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Capítulo 9

QUÉ tonta había sido! Skye se volvió y su alegría desapareció con rapidez al comprender que se encontraba sobre una base nueva e insegura. Ella había creído estar enamorada muchas veces, pero nunca se había sentido así. Esa no era una atracción pasajera; era profunda, una necesidad dolorosa, un conocimiento instintivo que no podía negarse. Deseaba a Lorimer, por siempre, para siempre.

Vanessa le había dicho que necesitaba enamorarse de verdad… Pues ahora había encontrado al hombre adecuado, el único hombre para ella y se había enamorado, justo como Vanessa le dijo que sería. El problema era que ella era el tipo equivocado de chica para Lorimer.

Sí, él había sido más bondadoso y agradable ese fin de semana de lo que hubiera creido posible, pero no estaba enamorado de ella y nunca lo estaría. Él le había aclarado que no estaba interesado en el matrimonio y se necesitaría más que una chica tonta y frívola como ella para hacerlo cambiar de opinión. Si Lorimer alguna vez escogía esposa, sería sensata, una chica inteligente, que no lo molestara o lo abochornara. Una chica como Moira Lindsay. Skye recordó la bufanda que Lorimer tenía escondida en la guantera del coche y sintió como si una mano apretara su corazón.

Se mantuvo callada mientras subían de regreso por la vereda del risco y regresaban a la rectoría en acuerdo silencioso. Lorimer le lanzó una o dos miradas curiosas pero se había creado una nueva tensión entre ellos y él no dijo nada. Se limitó a meter las manos en los bolsillos.

Una vez de regreso, se excusó para revisar lo que hacían los constructores y Skye vagabundeó por la casa, torturándose con los «podrías» y «quizás». Podía imaginar cómo sería con dolorosa claridad: la casa cálida y decorada, quizá un poquito desordenada, no demasiado arreglada. Isobel Buchanan había tenido razón cuando la llamó una casa familiar. Necesitaba niños que rieran, gritaran, discutieran y corrieran por los corredores.

Skye cerró sus ojos, impresionada por la facilidad con que podía visualizar a un hijo de Lorimer: un pequeñín con cabello oscuro y los ojos azules, los ojos que hacían que su corazón se retorciera de amor.

De repente, abrió los ojos y respingó ante el dolor que sentía al pensar en ese niño. Podía imaginarlo con gran claridad pero si alguna vez existía, no sería su hijo. Él viviría en esa casa adorable y pertenecería a una mujer diferente. Era justo que lo que Lorimer necesitaba, una amorosa esposa y un hijo propio para enseñarle que el matrimonio no tenía que ser amargura y traición. Si tan sólo pudiera ser ella la que le enseñara lo que la felicidad podría ser… Los ojos de Skye se oscurecieron. ¿Qué sentido tenía provocarse con los deseos? No había futuro para ella con Lorimer, absolutamente ninguno.

Adonde quiera que fuera, las imágenes la perseguían. Podía verse en la cocina con su luz alta y sus ventanas con vista a las colinas, en el comedor, en el pasillo. Estuvo parada en la sala durante largo tiempo, mirando hacia la chimenea, imaginándola llameante, las cortinas cerradas para proteger del viento y la lluvia y un perro dormido junto al hogar y a Lorimer relajado en un sillón. Y entonces, en su imaginación, él levantaba la mirada y le sonreía y era Skye misma la que entraba en el salón para ir a sentarse a sus pies y descansar la cabeza sobre su rodilla y sentir cómo sus dedos amorosos le revolvían el cabello.

Podía escuchar las pisadas de Lorimer arriba y se liberó de sus ensoñaciones para subir la escalera. Quería encontrar a Lorimer y forzarse a hablar de forma normal de asuntos cotidianos, pretender que nada había cambiado, aunque al pasar por el dormitorio principal no pudo resistir extender la mano para darle vuelta al picaporte.

Era un cuarto grande que tenía vista al estuario y las colinas del otro lado, vacío, excepto por algunos pedazos de tubo de cobre y unas mantas apiladas contra la pared. Skye imaginaba cómo estaría el cuarto con una cama amplia, lo que sentiría al estar acostada con Lorimer, sabiendo que sólo necesitaba estirarse para tocarlo, para sentir las manos de él posesivas sobre sus curvas y su sonrisa contra su piel.

La imagen era tan vívida que Skye apretó los ojos de forma involuntaria contra el dolor de saber que eso nunca sucedería. Nunca imaginó que el amor pudiera doler tanto y para su horror, se dio cuenta de que sus mejillas estaban húmedas y respiró estremecida. Podía escuchar las pisadas de Lorimer por el corredor exterior. Apresurada se volvió hacia la ventana y limpió las lágrimas de sus mejillas con el dorso de su mano.

– ¿Qué sucede? -preguntó Lorimer con acritud.

– Nada… nada.

Él caminó hasta ella y la sujetó por los hombros.

– ¿Qué quieres decir con nada? ¡Has estado llorando!

– ¡No! -limpió furiosa su rostro-. Sólo estaba pensando.

– ¿En qué?

¿Cómo podía contarle la verdad? Skye se preguntaba qué diría él si le contaba que estaba enamorada de él. No creía poder soportar ver la expresión de horror que surgía en sus ojos, el instintivo rechazo o peor aún, una bondadosa explicación de por qué nunca podría ser. Eso ya lo sabía.

– Yo sólo pensaba… en cómo las cosas no funcionan como uno espera -dijo al fin y para su sorpresa la expresión de Lorimer se endureció.

– Supongo que eso significa que llorabas por Charles Ferrars. Me había olvidado de que él es la razón de que estés aquí pero tú no, ¿verdad? -preguntó rudo Lorimer-. ¿Qué sucede? ¿No ha sucumbido a tus ardides? ¡Tienes que trabajar con más empeño!

Skye se sintió tentada de decirle que no había pensado en Charles durante semanas pero, ¿qué objeto tenía? ¡Que pensara que todavía estaba obsesionada con Charles! Al menos eso le ahorraría el bochorno de que se diera cuenta de que era él el hombre que la perseguía en sueños.

– Gracias por el consejo.

Se miraron uno al otro, impotentes ante el antagonismo que había surgido de nuevo entre los dos. Lorimer hizo intento de caminar hacia ella, antes de cambiar de opinión y darse la vuelta.

– Vámonos -dijo con el tono al que ella estaba acostumbrada.

Skye lo siguió abajo y hasta el coche en silencio. El sol invernal parecía enorme y brillante sobre la colinas al oeste y brillaba sobre loscharcos y el lodo convirtiendo los canales más profundos en oro derretido. El viento había amainado y había una quietud extraña en el aire, como si el ocaso temblara de anticipación ante la desaparición final del sol detrás de las colinas. La temperatura había descendido mucho y Skye podía ver el vaho que formaba su aliento en el aire frío mientras abría la puerta del coche. Con el frío se intensificó el aroma del bosque y de los brezos.

Ella no deseaba entrar al coche y alejarse de esa casa con habitaciones tan acogedoras y sueños tan tentadores, pero Lorimer ya se inclinaba impaciente para abrir la puerta y entró. El tiempo para soñar había terminado.

Skye no olvidaría nunca la noche de la cena de presentación. Fue una de las más largas y más desdichadas de su vida, pero nadie lo habría adivinado por su brillante sonrisa y alegre charla. Se daba cuenta de que iba demasiado exagerada, con un vestido sin tirantes, de un vibrante tono jade. Lorimer siempre pensaría que ella era muy frívola y que estaba fuera de lugar.

Lorimer mismo estuvo de un humor extraño toda la noche como si mantuviera controladas sus emociones por simple fuerza de voluntad. Skye lo miró a hurtadillas y puso en su rostro una brillante sonrisa. Ella brilló durante la cena, aunque por la poca atención que Lorimer le prestaba, bien podía no estar ahí. Dejó que fueran los Buchanan quienes la presentaran a los demás invitados.

Las copas y premios ganados por los miembros del club de golf durante el año fueron entregados después de la cena con cortos discursos. Skye aplaudió con gran entusiasmo cuando Duncan McPherson subió para recibir una enorme copa, pero se sintió aliviada cuando todo terminó y las larga mesas fueron empujadas para hacer espacio para el baile.

El acordeón y el violín tocaron los primeros acordes y fue Duncan, no Lorimer, quien la invitó a bailar. A Skye le encantaba bailar y pudo seguir los pasos con rapidez. Por el rabillo del ojo veía a Lorimer que conducía a Isobel Buchanan por la pista. Él no la miró ni una vez.

Skye sonreía para demostrarle a Lorimer que se divertía como nunca en su vida y que no le importaba que él no la hubiera invitado a bailar. Giró y giró y fue guiada en las rondas por una sucesión de granjeros con manos callosas hasta que el rostro le dolió por el esfuerzo de sonreír.

Cuanto más la ignoraba Lorimer, más vivaz se tornaba. Bailó todos los bailes y, de pronto, se encontró frente a frente con él. De mala gana, Lorimer la tomó de la mano.

– Por todos los cielos, deja de dar saltos y chillar como una sirena -siseó-. No hay necesidad de que todos se enteren de que no tienes ni idea de lo que estás haciendo.

Skye simplemente le sacó la lengua y dirigió una brillante sonrisa a su nueva pareja, cuando Lorimer la soltó. Después de eso, hizo un esfuerzo adicional para dejarle saber cuánto disfrutaba sin él, pero Lorimer no parecía fijarse en ella. Por el contrario, se dedicó a sus compañeras, incluyendo una chica muy bonita que se parecía bastante a Moira y que le resultó odiosa a primera vista. ¿Por qué no podía invitarla a bailar?

Como había bailado tanto, Skye estaba sonrojada y si aliento cuando la orquesta cambió a un tono más lento al final de la noche.

– Da la impresión de que te estás divirtiendo -aprobó Isobel Buchanan-. Es muy agradable verte disfrutar. ¡Creo que has ganado unos cuantos corazones esta noche!

Pero no había ganado el único que le importaba, pensó Skye desdichada.

– Todos han sido tan amables -musitó sonriendo y sin mirar a Lorimer que charlaba con Angus Buchanan.

Fue un alivio quedarse quieta para recuperar el aliento, pero como la orquesta respondió a los ruegos para tocar otra pieza lenta, Angus se volvió a su esposa:

– Querida, creo que es mi baile -le dijo con galantería.

– ¡Qué adorable! -dijo Isobel con una sonrisa y entonces miró a Lorimer a Skye-. Aquí tienes la oportunidad de invitar a Skye, Lorimer. He visto que la has observado toda la noche cuando ni siquiera tenías la oportunidad de acercarte a ella.

Su esposo se la llevó girando y Lorimer y Skye se quedaron tratando de evitar mirarse. Skye deseaba que Lorimer la tomara en sus brazos, pero era obvio que eso era lo último que él deseaba.

– ¿Bailamos? -preguntó tensó después de un rato.

– Está bien -Skye se sentía humillada porque él prácticamente se había visto obligado a pedirle que bailaran.

– No pareces muy entusiasmada -comentó cuando estaban en la pista.

– ¡No ha sido una invitación muy entusiasta!

– ¿Qué esperabas? -preguntó Lorimer irritado-. Te has convertido en un espectáculo toda la noche. No caeré víctima de esa sonrisa tuya como todos esos pobres tontos con los que has estado coqueteando. Sé muy bien que tú preferirías estar bailando con Charles Ferrars.

Vaciló antes de rodearla con su brazo, casi reacio. Se movían con rigidez, tratando de tocarse lo menos posible, pero las luces eran muy tenues y la pista estaba atestada, por lo que fue inevitable que fueran empujados hasta quedar juntos, a pesar de sus deseos.

Skye mantenía los ojos fijos en la garganta de Lorimer, hipnotizada por el pulso firme y la sensación de su mano contra su espalda. La urgencia de relajarse contra él era casi abrumadora. ¿Qué pasaría si ella se acurrucaba en sus brazos?

Despacio, muy despacio, sucumbió a la tentación y relajó su cuerpo hasta que el espacio entre sus cuerpos se cerró y pudo apoyar la mejilla contra la garganta de él, con un suspiro de satisfacción. Esperaba que Lorimer la empujara, pero la presión de su mano había aumentado de forma imperceptible, para acercarla más y su cabeza bajó, de modo que él puso su mejilla contra el cabello suave y brillante de ella.

Skye podía sentirse estremecida por el deseo. Parte de ella deseaba que ese momento continuara para siempre pero el resto ansiaba volver la cabeza y sentir sus labios sobre los suyos. Deseaba que la llevara arriba y le hiciera el amor. Deseaba saborear su piel y sentir la gloriosa dureza de su cuerpo bajo los dedos.

Ninguno de sus deseos le fue concedido. Demasiado pronto, la melodía terminó y la gente rompió a cantar en coro Auld Lang Syne. Skye estaba sola, parpadeando de forma estúpida ante los sonrientes rostros que la rodeaban mientras sus manos eran estrechadas con entusiasmo por perfectos extraños.

No podía creer que Lorimer actuara como si no hubiera pasado nada cuando se despidieron de los Buchanan. Debió sonreír y despedirse de forma automática aunque se sentía desorientada y todos sus sentidos todavía clamaban por el contacto de Lorimer. Era una noche muy fría, y Skye agradeció el aire helado que quemaba su piel y la hizo volver a la realidad.

Estaba parada junto a Lorimer sin hablar, sin tocarse mientras observaban a los Buchanan alejarse.

– Bueno… creo que me iré a la cama -dijo con torpeza.

Lorimer la miró con expresión sardónica, pero no dijo nada mientras regresaban al interior y subían la escalera. Abajo, podían escuchar sonidos alegres de las últimas despedidas pero en el sombrío corredor la atmósfera era silenciosa y rebosante de tensión.

Skye sujetó con fuerza la llave de su cuarto, como un talismán contra el salvaje calor del deseo, ansiando el contacto con Lorimer, pero aterrorizada de lo que pudiera revelar si él la tocaba.

– ¡Vaya exhibición la que has dado allá abajo! -Lorimer rompió el silencio cuando se detuvieron frente a su puerta.

– ¿Qué… quieres decir?

– Tengo que decírtelo, Skye -su expresión era dura y desdeñosa-. Tú sí sabes como jugar el papel de la mujer cálida y deseable, ¿o es que has tenido mucha práctica?

– No sé de qué estás hablando.

– ¿No? Te aferraste a mí con ese camisón seductor y me rogaste que me quedara toda la noche y ahora, te derrites en mis brazos, tan cálida y tan suave… y ¡tan decidida a conseguir a otro hombre! Menos mal que estoy enterado de tu obsesión por Charles Ferrars, si no habría tenido ideas equivocadas sobre ti, Skye. ¡Qué lástima que Charles no estuviera aquí esta noche para ser testigo de tu actuación! Has debido maldecir por la oportunidad desperdiciada cuando tuviste que pasar la noche en mis brazos en lugar de en los suyos.

– Oh, no lo sé -había frialdad en la voz de Skye. Los comentarios desdeñosos de Lorimer habían hecho que todos los pensamientos de deseo desaparecieran de su mente y la dejaran molesta, decidida a lastimarlo tanto como él la lastimaba-. Cualquiera lo habría hecho y sucede que tú estabas ahí de forma muy conveniente.

Los ojos de Lorimer se entrecerraron de forma peligrosa.

– Así que fui conveniente, ¿verdad? ¡Qué cómodo para ti tener a un hombre conveniente para practicar tus técnicas de seducción con él! ¿Quieres practicar algo más?

– ¡No! -la llave cayó al suelo.

– ¿No? -se burló-. ¡Ese no fue el mensaje que recibí en la pista de baile!

– ¡Suéltame!

– No, creo que no lo haré. A mí me gustaría practicar -con una mano le levantó la barbilla y volvió su rostro atormentado hacia arriba.

Al instante siguiente su boca bajó sobre la suya en un beso castigador. Skye golpeó con fuerza con las manos sobre el pecho de él, pero su única respuesta fue apretarla más y, de pronto, la calidad del beso cambió. La amargura y la ira se habían disuelto imperceptiblemente en una dulzura que los capturó a ambos y llevó el beso más allá de su control en una oleada de intoxicante delirio.

Las palabras rudas que se habían lanzado el uno al otro estaban olvidadas. Era como si sus cuerpos tuvieran voluntad propia y sucumbieran a una fuerza mucho más grande.

Los brazos de Skye se deslizaron en torno a su cuello y sus dedos se enredaron en su cabello, mientras las manos de Lorimer se movían con urgencia sobre su cuerpo bajo su vestido, duras y exigentes contra los senos henchidos, la calidez de su muslo y se deslizaban con tentadora seguridad sobre su sedosa piel. Skye se aferró a él, hambrienta, sus sentidos giraban y se abandonó al electrizante deleite del contacto, del sabor de Lorimer y la dura y emocionante promesa de su cuerpo.

Cuando su boca dejó la suya, gimió en protesta.

– Ahora sabes cómo se siente uno después de ser usado -murmuró contra su oreja.

A Skye le tomó varios segundos comprender lo que él había dicho. Se quedó absolutamente fría.

– Eso no ha sido justo -susurró.

– Ahora sabes cómo es -repitió Lorimer-. No es agradable, ¿verdad?

– ¡Yo no te he usado!

– ¡Oh, vamos Skye! No es un secreto lo que sientes por Charles. Al principio admiré tu sinceridad, pero eso fue antes de saber que yo estaba destinado a actuar como un pobre sustituto.

– ¿Tú un sustituto de Charles? -¿cómo podía besarla de esa forma en un momento y al siguiente mostrarse tan amargado?-. ¡No me hagas reír! -Skye estaba demasiado lastimada para darse cuenta de lo que decía-. ¡Tú no podrías ser un sustituto adecuado para él!

– ¿Si? -Lorimer estaba tan enfadado como ella-. ¿Cómo te besa Charles, Skye? ¿Así? -la atrajo de nuevo a sus brazos atormentándola con besos quemantes que dejaron a Skye temblorosa e indefensa-. ¿O así? -en esta ocasión sus labios fueron gentiles, persuasivos e indescriptiblemente tiernos. La besó como si la amara, como si ella fuera algo raro y precioso y Skye no tuvo defensas para resistir. Estaba embrujada, encantada y se apoyó en él con un suspiro.

La decepción cuando él la soltó fue agonizante, tanto que tuvo que sofocar un grito de dolor. Lo miró humillada, pues él debía saber que ella había sucumbido. Él debía saber que ella se había permitido creer que en esta ocasión el beso era real.

Pero la expresión de Lorimer era inescrutable.

– Quizá tengas razón -dijo-. No es exactamente lo mismo besar a alguien que uno ama, ¿verdad?

Skye respingó. ¿La había estado comparando con Moira todo el tiempo?

Sus palabras insensibles le rompieron el corazón, la destrozaron, y sus rodillas temblaban incontrolables cuando se inclinó a recoger la llave de la alfombra.

– No -dijo y se preguntaba cuánto tiempo podría retener las lágrimas de amargura-. Supongo que no.

La mañana siguiente apenas intercambiaron una palabra en el camino de regreso a Edimburgo. Era otro hermoso día con el brillo del hielo sobre el césped y en torno a los árboles. Skye miraba sin ver por la ventanilla y se preguntaba si dejará de dolerle amar a Lorimer. ¿Disminuiría hasta convertirse en un leve dolor con el tiempo o siempre tendría que soportar esa agonía cuando pensara en él? Se sentía lacerada por los recuerdos de ese último beso traicionero. ¿Se daría cuenta Lorimer de cuánto la había lastimado al besarla con tanta ternura? ¿Sabía él qué amarga desilusión había sido darse cuenta de que eso no había significado nada para él, absolutamente nada?

Vanessa miró a Skye cuando llegó a la puerta y, con prudencia, no dijo nada. Skye se sintió agradecida por su comprensión, no creía que pudiera hablar de Lorimer aunque lo deseara. Se sentó frente a la televisión toda la tarde, cegada ante la parpadeante pantalla, sin escuchar ni una palabra, sin hacer nada para no darse la oportunidad de pensar, así que aceptó cuando Vanessa sugirió salir por la noche.

Skye se sentó en el atestado bar con Vanessa y sus amigos e hizo un esfuerzo heroico para parecer alegre. Habló, rió, y cuando su mente se desviaba hacia Lorimer o a la casa que esperaba entre el mar y las colinas, con firmeza apartaba la imagen. Fue un alivio volver a casa a través de las calles oscuras con Vanessa y dejar de sonreír.

Caminaban por la High Street hacia el castillo cuando Skye vio a Lorimer. Estaba parado en la curva haciendo señales a un taxi y Moira estaba junto a él, riendo por algo que él había dicho. Parecía feliz, deslumbrante por el amor.

El corazón de Skye se retorció de dolor y retrocedió hasta un umbral oscuro, aunque no había temor de que Lorimer mirara hacia el camino y la viera. Estaba demasiado ocupado con Moira, extendiendo solícito su mano para ayudarla a entrar en el taxi, sonriendo mientras subía tras ella. El taxi apagó su luz y se alejó.

Su última esperanza de que las palabras amargas de Lorimer y sus furiosos besos nacieran de los celos, murieron en ese oscuro pavimento esa noche. ¿Qué razón tendría de estar celoso cuando tenía a una chica como Moira tan enamorada? No había confusión en su felicidad ni en las sonrisas de Lorimer. Él no parecía ni amargado ni cínico con Moira, y tampoco parecía un hombre que hubiera esquivado el matrimonio. Parecía un hombre dispuesto a decir que el matrimonio era exactamente lo que deseaba.

– ¿Quieres hablar de eso? -preguntó Vanessa quedo.

– No. No… puedo, todavía no.

Desde lo profundo surgió un vestigio de orgullo. Lorimer no la amaba, nunca la amaría. Tendría que aceptarlo y seguir trabajando con él hasta Navidad, con tanta dignidad como pudiera. Eso significaba que no permitiría que Lorimer adivinara ni por un momento, todo lo que había llegado a significar para ella.

El lunes, Lorimer y ella se mostraron muy corteses uno con el otro. No mencionaron el fin de semana, era como si no hubiera sucedido, pensó Skye al empezar a mecanografiar las cartas en borrador que Lorimer le había entregado esa mañana. Debió pasarse toda la tarde anterior escribiéndolas.

Mecanografiaba una carta para el abogado, acerca de la compra propuesta de la tierra de Duncan McPherson, cuando la puerta se abrió y entró Moira Lindsay. Vestía una falta recta y un chaleco de cuello redondo color gris, que le quedaba a la perfección a lo tonos sutiles de la bufanda de seda.

Skye la reconoció de inmediato. Era la bufanda que Lorimer había guardado en su coche. Era obvio que el momento adecuado había sido la noche anterior.

Moira le sonrió a Skye, que notó el brillo de felicidad que la otra chica llevaba consigo. Ella también parecería feliz si Lorimer le hubiera dado un regalo escogido con tanto cuidado, la hubiera sonreído con afecto, la hubiera llevado a su casa y le hubiera demostrado cuánto la amaba.

– Hola, Skye -Skye apenas podía soportar lo amistoso del tono de voz de Moira-. Le dije a Lorimer que vendría esta mañana. ¿Está libre?

– Yo siempre estoy libre para ti, Moira, lo sabes -Lorimer apareció en el umbral de la puerta de su oficina. Su mirada se posó en Skye que miraba la pantalla de su procesador de palabras, incapaz de observar la felicidad en su rostro cuando saludó a Moira-. Entra, Moira… Skye ¿podrías traenos café, por favor?

– Por supuesto -Skye estaba orgullosa de su voz fría. Empujó su silla y buscó la bandeja que siempre usaba ahora para llevar el café hasta arriba desde la cocina. Cuando se levantó, pudo escuchar cuando Lorimer guiaba a Moira a su oficina.

– Supongo que es mejor que hagamos nuestros sentimientos personales a un lado y hablemos del futuro.

Moira rió, con la risa feliz de una mujer que sabía que era amada.

– No creo que vayan a cambiar tantas cosas. Yo seguiré trabajando para ti… hasta que pensemos en tener hijos, por supuesto.

La puerta se cerró tras ellos. Skye bajó a la cocina y sirvió el café. Sólo había una interpretación a lo que había escuchado. Lorimer y Moira iban a casarse. ¿Por qué más diría Lorimer que debían dejar a un lado los sentimientos personales para discutir de negocios? Iba a casarse con Moira y llevarla a vivir a la rectoría junto al mar y ella sería la madre de sus hijos de cabello oscuro y ojos azules.

Skye se controló por fuerza de voluntad, aunque sabía que al más ligero toque se rompería en miles de pedazos. Se forzó a subir y a entrar en la oficina donde Lorimer y Moira reían. Colocó la bandeja sobre el escritorio, puso una taza cerca de Moira y otra junto a Lorimer. Parecía que ninguno de ellos la había visto.

Skye se sentó en su escritorio y miró sus manos temblorosas. Si Lorimer la veía así no le sería difícil ver la verdad a través de su débil fachada. Tenía que convencerlo de que los besos que habían compartido, la noche que pasó en sus brazos, la fácil amistad que encontraron al caminar por la playa… todo eso significaba lo mismo para ella que para él.

Se sintió presa de un terrible aturdimiento. Sabía que debía trabajar, hacer algo, cualquier cosa, para quitar de su mente la imagen de Lorimer y Moira juntos, pero sólo miraba desdichada la pantalla. El teléfono que sonó repentinamente la hizo volver a la realidad. Inhaló profundo varias veces y descolgó el auricular.

Era Charles. Y la invitó a salir a cenar la noche siguiente. Él era la última persona que Skye deseaba ver e iba a ofrecerle una excusa cuando escuchó un estallido de risas detrás de la puerta cerrada. ¿Qué mejor forma de convencer a Lorimer de que ella no iba a sentarse a llorar por él?

– Gracias, Charles -dijo con firmeza-. Mañana me parece bien.