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Capítulo 2

VANESSA vivía en el cuarto piso de un típico y sombrío edificio gris de apartamentos. En su interior, los pisos eran espaciosos y tenían techos altos, pero Skye temía el largo trayecto por la escalera desgastada. Abrió la pesada puerta y levantó la mirada hasta donde la claraboya permitía que penetrara una miserable cantidad de luz.

Inhaló profundo y subió el primer tramo de un golpe, para detenerse un momento. Perdió el paso al subir el segundo trato al encontrarse con la vecina de Vanessa, la señora Forsyth que llevaba dos pesadas bolsas de compras. La señora Forsyth siempre vestía un abrigo, guantes y un sombrero tipo turbante, con un broche al frente. Skye estaba convencida de que ella vestía todo el tiempo el mismo traje, hasta en la cama. Por su parte, la señora Forsyth desaprobaba a Skye porque era demasiado bonita y en su opinión, frívola.

– Déjeme ayudarla con esas bolsas, señora Forsyth.

Subieron con dificultad la escalera y la señora Forsyth se ablandó lo suficiente para darle las gracias cuando al fin llegaron arriba.

– ¡Hoy es mi día! -estalló al entrar en el apartamento de Vanessa y ver a su amiga bebiendo un té en la cocina-. ¡No sólo he conseguido el empleo sino que la señora Forsyth ha reconocido mi existencia!

– ¿Has conseguido el empleo? -Vanessa bajó el tazón y miró a Skye perpleja.-. ¿Cómo rayos has podido hacerlo?

– No sé por qué pareces tan sorprendida -sonreía al servirse una taza de té-. ¿Por qué no iba a obtenerlo?

– He preguntado sobre Lorimer Kingan en el trabajo y ¡tiene una reputación…!

– ¿Sí? -Skye tiró de una silla y se sentó al otro lado de la mesa.

– Es muy admirado en el mundo del deporte. Dicen que ha hecho un maravilloso trabajo con los jóvenes jugadores. El construyó su compañía de la nada… me parece formidable.

Una visión de Lorimer surgió ante Skye: los ojos azul oscuro, las rudas y amenazantes líneas de su rostro, la sensación de fuerza…

– Sí… es formidable -todavía podía sentir la presión de su palma contra la suya, la hormigueante calidez de su piel.

– No puede ser tan rudo si te ha dado el trabajo -señaló Vanessa-. Seguro que ese ridículo curriculum vitae que inventaste no le ha engañado.

– No lo creo -Skye parecía pesarosa-. De hecho, me parece que no se ha creído ni una palabra de lo que ponía.

– Entonces, ¿por qué te dio el empleo?

Skye le contó a Vanessa que se había encontrado con Fleming.

– Lorimer no estaba muy complacido -terminó-, aunque no puedo dejar de pensar que la aparición de Fleming significa que ¡fue el destino quien quiso que yo obtuviera ese puesto!

– Si yo fuera Lorimer Kingan, estaría mucho más que «no muy complacido», estaría furioso contigo por ponerlo en esa situación.

Skye había recuperado su optimismo una vez que se encontró fuera del alcance de la mirada aguda de Lorimer.

– Él deseaba una secretaria y ya tiene una. Quizá no sea la ideal -añadió generosa-, pero estoy libre para empezar cuando él quiere y haré el trabajo tan bien como cualquier otra secretaria temporal.

– ¡Me gustaría verlo! -Vanessa le sonrió a su amiga con afectuoso escepticismo-. No sabes nada de golf, eres una nulidad en mecanografía, eres una revoltosa irresponsable y te pasas todo el tiempo parloteando. No quiero criticarte, Skye, pero ¡creo que forzaste a Lorimer Kingan!

– ¡En esta ocasión voy a intentarlo! -protestó Skye-. Este empleo será un éxito, ya lo verás.

– ¡Nunca has aguantado un solo trabajo!

– Ahora es diferente. Van, cuando conocí a Charles me di cuenta de que era una niña mimada. Simplemente pasaba bien el tiempo y si las cosas salían mal, sabía que mi padre me rescataría. Fue Charles quien me hizo ver que yo no sabía hacer nada por mí misma. A él le gustan las mujeres que son frías, elegantes y capaces de cuidar de sí. Por eso no podía lograr que me tomara en serio y en cuanto a él concernía, yo sólo era la «niña de papá». Fue horrible cuando comprendí que él no quería nada conmigo; sin embargo, creo que fue lo mejor que pudo sucederme. Me hizo tomar conciencia de mi vida -concluyó con grandiosidad y parecía ultrajada cuando Vanessa sólo sonrió-. Es verdad, me di cuenta de que si deseaba tener una oportunidad con Charles, tenía que cambiar mi vida por completo. Me sentí culpable al pensar en todas las veces que dejé que papá me librara de problemas. Debí dejar Londres y aprender a ser independiente hace mucho tiempo. Esta es mi oportunidad de probarles a él y a Charles que puedo sobrevivir yo sola.

– ¿Puedes? -preguntó Vanessa con una mirada interrogante.

– Puedo intentarlo -dijo Skye que podía ser mucho más fuerte y obstinada de lo que la gente pensaba-. Venir a Edimburgo era lo que yo necesitaba. ¡Pobre papi! Se desesperaba porque yo me estableciera y obtuviera un trabajo decente y ahora, para variar, voy a hacer que se sienta orgulloso. Y voy a demostrarle a Charles que no puede ignorarme. Seré tan práctica y profesional como cualquiera de sus amigas, no quiero que piense que soy una rubia frívola.

– Pero Skye, ¡tú eres una rubia frívola! ¿No te gustaría un hombre que te amara por ser como eres?

– Es tan aburrido cuando sólo se sientan y te adoran… Estoy cansada de eso. Al menos Charles no lo hace.

– Eso es porque él sólo está interesado en sí mismo -comentó Vanessa con severidad. Conoció a Charles cuando se quedó con Skye en Londres y no se sintió impresionada-. Tú crees que estás enamorada de él porque es un reto, pero no es el hombre para ti, Skye, con franqueza, no lo es. Es demasiado frío y quiere que sus amigas sean apropiadas a su imagen fría y despiadada y tú nunca serás así.

– Sí, lo seré -asentó Skye obstinada-, y estoy enamorada de él. No habría venido a Edimburgo a buscar trabajo si no lo estuviera, ¿verdad?

– No hay forma de decir qué harás cuando se te mete una idea en la cabeza -fue el sincero comentario de Vanessa-. El problema contigo, Skye, es que no haces las cosas a medias. A ti nunca te gusta un hombre sino que pierdes la cabeza por completo por él. Te enamoras y desenamoras, y siempre del tipo equivocado. Lo que necesitas es enamorarte de verdad.

La imagen de Lorimer apareció en la mente de Skye antes de que ella la apartara con firmeza. Estaba enamorada de Charles, por supuesto que sí. Cerró sus ojos y trató de conjurar su imagen, pero sólo veía el rostro austero de Lorimer con su expresión irónica y su boca severa aunque excitante.

Abrió los ojos y frunció el entrecejo. No quería pensar en Lorimer. Quería pensar en Charles, y de pronto sintió pánico al comprender que no podía recordarlo. Sabía que era apuesto, mejor parecido que Lorimer, pero de pronto todos los detalles de su apariencia se desvanecieron de su mente.

¿Y qué importaba? Lo importante era que lo amaba. Ya había decidido mostrarse fría para que Charles nunca adivinara que él era la única razón de su estancia en Edimburgo y ahora tenía la excusa perfecta. Él entraría en la oficina y en lugar de la chica loca que conoció en Londres, la vería como la secretaria discreta y eficiente de Lorimer, fría, sofisticada, dedicada a su trabajo… y se enamoraría de ella. Mientras tanto, le demostraría a Lorimer Kingan que no era tan tonta como él creía. Sería la mejor secretaria que hubiera tenido y lo impresionaría tanto con su tranquila competencia, que se olvidaría de que ella era inglesa.

Convencida por ese cuadro color de rosa que serían los próximos tres meses, Skye estiró los brazos contenta y sonrió a Vanessa de forma angelical.

– No te preocupes, Van, todo va a salir bien. Puedo sentirlo, en mis huesos. El amor está en camino.

El lunes por la mañana, Skye salió muy animada. Era un día de principios de octubre y el aire llevaba el aroma distintivo del otoño. Contenta, se dirigió a la parada del autobús.

– No hace calor ¿verdad? -dijo la mujer que estaba junto a ella en fila, y comenzó a hablar animadamente. Skye escuchaba absorta y asentía de vez en cuando, hasta que, de pronto, su nueva amiga comentó que el autobús se estaba retrasando mucho esa mañana y Skye miró el reloj. ¡Las nueve menos cuarto! Las palabras de despedida de Lorimer sonaron en sus oídos: «Y no llegue tarde». Nunca llegaría a la oficina a tiempo aunque llegara el autobús. Skye miró frenética en busca de un taxi; pero el tráfico estaba prácticamente parado. Tendría que correr.

Kingan Associates estaba ubicado en un imponente edificio georgiano en el famoso Pueblo Nuevo de Edimburgo. Para cuando Skye se apoyó en las barandillas en busca de apoyo, sus cabellos rubios caían revueltos en torno a su rostro sonrojado. Nunca había corrido tanto en su vida. Resoplaba, pero de alguna forma se forzó a subir los escalones hasta la puerta reluciente pintada de blanco.

Empujó la puerta para abrirla y entró con cautela en el pasillo, aliviada de ver que estaba vacío excepto por Sheila, la tímida recepcionista que la había llevado a la oficina de Lorimer, para la entrevista. Miró el rostro sonrojado de Skye, con cierta alarma.

– ¿Estás bien?

– El autobús se retrasó -gruñó Skye, limpiando su rostro. ¡Y ella que iba a impresionar a Lorimer con su calma y competencia!

Sheila abrió la boca, pero no tuvo oportunidad de hablar porque la puerta de la oficina de Lorimer se abrió de golpe.

– Llega tarde.

El corazón de Skye que ya palpitaba agitado por el esfuerzo, pareció detenerse de repente cuando miró a Lorimer parado en el umbral, con su feroz mirada azul y sus cejas unidas sobre la nariz en una línea amenazante.

– Lo siento. El…

– Entre aquí -gritó-. No voy a hablar con usted en donde todos los empleados puedan escuchar -desapareció en su oficina.

– Cierre la puerta -le ordenó cuando ella vaciló en el dintel y luego le señaló una silla-. Siéntese.

– Sí, señor -musitó Skye, preguntándose si él esperaba que cruzara el cuarto haciendo reverencias. Se sentó en el borde de la silla y sopló los rizos de su frente. El pasador de su pelo se había soltado y ahora la melena dorada caía como una maraña salvaje en torno a su rostro. Estaba consciente de sus mejillas sonrojadas y su apariencia desaliñada.

Lorimer la observaba con disgusto.

– ¿Tiene usted reloj? -le preguntó con engañosa suavidad.

– Sí -Skye estaba sorprendida aunque aliviada de que no se mostrara tan enfadado como al principio, se sentó más derecha y trató de parecer nerviosa en lugar de exhausta.

– ¿Sabe cómo leer la hora? -persistió Lorimer en el mismo tono de exagerada paciencia.

– Sí, porque es digital -le explicó con bondad. Él cerró sus ojos un momento.

– ¡Claro, eso ayuda! Ahora, ya que tiene un reloj y hemos establecido que puede leerlo, quizá me pueda decir qué hora es en este momento…

Ni siquiera Skye podría confundir la fina ironía.

– Son… las nueve y veintisiete.

– ¿Y a qué hora se suponía que debía estar aquí?

– A las nueve en punto -respondió quedo.

– Nueve en punto -aceptó-. Eso significa…

– Que me he retrasado veintisiete minutos -dijo Skye y se sintió unos centímetros mal alta. Lorimer se apoyó el el respaldo de su silla.

– ¡Maravilloso! ¡También puede calcular el tiempo!

– Hubiera estado a tiempo, pero el autobús se retrasó -trató de explicar.

– ¿No se le ocurrió mirar su reloj mientras esperaba el autobús?

Skye lo miraba con cautela, insegura de cómo manejar su sarcasmo.

– No lo pensé -admitió y optó por la verdad-. Verá, esa mujer se puso a hablarme de su nieto. No creerá los problemas que ha tenido con las amígdalas.

Se interrumpió al captar la expresión de Lorimer.

– No estoy interesado en amígdalas -hablaba con mucho cuidado como si sólo así pudiera controlar su temperamento, con gran dificultad-. En esta oficina todo el mundo llega a tiempo y no haré ninguna excepción con usted. Llegará aquí a las nueve en punto cada mañana o será despedida. ¿Comprendido?

Decidió que era más seguro no decir nada, por lo que Skye asintió.

– Sabe tan bien como yo que si no fuera por Fleming Carmichael, usted no estaría sentada aquí ahora -continuó con frialdad-. Usted es la única persona que yo hubiera elegido como secretaria, pero Fleming parecía tan entusiasmado que, con franqueza, quise hacer todo lo posible por mantenerlo de mi lado en ese momento. Mi prioridad es obtener la inversión para poner en movimientoo el nuevo proyecto, aunque eso signifique soportarla durante los próximos tres meses.

– ¡Gracias por la cálida bienvenida! -Skye estaba enfadada.

– Soy sincero -señaló- y ya que hablamos de sinceridad, ¿no es hora de que sea sincera conmigo?

– ¿Sincera? -repitió y Lorimer suspiró.

– ¡Me preguntaba si usted reconocería la palabra! ¿Puedo ponerlo de forma más simple? Hemos descubierto que usted, de hecho, sabe cómo leer la hora a pesar de la evidencia en contra. Ahora quisiera saber si bajo presión, puede decir la verdad.

El corazón de Skye se hundió.

– ¿Qué quiere decir? -no había mucha seguridad en su voz. Tenía la horrible sensación de que ya sabía qué quería decir.

– Tuve una interesante charla con Fleming, que está muy encariñado con usted -el tono de Lorimer expresaba su extrañeza-. Nunca se le ocurrió que no hubiera sido por completo sincera conmigo así que pude descubrir bastante sobre usted. Entendí que es una niña mimada, irremediablemente frívola e irresponsable, incapaz de conservar un empleo más de unos meses -él se apoyó en el respaldo de su silla sin quitar la mirada de Skye-. ¡Ah! No se preocupe, Fleming no dijo eso. Él piensa que usted tiene suficiente encanto y personalidad para sobrevivir donde sea, pero me temo que yo no lo veo así. Usted me mintió y a mí no me gustan las mentirosas.

Skye ardía de humillación.

– Verá, yo deseaba el empleo -le explicó en voz queda.

– Eso ya lo sé. ¿Le importaría decirme por qué me mintió? ¡Y en esta ocasión quiero la verdad!

– Usted piensa que soy una estúpida.

– ¡Eso no me sorprendería nada! -dijo con una de esas chispas de humor que tanto la desconcertaba-. ¡Vamos, dígala! Este no es el tipo de trabajo que pudiera interesar a alguien como usted. ¿Por qué me eligió a mí?

– ¿Está seguro de que desea la verdad? No le gustará.

– No me gusta nada de esta situación.

– Pues… -Skye inhaló profundo y empezó-. Fleming y su esposa, Marjorie, dieron una fiesta hace unos cuantos meses y conocí ahí a alguien… a un hombre.

Lorimer golpeó con su pluma con impaciencia.

– No quiero la historia de su vida, Skye. Sólo quiero saber por qué está usted aquí.

– ¡Se lo estoy diciendo! Conocí a Charles en la casa de los Fleming y… me enamoré de él -hizo una pausa-. Lo vi unas cuantas veces después en fiestas, cenas y esas cosas, pero no tuvimos oportunidad de… de conocernos de forma adecuada. Charles trabaja para Fleming… y como sabía que iban a trasladarlo a la oficina de Edimburgo no quería comprometerse con nadie…

– Continúe -dijo Lorimer con voz sombría-. ¿Puedo entender que cuando él vino a Edimburgo usted también decidió venir?

– Yo estaba entonces a la deriva -no tenía necesidad de contarle detalles. La desilusión de su padre fue el punto final que la hizo decidirse por un nuevo principio-. Sucede que hablé con una antigua compañera de escuela que vive aquí y dijo que podía compartir un cuarto en su piso. Sugirió que viniera y me pareció la oportunidad perfecta. Charles estaba en Edimburgo y de pronto Vanessa invitándome a venir. No tenía ninguna atadura en Londres… y nada parecía importarme.

– ¡Ah! ¿Sí? -preguntó con ironía.

– Sí. Verá, pensé que si yo estaba aquí al mismo tiempo que Charles, él estará menos preocupado que cuando se encontraba en Londres y podríamos tener una oportunidad de conocernos.

– ¿Así que lo siguió hasta aquí? -Lorimer no podía creer lo que estaba oyendo-. ¿Sabe ese hombre infortunado que ha sido perseguido de forma tan pertinaz?

– Por supuesto que no -Skye se inclinó de forma confidencial-. A los hombres no les gusta que los persigan.

– No puedo imaginar algo peor -expresó Lorimer distante, mirándola con asombrosa fascinación.

– ¡Exactamente! Así que pensé decirle que todo había sido una casualidad, aunque no quería un trabajo permanente por si no funcionaba lo de Charles. Al principio no pensé en este trabajo, sino en un empleo como camarera o algo para ganar dinero.

– ¿Y por qué no buscó un trabajo de camarera?

– Charles es muy… supongo que serio. -Vanessa diría que era un presuntuoso, pero a ella no le gustaba-. A él le gustan las chicas inteligentes y profesionales, las que usan trajes elegantes y siempre saben cómo comportarse -suspiró porque por un momento había olvidado con quién hablaba, cuando sus ojos soñadores enfocaron los de Lorimer. Tenían una extraña expresión, entre exasperado e impaciente, pero también sonreía con bondad.

– ¿Deba entender que usted no es exactamente su tipo? -preguntó Lorimer seco.

– No, no lo soy -admitió con tristeza-. Yo quería impresionarlo y tuve que pretender que hacía algo más inteligente que trabajar en un restaurante. Examiné el periódico The Scotsman y vi su anuncio. Me pareció ideal: solamente tres meses y aquí, en Escocia.

En ese momento su plan le pareció perfecto, pero las cosas empezaron a salir mal cuando de nuevo se encontró con Charles.

– ¿Así que fue sólo mi mala suerte lo que hizo que eligiera mi anuncio? -preguntó Lorimer con un suspiro.

– Pues… sí -respondió apenada Skye-. Nunca pensé que usted me rechazaría. Todo iba tan bien… me las arreglé para «chocar» con Charles, pretendí sorprenderme y cuando me preguntó que hacía aquí, ya tenía lista mi historia. Le conté que trabajaba aquí y nunca soñé que Kingan Associates significara algo pára él excepto que dijo que probablemente me vería en el trabajo porque tenía tratos con usted, entonces fue cuando me di cuenta de que tenía que obtener el trabajo.

Lorimer miraba a Skye sin hablar. En honor a su nuevo empleo se había puesto su traje menos llamativo, un vestido corto de lana en vibrante color cereza que enfatizaba sus largas piernas. No pudo resistir alegrar un poco su imagen sobria al añadir uno de los collares de su colección, uno de exóticas frutas de madera, todas de brillantes colores. Las piñas de madera colgaban de su oídos.

– Supongo que no se le ocurrió que existen alternativas -comentó él después de un momento-. ¿No pudo decirle que aún no había empezado a trabajar? ¿O que estaba considerando otra oferta? De hecho, cualquier cosa, en lugar de decirle que ya era mi secretaria.

– No lo pensé -respondió sincera-. Puedo hacer el trabajo tan bien como cualquiera, sólo necesito una oportunidad para probarlo. Si Charles viene, tendré una buena excusa para verlo y él quedaría impresionado al verme. Será una nueva imagen para mí: discreta, profesional, sofisticada.

Lorimer miró a las piñas y parpadeó.

– Si yo pensara que existe una oportunidad de que ustedd fuera todas esas cosas, no pondría objeciones pero… ¡Nunca había oído tantas ridículas tonterías juntas!

– Me dijo que quería la verdad -le recordó Skye molesta-. ¿No me cree?

– ¡Por supuesto que la creo! Nadie podría inventar esa historia tan absurda -Lorimer metió la cabeza entre sus manos-. ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

– Quizá fue usted un niño muy travieso -sugirió inocente y entonces deseó no haberlo hecho cuando Lorimer la miró.

– No es gracioso -apretaba los dientes-. Trato de dirigir una empresa y quiero una secretaria tranquila y sensata que me ayude a levantar este proyecto, ¿y qué obtengo? Una descocada frívola que es tan callada como un carnaval en el Caribe y casi igual de sensata. Quizá usted lo encuentre divertido, pero yo no. Sí este Charles suyo sabe tanto de usted como yo, no lo culpo por ignorarla, aunque nunca pensé que sentiría alguna simpatía por Charles Ferrars. Porque presumo que hablamos de Charles Ferrars, ¿verdad?

Ella asintió y él endureció la mirada.

– Lo conozco. Fleming quiere que participe en este trato así que es posible que venga. Sin embargo, si desea que él la considere discreta, Skye, será mejor que aprenda a ser discreta. Tratará asuntos confidenciales que Charles Ferrars no debe conocer, y si yo la oigo hablar con él acerca de alguno de ellos, dentro o fuera de horas de oficina, será despedida con un merecido puntapié en el trasero. ¿Está claro?

– ¿Quiere decir que me dejará trabajar para usted?

– No me queda más remedio -Lorimer parecía resignado-. No puedo arriesgarme a ofender a Fleming Carmichael y usted no quiere que su precioso Charles sepa que estamos aquí bajo falsas pretensiones. Ahora que ambos sabemos en dónde estamos, saquemos el mejor provecho de la situación, aunque me gustaría saber con quién o qué voy a tratar durante los próximos tres meses -recuperó el curriculum vitae de sobre su escritorio y se lo arrojó desdeñoso-. ¿Debo asumir que esta es una red de mentiras del principio al fin?

Skye lo tomó y lo alisó sobre su rodilla.

– Mi nombre y dirección están correctos -empezó a decir cautelosa al leer la lista de detalles personales-. Y, en realidad, tengo veintitrés años y estoy soltera.

– Vaya, cuánta sinceridad.

Ella volvió a revisar la lista.

– Nací en Londres y… eso también es correcto.

– Eso no es una recomendación, aunque sea verdad -asentó Lorimer-. Sin embargo, sigamos con sus antecedentes. ¿Tengo razón al pensar que su madre no es escocesa, como usted dice?

– No… pero durante una época estuvo muy interesada en Escocia -explicó Skye-. Leyó la historia del Príncipe Charlie justo antes de que yo naciera y se sintió atraída por su romanticismo.

– Muy gracioso -rezumaba frialdad-. Ese tipo de frívola actitud es típica de los ingleses. Tratan a Escocia como si fuera una broma -su tono era tan amargo que Skye supo que su disgusto por los ingleses iba más allá de su desastre con la compañía financiera de Londres. Sensata, decidió no empeorar más las cosas y se sentó derecha en la silla, como el tipo de chica que ni siquiera sabía el significado de la palabra «broma», sin embargo, su rostro no estaba diseñado para otra cosa mas que para la risa. Al observar sus poco exitosos intentos, la expresión amenazante de Lorimer desapareció. Tenía un atisbo de humor en sus ojos cuando señaló el curriculum vitae que ella tenía en su regazo-. Entiendo… por lo que Fleming dijo… que ¿cómo decirlo? usted ha tenido una forma… creativa de abordar lo que se refiera experiencias laborales.

– Yo sólo me promocioné un poco -respondió Skye con culpabilidad observando la lista de empleos de alto nivel que reclamaba haber desempeñado.

– ¿Así que trabajó para una agencia de publicidad, pero no como asistente ejecutiva del director?

– Trabajé de forma temporal durante un par de semanas.

– ¿Un par de semanas? -Lorimer presionó sus sienes y respiró profundo-. ¡No le falta descaro! Supongo que debo mostrarme agradecido de que haya trabajado como secretaria porque significa que puede mecanografiar, ¿verdad?

– ¡Por supuesto que puedo!

– ¿Setenta palabras por minuto?

– No creo… que tenga esa rapidez…

– Eso es lo que pensé. ¿Cuántas palabras por minuto debo reducir para hacerme una justa idea de lo que puede hacer? ¿Veinte? ¿Veinticinco?

– ¿Cuarenta? -aventuró Skye. Lorimer mantuvo su humor con evidente esfuerzo.

– ¿Cuarenta? -repitió con voz inexpresiva-. Déjeme aclarar esto. Usted puede arreglárselas con labores de mecanografía, pero yo debo aprender a escribir mis cartas a mano porque no debo esperar que usted las tome en taquigrafía, ¿es así?

– Creo que sería lo mejor -afirmó Skye, aliviada.

– ¿Hay algo que usted pueda hacer?

– Puedo responder el teléfono.

Lorimer únicamente levantó una ceja, desdeñoso.

– No creo que espere una ronda de aplausos, ¿verdad?

– Y puedo preparar tazas de buen café.

– Estoy seguro de que será de gran ayuda pero ¡soy más que capaz de servirme mi propio café!

– Bueno… puedo archivar y sacar copias y organizar sus viajes y su vida social -Lorimer no le parecía del tipo que iba a comidas y llevaba a sus clientes al teatro. Su idea de entretenimiento quizá se limitara al golf y ahí no había mucho campo para ella.

Lorimer no estaba impresionado por sus talentos.

– Si escribe a máquina tan despacio como creo; estaré aquí toda la noche para firmar mis cartas y no tendré tiempo para vida social -señaló cáustico-. Parece que hemos establecido que su curriculum vitae no vale ni el papel en el que fue escrito, así que bien puede devolvérmelo -extendió la mano y Skye se lo entregó avergonzada-. Iba a romperlo, pero es un documento tan creativo que pensé conservarlo para recordarme hasta dónde pueden llegar las chicas para conseguir a su hombre. Por supuesto, tampoco sabe nada de golf.

– Me gustaría jugar -Skye con valentía encontró su mirada desdeñosa.

– ¡Pero si no ha estado cerca de un campo de golf en toda su vida!

– Bueno… no.

– Me di cuenta cuando me dijo que tenía dos de puntuación.

– De forma deliberada escogí una puntuación baja para que no sospechara.

Lorimer suspiró.

– La puntuación de «Damas» empieza en treinta y seis, Skye. Las mejores tienen las puntuaciones más bajas. Si usted juega con dos puntos, significa que es una jugadora extremadamente buena. Si hubiera dicho una puntuación de treinta, yo habría creído que podía reconocer una pelota de golf si le cayera en la cabeza.

– ¡Pues qué estúpido sistema! -Skye se mostró disgustada y rió al comprender que había quedado como una tonta.

– Me agrada que le parezca divertido -Lorimer se mostró severo-. No podemos convertirla en una jugadora, pero tendrá que aprender algo de golf si no quiere dejarme en ridículo.

– ¿No puedo pretender que tengo fracturado mi brazo o algo así?

– ¡No sea ridícula! -estaba irritado-. No puede pasarse tres meses con una escayola sin ninguna razón. Además, necesita aparentar que sabe de lo que está hablando. Tendré que enseñarle lo básico cuando vayamos a Galloway.

– ¿Cuándo nos vamos a Galloway?

– Eso depende de su amigo Fleming Carmichael. Es probable que sea dentro de dos o tres semanas, pero hay mucho que hacer antes.

Aliviada porque la ira de Lorimer se hubiera disipado, Skye extendió las manos y lo miró resplandeciente.

– ¿Bien? ¿Dónde debo empezar?

– Puede empezar por arreglarse porque está hecha una facha -recogió su pluma y levantó una de las carpetas que estaban arregladas en montoncitos sobre el escritorio-. Yo pensaba dictarle, pero parece que ahora voy a escribirlo todo a mano. Mientras lo hago, puede familiarizarse con su oficina. ¡Y luego, a trabajar!