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ANGUS Buchanan los esperaba al pie de la escalera.
– ¿Está todo bien?
– Sí, bien. El único problema parece ser Duncan McPherson, como ya sabes, Angus. Si él se niega a vender, podría afectar la decisión de mi inversionista.
– Dudo que llegues muy lejos con Duncan. Él no estaba de acuerdo con la idea de construir un hotel aquí y después del asunto de esa mujer… -levantó sus amplios hombros-, se ha vuelto muy hostil. Tendrás suerte si puedes verlo.
– Ya veré qué puedo hacer mañana -prometió Lorimer-. No te preocupes. Si lo peor de lo peor sucediera, trataría de obtener el capital por otro lado. Siempre puedo vender la rectoría.
– ¡No puedes hacer eso! -Isobel Buchanan parecía impactada-. Es una casa adorable. Creo que es una lástima que esté en tan mal estado, aunque cualquiera que vea esta casa pensaría lo mismo que nosotros.
– Uno puede decir que esta casa ha sido amada -dijo Skye y se preguntó de qué rectoría hablarían-. Está llena de recuerdos felices, eso es lo que la hace tan acogedora.
– Tienes razón, querida -Isobel la miraba aprobadora-… Yo siempre siento que una casa necesita niños y risas. La rectoría pide a gritos una familia que viva en ella -se volvió persistente hacia Lorimer-. ¡Espero que hayas oído eso, Lorimer! Ya es hora de que te cases.
Skye se quedó perpleja. Era obvio que conocían a Lorimer desde hacía tiempo y si pensaban que iba a casarse…
– No tengo planes por ahora -dijo Lorimer inexpresivo.
– ¡Oh, lo siento!… -la señora Buchanan se interrumpió confundida-. Yo pensé…
Skye sintió el sonrojo en sus mejillas.
– Sólo soy una secretaria -se apresuró a decir.
– Sí. Skye sólo me está ayudando hasta que Moira Lindsay esté libre para empezar a trabajar. Conocéis a Moira, ¿verdad?
– Este… sí, por supuesto -Isobel estaba mortificada-. Es una chica agradable.
Siguió una extraña pausa mientras caminaban al coche.
– ¿Irás a la cena de presentación el sábado por la noche? -preguntó Angus a Lorimer para llenar el silencio-. Tú eres un miembro y ya que estás por aquí… Nada es mejor que la cena anual del club de golf cuando se trata de hacer contactos y, créeme, vas a necesitarlos si quieres que tu idea, del hotel sea un éxito.
Lorimer vaciló al mirar a Skye.
– ¿Te importaría quedarte otro día?
– Por supuesto que no le importará -dijo Angus antes de que ella tuviera oportunidad de responder-. Os dejaré un par de invitaciones en la puerta.
– Lamento todo eso -se disculpó Lorimer cuando se iban-. Puedes marcharte en el tren si lo prefieres.
– No me importa quedarme -se mostraban muy corteses el uno con el otro, muy tensos. La tarde invernal caía y las luces parecían manchones borrosos a través de la neblina-. No sabía que conocías tan bien a los Buchanan.
– No los conozco muy bien, pero crecí no muy lejos de aquí, así que los recuerdo. Fueron muy bondadosos cuando… mi padre murió -terminó después de una pausa. Skye tuvo la sensación de que no era eso lo que originalmente iba a decir.
– ¿De qué rectoría hablaban? -preguntó para cambiar el tema.
– Es una casa antigua que está hacia abajo por la costa -ella percibió que él se sentía aliviado-. Pasé por ahí una vez el año pasado, buscando un lugar adecuado para el hotel y la encontré al final del camino -hizo una pausa al recordar cómo vio la rectoría por primera vez y su rostro se suavizó-. Era prácticamente una ruina y no servía para hotel, pero me enamoré de ella. Los constructores han estado trabajando todo el verano y ya debe estar acabada la reforma. De hecho, me gustaría ir a ver cómo van las obras si tenemos tiempo.
– ¿Cómo es? -dijo Skye.
– Está junto al mar y tiene vista hacia el estuario y las colinas. Todo es mar, cielo y luz -levantó los hombros, abochornado por su elocuencia-. También es demasiado grande y poco práctica. Isobel tiene razón, necesita una familia.
Skye se concentró en mantener su voz ligera.
– Algún día podrás tener una familia.
– No lo creo. El matrimonio y la familia son para gente que cree en finales felices.
– ¿Y tú no crees?
– No -respondió-. No creo.
Lorimer estacionó el coche fuera del camino bajo un viejo roble.
– Caminaré el resto del camino -dijo, sacando un par de viejas botas-. Oíste lo que Angus Buchanan comentó sobre Duncan. Todavía se siente amargado, así que es mejor que no te vea. Tú quédate aquí y espera hasta que yo regrese -cerró el portaequipaje y rodeó el coche para golpear en su ventanilla. Skye la bajó y lo miró interrogante-. Por favor, no hagas ninguna estupidez. Será mejor que no salgas del coche.
Furiosa, Skye observó cómo su alta y corpulenta figura caminaba por el sendero y quedaba fuera de su vista. El coche parecía muy vacío sin él.
La última noche había sido terrible. Como Lorimer predijo, eran los únicos huéspedes en el Kielven Inn; cenaron en un comedor vacío, tratando de mantener una charla cortés para disfrazar la tensión que todavía existía entre ellos. Al final, Skye se excusó por cansancio que no sentía y escapó a su dormitorio. Se acostó escuchando los sonidos de la charla alegre que llegaba del bar y preguntándose por qué Lorimer no quería casarse.
Skye miró al cielo, tratando de descubrir qué había cambiado entre ellos, cuándo y por qué. Algo había sucedido junto a esa ventana en el dormitorio, pero no podía descubrir exactamente qué. Lo único que sabía era que todo resultaba mucho más fácil cuando Lorimer se mostraba desagradable.
A la mañana siguiente, cuando Lorimer insistió en llevarla al campo de golf de Kielven para enseñarla a jugar, ella cambió de opinión. No sabía si Lorimer había llegado a las mismas conclusiones que ella aunque estuvo de muy mal humor y cuando llegaron al primer campo, Skye había decidido que después de todo, lo prefería tenso y cortés.
La lección no fue un gran éxito ya que Skye no era una deportista natural y parecía que perdía el tiempo extraviando la pelota y balanceando el palo en torno a su cabeza. Lorimer apretaba los dientes y ladraba instrucciones hasta que ella empezó a reír, lo que lo puso todavía más furioso, y Skye empezó a sentirse frustrada por su incapacidad de golpear a esa estúpida pelota. Ambos apretaban los labios cuando salieron, después de jugar nueve hoyos.
Skye se acomodó en su asiento y observó a un conejo desaparecer entre los árboles. Así de cautelosa debía ser ella, debía pensar antes de saltar feliz a situaciones que no podía controlar. Si no le hubiera dado por perseguir a Charles, ahora no estaría metida en un coche, a mitad de camino de quién sabe dónde en espera de un hombre que apenas se molestaba en disfrazar su disgusto por ella.
Hubo una época en que creía que Charles era todo lo que deseaba y ahora apenas podía recordar cómo era. Pensó en la última vez que lo vio y, de pronto, se encontró pensando en cómo sintió las manos de Lorimer sobre su piel. Una sensación de inquietud la estremecía cada vez que recordaba su boca.
Trató de pensar en otra cosa y encendió la radio, pero había muchas interferencias y, después de un rato, se aburrió. Espió en la guantera para ver si había algunas cintas. Al buscar dentro encontró un par de cassettes, antes de que su mano se cerrara sobre algo suave y plano. Curiosa lo sacó y lo revisó. Era una bufanda de seda, todavía envuelta.
Skye miró el suave diseño y la forma en que estaba doblada que mostraba el monograma de una «M» a través del papel. ¿Una «M» por Moira? ¿Qué más podía ser? Era obvio que Lorimer esperaba el momento oportuno para entregársela como un regalo inesperado. Era adorable y le quedaría muy bien a Moira. Debió escogerla con mucho cuidado. ¿Con amor? Skye arrojó el paquete dentro de la guantera y la cerró de golpe. No era asunto suyo si Lorimer quería comprarle regalos a Moira.
Se sintió inquieta y salió del coche. Frente a ella había un campo que bajaba hasta el río y al otro extremo podía vislumbrar las chimeneas de granito de la casa de los Buchanan, medio escondida entre los árboles. Esa debía ser parte de la tierra que Lorimer estaba tan ansioso de adquirir.
A Skye no le parecía parecía muy especial, pero en un impulso se subió sobre el valle para echar un vistazo de cerca. Hacía demasiado frío para quedarse quieta y estaba demasiado aburrida para regresar al coche, con ese recordatorio de Moira en la guantera. No había ganado por allí, y si Lorimer estaba escondido en una cálida granja con Duncan McPherson, no le importaría que diera un corto paseo por el campo.
El césped estaba húmedo y pronto empezó a lamentar no tener unas botas de agua. Debía haber llovido recientemente ya que el río golpeaba con fuerza contra las orillas, arrastrando ramas muertas y extraños pedazos de plástico.
Skye se acercó a mirar un bulto que parecía atascado entre la retorcida raíz de un árbol y una rama. Era una oveja e hizo un gesto asumiendo que se había ahogado. ¡Pobre cosita! Debió caer al río y fue arrastrada.
Iba a darse vuelta cuando la oveja hizo un movimiento. Estaba apresada por la rama y no podía llegar a la orilla. Skye vaciló. Debía ir a buscar al granjero, pero como sería Duncan McPherson, Lorimer no le agradecería que irrumpiera sus delicadas negociaciones. Además, tardaría mucho tiempo en encontrarlos y la infortunada oveja estaba en las últimas. No podía dejarla morir.
Tomó una decisión y se deslizó por la orilla. Esa parte era un lodazal y sus zapatos quedaron arruinados.
Se acercó más al agua y se inclinó para tratar de sujetar a la oveja por la piel, pero estaba demasiado lejos. No había nada que hacer: iba a tener que mojarse los pies. El agua estaba helada cuando se metió en el río. Apretó los dientes y dio otro paso hacia la oveja y de pronto quedó sumergida hasta la cintura.
– ¡Ay, ay! -por un minuto no pudo hacer nada excepto sacudir las manos y jadear ante el intenso frío que le llegó a través de la ropa. ¿Por qué al menos no se había quitado el suéter? Bueno, ya estaba metida en eso y era mejor seguir adelante.
Vadeó hasta la oveja y trató de liberarla de la rama, pero su presencia llenó de pánico al animal, que se enredó todavía más y logró sumergir por completo a Skye en el proceso. Salió a la superficie, jadeante y maldiciendo en voz alta.
– ¡Estoy tratando de ayudarte, estúpido animal! -le llevó bastante tiempo, pero, al fin, pudo sacar tanto a la oveja como la rama a la orilla donde se quedaron en total inmovilidad.
Skye salió del lodo después de ella, resollando por el esfuerzo.
– Vamos, no puedes morirte ahora -jadeó, trastabilló y se inclinó para tirar de la oveja y ponerla lejos de la orilla. En la distancia escuchó un grito, pero estaba demasiado ocupada con la poco cooperativa oveja para atender. De pronto, la oveja se dio cuenta de que había tierra firme bajo ella y de nuevo, sin ninguna advertencia, volvió a la vida. En un momento era un montón apenas vivo y al siguiente se soltó de sus manos y subió la orilla para cruzar el campo, sin siquiera darle las gracias.
Skye perdió el equilibrio por el súbito empujón y cayó sobre el lado.
Durante un rato, se quedó ahí, preguntándose si todo eso no sería más que una pesadilla, pero el lodo y el frío eran demasiado reales así que con una exclamación de disgusto se puso de pie, escupió el lodo y lo quitó de sus dedos. ¡Estaba cubierta de lodo!
– Espero que me estés agradecida, oveja -musitó y levantó su cabeza para encontrarse mirando hacia dos rostros que tenían idéntica expresión de incredulidad. Lorimer estaba parado junto a un hombre anciano fibroso y rudo. Ambos la miraban incrédulos.
– Hola -saludó Skye, alegre. Les ofreció su mejor sonrisa, que tampoco le devolvieron.
– ¿Qué rayos estás haciendo? -preguntó Lorimer entre dientes.
– Bueno, esa oveja… -Skye miró en torno como para probar su historia. Estaba pastando en medio del campo. ¡Vaya gratitud!
El granjero miró de Skye a la oveja, con verdadero asombro.
– ¿Quiere decir que se metió al lodo por esa vieja bolsa de huesos?
– Se estaba ahogando -trató de explicarle Skye. Sabía que los granjeros eran poco sentimentales, pero eso era ridículo-. No podía dejarla ahí -miró a la oveja de nuevo-. ¿Cree que estará bien?
– ¡Oh, sí! -Duncan McPherson gruñó y le lanzó una mirada poco compasiva a la oveja-. Son duras, yo diría que más duras que usted -sonreía con malicia.
– Estás temblando -dijo Lorimer de pronto y caminó hasta lo alto de la orilla para darle la mano-. Vamos, sal de ahí -le ordenó con la misma compasión que demostró Duncan por su oveja-. ¡Cielos, que lío! -le dijo a Skye cuando tiró de ella hasta la orilla, mojada y sucia, con el cabello pegado. La mano de él estaba caliente y Skye hubiera querido aferrarse a ella, pero Lorimer no podía esperar a soltarla. Desconsolada, Skye limpió sus manos contra los pantalones aunque sólo empeoró las cosas.
– Lo siento, Duncan -dijo Lorimer, intentando, sin éxito, disfrazar su furia-. Esta es mi… ella es Skye Henderson.
Skye sonreía y Duncan McPherson asintió.
– Es mejor que vaya hasta la casa para secarse -le dijo.
– No quiero causarle molestias -balbuceó entre dientes.
– Debiste pensar en eso antes de salir del coche -dijo Lorimer cortante, pero se quitó su chaqueta para rodearle con ella los hombros-. Vamos, muévete. No quiero que pesques una neumonía.
La granja era cuadrada, sólida y estaba al final del sendero. Duncan se metió en la cocina y puso la tetera al fuego antes de desaparecer por la escalera y volver con un camisón viejo de franela. Tenía manga larga, cuello alto y olía a naftalina.
– Esto es de mi esposa -gruñó y lo lanzó a las manos de Skye-. Es mejor que se lo ponga cuando se haya lavado.
Skye chapoteó hasta el baño y se quitó la ropa mojada. La fontanería parecía anticuada, pero el agua estaba gloriosamente caliente y se sintió mucho mejor una vez que se lavó el lodo y secó con la toalla. Frotó su cabello y se puso el camisón. Su esbeltez casi se perdía dentro de los voluminosos pliegues, aunque estaba limpia y caliente y, lo mejor de todo, seca.
Cuando regresó a la cocina, Lorimer estaba sentado ante la mesa de madera con un tazón de té en las manos y charlaba con Duncan, que estaba de espaldas a la puerta. Skye no tenía a menudo la oportunidad de observar a Lorimer sin ser vista y vaciló sólo para inhalar mientras él sonreía por algo que Duncan decía.
Como si percibiera su fuerte reacción, Lorimer miró sobre el hombro de Duncan hacia donde estaba Skye y su sonrisa se desvaneció. El rostro de ella estaba lavado y relucía, sus rizos estaban húmedos y pegados a la cabeza y ella no era consciente del hecho de que la luz del pasillo brillaba a través del material blanco del camisón y marcaba la silueta de sus curvas esbeltas.
Después de un momento, Duncan notó el cambio en la expresión de Lorimer y se volvió en su silla.
– Entre -dijo al ver a Skye-. Le traeré algo de té.
– Gracias -dijo nerviosa. La mirada de Lorimer la hacía sentirse estúpida y tímida. Trató de no mirarlo mientras se sentaba en la silla que Duncan colocó para ella-. Siento causarle tantos problemas.
– Es lo menos que puedo hacer después de que usted salvó a una de mis ovejas -gruñó Duncan. Colocó frente a ella el tazón de té-. No es que esa oveja valga mucho, pero… aprecio la intención -guiñó los ojos y Skye entendió que él aparentaba ser un granjero duro, pero en el fondo estaba complacido de tener a su oveja a salvo. Ella rodeó el tazón con sus manos y le sonrió.
– ¿Sabía usted que estaba perdida?
– Sí, las conté en el campo. Tenemos una valla para mantenerlas lejos del arroyo, pero siempre hay una que se las arregla para salir. He perdido unas cuantas cuando el agua sube y estaba revisando las orillas cuando vi que su hombre se encaminaba al río, en dirección contraria.
– Fui hasta la granja -explicó Lorimer-, pero no pude encontrar a Duncan hasta que regresé al coche sólo para encontrar que habías desaparecido. No me sentí complacido, como podrás imaginar, especialmente cuando escuché gritos y maldiciones no apropiados para una dama, y es obvio que Duncan también los oyó.
– Completamente inapropiados para una dama -confirmó Duncan con seriedad, pero guiñó un ojo a Skye, quien se sonrojó y bajó la cabeza.
– Al menos Duncan y yo tuvimos oportunidad de charlar mientras estabas en el baño -dijo Lorimer, aplacado-. Y Duncan ha aceptado, reconsiderar mi nueva propuesta.
– ¡Oh, bien! -Skye resplandecía-. He visto sus palos en el pasillo -le dijo a Duncan-, y usted podría jugar todos los días con un campo de golf justo en el umbral de su puerta.
– Los granjeros no tienen tiempo de jugar todos los días -gruñó Duncan-, y supongo que un campo como éste no está abierto para tipos como yo.
– Por supuesto que sí -Skye ignoró los intentos de Lorimer de llamar su atención-. No me sorprendería que lo hicieran miembro honorario para agradecerle el haber hecho posible la construcción del campo.
Duncan lanzó una mirada especulativa hacia Lorimer.
– ¡Ah! bueno… podría ser, sí -respondió despacio.
– Estoy seguro de que podemos arreglarlo -le aseguró Lorimer.
– Piense en lo agradable que sería caminar por el sendero y dar una vuelta o dos cuando usted lo deseara -añadió Skye, persuasiva-. Debe ser muy solitario vivir aquí y estoy segura de que habría cantidad de visitantes a los que les gustaría jugar golf con alguien como usted, alguien que de verdad conozca el campo.
Los ojos de Duncan tenían una expresión de lejanía y era obvio que imaginaba cómo los agradecidos visitantes le expresaban su aprecio por su conocimiento del lugar, en el hoyo diecinueve.
– Supongo que no sería tan malo -sonrió tímido a Skye-. ¿Usted juega?
– Sí… -dijo orgullosa al recordar su lección y entonces captó la mirada de Lorimer-, un poquito.
– Entonces quizá juguemos en alguna ocasión.
– Me gustaría -aceptó sonriente.
– Necesitará practicar mucho antes de jugar con alguien como usted -comentó seco Lorimer-. Skye todavía cree que un bosque son muchos árboles y una plancha es algo que uno usa cuando está llena la cesta de la lavandería.
Skye lo miró y vio que la observaba con una mezcla de diversión, resignación, exasperación y algo más que no pudo identificar, pero que la hizo sentir un vacío por dentro. Levantó sus ojos y tomó el tazón entre sus manos, como si tuviera frío.
Bajo su pose de duro, Duncan tenía un sentido del humor burlón y era obvio que Skye le gustaba. Animado por el interés de ella, le habló de su esposa y de cómo lucharon por mantener la granja funcionando en el curso de los años. Su único hijo no quiso ser granjero y para disgusto de Duncan se fue a trabajar de contable en Dundee. Desde la muerte de su esposa, diez años antes, Duncan se había vuelto severo, incapaz de considerar una vida diferente, interrumpiendo el rudo trabajo sólo para sus vueltas semanales a Kielven, a media hora de distancia, para jugar al golf.
Todo eso se lo contó a Skye mientras Lorimer los observaba: el rudo granjero anciano y la vibrante chica con los agradables ojos azules y los rizos que se secaban en un desorden dorado en torno a su cara. Cuando Lorimer observó su reloj e indicó que debían ponerse en camino, Duncan estaba embarcado en una denuncia contra la política agrícola actual y se sintió desilusionado al ver interrumpida su charla.
– ¿Va usted a regresar a Edimburgo?
– No, pensamos quedarnos para la cena de presentación de mañana. ¿Usted irá, verdad Duncan?
– He ganado la Copa Kielven este año -les comentó orgulloso-. Y voy a recibirla.
– En ese caso, nos veremos allí -afirmó Lorimer-. Tendrá la oportunidad de pensar las cosas y quizá pueda dejarme saber entonces si ha decidido aceptar mi propuesta.
Pero Duncan era demasiado astuto para ser apresurado a tomar una decisión con tanta rapidez.
– Quizá haya decidido algo entonces, quizá no -fue todo lo que dijo.
Afuera ya estaba oscuro, frío y húmedo.
– Es mejor que te lleve en brazos -dijo Lorimer al mirar los pies desnudos de Skye. Duncan había insistido en que conservara el camisón y metiera toda su ropa mojada en una bolsa de plástico. Cuando Lorimer la levantó en sus brazos, Skye enredó los de ella en torno a su cuello. Ardía, estaba consciente de su desnudez debajo del camisón y de los brazos fuertes de Lorimer que la abrazaban contra su pecho.
Duncan caminó por el patio de la granja junto a ellos, cargando la bolsa con la ropa. Una vez que Skye estuvo a salvo, instalada en el coche, se inclinó a través de la ventanilla y estrechó su mano para despedirse. Luego asintió hacia Lorimer.
– No queremos que ella se ahogue -le dijo-, así que cuide mejor a su chica en el futuro. No es tan tonta como parece.
Lorimer se volvió a mirar a Skye cuando el motor volvió a la vida y su sonrisa brilló ante las luces del tablero.
– Empiezo a pensar que usted tiene razón -aceptó.