142403.fb2 Amar sin reglas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

Amar sin reglas - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

Capítulo 7

– ¿Una invitación?

Daisy se incorporó indignada por la vanidad de ese hombre. Se tapaba con el edredón.

– ¡No creerás, sinceramente, que te esté invitando después de la forma en que me trataste durante toda la noche! ¡No soy tan tonta! ¡Has dejado bien claro que una invitación mía es lo último que desearías!

– ¿Qué dije para que pienses eso? -preguntó él suavemente.

– No es lo que dijiste… es la forma en que reaccionabas cada vez que me acercaba a ti -explicó ella con tristeza-. ¡Un iceberg respondería con más calidez que tú!

Tan pronto como pronunció esas palabras, se dio cuenta de que había cometido un error. Seth entornó los ojos y se inclinó hacia delante. Colocó las manos a cada lado de Daisy, con lo cual ella se vio forzada a acostarse sobre la almohada.

– Siento haberte decepcionado -dijo él.

– No me decepcionaste -protestó Daisy con valentía.

La proximidad del cuerpo de Seth le había provocado un ligero mareo. Se sentía nerviosa y excitada.

– Lo pareces.

– Bueno, pero no lo estoy.

Era difícil mostrarse indiferente. Su cuerpo estaba a unos milímetros de ella. Daisy hizo lo que pudo.

– Si no quieres que parezcamos una pareja convincente, es tu problema. Eres el que paga por la representación.

Era mejor remarcar que era solamente una representación.

– Es verdad, ¿no? -dijo Seth mientras le acariciaba uno de sus rizos.

Su tono de voz hizo que Daisy se pusiera tensa.

– Además, pago una suma importante. ¿No crees que tengo que asegurarme de recibir, a cambio, una contrapartida? -añadió luego.

Se inclinó todavía más hacia ella. Daisy trató de retirarse.

– Y ahora, ¿quién se comporta como un iceberg?

– Ahora… ahora no estamos actuando -susurró ella.

– No, pero suena como si creyeras que necesito practicar más -la besó brevemente-. Podemos practicar juntos, ¿verdad?

Y empezó a darle besitos por todo el rostro. Daisy sintió que la dominaba el deseo. Seguía con las manos aferradas al edredón y tuvo que esforzarse por permanecer quieta. Luchó contra el deseo de abrazarlo y besarlo.

– ¿Y bien? -le murmuró Seth al oído-. ¿Cómo lo estoy haciendo?

– No… no creo que necesites practicar más -logró decir Daisy.

Seth elevó la cabeza y la miró a los ojos. A causa de la penumbra, su expresión era ininteligible. La luz de la lámpara se reflejaba en la mejilla y en el hombro. A Daisy le faltaba el aire.

– No querrás que me detenga ahora, ¿verdad? -le preguntó Seth con voz profunda y cálida.

Daisy experimentó un anticipado sentimiento de vergüenza cuando él volvió a inclinarse para besarla en la boca. Sus labios eran sensuales, persuasivos y tiernos. Seth seguía apoyando sus brazos a los lados de Daisy. Solamente sus bocas se tocaban.

Daisy sabía que podía liberarse de él, sabía que tenía que hacerlo, pero una sensación placentera y dulce la invadió. Entonces, olvidó por completo el carácter arrogante de Seth y su propio enfado. Sólo era consciente del ardiente deseo que la dominaba.

Seth se dio cuenta del estremecimiento que la recorrió. Su beso se tornó más apasionado. Daisy, por fin, dejó de sujetar el edredón y pasó sus manos por el cuello de él.

– No querrás eso, ¿verdad, Daisy? -murmuró él sobre los labios de Daisy-. No querrás que me detenga ahora, ¿no?

Sí, era todo lo que ella tenía que decir. Era su oportunidad para manifestar que era eso lo que deseaba. Era su oportunidad para deslizarse hasta el otro extremo de la cama y darle la espalda y para salvar su orgullo y dignidad. Al día siguiente, se sentiría mejor por haberlo hecho.

– No -susurró en cambio.

Seth sonrió.

– No me pareció que lo quisieras -señaló él y volvió a besarla.

Esa vez el beso fue más insistente. Daisy había tomado una decisión y se abandonó al placer de devolverle el beso. Le resultó maravilloso ser capaz de explorar la suave piel de Seth. Le acarició la espalda lentamente, de la forma en que se lo había imaginado por la tarde. Se sentía como en el paraíso al sentir el peso de ese cuerpo excitado que reclamaba una respuesta.

Cuando Seth se enderezó ligeramente para apartar el edredón, Daisy sólo protestó porque él había dejado de besarla. Pero, enseguida volvió a inclinarse sobre ella. Le subió sensualmente el camisón y empezó a acariciarla con gran apremio.

Daisy gimió al sentir esos dedos sobre su piel. La sensación erótica aumentaba cada vez más y, embriagada de placer, ella se colocó encima de Seth. La suave luz de la lámpara los iluminaba como si fueran sólo una persona y resaltaba sus formas en la penumbra.

Lo único que les importaba era besarse y acariciarse. Era el turno de Daisy para inclinarse y besar a Seth lenta y sensualmente. Comenzó por la boca, siguió hacia abajo, hasta el cuello y finalmente, le recorrió el torso.

Daisy desabrochó el primer botón de los pantalones de Seth. Hizo una pausa y le sonrió débilmente.

– No querrás que me detenga ahora, ¿verdad?

– No -dijo Seth con una risa entrecortada.

Acto seguido, le dio la vuelta para que se pusiera otra vez debajo de él.

– No quiero -susurró nuevamente sobre la piel de Daisy.

Le quitó el camisón y lo arrojó al suelo. Después hizo lo mismo con sus pantalones. Finalmente, experimentaron la erótica sensación del roce de los cuerpos desnudos. Estaban muy excitados. Sus besos eran cada vez más ardientes y sus manos exploraban al otro con anhelo y urgencia.

Daisy se sentía llena de fuego. La dominaba un vertiginoso deseo que crecía y crecía a medida que él la tocaba. Seth era tan fuerte y seguro. Ella deseaba hundirse en su inquebrantable firmeza y aferrarse a él como si fuera un ancla. La turbulenta ola de pasión amenazaba con apartarla de todo lo que había conocido hasta ese momento.

La sensación era tan poderosa que ella tuvo que gritar el nombre de Seth, movida por el pánico y la necesidad. Y él estaba allí, dentro y fuera de ella. Después de un instante de alivio exquisito, comenzaron a moverse acompasadamente, impulsados por el deseo.

Al principio, lo hicieron con lentitud y murmuraban el nombre del otro. Luego, el movimiento fue más rápido. Ella lo abrazó y le clavó los dedos en la espalda. No podía pensar ni hablar. Experimentó una ciega confianza en él para que la condujera al éxtasis.

Y él lo hizo. La guió sensualmente hasta que perdieron el control. Se dejaron llevar por una fuerza poderosa e irresistible. El clímax fue impresionante. Los dejó temblando.

Después de un rato, Daisy abrió los ojos. Se dio cuenta de que seguía acariciando los hombros de Seth y, con suavidad, dejó de hacerlo para dedicar su atención a la espalda. La recorrió una agradable sensación de plenitud. Nunca había experimentado algo así.

Le parecía que la tensión que había acumulado desde que conoció a Seth se había evaporado y transformado en un sentimiento gozoso.

Seth había hundido su cara en el pelo de Daisy. Yacía pesadamente sobre ella, pero no le importó. Luego, él elevó sus hombros y volvió a caer. Su respiración era entrecortada. Sujetó a Daisy y juntos rodaron hasta el otro extremo de la cama.

– ¡Lo que hacen algunas personas para conseguir lo que quieren! -exclamó ella en broma.

– ¡Y lo que hacen algunas personas en lugar de ceder amablemente! -replicó Seth.

Le besó el cuello y la tomó posesivamente por las caderas. Daisy quiso mostrarse agraviada pero su boca no disimuló una sonrisa satisfecha.

– Prefiero el otro lado -protestó.

– Yo también -sonrió él-. ¿Significa eso que mi actuación ha mejorado?

– Bueno… -Daisy pareció considerar la pregunta, pero Seth le hizo cosquillas y ella le sonrió-. Para ser como un iceberg, no estuvo nada mal.

– ¡Un iceberg! Es imposible ser como un iceberg si estás a mi lado.

– Tu actuación era buena desde antes -señaló Daisy al estirarse sensualmente.

– Eso es lo que crees -dijo Seth enigmático.

Acto seguido, la movió a su lado para que estuviera más cómoda. Yacieron en silencio durante un rato. Sólo se oía la respiración de ambos. Con la cabeza apoyada sobre un hombro de Seth, Daisy comenzó a dibujar círculos imaginarios en el estómago de él.

Seth le acariciaba el brazo. Ella pudo percibir, llena de felicidad, el aroma de su piel masculina. Seth notó que la recorría un escalofrío.

– ¿Tienes frío? -inquirió.

– No -contestó ella con suavidad.

Y Seth apagó la luz de la lámpara y estiró el edredón para que los cubriera. Cobijada por los brazos de Seth, por el silencio y la oscuridad, Daisy sintió como si hubiera llegado a su hogar después de un accidentado viaje.

Ambos estaban muy relajados y se dispusieron a dormir. De vez en cuando, se despertaron para besarse antes de sumirse otra vez en el sueño. La hostilidad surgida entre ellos después del baile parecía algo muy lejano.

Ya era bastante tarde y las noches de verano eran cortas, por lo que no pasaron más de dos horas antes de que comenzara a amanecer. Daisy se despertó con el rumor de los pajarillos que cantaban cerca de la ventana. Sintió la profunda respiración de Seth sobre su cuello.

Puso su mano debajo del brazo que la agarraba posesivamente y le acarició el cuerpo hasta las caderas. Luego, entrelazó su mano con la de él.

No le gustaba que ya hubiera amanecido. Le habría apetecido que la noche siguiera interminablemente de forma que pudieran yacer juntos para siempre. No tenía ganas de enfrentarse a la realidad. La realidad implicaba el recuerdo de Astra.

Daisy no era tonta. Sabía que nunca podría compararse con la sofisticada y talentosa Astra. Ellos pertenecían al mismo ambiente, a un mundo que no existía para Daisy. Quizás su relación se había interrumpido por el momento, pero era una situación temporal. Y sino, ¿por qué otra razón habría insistido Seth en que Daisy permaneciera a su lado?

La alegría que habían descubierto juntos no podía durar. Daisy se sintió triste. Las diferencias existentes entre ellos habían desaparecido tan pronto como él la hubo tocado, pero volvían a surgir a la luz del día.

No tenía sentido pensar que esa noche podía significar algo especial para Seth. Él era un hombre y ella una mujer. Le había servido de distracción pero no podía pretender ser algo más en su vida. Estarían juntos durante unas pocas semanas, antes de que Astra y él resolvieran sus problemas o de que hallara a otra mujer de su círculo social. Unas pocas y breves semanas… Pronto irían al Caribe y luego, ella se dedicaría a buscar a Tom.

La separación iba a resultar más fácil si tenía una razón para marcharse. Daisy decidió que no suplicaría ni pondría las cosas difíciles. Cuando terminase su trabajo, se marcharía sin mirar hacia atrás, pero mientras tanto…

Mientras tanto, Seth empezó a acariciarle el estómago y los pechos. Un apasionado deseo volvió a dominarla. Tenía que pasar algún tiempo junto a él y trataría de pasarlo lo mejor posible. Seth le daba besitos en el hombro.

– ¿En qué estás pensando? -murmuró.

Daisy se estiró y rodó para quedar encima de él. Ella sonreía. Le pasó sus brazos por el cuello y lo besó.

– Pensaba que si tenemos que convencer a la gente de que estamos enamorados, podríamos hacer otro simulacro.

– Qué gracia -dijo Seth-. Es lo mismo que pensaba yo.

Daisy pasó todo el día en estado de satisfacción. Sonreía y charlaba amablemente con la gente, pero toda su atención iba dedicada a Seth. Él casi no la había tocado. Solamente había rozado ocasionalmente su brazo con la mano pero, durante todo el tiempo, sus ojos se cruzaban e intercambiaban sonrisas de complicidad. Daisy se sentía feliz.

Volvieron a Londres en una gloriosa tarde soleada. Grandes sombras se extendían por los campos. Daisy se apoyó en el respaldo del coche. Cruzó los brazos por detrás de su cabeza y suspiró satisfecha.

Luego, volvió la vista hacia Seth y descubrió una expresión extraña en su mirada. Se quedó sin aliento. Hubo un silencio incómodo.

– Pareces muy satisfecha -le dijo él.

Daisy suspiró entrecortadamente.

– Asumo mi papel -comentó.

Seth le echó un vistazo.

– ¿Quieres que paremos para comer algo en lugar de volver a Londres directamente? -preguntó Seth de pronto.

– Creí que le dijiste a Henry que tenías que volver.

– Estaba cansado de tener que mostrarme amable con toda esa gente.

– Entonces, ¿prefieres mostrar tu antipatía conmigo? -inquirió ella inocentemente.

Seth se rió.

– Seré bueno -le prometió-. ¿Qué contestas?

El momento de tensión había pasado. Daisy sonrió y se relajó en su asiento.

– Me encantaría.

Encontraron un bar tranquilo a la orilla del río y se sentaron en una de las mesas que había fuera. Los patos chapoteaban en las aguas tranquilas. A Daisy le daba igual la comida. Para ella era suficiente con estar sentada junto a Seth a la luz dorada del atardecer y sentir el roce de sus piernas contra las suyas.

A pesar de la excitación que los dominaba, charlaron afablemente hasta que Daisy quiso saber la fecha de partida al Caribe. Hubo un breve silencio.

– Olvidé que estabas tan interesada en ir allí -dijo Seth impasible-. ¿Qué es lo que quieres hacer en el Caribe que no puedas hacer aquí?

– Busco a alguien -explicó Daisy y dudó un instante-. No… no olvidé que hemos hecho un trato, Seth.

– ¿Y pensaste que yo lo olvidé?

– No -ella respiró profundamente.

Tenía algo que contarle. Le resultó más fácil en ese momento pues sus rostros estaban en penumbra.

– Solamente deseo que sepas que no me tomé en serio lo que ocurrió anoche -añadió-. Sé que esta situación es temporal. Tengo mis planes y no necesitas preocuparte por deshacerte de mí una vez que tú y Astra… bueno, cuando ya no me necesites.

Le fue imposible descifrar lo que Seth estaba pensando, pero estaba segura de que se sentiría aliviado al saber que ella no le montaría ninguna escena. Daisy jugueteó con su copa. Era incapaz de observar a Seth.

– Me pagas para que finja que te amo y eso es lo que haré… pero pensé que, dado que los simulacros nos salen tan bien…

Ella se calló.

– ¿Sí? -la apremió Seth con voz inexpresiva.

– Bueno… que podemos intentar sacar el mejor partido posible.

Daisy pensó que había llegado tan lejos que ya no podía callarse.

– Ambos tenemos compromisos -siguió diciendo con tenacidad -y sabemos cuál es nuestro lugar. Pero ya que tenemos que estar juntos, lo mejor es disfrutar de la situación -Daisy trataba de sonar despreocupada, pero el silencio de Seth la ponía nerviosa-. Si estás de acuerdo, por supuesto -terminó de decir.

– ¿Sin ataduras?

– Sin ataduras y solamente durante las semanas que estemos juntos, tal como acordamos. Luego, cada uno seguirá su camino sin lamentaciones.

Acto seguido, se hizo un silencio largo y enervante. ¿Quizás habría exagerado al enfatizar la informalidad de la relación? Los datos que tenía acerca de Seth apuntaban a que él escaparía ante la primera sugerencia de algún sentimiento profundo.

Ante las dudas de Seth, ella se dio cuenta de lo mucho que deseaba que él aceptara su propuesta. La relación sería temporal, pero disfrutaría de lo que él estuviera dispuesto a ofrecer. En la penumbra, la expresión de Seth era inescrutable. Pudo sentir esos ojos clavados en su semblante.

De pronto, sintió pánico. Creyó que él intentaba encontrar las palabras adecuadas para rechazar la oferta.

Le diría que la noche anterior había sido un error y que debían mantener la relación a un nivel estrictamente profesional.

Finalmente, Seth estiró un brazo y le tocó uno de sus rizos. Daisy se puso tensa.

– No me mires así -manifestó él con una sonrisa-. ¿Pensaste que podría rechazar una oferta como ésa?

A Daisy se le iluminó el rostro.

– Esperaba que no lo hicieras -le dijo honestamente.

Luego, se inclinó para besarlo. Se sentía aliviada. El beso fue prolongado. Después, Seth se apartó con una carcajada.

– Vamos -ordenó al tomar su mano-. Volvamos a casa.

Ya en la suite, se desvistieron frenética y sensualmente. Por el suelo, dejaron un rastro de prendas que llegaba a la habitación. Acabaron tumbados en la cama, con los cuerpos entrelazados. Se dieron besos apasionados hasta que la intensidad del deseo y la excitación se volvió salvaje. Nada era suficiente. Finalmente, juntos alcanzaron el momento culminante y gritaron de placer.

Más tarde, volvieron a hacer el amor pero con más lentitud. Daisy no sabía que el roce de los labios, manos y cuerpos podía llegar a ser tan tierno. No se había imaginado que Seth era capaz de manifestar tanta dulzura.

Después, al yacer en brazos de él, Daisy sintió que se le caían las lágrimas. Seth las secó con una caricia que la hizo conmocionar.

– Lo sé -susurró él con suavidad-. Lo sé.

– ¿No habrá olvidado que a las once citó a un periodista, verdad? -inquirió María.

Desde el momento en que María llegó a la suite esa mañana, había estado observando a Seth con curiosidad. Esperaba encontrarlo trabajando duramente pero Seth, en cambio, desayunaba tranquilamente junto a Daisy.

– ¡Maldición! Lo había olvidado -exclamó él mientras terminaba de beber el café-. Tengo que hacer un par de cosas antes de que llegue -se puso en pie y acarició el cabello de Daisy-. ¿Estarás bien si te dejo sola? -le preguntó.

Ella sonrió.

– Por supuesto.

– Me gustaría que estuvieras conmigo cuando él llegue -añadió Seth-. La noticia de nuestro romance se ha difundido, pero tu presencia la confirmará.

Daisy experimentó cierta pena al recordar el papel que se le había encomendado, pero enseguida se dispuso a representarlo. Conocía la realidad de los hechos y no podía quejarse.

– Estaré aquí -aseguró.

El periodista resultó ser un joven de apariencia engañosa con ojos muy agudos. Al oír su nombre, Daisy hizo una mueca. Stephen Rickman tenía fama de realizar entrevistas muy incisivas y de una habilidad muy especial para ir al grano. Si lo convencían a él, podrían convencer a cualquiera.

Era obvio que Stephen Rickman conocía los rumores sobre su relación. No se mostró sorprendido al encontrar a Daisy sirviendo el café. Ella estaba segura de que a Stephen no se le escapaba detalle alguno y tomó asiento junto a Seth en el sofá.

– ¿Me marcho para que te haga la entrevista? -inquirió ella después de que fueron presentados.

Estuvo a punto de levantarse pero Seth la asió para que se quedara.

– ¿Por qué no te quedas? -le dijo con una sonrisa.

– Sí, quédese -la apremió Stephen-. También me gustaría hablar con usted, si es posible.

Al principio, Daisy estaba turbada pero, poco a poco, se fue relajando y comenzó a participar en la charla. Seth hablaba con autoridad y evitaba responder a las preguntas incómodas. Tenía gran facilidad para justificar decisiones controvertidas.

Cuando, finalmente, Stephen pasó de los temas profesionales a los personales, estaba claro que esperaba cierta reticencia. Se sorprendió al ver que Seth le respondía afablemente, a pesar de su gran capacidad para hacerlo sin revelar nada que no se supiera.

Daisy tenía menos experiencia, pero eludió preguntas sobre la relación con todo el aplomo que pudo reunir, mientras Seth le acariciaba la espalda.

– Seth Carrington es un hombre poderoso y rico -dijo Stephen al final-. También tiene fama de ser rudo, tanto en el plano profesional como en el personal. ¿Cómo es estar enamorada de alguien así?

Daisy miró a Seth, que le seguía acariciando la espalda. Él esbozó una sonrisa. Daisy reflexionó acerca de las cosas que había leído sobre Seth, acerca de su arrogancia y agresividad. Luego, recordó cómo se había tumbado sobre la hierba para contarle cosas de su niñez y lo cariñoso que se había mostrado con los pequeños que jugaban al béisbol. Pensó en la forma en que la había abrazado la noche anterior y le había secado las lágrimas. Y se dio cuenta de que lo amaba intensamente.

¿Cómo era estar enamorada de alguien así? Era alarmante, desesperanzador, irresistible, algo glorioso. Su vida había cobrado más sentido al conocerlo y le resultaría tristemente vacía cuando él desapareciera.

– Bueno… -su voz se quebró y tuvo que aclararse la garganta-. Es maravilloso estar enamorado -consiguió responder finalmente.

– ¿No tiene Seth nada especial?

– Todo es especial en él -dijo ella suavemente.

Poco después, llegó un fotógrafo.

– ¿Les puedo hacer una foto juntos? -inquirió.

Daisy se colocó al lado de Seth y él la abrazó. Lo sentía impacientarse. Lo miró con ojos exageradamente conmovedores que estaba segura de que lo harían reír. Así fue y ella rió también. Durante unos instantes, ambos se olvidaron de la cámara, del fotógrafo y del periodista.

– ¡Espléndido! -exclamó el fotógrafo satisfecho-. Supongo que es suficiente.

Seth dejó a Daisy de mala gana y se volvió hacia Stephen.

– ¿Cuándo se publicará la entrevista?

– Espero que mañana mismo -dijo el periodista-. Le enviaré una copia. ¿Seguirán en Londres?

– No -contestó Seth ante el asombro de Daisy-. Mañana partimos para Cutlass Cay. Me puede enviar la copia por fax.

Tan pronto como se hubieron marchado los periodistas, Daisy observó a Seth.

– ¡No me avisaste que mañana partimos hacia el Caribe! -lo acusó.

– Lo acabo de decidir -señaló él-. Pensé que podríamos ir a París y, desde allí, al Caribe, pero no hay razón por la que no podamos ir directamente. ¿O prefieres las ciudades?

– No -dijo Daisy rápidamente.

Sabía que tenía que demostrar más entusiasmo ante la perspectiva de alcanzar su objetivo, después de todo. Pero solamente pensaba que cuanto más pronto fueran al Caribe, antes terminaría su trabajo para Seth.

– No -repitió ella-. Me gustaría ir a la isla.

¿Por qué se había permitido enamorarse si sabía que no tenía esperanzas? Le resultaría mucho más difícil separarse de él. ¡Qué ingenua había sido al imaginar que podría marcharse tranquilamente sin lamentarlo! Le había prometido que no existirían ataduras y estaba decidida a mantener su promesa.

– ¿Cuánto tiempo estaremos allí? -inquirió, con el fin de demostrarle que no había olvidado los términos del acuerdo.

Seth no la miró.

– Supongo que eso depende de Astra. Hemos pensado que ella llegará con un grupo de gente unos días más tarde que nosotros. Así, tendremos muchas oportunidades para estar a solas sin que nadie sospeche -su voz era inexpresiva, como si el proyecto no lo entusiasmara demasiado.

– Ya veo.

Daisy sintió la tentación de acercarse a él, abrazarlo y pedirle que no invitara a nadie más, pero no podía hacer eso.

– Sé que la situación es temporal -le había dicho a Seth con anterioridad.

No podía reclamar ningún derecho o pedirle algo que no era capaz de ofrecerle.

– Y una vez que Astra llegue a la isla, ¿me tendré que marchar? -preguntó con calma.

– Si eso es lo que quieres -la expresión de Seth era reservada-. Es obvio que tienes tus propios planes.

Daisy se esforzó por pensar en Jim y en su madre. Les había hecho una promesa. No podía abandonar la búsqueda de Tom para permanecer junto a Seth algunos días o semanas más hasta que él se cansara de ella o hasta que Astra quisiera hacer valer su contrato prenupcial.

– Sí -admitió.

Seth pasó esa tarde ocupado en sus negocios. Daisy fue a visitar a Jim. Tenía que avisarle a su madre que estaba a punto de partir. La gratitud de ambos la reconfortó un poco, pero durante el viaje se imaginó lo vacía que iba a ser su vida después de dejar a Seth.

Recorrió su casa con la mirada y se dio cuenta de que ya no era su hogar. Su hogar estaba en brazos de Seth, pero pronto lo perdería.

Seth parecía haber olvidado que tenía que mostrarse en público con Daisy porque la llevó a cenar a un tranquilo restaurante. Los dos estaban abatidos, pero no lo demostraban. Les resultaba difícil mantener la charla y los silencios eran incómodos. Daisy no tenía mucho apetito y se alegró cuando Seth le propuso que se marcharan.

El hotel estaba cerca, por lo que decidieron volver andando. No hablaron ni se tocaron. Daisy pensó que no podía malgastar esos instantes junto a Seth de esa manera, pero sabía lo mucho que lo amaba y eso la intimidaba. No sabía cómo hacer para dar el primer paso.

Finalmente, fue Seth el que lo dio. Al cerrar la puerta de la suite tras ellos, el recuerdo de la noche anterior, de los besos, las risas y la pasión, surgió inevitablemente entre ellos. Seth la miró.

– ¿Has cambiado de idea con respecto a lo que dijiste ayer? -le preguntó con suavidad.

Daisy relajó los hombros.

– No -respondió-. ¿Y tú?

– No -dijo Seth al estirar el brazo.

Daisy le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los de él. Juntos fueron al dormitorio e hicieron el amor intensamente. Momentos más tarde, yacían sobre la cama. Daisy lo miraba dormir.

Los rasgos de Seth estaban relajados y parecía más joven y vulnerable de lo que era. Daisy recordó las palabras de Victoria. Él necesitaba alguien que lo amara. Deseó desesperadamente poder ser esa persona. Podría proporcionarle la seguridad de su cariño y protegerlo del pasado y del presente.

Pero no tendría esa oportunidad. La vulnerabilidad de Seth era solamente una ilusión. No la necesitaba. Le había confesado que no creía en el amor. Ella sabía que no tenía sentido enamorarse y, sin embargo, lo había hecho. Y había elegido pasar unas pocas semanas junto a él.

Daisy se acercó a Seth y comenzó a darle pequeños besos para despertarlo. Si los recuerdos eran lo único que le quedaría, era mejor que se asegurara de que fueran felices… y de que fueran infinitos.