra vez su imaginación lo que la impulsaba a percibirlo.

– ¡Anoche, a esta misma hora, comenzabas a divertirte! -exclamó él.

Daisy suspiró.

– Siento lo de anoche -se excusó dubitativa-, pero creo que hoy he estado muy bien, ¿no te parece?

Seth la contempló. Sus ojos resultaban oscuros e inciertos por la penumbra que reinaba en la habitación.

– Has estado perfecta -le dijo lentamente, como si se diera cuenta de eso por primera vez.

Daisy notó que se estremecía profundamente.

– Entonces, ¿seguimos con nuestro trato inicial? -insistió.

Intentaba mantener un tono de voz sereno para ocultar su turbación.

– Si quieres… -manifestó Seth.

Le agarró las manos suavemente y la atrajo hacia él.

– Pero podemos hacer una o dos enmiendas -su voz era profunda y cálida-. ¿Estás de acuerdo?

Ella lo miró. Sabía que lo único que tenía que hacer era sonreírle y, entonces, Seth la besaría. La tentación era terrible. Y si la besaba, estaría perdida. El inmenso deseo que la había dominado durante toda la noche vencía toda resistencia. Olvidó su resolución de esforzarse por ser sensata y considerar la situación como cualquier otro trabajo.

Temblorosa, dudó un largo rato. Al final, el clima que se había creado fue interrumpido por el sonido insistente del teléfono. Seth maldijo entre dientes y se apartó de Daisy para asir el auricular. Ella permaneció donde estaba. No sabía si sentirse aliviada o decepcionada.

Seth contestó sin demasiado protocolo.

– ¿Sí? -dijo sin ocultar su irritación.

Pero su tono cambió bruscamente cuando supo quién era la persona que estaba al otro lado de la línea.

– ¡Astra! No esperaba que me llamaras hoy -manifestó él.

Siguió una pausa y luego se colocó de espaldas a Daisy y bajó la voz.

– Por supuesto que estoy contento de escuchar tu voz, cariño -añadió.

Daisy no esperó a oír más. Se marchó a su habitación y cerró la puerta con suavidad, pero de forma manifiesta. Así, él no podría acusarla por ser indiscreta. Al oír el nombre de Astra, sintió como si le echaran un cubo de agua fría en el rostro.

¿Cómo podía haberla olvidado? Se sentó en el borde de la cama y observó la pared con mirada ausente. Le resultaba difícil creer que solamente conocía a Seth desde hacía dos días. Su compañía le parecía muy natural.

Quizás el clima era tenso, pero se sentía como si perteneciera a ese lugar, aun cuando él se mostraba desagradable. Y no siempre era desagradable…

Daisy se puso melancólica al recordar la forma en que Seth la había mirado justo antes de que sonara el teléfono. ¿Qué habría sucedido si ella no hubiera dudado? ¿La habría besado? ¿Habría dejado que sonara el teléfono mientras la conducía a su habitación para llevarla a la cama?

Su corazón le dio un vuelco. De pronto, se puso de pie. Debería sentirse agradecida porque sonara el teléfono en ese instante. No tenía sentido verse envuelta en un romance con Seth Carrington. Él no pertenecía a su ambiente.

Le habría hecho el amor una o dos veces porque ella estaba allí, disponible, pero no habría sucedido nada más. Él quería a Astra y era mejor que no lo olvidara. Si solamente pudiese olvidar las palabras de Victoria.

«Seth necesita a una mujer cariñosa y entrañable».

¿Estaba dispuesta Astra a ofrecerle todo el amor que necesitaba? Daisy pensó en todo lo que había leído sobre esa mujer y dudó que pudiera hacerlo. Pero en realidad, no era su problema. Se preparó para dormir.

Ya tenía bastante con tratar de encontrar a Tom y persuadirlo para que volviera a casa y se reconciliara con Jim. Seth Carrington era capaz de cuidar de sí mismo. Si se enamoraba de él, no sería correspondida.

No podía hacer algo tan estúpido. Claro que no.

A la mañana siguiente, Daisy se había propuesto mostrarse agradable pero distante. Quería demostrar a Seth que, la noche anterior, ni siquiera se le había ocurrido besarlo.

De todas maneras, Seth tenía un humor de perros y le daba igual el comportamiento de ella. Cualquier cosa que hiciera le iba a parecer mal. Daisy realizó algunos intentos de entablar conversación y al final, se dio por vencida.

Se sumió en un silencio que pretendía manifestar dignidad pero que, en realidad, transmitió tristeza. ¿Por qué había llegado a creer que existía algún peligro de enamorarse de un hombre tan gruñón, desagradable y odioso? ¡Bienvenida Astra!

– ¿Esperas visitas para hoy? -le preguntó ella con frialdad, mientras retiraban el desayuno de la mesa.

Seth levantó la vista y frunció el ceño con suspicacia.

– ¿Por qué?

– Me preguntaba si tendría que quedarme aquí encerrada o si me permitirías salir. Eso es todo.

– ¡Esto no es una cárcel! -exclamó él.

– A veces, lo parece -murmuró Daisy.

– Bueno, tendré algunas reuniones de trabajo a lo largo del día y además, saldré a almorzar fuera. ¿Adonde quieres ir? -inquirió bruscamente-. No estarás planeando escaparte para ver a Robert, ¿verdad?

– ¿Te importaría si lo hiciera? -le preguntó taciturna.

Seth reunió unos documentos y los introdujo en su maletín.

– Alguien puede reconocerte -dijo él con paciencia exagerada-. ¡Me parece que eso es algo obvio!

– Tus conocidos no van a los barrios donde yo me muevo -señaló Daisy.

Ella se proponía ir a ver a Jim al hospital pero, a causa del mal humor de Seth, no le apeteció contarle la verdad.

– Entonces es verdad que vas a verlo.

– Quizás -le dijo ella provocadoramente.

Luego lo lamentó porque Seth le dirigió una de sus feroces miradas.

– No te lo aconsejaría -la amenazó con voz cruel-. Te sorprenderías al conocer todos los sitios donde hay conocidos míos. Si oigo que te vieron con otro hombre, te haré lamentar haberme conocido.

– ¡Perdóname! -suplicó Daisy sin pensarlo.

Seth hizo una mueca.

– Eras tú la que estaba tan interesada en quedarse -le recordó él irónicamente-. ¿O cambiaste de idea al haberte recuperado de la resaca?

– No -Daisy se mordió la lengua.

¡No debía entrar en discusiones con Seth!

– De todas maneras, no voy a ver a Robert. Yo… yo quería hacer algunas compras.

– ¿Sola?

Daisy sintió la tentación de indicarle que parecía realmente un carcelero aunque insistiese en que eso no era una cárcel. Se contuvo y asintió con un gesto.

Seth la miró con dureza, como si no estuviera enteramente convencido de la expresión inocente de Daisy. Al final, extrajo su billetera y le dio dinero.

– Aquí tienes, es mejor que lo lleves.

Daisy creyó que era mejor no oponerse. No tenía intención de gastarlo pero, al menos, Seth se quedaría convencido de que iba de compras.

Jim se mostró encantado al verla. No parecía albergar ninguna duda de que Daisy fuera capaz de encontrar a Tom en cuanto llegara al Caribe. Daisy no tuvo valor para explicarle que no iba a ser tan sencillo.

Él se cansaba fácilmente. Entonces, después de media hora, Daisy lo besó y se marchó. Fue a la floristería que llevaba junto a su madre. Le resultó extraño volver a sentir el agradable aroma de los ramos de lilas y rosas.

Ella tenía un gran talento para los arreglos florales. Se había forjado una buena reputación por montar escaparates muy atractivos con un toque de distinción. Pero ese día se sentía como si todo le resultara extrañamente lejano.

Su madre la recibió con grandes muestras de alegría, al igual que Lisa, la empleada. El ambiente de la tienda era embriagador. Las flores de verano despedían sus esencias y se veían brillantes y hermosas en sus cestos.

Entonces, ¿por qué todo le parecía tan deslucido sin Seth? No podía permitir que la relación con él estropeara toda su vida, se dijo ella con sarcasmo al tomar el autobús de vuelta. Cuando encontrara a Tom y cumpliera con el trato, tendría que volver a las actividades de antes. No tenía sentido acostumbrarse a un tren lujoso de vida.

No tenía sentido acostumbrarse a Seth.

En Knightsbridge recordó que se suponía que estaba de compras. Descendió del bus y adquirió unos pendientes muy llamativos. Tenían forma de flores. De esa manera, no olvidaría que era simplemente una florista y no la novia de Seth Carrington.

La tarde se presentaba cálida y soleada. Decidió volver a pie al hotel. Atravesó el parque. Por todos lados veía parejas tumbadas en el césped, absortas en su compañía e inconscientes de lo que sucedía a su alrededor.

Daisy trató de no sentir envidia. No quería imaginarse cómo sería la relación si ella y Seth fueran una pareja como tantas otras y se tumbaran en el césped, felices por estar juntos. Pero Seth nunca sería un hombre como tantos otros. Daisy suspiró.

No era probable que alguna vez fueran felices juntos. Era mejor que dejara de soñar y continuara realizando su trabajo. Después de todo, era solamente un trabajo.

– Ah, ¿decidiste volver, eh? -Seth gruñó tan pronto como ella entró en la suite.

Él caminaba de un lado a otro. Llevaba la corbata floja y se había arremangado la camisa. A pesar del aire acondicionado, se veía acalorado y de mal humor. Parecía como si intentara disimular su alivio al ver aparecer a Daisy.

– Bueno… sí-dijo Daisy asombrada-. Te dije que saldría. No pensé que estarías de vuelta tan temprano.

– Volví pronto.

Seth introdujo sus manos en los bolsillos y se apoyó en el respaldo de un sofá.

– ¿Qué hiciste por fin? -inquirió bruscamente.

– Di un paseo -le respondió ella con indiferencia.

– No parece que hayas hecho demasiadas compras.

Daisy le mostró los pendientes.

– Compré esto.

– ¿Sólo eso?

Seth la miró atentamente. Con seguridad, estaría acostumbrado a que las mujeres volvieran cargadas con bolsas y paquetes llenos de artículos caros.

– No vi nada que me gustara -explicó ella.

Buscó en su bolso el dinero que él le había dado.

– Aquí tienes tu dinero. No me hizo falta. Gracias, de todas formas -añadió cortésmente.

Su actitud no pareció ser la correcta. Quizás nadie le había devuelto su dinero antes. Seth se mostró sorprendido durante un instante, pero inmediatamente se recuperó.

– ¿Por qué no te lo quedas? -le dijo en un tono extraño-. Podrás gastarlo en otro momento.

– Preferiría no hacerlo. No me siento segura con tanto dinero en el bolsillo.

Siguió un profundo silencio. ¿Por qué la observaba Seth de manera tan extraña? Para suavizar la tensión, Daisy se quitó los pendientes de perlas y se puso los nuevos. Movió la cabeza para que se balancearan contra sus mejillas.

– ¿Te gustan?

Seth no contestó inmediatamente. Contempló las flores rosadas y violetas que colgaban a cada lado del rostro vivaz de Daisy.

– Son de tu estilo -dijo finalmente.

Después, sonrió y el clima tenso desapareció. Daisy se sintió débil. No estaba segura si la causa era esa sonrisa adorable o el alivio que experimentó. Todo lo que supo es que la dominaba una sensación acogedora y que la habitación pareció, de pronto, llenarse de luz.

– ¿La reunión terminó más temprano de lo que pensabas? -preguntó ella.

Era maravilloso ser capaz de preguntar algo inofensivo que no despertara suspicacias.

– No terminó -admitió Seth.

Él se volvió y fue hacia la ventana para contemplar el exterior.

– Volví para verte. Quería disculparme por haber sido tan rudo esta mañana. Estaba… preocupado por otros temas.

– ¿Algo relacionado con Astra?

– En cierta forma. Volvió a llamarme esta tarde. Aparentemente, Dimitrios desconfía y ella ha comunicado a sus abogados que, por el momento, dejen las negociaciones del contrato prenupcial en suspenso.

– Ah -Daisy jugueteó con las perlas que tenía en su mano y no se atrevió a mirar a Seth-. ¿Eso significa que ya no me necesitas? -inquirió horrorizada.

Su corazón le dio un vuelco ante la nueva perspectiva.

– Todo lo contrario -dijo Seth-. Si Dimitrios sospecha, entonces es el momento indicado para asegurarse de que él y los demás sepan que existes.

No parecía muy preocupado por la forma en que Astra había postergado sus planes y quizás consideraba que valía la pena esperarla. Muy deprimida, Daisy siguió jugueteando con los pendientes.

Hubo un raro silencio.

– Entonces… ¿salimos esta noche? -inquirió con aire despreocupado.

Seth pareció agradecer que cambiara de tema. Se relajó y se volvió hacia ella.

– Nos invitaron a cenar. Tenemos que estar allí a las ocho. ¿Qué te gustaría hacer mientras tanto? -comprobó la hora-. Son las cinco menos cuarto.

– ¿No tienes que trabajar? -dijo ella sorprendida.

Seth se encogió de hombros.

– El trabajo puede esperar.

– No estás obligado a entretenerme -manifestó Daisy dubitativa.

– Ya lo sé -indicó él-. Considéralo como la manera de disculparme por haber sido tan brusco esta mañana.

– ¿Quieres decir que yo también tengo que disculparme por haberte provocado? -le preguntó ella en un tono jocoso.

No estaba segura de cómo debía reaccionar. Él la contempló con sus turbadores ojos grises.

– No, a menos que lo desees -le dijo y sonrió.

Daisy desvió la vista. Se había acercado a la ventana y había apoyado sus manos en el alféizar. Vio cómo una joven madre se inclinaba sobre un cochecito y le daba un helado a su niño. La sonrisa de Seth ardía en su mente.

Se suponía que ella debía mostrarse serena y agradable. Se suponía que tenía que mantener las distancias. Habría sido mejor dirigirse a su cuarto y apartarse de él hasta el momento de salir.

– ¿Sabes qué me gustaría hacer? -dijo lentamente.

– ¿Qué?

– Ir a comer un helado al parque.