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Capítulo 3

SKYE pronto aprendió que Lorimer Kingañ no era un hombre que hiciera amenazas vanas. Nunca había trabajado tanto en su vida. Sus patrones anteriores no esperaban mucho de ella, pero Lorimer la mantuvo ocupada toda la semana, la hacía mecanografiar una y otra vez las cartas hasta que quedaban perfectas. Todo tenía que estar inmaculado, incluyendo a Skye, que era muy descuidada. Sí, nunca había trabajado tanto. Y al terminar cada día estaba tan cansada que apenas podía arrastrarse por la escalera hasta el piso de Vanessa.

– Es que no estás acostumbrada a hacer un día de trabajo normal -le dijo Vanessa sin compasión-. Ya te acostumbrarás.

– Eso es lo que dice Lorimer -gruñó Skye ese fin de semana-. Al principio pensé que era por fastidiarme, para que dejara el empleo, pero cuando les pregunté a los otros en la oficina, dijeron que ¡él era así todo el tiempo! ¡Le tienen miedo! ¡Nunca hablan unos con otros! Entra uno en alguna oficina y todo está tan silencioso como una tumba. Todos tienen las cabezas bajas y están ¡trabajando!.

Vanessa rió ante la escandalizada expresión de Skye.

– ¡Sabes que eso hace la gente! ¿Cómo te aceptan? Debes ponerles muy nerviosos, porque nunca dejas de hablar.

– Creo que al principio pensaron que estaba un poco loca, pero ahora son muy amables conmigo. Por supuesto, si Lorimer me atrapa cotorreando, frunce el entrecejo, pero no dice nada. Simplemente me mira como si fuera a matarme -Skye se puso ceñuda al recordarlo-. ¿Sabes que no se me permite salir ni cinco minutos? Mis dedos están gastados de mecanografiar y volver a mecanografiar todas esas cartas.

– Pensé que tenías un procesador.

– Lo tengo, pero se me olvida archivar las cosas y que tengo que mecanografiar una y otra vez -suspiró-. No creo que esté cortada para ser una secretaria. El otro día rompí la fotocopiadora y la máquina del café, y el teléfono es un absoluto misterio para mí. Corté la llamada de un señor cinco veces cuando trataba de pasarle la comunicación a Lorimer. Al fin, tuvo que pedir el número y hacer que Lorimer lo llamara después; estaba furioso.

– ¡Eso no me sorprende!

– Pues no sé por qué no puede tener un teléfono normal como todo el mundo -se quejó Skye-. ¡Todos esos foquitos encendidos me confunden!

Vanessa le sonrió a su amiga. Skye estaba desparramada ante la chimenea eléctrica, bebía ginebra y miraba una revista.

– ¿Crees que Charles vale la pena todo eso?

– ¿Sabes? -dijo despacio-. Casi me había olvidado de Charles. Lorimer me mantiene tan ocupada que no tengo ni tiempo para pensar en él.

– Entonces es obvio que no estás tan enamorada de él como decías.

– Por supuesto que lo estoy -protestó de forma mecánica y entonces levantó sus asombrados ojos azules hacia Vanessa-. ¿No lo estoy?

– Nunca lo has estado -dijo Vanessa con firmeza-. Sé que es bien parecido, pero si te hubiera hecho caso jamás habrías pensado en él; se convirtió en un reto y de pronto decidiste que estabas locamente enamorada, aunque en realidad no es el hombre apropiado para ti.

– ¡Oh, querida! -Skye tenía expresión apenada-. Debo ser terriblemente voluble. ¿Piensas que alguna vez me enamoraré o terminaré como una solterona arrugada y vieja?

– ¡Tranquila! Todo lo que necesitas en encontrar al tipo de hombre apropiado.

– Sí pero, ¿dónde?

– ¿Y en el trabajo? Este Lorimer Kingan suena como poderoso y apropiado.

Skye prácticamente se ahogó con la bebida.

– ¿Lorimer? -farfulló.

– ¿Por qué no?

– Pues porque él… él… -Skye estaba consciente de una extraña sensación de vacío dentro de ella. Era como si la sugerencia de Vanessa hubiera abierto un hoyo negro que amenazaba engullirla, temerosa de mirar por si encontraba algo en el fondo.

– ¿Qué? -Vanessa era toda inocencia.

– ¡Es insufrible! Es arrogante, gruñón, sarcástico y horrible. Con franqueza, Van, me trata como si tuviera cinco años de edad.

– Me parece perfecto para ti -asentó Variessa.

¡Enamorarse de Lorimer! ¡Qué idea tan ridícula! Él era el último hombre de quien le gustaría enamorarse, se dijo Skye molesta, y cuanto más trataba de desechar la idea, más llegaba a ella el recuerdo de su boca, de su sonrisa con ese extraño atisbo de humor. Se quedó tan molesta e inquieta que Vanessa la convenció de dar un paseo hacia la cima del Arthurs Seat.

– Lo que necesitas es un poco de ejercicio.

Skye, parada en lo alto del risco, observaba Edimburgo, extendida a sus pies. Era un día frío, con viento, y Skye se subió el cuello de la chaqueta para protegerse. Había creído que Charles era todo lo que deseaba… y sólo necesitó una ligera sugerencia de Vanessa para cambiar todas sus ideas. Vanessa tenía razón. Era demasiado impetuosa. Nadie perseguiría a un hombre que apenas conocía hasta Edimburgo. A ninguno de sus amigos le gustaba Charles y eso debía advertirla, ¿pero había escuchado? No, sólo se metió en otro lío sin pensar en las consecuencias.

Casi obligó a Lorimer a darle el empleo, ¿y todo para qué? Sólo para estar cerca de un hombre del que no estaba segura que le gustara. No era de extrañar que Lorimer se mostrara tan desdeñoso con ella. Quizá debía admitir que era una estúpida y regresar a Londres. Lorimer probablemente se alegraría.

Skye pensó en dejar Edimburgo mientras bajaban por la colina y de regreso a The Meadow con la cabeza inclinada para protegerse del viento. Se había quejado del trabajo pero ahora, al pensar en dejarlo, se dio cuenta de que le gustaba estar ocupada. A todos sus jefes anteriores, ella les gustaba y le daban trabajos sencillos. A Lorimer quizá no le gustara mucho, pero al menos no había tenido tiempo de aburrirse.

Y le gustaba la gente que trabajaba con ella: Sheila, la recepcionista; Murray, el contable; Lisa, Rab y Andrew… sería una lástima dejarlos justo ahora que empezaba a conocerlos. Su mente se volvió a Lorimer y en seguida la alejó. No quería pensar en cómo se sentiría cuando volviera a verlo.

Ansiosa de cambiar la dirección de sus pensamientos, Skye recordó a su padre. Como Fleming predijo, él se sintió deleitado al saber que había encontrado al fin lo que se consideraba «un trabajo adecuado». Sin importar lo que sucediera, Charles le había hecho un favor al hacerla comprender lo consentida que siempre había estado. Había ido a Edimburgo para cambiar su vida y no había razón para que se echara atrás. No estaba enamorada de Charles, pero eso no significaba que tuviera que desilusionar a su padre y correr a casa para llevar la misma vida que antes. No, le debía a su padre eso y más.

También tenía que considerar a Vanessa. Si se iba ahora, Vanessa tendría que buscar a alguien para compartir el piso y Skye sabía que ella extrañaría a su tenaz y práctica amiga. También se sentía reacia a dejar Edimburgo. A pesar del frío, la ciudad tenía estilo. Para su sorpresa, a Skye le guslaban las calles adoquinadas y los estrechos callejones bajo la luz brumosa.

No, todavía no dejaría Edimburgo. Había permitido que la estúpida sugerencia de Vanessa le llegara porque estaba cansada y eso era todo. Debió reírse en lugar de imaginar con tanta claridad cómo sería estar enamorada de Lorimer, ser amada por él. ¡Cómo le gustaría dejar de pensar en su boca, en cómo la sentiría contra la suya!

Sería estúpido tomar otra decisión impulsiva. Por una vez, Skye decidiría de forma sensata: primero pensaría antes de actuar. Vería cómo se sentía al finalizar la siguiente semana. Las cosas podrían ser diferentes. No permitiría que Lorimer la hiciera trabajar tanto y procuraría encontrarse con Charles. Quizá cuando lo viera otra vez regresara. Había sido absurdo seguirlo, pero sería todavía más absurdo irse sin darle a Charles una oportunidad.

– ¡Máquina estúpida! -Skye dio una patada a la fotocopiadora-. El técnico vino ayer… ¡no puedes estar rota de nuevo! -apretó todos los botones que encontró pero el símbolo de «papel atascado» permanecía en rojo-. ¿Qué pasa contigo? -le gritó y de nuevo volvió a apretar el botón de inicio-. Ya llené la bandeja del papel, limpié los rodillos y ahora, ¿qué sucede?

Skye le dio otra vengativa patada.

– No hay ningún papel atascado, ¡inútil trozo de metal! Ya lo limpié bien así que ya puedes trabajar.

– ¿Qué rayos estás haciendo, Skye? -la exasperada voz de Lorimer sonó tras de ella lo que hizo que Skye se mostrara confundida. Él estaba en la puerta de ella y había una expresión de profunda irritación en su rostro.

La boca de Skye se secó al verlo, igual que el día anterior cuando de forma absurda se sintió consciente de él. Era culpa de Vanessa. Si no fuera por esa absurda sugerencia, nunca se habría fijado en lo apuesto que era, ni habría pensado un segundo en la forma en que frotaba su mentón cuando pensaba. Una vez que empezó a notar cosas, no dejó de hacerlo y sentía una extraña sensación en el estómago cuando miraba su boca.

La noche anterior le había dicho que se iría a una reunión esa mañana y no lo esperaba todavía. Decidida a demostrarle lo eficiente que era, había pensado tener todos los informes copiados y preparados antes de su llegada, pero la fotocopiadora se negó a cooperar y ahora todo lo que había hecho era quedar como una tonta de nuevo.

– Su bestial copiadora se niega a trabajar.

– Es una máquina Skye, no un monstruo -asentó Lorimer paciente-, y no se niega sino que espera se le den las instrucciones correctas.

– Es molesto -insistió Skye y se dispuso a darle otra patada.

– No vas a llegar a ningún lado dándole o gritándole -la tuteó Lorimer, molesto. Dejó su maletín sobre el escritorio de ella y la quitó de su camino-. Esta era antes una agradable y callada oficina, ahora, la calle Princess parece un océano de paz comparado con esto. ¿Por qué organizas estos líos? No pareces capaz de hacer algo en silencio. O estás parloteando, riendo, desvariando o furiosa con los objetos inanimados. Se te oye desde el vestíbulo.

– Tú te enfurecerías si tuvieras que tratar con esta máquina -dijo con amargura Skye-. No sé por qué la gente se molesta en tener fotocopiadoras. Sólo son maquinaria cara e inútil. Nunca funcionan. Nunca hacen nada. ¡Ni siquiera son bonitas! Simplemente están ahí ocupando espacio y tan pronto como uno les pide que hagan una fotocopia, que es para lo que están, ¡simplemente se niegan!

– Me sorprende que no te identifiques con estas máquinas -dijo Lorimer con una mirada irónica-. Caras, inútiles y se niegan a trabajar… todo eso me suena muy familiar -miraba el rostro indignado de Skye-. Por supuesto, estoy de acuerdo en que tú eres más decorativa, pero al menos las fotocopiadoras no están todo el día hablando.

– Al menos yo trabajo, que es más de lo que se puede decir de esta máquina. Quería tener listos estos informes cuando regresaras y estaba a la mitad cuando de pronto la máquina se atascó. La limpié, como Sheila me enseñó pero ahora no quiere funcionar.

Lorimer revisó la fotocopiadora mientras que Skye espiaba sobre su hombro, esperando que se diera cuenta de que él tampoco la haría funcionar. De pronto, él presionó un botón… y la máquina surgió a la vida.

– ¡Lo ha hecho deliberadamente porque yo ya le había dado a ese botón! -explotó Skye.

Sus cabezas todavía estaban inclinadas juntas sobre el panel y sus ojos estaban muy próximos. Skye miraba las profundidades azules y leía la exasperación, el humor y algo más que no podía identificar, algo que hizo que su corazón golpeara con fuerza contra sus costillas. Se sentía consciente de la dureza del cuerpo tan cerca del suyo, de esa fuerza inmensurable y su piel ardió con la súbita urgencia de apoyarse contra él y sentir sus brazos rodeándola.

Asombrada por sus pensamientos, se retiró de forma abrupta de él. Lorimer se enderezó y entonces se fijó en sus pendientes.

– ¿Qué rayos llevas colgado de las orejas? -preguntó incrédulo y extendió la mano para tomar uno entre sus dedos-. ¿Pelotas de golf?

Skye se sentía agonizar por la sensación de sus dedos contra los lóbulos, la calidez de su mano cerca de la garganta:

– ¿Te gustan? -su voz sonó ronca y sus pulsaciones golpeaban con tanta fuerza en sus oídos que apenas se daba cuenta de lo que decía. Era como si sintiera su mirada y su roce impersonal con cada fibra de su cuerpo y hasta el cabello rubio dorado que caía suavemente sobre los dedos de él, parecía temblar ante su presencia.

– Son un cambio de tus accesorios usuales -dijo Lorimer. A Skye le gustaba mucho la bisutería y tenía una colección de aretes de madera pintados con colores brillantes-. Hasta ahora hemos tenido pericos, cocodrilos, canguros y delfines… ¿Qué fue ayer? ¿Serpientes?

– Plátanos -gruñó Skye y para su enorme alivio él soltó sus pendientes y retrocedió-. Vi estas pelotas de golf ayer durante la hora de la comida y no pude resistir. Pensé que serían muy apropiados para tu asistente ejecutiva.

Vio el humor reflejado en los ojos de Lorimer. Ella había hecho un intento ineficaz para mantener sus pálidos rizos alejados de su frente con dos broches de plástico que tenían forma de mariposa; también llevaba mariposas multicolores aplicadas sobre la enorme sudadera color azul. Se veía vibrante, alegre… y totalmente fuera de lugar.

– Puedo pensar en muchas palabras para describir tu vestuario, Skye aunque «apropiado» ¡no es una de ellas!

– Supongo que te gustaría verme con una falda sensata, un suéter azul marino y pendientes de perlas.

– Sería un poco más tranquilizador, sí -aceptó-. Es como asistir a una explosión de fuegos artificiales -de forma inesperada, sonrió-. ¡Siempre estoy en espera del estallido!

Skye no estaba preparada para el efecto que tuvo en ella la súbita sonrisa de él y su corazón dio un respingo y aterrizó con un fuerte golpe que le quitó el aliento. Era la primera vez que él le sonreía de forma abierta; los breves atisbos de humor durante la entrevista no eran nada comparados con la transformación de ahora, cuando la boca recia se relajó en una sonrisa que mostró los fuertes dientes blancos.

– Me… temo que no tengo ropa sensata -jadeó Skye que trataba de parecer normal, aterrorizada de que él adivinara que una simple sonrisa era suficiente para derretirla y hacer que cada uno, de sus nervios tintineara.

– No creo que la tengas -Lorimer todavía parecía divertido-. Supongo que tendré que acostumbrarme a tu forma de vestir.

Hubo una pausa, una intensidad en el aire, cuando Skye encontró su mirada. Sus ojos eran azules y profundos y la sonrisa todavía estaba latente en ellos. ¿Sería posible que al fin Lorimer empezara a aceptarla? La esperanza la alegró y sin pensarlo le devolvió una cálida y espontánea sonrisa que iluminó todo su rostro. ¿Se habría equivocado? Estaba tan contenta con la idea de que empezara a gustarle… pero su expresión era extraña ahora y no estaba segura. Confundida, apartó sus ojos de los suyos.

– Esto… voy a arreglar estos informes.

– Sí, me gustaría tenerlos cuando me vaya hoy -Lorimer se retiró de la fotocopiadora y la dejó recoger las copias. Cuando ella se enderezó, él todavía la observaba con la misma extraña expresión en los ojos, se volvió de forma abrupta y recogió su maletín, que había dejado sobre el escritorio de Skye.

Como de costumbre, éste estaba cubierto de papeles, carpetas, diccionarios, manuales, mapas y libretas de apuntes, mezcladas con plumas, limas de uñas, lápiz labial y discos de computadora, cajas de pañuelos desechables, así como chocolatinas.

– No sé cómo puedes trabajar en ese desorden -revisaba todo con irritación-. No es de extrañar que pierdas cosas. ¿Y qué hacen esas flores aquí? -su mirada se agudizó al mirarla-. ¿Son de Charles Ferrars?

– No. Las compré yo -se relajó, aliviada al tratar de nuevo con el irritable Lorimer. El le era mucho más familiar y mucho menos perturbador que el cálido hombre atractivo que le había sonreído. Era tan normal, que se preguntaba si había imaginado la carga eléctrica en el ambiente cuando se miraban uno al otro.

Con un esfuerzo, Skye recuperó la compostura.

– ¿No has visto que hay flores sobre el escritorio de Sheila? Compré algunas para la Recepción, algunas para aquí y otras para tu oficina -abrió la puerta y le mostró su escritorio con un enorme florero lleno de margaritas.

Lorimer las miró y luego a Skye, como si ella se hubiera vuelto loca.

– ¿Para qué? -sí, definitivamente estaba normal de nuevo.

– Pensé que así sería mucho más agradable -le explicó-. La oficina es tan sosa… quiero decir que todo tiene mucho gusto pero… -miraba el cuarto bien proporcionado y elegante-, necesita algo cálido, ¿no crees?

Lorimer señaló el ramo de flores sobre el escritorio de ella.

– Un florero con una flor es una cosa, pero todo un seto herbáceo es otra completamente diferente. ¿Era necesario poner tantas?

– Me pareció buena idea en ese momento -dijo Skye ingenua-. Además, charlé con la señora que tiene el puesto de flores cuando me bajé del autobús esta mañana y no me pareció apropiado comprarle sólo un ramito de margaritas. Su esposo huyó hace muchos años y ella tiene cinco hijos que alimentar, sin mencionar a su anciano padre que…

– ¡Líbrame de los detalles! -Lorimer levantó una mano para interrumpirla-. No tengo deseos de descubrir la historia de la vida de cada extraño que pasa. Sólo díme si piensas correr con los gastos de esa infortunada mujer cada mañana, comprándole el puesto entero.

– Creo que cada tres días estará bien. Cada mañana me parece excesivo.

– Me sorprende que eso te detenga -le dijo con acritud-. El exceso parece ser tu segundo nombre. ¿Se supone que yo proporcionaré los fondos para este caritativo gesto?

– No sería tanto -trató de engatusarlo-, y la oficina se vería mejor, ¿verdad? -Lorimer gruñó algo como respuesta-. Le pregunté a Murray si podía tomar algo de la caja -perseveró-, y él dijo que estaba seguro de que no te importaría, aunque pensaba preguntártelo primero, claro -añadió con rapidez.

– Me complace escuchar eso -comentó irónico y caminó hasta su escritorio, se quitó la chaqueta antes de sentarse-. Parece que ya tienes a mi contable comiendo de tu mano, y a todos en este lugar. Sheila me ha dicho que estás organizando algo así como una reunión del personal esta noche.

– Solo vamos a comer pizza. Pensé que sería agradable conocerlos a todos -Skye vaciló en el umbral, al observarlo enrollar las mangas de su camisa mientras miraba los menajes que ella le había dejado sobre el escritorio-. ¿Quieres venir?

Lorimer levantó sus cejas oscuras.

– ¿Yo?

– Eres miembro del personal -le señaló.

La miró pensativo un momento y regresó su atención hacia los menajes.

– Gracias, pero no, gracias. Ya tengo planes para esta noche.

– ¡Oh! -Skye se sintió tonta. Por supuesto que él tenía sus propios planes. Tendría mejores cosas que hacer que ir a comer pizza. Se preguntaba qué haría y con quién estaría-. ¿Quieres una taza de café?

– Gracias -Lorimer ya estaba mirando los mensajes de forma ausente.

Skye bajó al sótano donde encontró a Sheila que volvía a llenar la cafetera.

– En realidad estoy entusiasmada por lo de esta noche -comentó la recepcionista-. No pensamos en salir juntos antes de que tú llegaras, Skye y todos estaban acostumbrados a irse a casa después del trabajo y apenas hablamos entre nosotros cuando estamos aquí. No sé por qué, pero todo es más divertido desde que tú llegaste.

Caminó hasta la ventana para mirar a la calle. Era un húmedo día gris y las luces estaban encendidas en todas las oficinas.

– Le he preguntado a Lorimer si quería venir con nosotros esta noche -dijo Skye de forma casual y Sheila casi dejó caer la lata del café.

– ¡No lo hiciste!

– ¿Por qué no?

– Yo no me atrevería -susurró Sheila impresionada-. ¡Eres valiente, Skye! Yo me sentiría aterrorizada si me gritara como te grita a ti.

– Es que por lo general, me lo merezco -Skye sonreía con franqueza-. De todas formas no va a venir, así que puedes relajarte. Dijo que estaba ocupado.

– Es probable -aceptó Sheila con alivio-. Creo que sale bastante.

– ¿Con quién? ¿Tiene una novia?

– No lo sé. Lo he visto salir un par de veces con Moira Lindsay. Ella es adorable y dicen que juega el golf de forma maravillosa.

– ¿Moira Lindsay? -el nombre sonó como una campana en la cabeza de Skye-. ¿No es la chica que será la secretaria de Lorimer, después de Navidad?

Sheila asintió.

– Correcto. Parece que es muy buena. Esto se va a quedar muy triste sin ti, Skye. Apenas llevas una semana y ya es difícil recordar cómo era antes de que tú llegaras.

Skye apenas la escuchaba. Apretaba el tazón de Lorimer tan fuerte que sus nudillos estaban blancos. Con razón no podía esperar que transcurrieran esos tres meses… ¡Qué agradable que su novia y su secretaria se convirtieran en una! Le había dicho que Moira estaba excepcionalmente bien calificada, pero no había apreciado hasta ese momento lo que significaban sus palabras.

Se quedó silenciosa mientras regresaba con Sheila. Menos mal que había descubierto lo de Moira antes de hacer algo tan tonto como enamorarse de Lorimer.

Dejó su tazón entre el revoltijo de su escritorio y llevó el otro con cuidado a la oficina de Lorimer. Estaba muy lleno y, concentrada, trataba de no derramar el líquido caliente sobre su mano. Iba a mitad del cuarto cuando observó que Lorimer tenía esa peculiar expresión en sus ojos, la misma que había visto antes. Se detuvo, intrigada.

– Si no llenaras el tazón hasta el borde, sería más fácil llevarlo -le dijo, pero Skye tuvo la sensación de que se esforzaba para parecer irritado. Se inclinó sobre los planos extendidos sobre el escritorio y le pasó el tazón.

– Con cuidado, está caliente -le advirtió mientras él movía su mano para tomar el asa. Al sentir su piel contra la suya, respingó y el café caliente se desbordó sobre sus dedos.

– ¡Ay! -de forma instintiva retiró su mano antes de que Lorimer hubiera sostenido la taza y cayó con un ruido sobre los blancos planos, derramando el café por todos lados.

– ¡Mujer estúpida! -Lorimer echó hacia atrás su silla y se puso de pie de un salto antes de que el café tuviera oportunidad de caer en su regazo. No había nada forzado en su irritación-. ¿Por qué lo has soltado?

Skye lamía sus dedos escaldados.

– Pensé que mi mano era más importante que tus planos.

– ¡Eso es muy discutible! -respondió furioso-. ¡Mira el lío que has armado! Tendremos que copiar todos estos planos de nuevo -los arrugó y los depositó en el cesto mientras que Skye limpiaba la mesa con pañuelos desechables.

– Aquí, dame -se los quitó de la mano-. ¡Como de costumbre sólo empeoras las cosas!

– No sé por qué estás tan molesto conmigo. Ha sido un accidente.

– Hay demasiados «accidentes» cuando tú andas por aquí -le lanzó-. La oficina es un caos total desde que llegaste y yo tengo trabajo acumulándose porque eres muy lenta, pasas el tiempo distrayendo a mi personal así que nadie hace ningún trabajo y eres tan ineficiente que ni siquiera puedes tomar un recado de forma apropiada.

– ¿Qué quieres decir?

– ¡Mira estos! -recogió un puñado de mensajes que ella le había dejado más temprano ahora húmedos y manchados de café y los sacudió ante ella-. La mitad son ilegibles, la otra mitad tan vagos que pueden considerarse ilegibles. No tienen fecha, ni hora de la llamada, ni siquiera tienen los números para que yo pueda llamar a la gente y no se escribe Kerrkobry, sino Kirkcudbright.

– Lo escribí como suena -objetó Skye.

– ¡Debiste escribirlo de forma apropiada!

– No es culpa mía que la mitad de los pueblos en Escocia tengan unos nombres tan raros -musitó-. Se necesita telepatía para saber cómo escribirlos:

– Todo lo que se necesita es un libro de referencia -dijo Lorimer con acritud-, y por supuesto, una mínima inteligencia que es obviamente el mayor problema en lo que a ti concierne -lanzó los pañuelos mojados al cesto-. Y tienes la osadía de quejarte de que las copiadoras son un desperdicio de espacio. ¡Al menos ellas no le echan a uno encima el café!

– ¿Por qué entonces no empleas a un robot? -lanzó Skye que perdió el control-. Eso te gustaría ¿verdad? Una máquina sin alma a la que pudieras gritarle todo lo que quisieras.

– No necesitaría gritarte si fueras mínimamente eficiente.

– Bueno, en el futuro, puedes ahorrarte los gritos -Skye estaba molesta-. Ya no necesitarás gritarme más. ¡Me voy! Puedes mecanografiar tus propias cartas hasta que tu preciosa Moira llegue aquí -le dijo y salió dando un portazo.