142408.fb2 Amor Inesperado - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

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Capítulo 8

KIELVEN era una pequeña villa de casas blancas apiñadas en la costa, donde las colinas se desvanecían dentro del mar. Durante la marea baja, el agua era drenada hasta Solway, el estuario que dividía Escocia de las colinas de Cumbría y dejaba atrás una vasta extensión de reluciente lodo surcado por canales de plata. Uno podía caminar tres millas por los lodazales hasta el mar, le contó Lorimer a Skye esa mañana. Pero la marea era traicionera, pues llegaba a tremenda velocidad y ahogaba a los caminantes descuidados en sus peligrosas corrientes. Había puntos que conocían los lugareños, donde la marea podía llevarse a un hombre a caballo.

La marea estaba subiendo cuando regresaron al hotel. La gente se quedó atónica al ver a Skye con el camisón de la señora McPherson y todas las charlas se detuvieron cuando Lorimer la dejó en el suelo.

– ¿Por qué siempre me haces sentirme ridículo? -musitó él muy quedo.

Por acuerdo tácito, evitaron el comedor vacío y comieron en el agradable bar con su fuego trepidante y las hileras de botellas de whisky colgadas del techo sobre la barra. Skye se había quitado el camisón, pero de alguna forma estaba igual de llamativa con los vaqueros. Pero eso ella no lo sabía porque no era consciente de nada salvo de la presencia de Lorimer.

– ¿Estás bien? -Lorimer de nuevo la observaba de cerca y ella sintió que un traicionero rubor coloreaba sus mejillas.

– Sí -odiaba el tono de su voz alto y chillón-. Al menos… está muy cargado el aire aquí, ¿verdad?

Lorimer miró hacia la ventana.

– Parece que ha dejado de llover y me gustaría dar un paseo -vació su vaso y se puso de pie-. ¿Vienes?

Ayudó a Skye a ponerse la chaqueta y ella se estremeció con el roce de sus dedos en el cuello.

Ya no llovía, pero hacía mucho viento. Caminaron en silencio. La costa terminaba en una playa con guijarros, protegida contra lo peor del viento y Lorimer extendió una mano para ayudar a Skye a caminar sobre las piedras. Sus dedos la apretaban y, por un momento, pensó que iba a retenerla. Pero él la soltó enseguida.

Se sentaron juntos sobre una roca plana y escucharon a las olas romper sobre la playa. Podrían haber estado solos en el mundo, rodeados por la negrura de la noche. Skye podía ver la espuma de las olas cuando se estrellaban contra las rocas y, más allá, la nada. Sólo existía el sonido del viento y el agua, el rocío sobre su rostro y Lorimer, quieto y fuerte junto a ella.

Desde que uno de sus hermanos la había encerrado en un armario durante mucho tiempo, cuando todos eran pequeños, Skye odiaba la claustrofóbica negrura de la oscuridad. Era una de las razones por las que le gustaba vivir en una ciudad donde nunca estaba completamente oscuro o completamente silencioso. Ahí era diferente: no había farolas en las calles, no pasaban automóviles con sus luces, no se escuchaban las televisiones de los vecinos hasta altas horas de la noche, únicamente el viento, la lluvia y la noche.

Esperando que Lorimer no lo notara, Skye se acercó más a su segura presencia. Mientras él estuviera ahí, ella estaba a salvo y la oscuridad misma era una comodidad porque escondía sus brillantes y frívolos colores y quitaba importancia a las diferencias entre ellos. Era difícil verlo con claridad, pero podía discernir la línea de su nariz, su mentón y el tenue brillo de sus ojos cuando miraba hacia la oscuridad, casi como si él se hubiera olvidado de que ella estaba ahí.

Skye se preguntó en qué pensaba. Lo que fuera, no pensaba en ella y sintió dolor al saberlo.

– ¿Dónde está tu casa? -preguntó lo primero que sé le ocurrió, acuciada por el súbito deseo de recordarle su presencia.

– ¿La rectoría? -Lorimer pareció despertar y señaló hacia la oscuridad-. Al otro lado de la bahía. Quizá podamos ir mañana ya que tenemos algo de tiempo antes de la cena -vaciló-. Al menos… tú no tienes que ir si no lo deseas.

– No, pero me gustaría hacerlo -interrumpió Skye con rapidez y se dijo que era simple curiosidad por ver la casa de la que él se había enamorado y no desesperación por estar cerca de él.

Siguió otra larga pausa y entonces ambos hablaron a la vez:

– ¿Podrás?… -dijo al mismo tiempo que Lorimer.

– Yo…

– Tú primero -remarcó Skye.

Él se quedó en silencio por tanto tiempo que ella pensó que no la había escuchado.

– Creo que te debo una disculpa -su voz salía de la oscuridad-. Estaba muy equivocado al insistir en que no serías bienvenida aquí porque eres inglesa -continuó y eligió sus palabras con cuidado-. Es obvio que los Buchanan pensaron que eres maravillosa y también Duncan McPherson. Gracias a ti puede que venda su tierra. Si no hubiera sido por ti, nunca habría tenido la oportunidad de hablar con él -ahora se volvió hacia Skye-. No te he dado las gracias por eso y debí hacerlo.

– No te preocupes, sabía que no ibas a darme las gracias por desobedecer tus estrictas instrucciones.

– Conociéndote como te conozco, debí saber que no las obedecerías. Simplemente deseaba decirte que lo siento -continuó en tono más serio-. Me puse en guardia contra ti sólo porque eres inglesa.

Era un nuevo Lorimer y Skye no estaba segura de cómo tratar con él.

– Era una reacción comprensible después de la experiencia que tuviste con Caroline -afirmó un poco vacilante.

Siguió una pausa mínima y entonces Lorimer prosiguió:

– Sí -y repitió con más firmeza en esa ocasión-. ¡Sí!

Las olas chocaban contra las rocas y el viento soplaba sobre el agua, pero Skye no los escuchaba, concentrada en sacar de su mente esa urgente inquietud de apoyarse contra él, de presionar sus labios sobre la imagen borrosa de su garganta, de sentir su calor, su fuerza y su cuerpo seguro y fuerte.

Inhalar… exhalar… «sólo sigue respirando» se decía Skye tan tensa que cuando Lorimer dijo su nombre en la oscuridad, se congeló.

– ¿Skye?

– ¿Si? -jadeó con una aguda inhalación. Silencio.

– Nada -Lorimer se mostró brusco como si hubiera cambiado de opinión. Se levantó-. Hace frío. Regresemos.

Skye lo siguió más despacio por la playa, insegura y terriblemente desilusionada. Su voz tenía un tono tan extraño cuando dijo su nombre, que sintió una mezcla de esperanza y pánico en una salvaje y emocionante anticipación.

Tuvieron cuidado de no tocarse mientras caminaban de regreso al hotel, sin hablar.

– Creo que caminaré un poco más -gruñó Lorimer cuando llegaron a la puerta-. Tú entra -sin esperar su respuesta se alejó, dejando a Skye sola en la oscuridad.

Dentro, el bar estaba cálido y brillante y pudo escuchar voces alegres mientras subía la escalera. En esa época del año había pocos visitantes y ella y Lorimer, tenían todo el piso para ellos. Arriba hacía más frío y Skye se estremeció al lavarse con rapidez en el anticuado baño. Se apresuró a regresar a su dormitorio por el corredor con corrientes de aire.

Las mantas poco familiares pesaban sobre sus piernas y se movía inquieta, preguntándose qué iba a decir Lorimer antes de cambiar de opinión. Las luces del bar abajo lanzaban una tenue luz amarillenta y el ocasional estallido de risas la hacía sentir menos sola. Al fin se durmió, todavía intrigada.

Estaba parada en el lodo de Solway observando cómo el mar iba hacia ella. Sabía que debía correr, pero sus piernas no querían moverse y bajo sus pies el lodo la hacía resbalar. De pronto, Lorimer estaba ahí, montado a caballo y ella extendió su mano para que él la ayudara; sin embargo, pasó galopando y la dejó allí, mientras el mar la sumía en un remolino que la atrajo hacia abajo, más abajo, más abajo…

Skye despertó y se sentó. Su corazón golpeaba contra sus costillas por el terror y luchaba por respirar, resollando. Gradualmente, la pesadilla se desvaneció lo suficiente para que ella comprendiera que el ruido que se oía eran el viento y la lluvia, que azotaba con furia contra las ventanas. Abajo, las luces se habían extinguido y la oscuridad de la habitación era densa y amenazadora, comparada con la furia del exterior.

El sonido del trueno sólo hizo que la negrura en torno a Skye fuera absoluta y empezó a temblar cuando los terrores infantiles reemplazaron a la pesadilla. Era tonto estar tan asustada de la oscuridad. Estaba a salvo. Se acercó a la mesa y encendió la luz.

Nada sucedió.

Skye encendió de nuevo y de nuevo, de forma frenética, pero no había luz y su valeroso intento de pensar con cordura se desvaneció ante el recuerdo del temor de esa tarde, hacía diecisiete años. Cada horrible detalle estaba claro en su mente: el ruido de la cerradura, las risillas de los niños y sus susurros cuando se alejaban, la chocante y sofocante oscuridad y el terror que creció dentro de ella. Así que una vez que empezó a gritar, fue imposible detenerse.

Ella necesitaba tener luz. Le tomó a Skye todo su coraje arrojar las mantas, bajar las piernas de la cama y caminar hacia la oscuridad con los brazos extendidos. Caminó directo hacia algo, ¿una silla?, que chasqueó al arrastrarla, pero de alguna forma llegó a la puerta y buscó el interruptor. Se echó a llorar cuando descubrió que tampoco funcionaba.

Skye tenía la convicción de que se había despertado para encontrar que la pesadilla era real y su precario control se deslizó cuando la invadió el pánico. Si pudiera encontrar a Lorimer, estaría a salvo. El simple pensamiento fue suficiente para animarla a salir al corredor. Debía haber algún interruptor en algún lado, pero ¿dónde? ¿Dónde?

El ruido de la tormenta cesó en el aislado corredor sin ventanas y su propia respiración sonaba extraña y alta, mientras buscaba el contacto en la pared. Desorientada, trataba de recordar en dónde estaba el cuarto de Lorimer y se encontró murmurando:

– Por favor, déjame encontrarlo, por favor, por favor… -muy quedo, como un encantamiento. Su mano se cerró sobre un picaporte y le dio vuelta con sus temblorosos dedos cuando un agudo chasquido la hizo darse vuelta, sofocando un grito:

– ¿Skye? -la voz de Lorimer sonó en la oscuridad y Skye estalló en llanto.

– Estoy aquí, estoy aquí -sollozó y se tambaleó adonde escuchaba el sonido de su voz. Él debió dar unos pasos hacia ella, ya que chocó de golpe contra la infinita seguridad de su cuerpo fuerte y se sujetó frenética de él, soltando un gran suspiro de alivio cuando los brazos de Lorimer se cerraron con fuerza en torno a ella.

– ¿Skye? ¿Qué sucede? -le preguntó con voz áspera por la ansiedad ante su obvia inquietud, pero Skye no podía hablar. Sólo se estremecía y enterró el rostro en el hueco entre la garganta de él y su hombro. Se había puesto los pantalones, aunque su pecho estaba desnudo y Skye se aferró a su calor, a su esbelta fuerza como si fuera su único refugio. Ella vestía un camisón de satén y podía sentir que sus manos la acariciaban con ritmo sobre el lustroso material, quemando su piel con su seguridad mientras murmuraba palabras arrulladoras contra su suave cabello.

– ¿Qué pasa? -insistió Lorimer cuando sus aterrorizados sollozos se calmaron hasta convertirse en hipo. Él intentó retirarse un poco para poder ver el rostro de Skye mas ella apretó su brazo, llena de pánico.

– La oscuridad -musitó sobre su hombro al darse cuenta de su calor, de la piel desnuda aunque no podía soltarlo.

– Se ha ido la luz a causa de la tormenta -podía escuchar su voz resonar en su pecho mientras hablaba-. ¿Qué hacías aquí afuera si tienes miedo de la oscuridad?

– Te buscaba -susurró-, pero no recordaba dónde quedaba tu cuarto.

– Menos mal que te he oído -comentó con voz seca-. Te encaminabas en dirección contraria. Escuché un chasquido en tu cuarto y en seguida unos golpes por aquí así que pensé en salir a investigar. Cuando traté de encender la luz, comprendí que no había electricidad -entonces con gentileza acarició su espalda como si tratara de tranquilizar a un animal asustado, hizo una pausa y Skye escuchó la desaprobación en su voz-. ¡Estás temblando! Vamos, voy a llevarte de regreso a tu cama.

Mantuvo un brazo en torno de ella mientras la guiaba de regreso a su dormitorio y buscaba la cama en la oscuridad.

– Aquí está -la localizó al fin y echó hacia atrás las mantas-. Adentro.

Skye se sentó, lo sujetó llena de pánico al pensar que iba a quedarse sola de nuevo.

– ¿No te irás? -le rogó y al ver que él vacilaba, continuó-: Por favor, Lorimer -odiaba sentir las lágrimas en su voz pero era demasiado tarde para tener orgullo ahora-. Sé que es estúpido pero… por favor no te vayas.

– Está bien, me quedaré -con un suspiro, la empujó sobre la almohada-. Pero sólo si te metes ahora mismo en la cama -después de taparla se acostó junto a ella. Se acomodó y levantó su brazo sin decir ni una palabra, para que Skye se acurrucara junto a él. Cuando ella estuvo cómoda, permitió que su brazo la abrazara y con su pulgar casi de forma ausente, acariciaba la piel sedosa mientras que ella escuchaba el lento, firme y consolador palpitar de su corazón.

– Gracias -dijo muy quedo después de un rato cuando su propio corazón se había calmado.

– Ha sido un placer -dijo Lorimer con voz queda y luego en un tono de voz diferente, continuó-: ¿Quieres hablar de eso?

Skye tragó sintiéndose cálida, cómoda y segura en sus brazos, como si hubiera llegado a casa después de una larga travesía.

– Es algo tonto -musitó contra su pecho.

– No puede ser tan tonto -repuso Lorimer-. Estaba rígida de terror en el corredor.

Despacio, cortada, Skye le habló de aquel día que estuvo encerrada en el armario. Le habló del miedo, del pánico y la vergüenza que sentía por esa fobia irracional.

– Parece tan infantil el tener miedo de la oscuridad -su voz era muy queda-. Y no me pasa cuando hay luz suficiente de los faroles de la calle o cuando hay luna. Es sólo la oscuridad profunda lo que me aterroriza, como cuando estuve en el armario, o al despertar durante la noche.

– ¿O las escaleras que llevan a tu piso? -comentó Lorimer y su mano de pronto se tensó sobre el hombro de ella-. Tú me dijiste que tenías miedo, de la oscuridad, pero entonces no te creí.

Skye se quedó muy quieta al recordar cómo la había tomado en sus brazos en aquella ocasión. ¿También Lorimer lo recordaba? Se sentía muy consciente de él, de su amplio pecho desnudo bajo su mejilla, de la mano que acariciaba su brazo, del palpitar de su corazón y el calor de su piel y del satén, que era todo lo que había entre ellos. Deseó que Lorimer no hubiera mencionado el incidente en el pasillo oscuro. Había empezado a relajarse y ahora sus nervios vibraban de nuevo, aunque en esta ocasión no era por temor.

– No podías saber que yo estaba asustada de verdad. Y no te lo habría dicho esta noche si no me hubieras visto llorar como un bebé. Me siento tan estúpida… -él levantó su mano para acariciar los revueltos rizos con suavidad.

– No hay necesidad de que te sientas abochornada. Todos tenemos temores secretos.

– Tú no -él era tan decidido, tan invulnerable, que era imposible imaginar que pudiera tener temor de algo.

– Quizá no ahora, pero eso no significa que no pueda recordar cómo era -sus dedos se entrelazaron el el cabello de ella y pudo sentir cómo su pecho subía y bajaba con firmeza. Parecía que sus pensamientos lo habían llevado muy lejos-. ¿Sabes por qué tenía tantos prejuicios contra ti cuando te vi por primera vez, Skye? -preguntó después de largo rato.

– ¿Porque Caroline arruinó todos tus planes?

– En parte, pero mi desconfianza hacia los ingleses viene de antiguo, de antes de conocer a Caroline. Te conté que creí no lejos de Glendorie, pero no te dije que mi madre dejó a mi padre por un inglés cuando yo tenía ocho años -hizo una pausa. Skye no dijo nada, pero su brazo se tensó en torno a él-. Mi padre estaba muy amargado -continuó Lorimer al fin-. Richard había sido amigo suyo y esa traición lo lastimó casi tanto como la de mi madre. Yo me quedé con mi padre en Escocia y supongo que absorbí mucha de su amargura, lo que me enseñó a ser muy cínico y a odiar el matrimonio. Después de que mi madre lo dejó, mi padre cambió por completo y dejó que yo creciera como un salvaje. Murió un par de años más tarde y, cuando mi madre vino para llevarme a vivir con ella y Richard, en Surrey se quedó horrorizada. Yo estaba decidido a odiar todo en Inglaterra y al final me enviaron lejos a una escuela, para civilizarme como me dijeron -la voz de Lorimer sonaba amarga-. Eso fue todavía peor. Estaba atormentado por mi acento y era molestado sin piedad por ser diferente. Traté de escapar tres veces, pero nunca llegué muy lejos. Y lloraba todas las noche.

Skye sintió una oleada de ternura por ese infeliz niño. Ladeó un poco la cabeza y puso su palma contra la mejilla de él.

– Pobre niño -le dijo con ternura.

– Sobreviví -los dedos de Lorimer reanudaron las caricias a su suave cabello-. Nunca le había contado esto a nadie. He sido muy cauteloso con lo del matrimonio, aunque sé que es estúpido generalizar. Mi madre pudo haber huido con otro escocés y la desdicha habría sido la misma. Los prejuicios son sólo excusas para nuestra propia infelicidad y, ciertamente, no fue justo desquitándome contigo -Lorimer vaciló-. Eso en realidad es lo que yo quería decirte en la playa.

– No necesitas disculparte. Nadie puede culparte por odiar a los ingleses después de una experiencia como ésa. Es gracioso, pero yo nunca pensé en mí misma como muy inglesa, aunque supongo que lo soy.

– Lo eres -había diversión en la voz de Lorimer-, aunque podrías ser cualquier cosa.

– Trataré de ser menos inglesa de ahora en adelante -le ofreció.

– No creo que debas cambiar -afirmó Lorimer-. No cuando estoy acostumbrándome a tu forma de ser.

«¿No te gustaría que un hombre te amara por tu forma de ser?» ¿Por qué recordó ahora las palabras de Vanessa? Distaba mucho de amarla, pero aún así, Skye sintió un calor surgir y quemarla a lo largo de sus venas hasta latir de forma insistente bajo su piel. Sus manos cosquilleaban por la necesidad de pasarlas sobre el tenso y musculoso cuerpo. Deseaba que sus labios recorrieran su garganta hasta llegar a la boca. Deseaba meterse bajo él y que explorara su ansioso cuerpo con la boca y sus manos. Deseaba que la besara y le dijera que él estaba más que acostumbrado a ella, que la deseaba y la necesitaba justo como ella a él.

Lorimer no parecía notar la forma en que el cuerpo esbelto de ella vibraba en sus brazos. Bostezó. Era evidente que hacerle el amor era lo último que tenía en mente, comprendió Skye, humillada.

– Es tarde -le dijo-. ¿Crees que ya estarás bien si te quedas sola? ¿O quieres que me quede? -añadió con voz seca mientras ella se incrustaba en él llena de pánico ante la sugerencia de que pudiera dejarla.

Skye sabía que debía dejarlo regresar a su dormitorio, pero la oscuridad parecía esperarla atemorizante fuera de los brazos de Lorimer. La tormenta gemía y golpeaba contra la ventana…

– ¿Te importaría quedarte? -le preguntó quedo y levantó la cabeza para espiar su rostro a través de la oscuridad. Captó una leve sonrisa cuando Lorimer volvió a colocar la cabeza sobre su hombro.

– No, no me importa -respondió.

Despertó despacio, consciente de una sensación poco acostumbrada de seguridad y comodidad, demasiado contenta para preguntarse por qué mientras se estiraba y retorcía soñolienta.

– ¡Al fin! Pensé que ibas a dormir todo el día.

La voz seca de Lorimer hizo que Skye despertara por completo y sus ojos se abrieran. Estaba acostada presionada contra su costado, con la cabeza sobre su pecho y el brazo posesivo de él sobre ella, pero cuando pudo enfocar la mirada, Lorimer levantó el brazo y se sentó.

Los recuerdos de la noche anterior la inundaron y las mejillas de Skye se colorearon de rosa por el bochorno mientras luchaba por desenredarse de él.

– Debiste… despertarme -tartamudeó.

– No quise hacerlo. Estabas muerta para el mundo y pensé que estarás exhausta después de la noche pasada -Lorimer se estiró y flexionó los hombros mientras abría las cortinas. La tormenta había terminado y el cielo estaba azul y brillante, despejado de la neblina de la larga noche-. Además, estás tan tranquila cuando duermes…

Skye era muy consciente del pecho desnudo de él, de su camisón frívolo, revelador, y de la insoportable intimidad de las sábanas arrugadas y bajó los ojos mientras sentía que el rubor se profundizaba en sus mejillas.

– Siento lo de anoche -le dijo con dificultad.

Lorimer regresó a la cama y se sentó en la orilla mientras estudiaba el rostro inclinado de ella.

– No hay necesidad de que te disculpes.

– Pues gracias por ser tan comprensivo -Skye tragó-. Debió ser muy incómodo tenerme aferrada a ti como una lapa toda la noche.

La sonrisa de Lorimer estaba muy torcida.

– Incómodo es una palabra que lo describiría -aceptó con expresión críptica-, aunque puedo pensar en otras. Skye volvió la cabeza para encontrar sus ojos y siguió un momento preñado de silencio mientras se miraban el uno al otro. De pronto, Lorimer se puso de pie-. Voy a vestirme y es mejor que tú hagas lo mismo si no quieres perderte el desayuno. Te veré en el comedor.

No era exactamente la más romántica de las frases pero sus palabras ayudaron a disolver algo de la incomodidad de Skye y para cuando se hubo duchado y vestido, volvía a ser de nuevo la misma. Encontró a Lorimer en el comedor bebiendo café y leyendo The Scotsman, pero levantó la mirada y le sonrió cuando ella entró.

Skye sintió que la felicidad florecía dentro de ella. Temía que la humillación de la noche anterior y el bochorno de despertar en sus brazos, hicieran difíciles las cosas entre ellos.

Era cierto que Lorimer había llamado a Skye al orden por hablar demasiado y distraerlo cuando trataba de leer el periódico, pero en realidad no lo hizo con sinceridad y fue incapaz de ocultar su sonrisa al doblarlo, con una expresión sufrida, para ponerlo a un lado.

Tenía un día que llenar antes de la cena de presentación esa noche y Lorimer le propuso que le pidieran a la señora Brodie unos sandwiches y un termo con café y fueran a comer en la rectoría. Skye aceptó feliz aunque se habría sentido igual con cualquier cosa que él sugiriera esa mañana.

Afuera el aire estaba brillante como un diamante y el mar parecía plata bajo los rayos del sol invernal. Una irresistible alegría corría por las venas de Skye mientras esperaba a que Lorimer abriera el coche. Vestía unas mallas de colores, un chaleco grueso de diseño atrevido y un gorro de color de rosa puesto sobre sus rizos rebeldes. Unos coloridos peces tropicales de madera colgaban de forma inadecuada de sus orejas.

Condujeron entre campos verde esmeralda con matorrales y plateados brezos, Skye charlaba, excitada, llena de brío por el aire limpio y la divertida presencia de Lorimer junto a ella, pero cuando giraron en una curva difícil y el coche se detuvo frente a la rectoría, únicamente pudo observar en silencio.

Era una casa blanca sólida con puerta negra y ventanas negras. Estaba asentada de forma que ajustaba contra la colina, en un promontorio desde donde las colinas llegaban hasta el mar y se desvanecían en la distancia azulosa. El jardín era un poco más que un campo yermo y, al final, un sendero de piedras grises y rosas conducía por un inclinado risco hasta una diminuta cueva y a una franja de playa entre las rocas.

– ¿Bien? -Lorimer apagó el motor y se volvió a mirar a Skye. Había un indicio de ansiedad en su voz pero ella todavía miraba hacia la rectoría y no lo notó-. ¡Parece que no tienes nada qué decir! ¿Qué piensas?

Skye inhaló profundo.

– Es hermosa -y luego sin pensar, añadió-: Es casi como si estuviera esperándome -demasiado tarde se dio cuenta de que Lorimer podría malinterpretar sus palabras porque ésa no era su casa y nunca lo sería-. Quiero decir…

– Sé lo que quieres decir -Lorimer parecía divertido-. Yo también me sentí así.

– Simplemente es una casa acogedora -trató de explicarle Skye para borrar la impresión que pudiera haber causado sus anteriores palabras-. Es el tipo de casa donde uno sabe que al entrar habrá un buen fuego, té y bizcochos.

Lorimer sonrió al salir del coche.

– Me temo que hoy no encontrarás ni té ni bizcochos. He tenido a los constructores todo el verano tratando de hacer habitable el lugar, pero todavía falta mucho por hacer antes de tener tés agradables junto al fuego.

Skye vio lo que quería decir cuando le mostró la casa. Era más grande de lo que parecía desde fuera, con cuartos grandes e iluminados abajo y una red de pequeños pasillos que olían a yeso y tuberías nuevas.

Comieron sus sandwiches sentados en los escalones bajo el débil sol de noviembre, compartiendo el café en la tapa del termo, en un silencio amigable. Después, Lorimer la llevó a dar un paseo a lo largo de la vereda costera, trepando sobre rocas cubiertas de líquenes y tropezando alegres entre los arbustos. Había grandes gaviotas sobre las rocas más abajo, o girando y graznando sobre sus cabezas, como si esparcieran importantes noticias.

La lluvia de la noche anterior había limpiado el aire hasta dejarlo tan claro que podían ver a kilómetros de distancia y a través del estuario Solway hasta las colinas de Cumbría, que se destacaban con tanta claridad que Skye pensó que podría tocarla si extendía la mano. Vagaron despacio, sin meta, a lo largo de la playa; Skye se detenía a recoger delicadas conchas color de rosa mientras que Lorimer lanzaba piedras sobre el agua. Él vestía vaqueros y un chaleco oscuro de lana muy grueso que parecía intensificar el color de sus ojos y parecía joven y feliz, como nunca lo había visto Skye antes.

De pronto, embargada por la alegría del frío, la luz y el calor en el rostro de Lorimer, hizo un par de piruetas en la arena. Sin aliento y riendo, encontró a Lorimer que la observaba sonriente. El viento había revuelto su cabello oscuro y sus ojos parecían muy profundos y muy azules.

El estómago de Skye se encogió cuando se miraron uno al otro y la verdad, tan obvia que era difícil de creer, la golpeócon la fuerza de un manotazo: estaba enamorada de él.