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CON franqueza señorita Henderson, usted no es adecuada para el trabajo.
Skye miraba al hombre sentado detrás de su escritorio. Lorimer Kingan era uno de esos escoceses serios, con sombría apariencia céltica y un aire de fortaleza de granito. Le había dicho a Vanessa que le sería fácil manejarlo, pero ahora se daba cuenta de que Lorimer Kingan podría ser muchas cosas menos fácil de manejar. Nunca había conocido a alguien menos apropiado para tratar de arrollarlo con su encanto.
La entrevista tuvo un mal inicio. Lorimer se había puesto de pie cuando ella fue introducida a su oficina y la miradaa de los ojos oscuros abarcó desde los salvajes rizos dorados hasta las tiras color jade de sus zapatos de ante. Skye sintió como si la hubiera examinado, evaluado y descartado por ser una rubia tonta antes de que siquiera tuviera la oportunidad de abrir la boca.
No era una evaluación totalmente injustificada, tuvo que admitir para sus adentros, pero ella había cambiado. Estaba cansada de ser la rubia tonta. Charles y su padre estaba convencidos de que era un caso perdido y estaba dispuesta a demostrarles que era capaz de ser sensata y sobrevivir por su cuenta. Para su infortunio, eso significaba persuadir a Lorimer de que era una buena profesional, dedicada y eficiente. Al recordar su resolución, Skye enderezó los hombros y mostró su mejor sonrisa cuando él le señaló la silla frente a su escritorio. Pocos hombres se resistían a la sonrisa de Skye pero Lorimer debía estar hecho de un material más resistente. Él volvió a sentarse y recogió la carpeta que contenía su curriculum vitae.
Procuró aparentar serenidad mientras él releía los detalles, pero su entrecejo fruncido la ponía nerviosa. ¿Se habría dado cuenta de que había exagerado? Vanessa se asombró cuando encontró a Skye mecanografiando un impreciso curriculum vitae en su procesador de palabras, pero Skye rechazó sus objeciones. Sólo eran unas cuantas mentiritas blancas. Nadie investigaba esos documentos… aunque ahora no estaba tan segura porque Lorimer Kingan parecía un hombre que lo investigaba todo.
Después de lo que a Skye le pareció un largo rato, él bajó la carpeta y la miró con evidente asombro.
– ¿Usted es Skye Henderson?
– Sí -respondió Skye. Trató de sonreír, aunque el efecto de su sonrisa no fue el que ella había anticipado. En lugar de parecer asombrado, el aturdimiento de sus ojos dio paso a la curiosidad.
– Tengo que admitir que usted no es exactamente lo que yo esperaba -dijo al fin con voz seca.
– ¿No lo soy? -dijo un poquitín nerviosa-. ¿Cómo esperaba que fuera?
– Digamos que esperaba a alguien un poco menos… llamativa -los inquietantes ojos azules se posaron en Skye-. Su historial profesional es impresionante. Imagino que cualquiera que haya tenido el tipo de trabajos que usted ha desempeñado necesita ser tanto discreta como eficiente.
La estudió con una especie de especulación impersonal que hizo que Skye se moviera inquieta en su silla. Los rizos color dorados se movían incontrolables sobre su rostro, donde los ojos y la amplia boca generosa siempre estaban al borde de la risa, sin importar lo mucho que intentara poner una expresión seria. A pesar de sus esfuerzos por parecer sensata, era obvio que no había convencido a Lorimer.
– Me perdonará si le digo que yo esperaba a alguien con una apariencia más profesional -continuó.
– Mi último jefe juzgaba a la gente por su trabajo, no por su apariencia -dijo-. Después de todo, uno no mecanografía con mayor rapidez si viste un traje gris -para ella no había ninguna diferencia ya que mecanografiaba despacio sin importar lo que vistiera.
– Quizá no -aceptó Lorimer con cierto humor. Skye esperaba que no la imaginara vestida con un traje gris-. Sin embargo, estoy seguro de que alguien con sus aptitudes y experiencia no necesita que yo le diga que se requiere mucho más que saber escribir a máquina para ser una secretaria -ahora definitivamente se mostraba sarcástico-. También tiene que reflejar la imagen de la compañía. Mis clientes son muy conservadores y sé que se mostrarían cautelosos si de pronto se encontraran con alguien tan luminoso como usted. Tendríamos que repartir gafas de sol en Recepción para evitar que se deslumbraran al verla.
– Usted no parece deslumbrado -señaló Skye con acritud. Esa entrevista sería más fácil para ella si lo estuviera.
– ¡Ah, pero yo soy un hombre difícil de impresionar! -señaló Lorimer.
¡Podía repetirlo! Skye todavía no estaba lista para rendirse.
– Me vestiré de gris, entonces.
Las arrugas en la comisura, de la boca de él se profundizaron para formar algo parecido a una sonrisa.
– ¡No podría exigirle tal sacrificio!
Ella se apresuró a asegurarle de nuevo:
– Sinceramente, no me importaría. Me mostraré muy tranquila y vestiré lo que usted desee. Sus clientes ni siquiera se fijarán en mí.
Lorimer la miraba. Sus pendientes en forma de pericos llenos de color, colgaban entre los rizos y rozaban sus mejillas.
– Usted no es el tipo de chica que pasa inadvertida -le dijo con sarcasmo en la voz, que se convirtió en diversión. Skye no sabía si molestarse ante su negativa, tomarla en serio o sentirse intrigada por el fugaz atisbo de calidez que alteraba su expresión e indicaba que existía un hombre inquietante y atractivo baje ese exterior formidable.
Nada iba de acuerdo al plan. La carta de Lorimer invitándola a la entrevista había sido tan alentadora que se convenció de que obtener el trabajo era una conclusión inevitable. Vanessa le había señalado que cualquier hombre de negocios que mereciera tal nombre, desearía alguna prueba de que la solicitante al puesto de secretaria, era todo lo que afirmaba, pero Skye había ignorado la idea, segura de que todo lo que tendría que hacer era sonreír y estar guapa. Ahora le parecía que Vanessa tenía razón.
Vanessa normalmente tenía razón. Sólo esperaba que su amiga no la tuviera también con respecto a Charles.
– Le aseguro que ni siquiera sabrá que yo estoy aquí -insistió con desesperación y Lorimer levantó una ceja inquisitiva.
– Eso no es una recomendación -se mostraba austero-. No podrá probar que es una secretaria eficiente si no puedo saber si está o no está en la oficina.
¡No había forma de complacerlo!
– Hace un minuto me ha dicho que quería que yo pasara desapercibida -le señaló.
Lorimer empezaba a perder la paciencia.
– ¡Lo que yo deseo, es una secretaria eficiente y discreta, no una que piense que la única alternativa para no abrumar a la gente es desaparecer!
Para Skye todo sonaba horriblemente familiar. Moderación, eficacia, discreción… ¿Por qué todos los hombres hacían tanto hincapié en esas virtudes? Se había pasado años tratando de inculcárselas sin ningún éxito aparente y hasta Charles parecía encontrar irresistibles y atractivas, tan aburridas cualidades. Skye no podía comprenderlo pero si eso era lo que le gustaba, así sería.
– Yo soy discreta, muy discreta.
Lorimer suspiró y de nuevo recogió el curriculum vitae.
– Usted parece desear mucho este empleo y, la verdad, no lo entiendo. Si es tan eficiente como dice, podrá conseguir otro trabajo sin dificultad.
– Por supuesto -trataba de parecer indiferente-, es que he decidido cambiar de dirección e intentar algo completamente nuevo -eso era verdad, un trabajo adecuado era una nueva dirección para ella.
– Ya veo -Lorimer se mostraba escéptico-. Supongo que sabrá que éste es un trabajo temporal.
– El anuncio decía que usted desea a alguien para trabajar durante tres meses -Skye lo había solicitado por ésa precisa razón. Podría probar que podía obtener un empleo adecuado, pero no quería probarlo durante demasiado tiempo. Tres meses le parecían más o menos bien.
– Así es -dijo Lorimer-. Catriona, que ha sido mi secretaria durante los cuatro últimos años, ha tenido que dejar el trabajo antes de lo que planeaba porque espera un bebé y los médicos le han recomendado reposo absoluto. Otra empleada, Moira Lindsay, va a hacerse cargo hasta que vuelva Catriona, pero Moira no puede incorporarse hasta enero. Por eso necesito a alguien hasta entonces. Serán sólo tres meses.
– Eso me conviene -Skye lo miraba esperanzada. Si Charles no había descubierto para Navidad que estaban hechos el uno para el otro, nunca lo haría. Pero lo descubriría, se recordó Skye. Tenía que ser positiva.
– Usted dice que desea cambiar de dirección. ¿Por qué no se buscó otro empleo en Londres?
– Quería algo nuevo -dijo Skye-
– ¿Así que vino a Edimburgo?
– Sí.
– ¿Por qué?
– Ya se lo he dicho -estaba un poco molesta-. Quiero iniciar una nueva vida.
– Sí, pero yo le he preguntado por qué precisamente en Edimburgo -dijo entre dientes Lorimer-. ¿Por qué no en Cardiff o Penzance o Manchester o cualquier otro lugar?
Skye vaciló, preguntándose qué diría si ella le contara que la razón medía un metro ochenta, era devastadoramente apuesto y respondía al nombre de Charles.
Lorimer esperaba una respuesta con la cabeza inclinada y Skye lo miró; contenta de poder observarlo sin que la penetrante mirada de él la perturbara. El ángulo de su cabeza enfatizaba los severos planos del rostro y la fuerte nariz. Su boca era severa; decididamente, no era del tipo sentimental. Nunca comprendería lo de Charles. Lorimer Kingan no parecía el tipo de hombre que tuviera tiempo para el amor; entonces miró su boca y la asaltó una duda… Él no amaría con facilidad pero si lo hacía…
– ¿Bien? -la voz impaciente de Lorimer interrumpió sus pensamientos.
– ¿Bien?
– Le he preguntado por qué eligió venir a Edimburgo -expresó Lorimer con exagerada paciencia-. ¿Se trata de un secreto de estado?
Skye se sonrojó.
– Yo… quería alejarme de Londres por un tiempo -improvisó, si hubiera sabido que él iba a hacer ése tipo de preguntas, se habría preparado.
– ¿Por qué? -insistió.
– Por razones personales -respondió Skye. Esperaba que así la dejara en paz, pero no fue así…
– Supongo que se trata de problemas de hombres -la revisó de forma crítica y ella, cautelosa, le devolvió la mirada.
– ¿Por qué piensa eso?
– Porque parece del tipo de chica que yo invariablemente asocio con hombres o problemas, o con ambos.
Skye consideró negarlo, pero la franqueza la forzó a aceptar que no sería muy convincente. La verdad era que sus problemas tenían que ver con un hombre, aunque no podía imaginar cómo lo había, adivinado Lorimer Kingan.
A veces su vida parecía un gran lío… pero todo eso iba a cambiar ahora que había conocido a Charles. Sólo tenía que permanecer en Edimburgo para que él pudiera darse cuenta de lo mucho que ella había cambiado.
¡Si no le hubiera dicho que trabajaba para Lorimer Kingan! Ahora se había metido en más problemas y tenía que persuadir a Lorimer de que le diera el empleo. La alternativa era demasiado horrible para, considerarla: no podía contarle a Charles que había mentido y regresar arrastrándose a Londres. Siempre tendía a la exageración y Skye se imaginaba sola y consumiéndose en alguna buhardilla, olvidando que tenía una familia que la adoraba y un amplio círculo de cariñosos amigos que no permitirían que se consumiese en una buhardilla.
Si ella no obtenía ese empleo, se moriría con el corazón destrozado y todo sería por culpa de Lorimer Kingan.
– Vine a Edimburgo para estar con una amiga -asumió una expresión abnegada-. Su prometido la abandonó justo antes de la boda y Vanessa está muy deprimida, -sería algo nuevo para Vanessa que nunca se había comprometido y era feliz. Skye cruzó los dedos-. No quiero que esté sola así que voy a quedarme con ella un par de meses hasta que pase lo peor. Por eso me conviene un trabajo temporal -continuó, con su mirada inocente-. No quiero un trabajo permanente, pero tengo que mantenerme mientras estoy con Vanessa. No puedo fallarle.
Skye se sentía complacida con su historia, pero Lorimer no se conmovió.
– Un comportamiento admirable -le dijo con esa inflexión irónica tan típica de él-. Estoy conmovido pero me temo que voy a tener que desilusionarlas a ambas, a usted y a su amiga.
– Pero, ¿por qué? -los ojos de ella estaban muy abiertos y azules ante su tono concluyente. Él debía tener un corazón de piedra o no se había creído una sola palabra.
– Con sinceridad, señorita Henderson, es usted bastante inadecuada para el trabajo -Lorimer echó su silla hacia atrás y se puso de pie moviéndose inquieto hacia la ventana para mirar hacia las casas georgianas al otro lado de la calle-. Le pedí que viniera porque me impresionó su curriculum vitae y porque pensé que usted sería escocesa. Tengo que decirle que si hubiera sabido que es inglesa, no la habría llamado. Es usted inglesa, ¿verdad?
– ¿Importa? -preguntó Skye cautelosa.
– Sí, señorita Henderson, sí importa.
– Soy medio escocesa -pensó con rapidez.
Lorimer se volvió y la miró con un gesto en la boca.
– No lo parece -rodeó el escritorio hacia ella. Parecía muy alto y poderoso con la luz a su espalda y ella se sintió en desventaja al estar sentada. Era más fácil cuando él también estaba sentado porque con su traje convencional y la corbata tenía el aspecto de un hombre de negocios, quizá formidable, pero un hombre como muchos otros. Ahora tuvo una impresión muy diferente de él: parecía… salvaje. Skye no conocía a nadie como él y muy dentro de sí sintió una respuesta instintiva. No podían ser más diferentes; sin embargo, ella también era un espíritu libre, impulsivo e imprudente.
Por un momento sus miradas se cruzaron; entonces él le levantó la barbilla con una mano y la forzó a mostrar el rostro.
– ¿Qué mitad suya es escocesa, Skye Henderson? A mí no me parece muy escocesa -ella sentía los dedos contra su piel, eran fuertes y cálidos. Él continuó, todavía mirándola con los ojos entrecerrados-: No, no creo que sea usted escocesa. Es usted muy bonita, muy frívola y muy inglesa.
– ¿Qué… importa eso? -se quedó sin aliento cuando la liberó y retrocedió.
– Se lo diré -Lorimer se acomodó sobre el escritorio y cruzó los brazos-. ¿Sabe usted lo que hacemos aquí en Kingan Associates?
– Algo que tiene que ver con el golf -expresó cautelosa mientras observaba las asombrosas fotos sobre la pared. Lorimer siguió la dirección de su mirada.
– Muy perceptiva -no se molestó en disfrazar el sarcasmo en esta ocasión-. Diseñamos y construimos campos de golf -le informó-. El golf, como muchas otras actividades de placer, es en la actualidad un negocio floreciente -hizo una pausa para tomar aliento y continuó-: Hay mucha demanda para construir nuevos campos. Al mismo tiempo, los granjeros producen menos y dejan su tierra de cultivo libre para otros propósitos y ahí es en donde nosotros entramos. Durante los años pasados, compramos tierra que de otra forma se quedaría sin cultivar y construimos nuevos campos por toda Escocia.
Skye pensó que él tenía una voz muy agradable. No tenía un acento marcado, sino esa suave entonación escocesa tan agradable al oído, más suave y cálida que las voces inglesas a las que estaba acostumbrada.
– No entiendo qué tiene eso que ver con que yo sea inglesa… medio inglesa -se corrigió con rapidez.
– Nada -la voz de Lorimer era cáustica-. Estoy tratando de explicarle por qué no tengo confianza en usted para este trabajo -observó antes de continuar-. Kingan Associates trabaja actualmente en proyectos de diseño de campos en Europa, Japón y América así como aquí, en el Reino Unido. Ahora quiero ampliar nuestras operaciones hacia hoteles que ofrezcan la más alta calidad en instalaciones deportivas. Me interesa un lugar en Galloway para un complejo proyecto modelo pero para que tan ambicioso cambio tenga éxito, necesito encontrar capital adicional para cubrir los costos.
No se atrevía a interrumpirlo por lo que continuó en silencio.
– Todo iba bien al principio. Una compañía en Londres se interesó y aceptó proporcionar la inversión necesaria para iniciar el proyecto. Cuando estaba a mitad de las negociaciones para comprar la propiedad, de forma repentina decidieron enviar a una de sus ejecutivas para «supervisar» los arreglos -su voz se endureció al continuar-. Esa mujer se entrometió en asuntos que no le importaban. Puso todo de cabeza, en especial a mí y antes de que yo supiera lo que sucedía, los dueños de las propiedades anularon el acuerdo. ¡Ese fue el fin de mi asociación inglesa!
Asió la estatua de bronce de un golfista que tenía sobre su escritorio y le dio vueltas en sus manos como si recordara su frustración.
– Si hubiera sido otro proyecto… pero el hotel Galloway es muy importante para mí. Es un sueño que he tenido desde hace algún tiempo y sé que puede funcionar. También sé que he encontrado la ubicación perfecta y no voy a rendirme -dejó la estatua sobre el escritorio y miró a Skye.
– Pude convencer a todas las partes de nuevo y dependo de la obtención de capital extra de una compañía de Edimburgo. Estoy seguro de que comprenderá que no puedo arriesgarme de nuevo empleando a otra inglesa.
Skye se movió inquieta consciente de que estaba fuera de lugar en ese despacho. Tan masculino, decorado con sobriedad, sin ninguna concesión a la frivolidad. En medio de todo eso ella estaba sentada como una mariposa, una vibrante pincelada de color, con sus pendientes oscilantes, muy cálida, muy llamativa e innegablemente femenina.
Era una situación intimidante, pero Skye era tan obstinada como Lorimer y estaba decidida a no perder la oportunidad de impresionar a Charles.
– No veo el problema -objetó-. Nadie tiene por qué saber que la chica que mecanografía las cartas es inglesa. Los procesadores de palabras no tienen acento.
– Los procesadores de palabras no contestan las llamadas telefónicas ni efectúan citas, ni saludan a los visitantes -señaló Lorimer-. Una secretaria tonta no me es de mucha ayuda.
Skye todavía no estaba vencida.
– Yo podría hablar así -sugirió con un acento típico escocés. Era una excelente imitadora y mantenía a Vanessa atacada de risa por las imitaciones que hacía de su vecino, pero Lorimer no parecía divertido.
– Me parece que usted piensa que se trata de un juego -se enderezó-: ¿O es su habilidad de hablar con acento tonto otra de las muchas cualidades profesionales de que alardea? -se sentó una vez más en la silla detrás del escritorio-. No, ya le he aclarado la situación. Arriesgo mi reputación personal en el éxito del proyecto Galloway y no puedo permitirme el lujo de emplear a la secretaria equivocada. Necesito a alguien sensata y eficiente, alguien dedicada y discreta… y escocesa. Usted, señorita Henderson, no me parece que posea ninguna de esas cualidades.
– Eso no es justo -protestó-. No puedo evitar ser inglesa.
– Eso es cierto -aceptó-. Si eso la hace sentir mejor, no es sólo su nacionalidad la que está contra usted. Como dice el anuncio, necesito una asistente que sepa algo sobre golf y, francamente, la habilidad de reconocer un extremo del otro de un palo de golf es mucho más importante para mí que todas sus sorprendentes calificaciones.
Skye lanzó a Lorimer una mirada displicente. Había pasado horas inventando sus excelentes cualidades profesionales para nada.
– La verdad es que estoy muy interesada en el golf.
Lorimer arqueó una ceja con incredulidad.
– Usted no parece una golfista.
– Soy principiante -se apresuró a decir, rogando que no la llevara a un campo para que se lo demostrara.
– ¿Tiene usted el resultado de su puntuación?
Skye lo miró con fijeza antes de recordar el curso intensivo de golf y la terminología que habíá usado Vanessa la noche anterior. Tenía algo que ver con un sistema de sancionar o premiar a los jugadores…
– Por supuesto, claro… -mostraba confianza.
– Supongo que es alto…
– No -Skye respondió con firmeza y, sospechaba, sarcasmo-. Muy bajo -no tenía caso pretender ser demasiado lista-. Mi puntuación es de apenas dos por el momento -continuó, pues de esa forma él no esperaría demasiado de ella.
– ¿Dos? -la expresión de Lorimer era indescriptible.
– Espero mejorar mientras estoy en Escocia -le aseguró.
– Ya veo -por un momento Lorimer la observó y de repente, de forma inesperada, su boca se torció en una devastadora sonrisa que la tomó desprevenida e hizo que retuviera el aliento. ¿Quién habría adivinado que parecería tan joven, tan cálido y tan peligrosamente atractivo?
– No se rinde con facilidad, ¿verdad? -la exasperación y el buen humor se mezclaban en su voz.
– ¿Es eso una cualidad?
– En algunos casos, aunque no en el suyo… -Lorimer movió la cabeza-. No, la combinación de frivolidad y obstinación es demasiado impresionante, para aceptarla.
– ¡Oh por favor! -Skye olvidó su orgullo al darse cuenta de que lo peor iba a suceder. ¿Cómo iba a decírselo a Charles?-. ¡Haré cualquier cosa! Trabajaré muy duro y trataré de no parecer inglesa, vestiré de gris y solamente responderé cuando se me hable, si me da el trabajo! -unió sus manos se inclinó implorante hacia él mirándolo con sus suplicantes ojos azules-. ¡Por favor!
– Ojalá supiera por qué está tan desesperada por obtener este empleo.
– Ya se lo he dicho…
– ¡No, por favor! -la interrumpió, observó su reloj y se puso de pie-. No puedo soportar más historias sentimentales, y ya que tengo otra cita, nunca sabré la verdadera razón -sus ojos se volvieron a ella-. ¡Una lástima, ya que estoy seguro de que hubiera sido muy entretenida!
Caminó a la puerta y esperó con burlona cortesía hasta que ella se levantó renuente. Se preguntaba si valdría la pena arrojarse a los pies del hombre, como súplica final, pero una mirada a su rostro fue suficiente para cambiar de opinión, pues ese breve vislumbre de humorismo había desaparecido y su expresión era tan implacable como antes. El abrió la puerta, impaciente por que ella se fuera.
Se resignó a lo inevitable. ¿Qué podía hacer ella si Lorimer Kingan era un ser tan frío? Caminaba pensativa antes de que su mirada se posara en su boca y entonces recordó cómo le había sonreído. ¡Pues no era tan frío!
– Adiós, señorita Henderson -extendió su mano y la miró con su característica ironía-. Estoy seguro de que alguien con su… digamos… originalidad, no tendrá ninguna dificultad en encontrar otro patrón más susceptible a sus encantos.
– Yo no deseo a nadie más -le tomó la mano, demasiado desconsolada para pensar en lo que decía-. ¡Lo quiero a usted!
– Me siento inmensamente halagado, pero me temo que ni siquiera la promesa de tal devoción sea suficiente para hacerme cambiar de opinión.
Cerró los dedos con firmeza alrededor de los de ella y Skye abatida escuchó de nuevo, como un eco, las palabras que había dicho: ¡Lo quiero a usted! El rubor escarlata surgió en sus mejillas y le soltó la mano.
– Yo no quería decir… -balbuceó.
– Sé lo que ha querido decir -aceptó seco Lorimer y abrió la puerta.
Todavía sonrojada, salió al área de recepción. Luchaba por controlar su confusión y, al principio, no vio al hombre que esperaba en uno de los cómodos sillones. Cuando ella y Lorimer aparecieron, el hombre dejó a un lado su periódico y se puso de pie. Era robusto, como de cincuenta años, con cabello gris acero y ojos astutos.
– ¿Skye?
Se detuvo como muerta, inconsciente de la súbita tensión en Lorimer.
– ¡Fleming! -gritó deleitada al reconocerlo como al mejor y más antiguo amigo de su padre, un financiero que dividía su tiempo entre sus compañías en Londres y Edimburgo. Lo conocía desde que era niña y le pareció extraño verlo ahí en Edimburgo. Se lanzó a sus brazos y lo abrazó con su típico y fogoso abandono-. ¡Qué maravillosa sorpresa! ¿Qué haces aquí?
– He venido a ver a Lorimer -explicó Fleming y le devolvió su afectuoso abrazo-. Estamos trabajando en un excitante proyecto juntos -soltó a Skye y se volvió hacia Lorimer con una agradable sonrisa-. Me alegro de verte, Lorimer.
Los dos hombres se estrecharon las manos; la expresión de Lorimer parecía tallada en madera mientras ella miraba de uno al otro y de forma tardía, sumó dos más dos. ¡Por supuesto! Charles tenía negocios con Fleming. ¡Claro! Fleming era el inversor al que Lorimer no quería ofender.
– Charles me dijo que trabajabas aquí -le decía Fleming ignorante de la tensión entre ella y Lorimer-. Supongo que sigues viéndote con él. ¿Lo sabe tu padre?
Skye no se atrevía a mirar a Lorimer.
– Todavía no -le dijo.
– Se alegrará cuando sepa que estás en tan buenas manos -repuso Fleming jovial-. Me gustaría llamarlo y contárselo. Por supuesto, yo siempre le he dicho que no tenía ninguna necesidad de preocuparse por ti. «Skye no es tan frívola como parece» le decía yo y es obvio que Lorimer está de acuerdo conmigo -lo miraba resplandeciente mientras que él parecía más sombrío-. ¡Qué coincidencia! Conozco a Skye desde que era un bebé y nunca pensé que vendría al norte. Y de pronto aparece en Edimburgo y ¡trabajando para ti!
– ¡Qué coincidencia! -comentó Lorimer entre dientes. Skye lo miró de reojo: un músculo palpitaba en su mentón. Parecía un hombre que se sentía forzado, arrinconado y Skye se preguntó si debía decirle a Fleming que todavía no trabajaba allí, pero si lo hacía, Charles se enteraría… Lorimer podría decírselo, pero ella lo dudaba… ¿Se arriesgaría a decirle a Fleming lo que pensaba de la hija de su amigo?
– El tiempo es dinero así que es mejor que continuemos con nuestras discusiones -Fleming besó a Skye en la mejilla-. Marjorie está también aquí, así que debes venir a cenar con nosotros. También invitaremos a Charles. Me parece recordar que te sentiste atraída hacia él en esa fiesta.
– Eso sería magnífico -la voz de Skye sonó débil.
Lorimer observó su reloj y luego miró hacia su oficina.
– Estaré contigo en un momento -fue a la oficina, despidiéndose con la mano de Skye.
Skye se puso nerviosa al mirar el sombrío rostro de Lorimer.
– ¿Sabía que Fleming Carmichael era el inversionista potencial de mi proyecto? -preguntó tenso.
– No -respondió-. Supongo que alguien me contó algo, pero nunca se me ocurrió que yo lo encontraría aquí -vaciló-. ¿Va a explicarle que después de todo yo no trabajo para usted?
– ¿Cómo podría hacerlo ahora? No lo conozco lo suficiente para saber cómo reaccionaría. Ya he tenido demasiadas complicaciones con este proyecto. Si Fleming quiere que usted trabaje aquí, es probable que valga la pena soportarla.
Skye soltó un largo suspiro de alivio.
– No lo lamentará, se lo proxneto.
– Es mejor que esté segura -la amenazó y se alejó hacia su oficina.
– ¿Cuándo quiere que empiece? -le gritó.
Lorimer se detuvo, volvió la cabeza hacia donde ella todavía se mostraba insegura pues aún no creía en la buena fortuna de haberse encontrado con Fleming. Al otro lado del pasillo, los ojos azules de él la miraban sombríos y con hostilidad.
– Preséntese aquí el lunes por la mañana, a las nueve en punto -se dio vuelta y abrió la puerta-. ¡Y no llegue tarde!