142408.fb2
HAS planeado algo con Charles para esta semana?
Skye levantó la mirada con cautela de su procesador de palabras en cuanto Lorimer entró en su oficina un miércoles. Durante las dos últimas semanas había procurado ignorarlo, pero no podía evitar el salto de su corazón cada vez que él aparecía. Lorimer, a su vez se comportaba de igual forma que antes, tanto que a veces Skye se preguntaba si había imaginado el beso cuyo recuerdo tanto la atormentaba.
El ambiente entre ellos era tenso, como siempre había sido, y cuando fue obvio que Lorimer no iba a mencionar el beso, Skye se relajó. Todavía tenía cuidado de no tocarlo y no se dio tiempo para pensar o recordar. En el trabajo, arrastraba a Sheila a comer fuera o convencía a los otros para salir por las noches y el resto del tiempo impulsaba a Vanessa y a sus amigos a un remolino de actividades. Vanessa se quejaba de que estaba exhausta, pero la inextinguible energía de Skye estaba abastecida por una obstinada determinación de no permitir que Lorimer adivinara que ella había pensado en sus besos ni un sólo minuto.
– ¿Por qué lo preguntas? -no había sabido ni una palabra de Charles desde esa fatídica noche.
– Porque vas a venir mañana conmigo a Galloway y nos quedaremos el fin de semana.
– ¡Gracias por avisarme!
– En caso de que no lo hayas notado, esto es una oficina, no una agencia de citas -dejó un expediente en su bandeja de entrada-. Nos quedaremos en el Kielven Inn y llámalos para reservar habitaciones.
– ¿Y si están al completo?
– ¿A finales de noviembre? Estaremos solos. De todas formas, me he quedado ahí a menudo así que no tendremos problemas. También nos acercaremos a ver a los Buchanan. Tienen una casa que yo quiero convertir en un hotel y he podido convencerles de que hablen conmigo después del fracaso con los inversionistas ingleses. No hay nada definitivo, así que es vital que les causes una buena impresión… eso quiere decir que deberás mantenerte callada y comportarte, y por todos los cielos, trata de parecer un poco más seria y un poco menos del tipo «alcoholizado». Te recogeré mañana a las nueve de la mañana, no te retrases.
Fue inevitable, Skye se durmió. Pasó una noche salvaje con el grupo de Vanessa, tratando de convencerse de que si alguno de los chicos la besaba como lo había hecho Lorimer tendría exactamente el mismo efecto, sólo que sabía que no sería así. Eran amigables y divertidos; pero ninguno tenía la boca de Lorimer, las manos de Lorimer o el cuerpo fuerte y duro de Lorimer.
A las nueve en punto, el claxon de un coche sonaba impaciente abajo y Skye, que había salido de la cama apenas veinte minutos antes, se asomó por la ventana, con el pelo todavía mojado por la ducha rápida y llamó a Lorimer. Lo vio fruncir el ceño y salir del coche mirando su reloj.
– ¿Puedes darme diez minutos? -le gritó por lo que todos en la calle se detuvieron y asomaron las cabezas para ver qué sucedía.
Lorimer se tensó molesto al sentirse parte de un espectáculo público. Señaló su coche que estaba estacionado en doble fila, con el motor encendido.
– Un minuto -le gritó-. Si no estás aquí para entonces me iré sin ti y puedes empezar a buscarte otro trabajo.
Gruñendo, Skye metió el secador en su maleta, la cerró y recogió sus cosméticos del cuarto de baño. Sin tiempo para pensar, simplemente sacó todo de su guardarropa y lo metió en la maleta con el resultado de que resultó demasiado pesada y tuvo que bajarla a empellones por la escalera.
Tenía las mejillas sonrojadas y estaba sin aliento cuando llegó a la acera, mientras se ponía la chaqueta y una bufanda y trataba de fijar los pendientes que, en esta ocasión, eran cebras. Luchaba por mantener su bolsa de cosméticos a salvo, bajo su brazo.
Lorimer salió del coche con expresión de profunda irritación y le quitó la maleta.
– ¿Qué rayos llevas aquí? ¡Sólo estaremos fuera un par de noches!
– No estaba segura de lo que necesitaría -jadeó Skye cuando al fin pudo cerrar el gancho del segundo pendiente-. Así que lo he metido todo -se metió en el coche y se dejó caer en su asiento, dándose aire con un periódico.
– Espero que «todo» incluya algo más sensato que lo que llevas ahora -dijo Lorimer que parpadeó al mirar en todo su esplendor el atavío de Skye. Ella se había sentido complacida de su elección, pero era obvio que Lorimer tenía otras ideas. Él miraba su falda corta y la camiseta a rayas blancas y negras, luego su mirada viajó hacia abajo a las esbeltas piernas embutidas en brillantes medias negras y continuó hasta los zapatos negros de tacón alto-. Pensé que te había dicho que vistieras como una ejecutiva.
– ¿Qué tiene esto de malo? -Skye señaló su persona-. ¡Esta a la moda! Lo elegí especialmente porque era blanco y negro y tú dijiste que no querías ningún color brillante -se echó el cabello hacia atrás y señaló sus pendientes-. Mira, hasta obtuve estos para hacer juego. ¡Nunca había ido tan conjuntada!
– No vamos a Galloway a ver a la tribu Masai Mara -señaló Lorimer cáustico-. La idea de este viaje es que te mantengas callada y te confundas con el fondo. Se supone que tengo que convencer a los Buchanan de que van a hacer un negocio respetable y no podré hacerlo si me presento con una secretaria que parece que va de safari -la miraba irritado mientras esperaba para dar vuelta en Bruntsfield Place-. ¿No tienes algo liso?
– Sólo mi vestido negro -dijo sin pensar. Quiso que se la tragara la tierra. Volvieron a ella los recuerdos de ese pasillo en penumbra y la pasión intensa que los apretó de forma tan inesperada. ¿Recordaba Lorimer el vestido? ¿Recordaba haber trazado el escote con uno de sus dedos tentadores? ¿Recordaba haber bajado la cremallera con lentitud para deslizar las manos por sus hombros?
Skye tragó pues deseaba poder olvidarlo. Miró de soslayo su perfil y sus largas pestañas.
– ¡Oh, ese vestido! -comentó seco. Era obvio que sí recordaba y Skye deseó haber cerrado la boca. Esperaba parecer fría y despreocupada-. No creo que ese vestido sea adecuado para un viaje como éste -una inquietante mirada brilló en sus ojos-. ¡Tú eres la única chica que conozco que puede vestir por completo de negro y parecer llamativa!
– ¿Qué importa lo que yo vista? Nadie va a fijarse en mí si tengo que desvanecerme en el fondo y quedarme sin decir nada.
– ¿Cómo puedes desvanecerte en el fondo con esa apariencia? Quiero que la gente escuche lo que yo diga y no que esté bobeando contigo.
– ¡No diré ni una palabra!
– No tendrás que decir nada -se mostraba pesaroso-. Lo único que necesitas es quedarte sentada y enseñar las piernas…
Skye miró hacia sus medias por si tenían carreras.
– ¿Qué tienen de malo?
– No hay nada malo en ellas, al contrario -miraba sus rodillas y Skye de pronto se dio cuenta de que la falda se había subido hasta los muslos al sentarse y tiró de ella para bajarla-. Son demasiado… -vaciló y buscó la palabra adecuada y decidió al fin-: perturbadoras.
– Muchas veces llevo falda corta en la oficina y tú nunca me había dicho nada -señaló Skye.
– Todo en ti es perturbador, Skye.
A esa hora de la mañana los caminos estaban todavía llenos por ser la hora punta de tráfico y su progreso era lento. Skye observaba a los peatones que caminaban por el lado soleado de la calle, con las cabezas inclinadas para protegerse del viento. ¿Qué querría él decir con eso de «perturbador»? Ojalá no tuviera esa habilidad de inquietarla, ojalá que nunca hubiera mencionado ese maldito vestido. Quería olvidar lo cálida y excitante que era su boca.
Quizá se sintiera mejor si estuviera arreglada. De pronto recordó que iba sin maquillar y buscó su bolsa de cosméticos. La abrió para sacar el espejo. Después de darse colorete y pintarse los labios, se sentiría más segura.
– ¿Qué estas haciendo? -preguntó Lorimer irritado cuando se detuvieron en otra luz roja.
– Busco mi espejo.
– ¿Para qué rayos lo quieres?
– Quiero arreglarme. No importa, usaré éste -abandonó la búsqueda y con calma, giró el espejo del coche para que quedara frente a ella.
– ¡Qué rayos…! -Lorimer le lanzó una mirada de incredulidad y lo colocó como estaba anteriormente-. ¡Estoy conduciendo!
– No lo necesitas cuando estamos detenidos en un semáforo -señaló Skye de forma razonable y lo movió de nuevo hacia su lado-. No tardaré ni un minuto -abrió sus ojos azules y con cuidado empezó a ponerse rímel.
Lorimer sujetó el volante.
– ¡Que Dios me dé fuerzas!
– Oh, no hagas tantos aspavientos! -Skye estaba todavía enfadada. Quitó la tapa de su lápiz de labios de tono rosado-. No creo que sea un pecado.
– Skye, parece que no comprendes que vamos al campo -recalcó Lorimer entre dientes-. Vamos a recorrer caminos de barro y a negociar con rudos granjeros ancianos, no a un desfile de modas. ¡Estarás completamente fuera de lugar!
– Pues si voy a estar fuera de lugar, entonces una pincelada de lápiz labial no hará alguna diferencia, ¿verdad? -Skye limpió con cuidado el exceso de pintura y como Lorimer la miraba con frustración, mientras guardaba el lápiz labial dentro de su bolso, se volvió a mirarlo sonriente y señaló-: Ya está verde.
Los coches detenidos detrás de ellos tocaban sus bocinas con impaciencia.
– Eres tan superficial -dijo Lorimer mientras metía las velocidades con muy mal humor-. Parece que piensas únicamente en tu apariencia. Me sentiré contento cuando Moira se haga cargo y pueda tener una secretaria capaz de pensar en algo más que en sí, para variar.
– Moira tenía maquillaje cuando fue a casa de los Fleming -lo provocó Skye-. No oí que tú le dieras un sermón por ser superficial.
– Moira no estaba trabajando y tú sí. Esto no es sólo un paseo por la campiña, Skye. Me ha costado mucho arreglar este trato y no quiero que tú pongas en peligro todas mis negociaciones con algún comentario impertinente. Ya es bastante malo haber contratado a otra chica inglesa. ¡Sólo Dios sabe lo que pensarán los Buchanan cuando pongan sus ojos en ti!
– Con sinceridad, cualquiera pensaría que yo soy diferente.
– Alguien diferente podría ser un poco más predecible que tú. Por lo que yo puedo ver, tu acercamiento a la vida es completamente ilógico.
– No todos podemos estar programados como computadoras -protestó Skye-. Hay millones de personas lógicas.
– No creo que haya tantas chicas que lo dejan todo por seguir a un hombre que obviamente no se interesa en ellas.
Skye se sonrojó.
– ¿Quién dice que Charles no está interesado en mí?
– ¿Lo está?
Siguió un corto silencio. ¿Cómo podía decirle que no había pensado en Charles desde ese beso devastador?
– No he perdido la esperanza -respondió tensa. Que Lorimer pensara que ella todavía estaba enamorada de Charles. Tenía pocas defensas contra él y no podía permitir que su orgullo también se desmoronara.
– Siempre obsesionada -rió despectivo-. No puedo comprender qué ves en él. A mí me parece un tipo frío y aburrido.
– ¡Vaya comentario viniendo de ti!
– ¿Qué te hace pensar que yo soy frío, Skye? ¿Pensaste que era frío cuando te besé?
Skye sintió una oleada de humillante rubor subir por su garganta.
– Yo creí que querías olvidar ese episodio -pudo decir al fin con gran dificultad.
– ¿Lo crees? -su expresión era inescrutable.
– Pues yo deseo olvidarme de eso -lo recalcó como para convencerse.
– ¿Por qué? Lo disfrutaste… y no trates de negarlo -añadió cuando Skye abrió la boca.
– ¿Cómo iba a disfrutar de un beso tuyo cuando estoy enamorada de Charles? -le preguntó.
– Quizá eso signifique que después de todo, no estás enamorada de él.
– Espero que no estés sugiriendo que estoy enamorada de ti -exclamó Skye furiosa.
– No puedo pensar que eso sea factible -Lorimer la miraba con frialdad-. ¡Y con seguridad no te llevará a ningún lado si lo estás! Necesitas encontrar a alguien del tipo sufrido que esté preparado para aguantarte.
– Yo no necesito a nadie -Skye no sabía si sentirse lastimada o molesta-. Soy perfectamente feliz sola.
– Nadie lo adivinaría por la forma en que te comportas. Has perseguido a Charles Ferrars cuatrocientas millas y cuando él no te da ningún aliento, entonces empiezas con mi personal.
– ¿Tu qué? -Skye lo miró asombrada y la conquistó la ira-. ¿De qué estás hablando?
– Te he visto charlar con todos los hombres de la oficina. Eres toda sonrisas, risas y aleteo de pestañas con ellos -algo en su tono la hizo sospechar celos, aunque al instante lo desechó.
– Yo no aleteo mis pestañas -se mostró irritada-. Simplemente soy amigable.
– ¿Y qué hay de todas esas invitaciones para salir por la noche? ¡Supongo que una oficina no te da suficiente oportunidad! Parece que siempre sales con uno o con otro.
Skye estaba sorprendida de que lo hubiera notado.
– ¿Nunca has oído hablar de vida social?
– Es que no quiero que molestes a la gente. Todos eran muy felices antes, pero tú los has inquietado. Las chicas como tú siempre causan problemas.¡Lo siguiente será que todos mis hombres se corten el cuello unos a otros por tus enormes ojos azules!
Los enormes ojos azules en cuestión, brillaban de forma peligrosa.
– Una visita ocasional al bar no puede perturbar a nadie. Simplemente no te gusta la idea de que tu personal se divierta.
– No seas ridícula -espetó-. Lo único que no me gusta es ver a una mujer que se desvive por obtener un hombre.
Skye soltó un suspiro de exasperación. ¡Ojalá nunca le hubiera contado a Lorimer que estaba enamorada de Charles!
– Me sorprende que me hayas traído a este viaje -repuso sarcástica-. ¿No temes que salte sobre el primer hombre que vea?
– No es probable que tengas mucho éxito en este viaje. Tú les recordarás mucho a Caroline.
– ¿Caroline?
– La ejecutiva que enviaron de Londres mis inversionistas originales. La traje a Galloway, para que viera el lugar, pero se las arregló para disgustar a los Buchanan y casi volver loco a Duncan McPherson, tanto que por culpa suyo se deshizo el trato. Los Buchanan han aceptado de nuevo, pero Duncan es un viejo diablo obstinado y no perdonará la forma en que Caroline lo trató. Voy a acercarme a él con mucho cuidado porque posee la granja adjunta a la propiedad de Buchanan y algunos de sus campos serían perfectos para otro campo de golf de nueve hoyos. Pero es un hombre difícil y no sé si me escuchará.
– ¿Qué sucederá si no lo hace?
– Seguiríamos adelante sin él y tendríamos un campo de nueve hoyos aunque yo quiero que este hotel tenga lo mejor y eso significa un campo de dieciocho hoyos.
– Así que si no logras que este Duncan McPherson acepte vender la tierra que tiene vacante, ¿tendrías que abandonar el proyecto?
– De eso se trata -Lorimer hizo un gesto-. Estoy convencido de que puedo convertir la casa de los Buchanan y sus terrenos en un hotel y campo de golf soberbios, pero es cuestión de que todas las partes acepten y estoy muy cerca de reunir todas las piezas después de la desastrosa intervención de Caroline pero si pierdo un poco, como la tierra de Duncan McPherson, el resto se desunirá de nuevo y con ellos mi reputación. Esto significa mucho para mí, de ahí mi renuencia a contratarte. No quiero arriesgarme a ofender a nadie, ni que piensen que tengo a otra Caroline a cargo.
– ¿Soy tan parecida a ella? -preguntó Skye y no estaba segura de que deseara escuchar la respuesta.
– Tú eres inglesa -le dijo como si eso fuera todo lo que importara-. Eso será suficiente para medirte con la misma cinta pero por otro lado, en realidad, no te pareces a ella en nada. Caroline era muy astuta, muy eficiente, muy arrogante y muy despiadada. A ella no le importaba a quién pisoteara para salirse con la suya -la voz de Lorimer mostraba amargura y Skye le lanzó una mirada. ¿Se había sentido atraído hacia Caroline sólo para desilusionarse después? No le parecía factible porque Lorimer no era el tipo de hombre que se dejara pisotear y sinn embargo, eso podría explicar su resentimiento
– ¿Era atractiva?
– Mucho; si te gustan las reinas del hielo.
– Me parece justo tu tipo -gruñó Skye-. Fría, astuta, eficiente a todas las cualidades que yo no tengo.
– Existe una diferencia entre eficiencia y ser tan dura como las uñas -Skye decidió que había entendido mal su amargura. Ahora le parecía sólo malhumorado-. Tú y Caroline sois los dos extremos. Ella era despiadada y tú eres un caso perdido, pero cuando se trata de elegir al tipo de chica que me gustaría tener a mi lado en este viaje, es difícil escoger entre vosotras. Con franqueza, hubiera preferido dejarte en Edimburgo pero eres mi secretaria y tienes que ganarte el sueldo -miró en dirección a Skye-. Sólo espero que hayas comprendido lo importante que esto es para que permanezcas callada y me dejes hablar a mí.
Skye cruzó los brazos de forma virtuosa y asumió una expresión altiva.
– Ni siquiera sabrás que estoy ahí -le prometió y Lorimer suspiró.
– ¡Lo creeré cuando lo vea!
Pasaron sobre el curso de Tweed y continuaron por las lomas amarillentas y yermas. Todo parecía suave ante la palidez de la luz del sol, pero Skye se extremeció al pasar por La Cueva del Ganado del diablo, una enorme cavidad en las colinas, donde los ladrones de la frontera escondían el ganado robado y donde el diablo se reía al lanzar a sus víctimas desde la cima. Aún en un día brillante como ése, el lugar tenía un ambiente siniestro.
Una vez que bajaron de las colinas, el paisaje se hizo más suave y Skye se dedicó a admirarlo, decidida a no decir una palabra más en todo el viaje.
Llegaron a Glendorie al medio día. Los Buchanan vivían en una enorme casa de granito gris en las afueras de la villa y Skye pudo ver al instante lo que sería el lugar perfecto para un hotel. Las colinas bajas se extendían en bosques y los prados en frente de la casa llegaban hasta una corriente de agua, demasiado extensa para ser un simple arroyuelo y demasiado pequeña para llamarse río aunque ese día corría con bastante fuerza.
Los Buchanan eran una agradable pareja de unos setenta años, y salieron en cuanto oyeron el coche, acompañados por dos labradores negros.
– Recuerda que debes comportarte -insistió Lorimer-. Y por favor, no bebas mucho. No queremos otra actuación como la que diste en la casa de los Fleming.
– No te preocupes -Skye tenía expresión desafiante-. No me arriesgaré a una repetición de lo que sucedió después -prendió una brillante sonrisa en su rostro y salió del coche antes de que él pudiera contestar.
Estaba decidida a mostrarle a Lorimer que era capaz de parecer tranquila, pero su actuación fue estropeada por los dos labradores que, excitados, corrieron a saludarla. Ignorando el avergonzado intento de Angus Buchanan de detenerlos, metieron sus cabezas bajo la mano de ella hasta que tuvo que reír y acariciar sus suaves pieles.
– ¡Oh cariño, la llenarán de pelos! -se disculpó Isobel Buchanan mientras empujaba a los perros hacia un lado y estrechaba la mano de Skye-. Espero que no le molesten los perros.
– Por supuesto que no -le sonrió Skye con calidez, amistad y transparente sinceridad-. Siempre hemos tenido labradores en casa. Son adorables, ¿verdad?
– Es obvio que a ellos les gusta usted -Angus Buchanan se volvió después de saludar a Lorimer para mirar a Skye con obvia aprobación-. Los perros son buenos jueces del carácter.
– Mientras que no hayan manchado tan elegantes prendas -su esposa estudiaba la llamativa apariencia de su huésped con cierta reserva, pero se sintió aliviada cuando Skye sonrió.
– Lorimer diría que me lo merecía -le confesó-. Él quería que me pusiera un traje de dos piezas y un collar de perlas.
Ya tranquila, la señora Buchanan le sonrió.
– Ya tendrá tiempo para los trajes de dos piezas cuando sea mayor. Me gusta ver a la gente joven vestida con estilo.
Skye no pudo resistir lanzar a Lorimer una mirada de triunfo.
– Se supone que debes confundirte con el paisaje -le siseó en la oreja al entrar a la cómoda sala.
Skye lo intentó, en realidad, lo intentó pero los Buchanan habían decidido confiar en el juicio de sus perros y la acosaron con preguntas. Media hora después, Skye charlaba feliz, con una copa de jerez en su mano, acariciando las orejas de los labradores mientras admiraba fotografías de los nietos de los Buchanan que estaban en Australia.
– ¿Otro jerez, Skye?
Angus Buchanan estaba frente a ella. Detrás de él, Lorimer le envió una mirada amenazante que Skye no tuvo dificultad en traducir como una órden de que se negara con cortesía. Encontró su mirada con una suave sonrisa y extendió su copa.
A la hora de la comida se encontraba en estado chispeante y los Buchanan se mostraban encantados con ella. Lorimer, incapaz de gritarle como era indudablemente su deseo, estaba sentado con rostro malhumorado y eligió la primera oportunidad después del café, para arrastrarla fuera del salón.
– ¿Les importaría que lleve a Skye a dar una vuelta por la casa? Me gustaría tomar unas cuantas medidas.
– Por supuesto, por supuesto -Angus lo palmeó en el hombro-. Estábamos tan a gusto que nos olvidamos de que vosotros estáis aquí por negocios. ¡Tú mismo debes de olvidarte con una secretaria tan adorable como Skye! No, id adonde queráis.
– ¿Skye? -Lorimer estaba parado impaciente junto a la puerta y dijo su nombre entre dientes, pero Skye, con dos copas de jerez y un vaso de vino dentro de ella, terminó su café con una enfurecedora calma.
– ¡A sus órdenes, amo!
Todo el trayecto al subir la enorme escalera, tuvo que escuchar la furiosa diatriba que Lorimer había preparado desde antes de la comida. Era una exhibicionista. ¿Por qué nunca hacía lo que le decían? De forma deliberada lo había puesto en ridículo. Era frívola, poco práctica, completamente indigna de confianza, absolutamente imposible.
Sospechaba que él estaba molesto porque los Buchanan no la odiaban por ser inglesa. Skye lo aceptó, paciente, y esperó hasta que Lorimer terminó. Cuando llegaron hasta lo alto de la escalera, él se detuvo de repente y la miró.
Skye no dijo nada sino que le obsequió una alegre sonrisa, con los ojos azules muy brillantes. Lorimer luchó pero ni siquiera él estaba a salvo de su encanto.
– Eres imposible -dijo con una exasperada sonrisa y la tomó del brazo para conducirla por el corredor.
La última diatriba de Lorimer limpió el ambiente y Skye se sentía ligera mientras él le mostraba la casa. Arriba, los cuartos estaban en malas condiciones y necesitaban reparación y la mayoría de las notas de Lorimer eran para hacer las alteraciones inmediatas y las restauraciones que fueran necesarias. Los Buchanan habían admitido durante la comida que el mantenimiento de la casa era demasiado para ellos. Sus dos hijos vivían en el extranjero y aunque querían mucho la casa, ahora era una carga de la que estaban deseando deshacerse.
– La propiedad termina en el arroyuelo, allí -Lorimer estaba en el alféizar de la ventana de un dormitorio y Skye se reunió con él-. La tierra de Duncan McPherson está al otro lado. Como verás, sería magnífico si se pudiera incluir en el complejo.
– ¿Y si Duncan no quiere vender? -preguntó Skye dudosa.
– Llegó a considerar la idea antes de que Caroline interfiriera, así que no debe tener valor sentimental para él. Los campos no valen mucho como están y con franqueza, Duncan podría necesitar el dinero aunque no creo que lo admita.
– Todos tenemos nuestro orgullo -señaló Skye.
– ¿Hasta tú?
De pronto se dieron cuenta de que estaban muy juntos, mucho más de lo que se habían permitido durante las dos últimas semanas; sus ojos se encontraron y retuvieron sus miradas.
Skye sentía su aliento en la garganta y su corazón empezó a latir con lentitud. El recuerdo de su beso fue tan vívido que casi podía sentir su boca sobre la suya, sus manos trazando dibujos de fuego por su espalda. Podía saborear sus labios y oler el aroma cálido y limpio de su piel.
Podría tocarlo, deslizar sus brazos en torno suyo, levantar sus labios y rogarle que la besara de nuevo… Skye hizo que sus salvajes pensamientos se detuvieran pues no necesitaba dar ese paso para saber cuál sería la reacción de Lorimer. Debía tener orgullo, se recordó.
Retrocedió hacia la seguridad del amplio cuarto. Su voz estaba tan ronca, que tuvo que aclarar su garganta.
– Hasta yo -respondió.