142534.fb2 CASTILLA PARA ISABEL - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 28

CASTILLA PARA ISABEL - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 28

-Más tarde os lo explicaré -dijo en voz muy baja.

Beatriz Fernández de Bobadilla observaba con cierto desánimo a su señora. Isabel estaba trabajando silenciosamente en su bordado, como si no tuviera conciencia de todos los peligros que la rodeaban.

En Isabel, pensaba Beatriz, había una calma poco menos que sobrenatural. Isabel creía en su destino: estaba segura de que algún día Fernando de Aragón vendría en su busca y de que Fernando correspondería exactamente a la imagen idealizada que Isabel se había hecho de él.

¡Cuánto tiene que aprender de la vida!, pensaba Beatriz.

Al compararse con Isabel, Beatriz se sentía una mujer de experiencia. Los causantes de esa sensación no eran sólo los cuatro años de ventaja que le llevaba; Isabel era una idealista y Beatriz una mujer práctica.

Esperemos, pensaba Beatriz, que no quede demasiado desilusionada.

-Ojalá tuviéramos noticias de Fernando -comentó en ese momento Isabel-. Ya soy bastante mayor y sin duda nuestro matrimonio no podrá demorarse mucho.

-Podéis estar segura -coincidió Beatriz- de que pronto se harán planes para vuestro matrimonio.

Pero, ¿será con Fernando?, se preguntó para sus adentros mientras se inclinaba sobre su labor.

-Espero que todo esté bien en Aragón -continuó Isabel.

-Allí ha habido grandes disturbios desde la rebelión en Cataluña.

-Pero ahora Carlos ha muerto. ¿Por qué el pueblo no puede conformarse y ser feliz?

-No pueden olvidar cómo murió Carlos.

Isabel se estremeció.

-Pero Fernando no tuvo nada que ver en eso.

-Es demasiado joven -asintió Beatriz-. Y ahora ha muerto Blanca. Carlos... Blanca... De los hijos que dio al rey Juan su primera mujer, Leonor es la única que vive, y ella no se interpondrá en el camino de Fernando al trono.

-Ahora es, de derecho, el heredero de su padre -murmuró Isabel.

-Sí, pero...

-¿Pero qué? -quiso saber la infanta.

-¿Cómo se sentirá Fernando... o cómo se sentiría cualquiera... al saber que para que él pudiera llegar al trono fue necesaria la muerte de su hermano?

-Carlos murió de una fiebre... -empezó a decir Isabel, pero se detuvo-. ¿No fue así, Beatriz? ¿No fue así?

-Habría sido una fiebre cornudísima -señaló Beatriz.

-Ojalá yo pudiera ver a Fernando... hablar con él... -Isabel se había detenido, con la aguja en suspenso sobre el bordado-. ¿No podría ser que Dios hubiera elegido a Fernando para ser rey de Aragón, y que por esa razón hubiera muerto su hermano?

-¿Cómo podemos saberlo? -suspiró Beatriz-. Espero que Fernando no se sienta desdichado por la muerte de su hermano.

-¿Cómo se sentiría uno si sacaran de en medio a un hermano para que uno heredara el trono? ¿Cómo me sentiría yo si eso sucediera con Alfonso? -Isabel se estremeció-. Beatriz -continuó con solemnidad-, yo no tendría deseo alguno de heredar el trono de Castilla si no me correspondiera de derecho. Jamás desearía daño alguno a Alfonso, por supuesto... ni tampoco a Enrique, para poder alcanzar yo el trono.

-Bien sé que con vos sería así, porque sois buena. Y sin embargo, ¿si el bienestar de Castilla dependiera de que fuera destronado un mal rey?

-¿Te refieres a... Enrique?

-No deberíamos hablar siquiera de estas cosas -señaló Beatriz-. Pensad si nos oyeran.

-No, no debemos hablar de ellas -aceptó Isabel-. Pero dime una cosa primero. ¿Sabes tú de algún plan para... destronar a Enrique?

-Creo que Villena puede tener algún plan así.

-Pero, ¿por qué?

-Creo que él y su tío tal vez quieran poner a Alfonso en lugar de Enrique, como rey de Castilla, para poder ellos, a su vez, gobernar a Alfonso.

-Eso sería sumamente peligroso.

-Pero tal vez yo me equivoque y no sean más que rumores.

-Confío en que te equivoques, Beatriz. Ahora que mi madre ha regresado a Arévalo, muchas veces pienso cuánto más tranquila se ha vuelto aquí la vida. Pero tal vez yo me engañe. Mi madre no podía ocultar sus deseos, sus emociones, y quizás haya otros que desean y proyectan en secreto. Tal vez haya algunos silencios tan peligrosos como la histeria de mi madre.

-¿Habéis tenido noticias de ella desde que llegó a Arévalo?

-No por ella, sino por una de sus amigas. Con frecuencia se olvida de que no estamos allá, con ella, y cuando lo recuerda se pone muy melancólica. He oído decir que cae en profundas depresiones durante las cuales expresa su temor de que ni Alfonso ni yo ciñamos jamás la corona de Castilla. Oh, Beatriz, cuántas veces pienso en lo feliz que podría haber sido si no fuéramos una familia real. Si yo fuera tu hermana, digamos, y Alfonso tu hermano, ¡qué felices podríamos haber sido! Pero desde que aprendí a hablar me repitieron continuamente: «Tú puedes ser reina de Castilla.» Eso no nos ha hecho felices, para nada. Me parece que hubiéramos estado siempre en pos de algo que nos excede... de algo que si llegáramos a poseerlo, sería muy peligroso. Oh, tú sí que debes ser feliz, Beatriz. Y no te imaginas cuánto.

-Para todos, la vida es un combate -murmuró Beatriz-. Y vos seréis feliz, Isabel. Espero estar siempre con vos para verlo, y tal vez, modestamente, contribuir a vuestra felicidad.

-Cuando me case con Fernando y me vaya a Aragón tú debes venir conmigo, Beatriz.

Beatriz sonrió con cierta tristeza. No creía que le fuera permitido seguir a Isabel a Aragón; también ella tendría que casarse. Estaba prometida a Andrés de Cabrera, un oficial de la casa del rey, y su deber sería estar dónde él estuviera, no irse con Isabel... si alguna vez Isabel se iba a Aragón.

Afectuosamente sonrió a su señora. Isabel no tenía dudas; Isabel veía su futuro con Fernando con tanta claridad como veía la labor de aguja en que en ese momento trabajaba.

-Ahí está vuestro hermano -anunció Beatriz mirando por la ventana- que vuelve de una cabalgata.

Isabel dejó su labor para correr a la ventana. Al levantar la vista, Alfonso las vio y las saludó con la mano.

Isabel le hizo señas y el infante desmontó de un salto, dejó su caballo a un mozo y entró en el palacio.

-Cómo crece -comentó Beatriz-. Es increíble que no tenga más que once años.

-Ha cambiado mucho desde que vino a la corte. Creo que los dos hemos cambiado. Y él cambió también cuando se fue nuestra madre.

Ahora, pensó Beatriz, los dos tenían el corazón más aligerado. Pobre Isabel, ¡cómo debía de haber sufrido con la madre que tenía! Por eso era tan seria para sus años.

Alfonso, con la cara arrebatada y aspecto saludable después de la cabalgata, entró en la habitación.

-Me llamaste -dijo, abrazando a Isabel. Después se volvió a saludar a Beatriz-. ¿Querías hablar conmigo?

-Yo siempre quiero hablar contigo, aunque no haya nada en particular -respondió Isabel.