142534.fb2 CASTILLA PARA ISABEL - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 63

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Isabel hizo una profunda inspiración. Se sentía feliz en compañía de su marido y de su hijita de dos años, y la idea de que Fernando saliera a combatir la aterrorizaba. Rápidamente miró a su marido, que se había vuelto hacia ella para preguntarle:

-¿Podría yo soportar dejaros?

-Debéis cumplir vuestro deber, Fernando -respondió Isabel.

La idea de volver a Aragón, donde no lo tratarían como el consorte de la futura reina sino como heredero del trono, era tentadora. Además, Fernando amaba a su padre, que era demasiado anciano para intervenir en el combate.

El arzobispo les sonreía con aire bondadoso. Durante un tiempo, postergaría su decisión. Sacado Fernando del paso él se sentiría mucho mejor... y Fernando iría a Aragón.

-Sí -asintió lentamente el príncipe-, debo cumplir con mi deber.

Largo tiempo había pasado desde que Beatriz Fernández de Bobadilla viera a Isabel por última vez y muchas veces pensaba en ella y añoraba la antigua amistad.

Desde aquellos días en que fuera la más íntima de las da-

mas de honor de Isabel, la vida había cambiado para Beatriz. Se encontraba en una situación difícil, porque su marido era oficial de la casa del rey y la división en el país era nítida: de un lado los que apoyaban al rey, del otro los partidarios de Isabel.

Andrés de Cabrera había sido designado gobernador de la ciudad de Segovia y ocupaba allí el Alcázar, receptáculo de los tesoros del rey. Andrés se encontraba, pues, en una situación de gran responsabilidad, lo que hacía que para su mujer fuera muy difícil comunicarse con Isabel.

Beatriz se irritaba sobremanera ante este estado de cosas.

Sentía una gran devoción por su marido, pero también era grande su afecto por Isabel, y Beatriz no era mujer de medias tintas. Necesitaba ser no menos devota como amiga que como esposa.

Era frecuente que debatiera con su marido la situación del país, haciéndole ver que no podía haber prosperidad alguna en él mientras siguiera habiendo dos facciones en desacuerdo respecto de quién debía ser la heredera del trono: estarían siempre oscilando al borde de la guerra civil.

En una ocasión en que Andrés se dolía del comportamiento arrogante del marqués de Villena, Beatriz atrapó al vuelo la oportunidad que había estado esperando.

-Andrés -le dijo-, se me ocurre que si no fuera por Villena, el que actualmente es Gran Maestre de Santiago, se podría poner término a ese conflicto.

-Ah, querida mía -respondió Andrés, negando con la cabeza-, estarían aún las dos herederas. No será posible tener paz mientras estén divididas las opiniones respecto de si quien tiene derecho al título es la princesa Isabel o la princesa Juana.

-La princesa Juana... ¡la Beltraneja! -se mofó Beatriz-. Todo el mundo sabe que se trata de una bastarda.

-Pero la reina juró...

-¡La reina juró! Sólo por capricho, esa mujer juraría cualquier cosa. Bien sabéis, Andrés, que Isabel es la legítima heredera del trono.

-Cuidado, esposa mía. Recordad que estamos al servicio del rey y que el rey ha concedido la sucesión a su hija Juana.

-¡No es su hija! -clamó Beatriz, golpeándose con el puño derecho la palma de la mano izquierda-. Y tampoco él lo cree.

¿Acaso no hubo un momento en que hizo de Isabel su heredera? El pueblo quiere a Isabel. Os diré una cosa: creo que si, en ausencia de Villena, pudiéramos reunir a Isabel con Enrique, podríamos hacer que él la aceptara como heredera, con lo que ya no se seguirían hablando tonterías sobre la Beltraneja. ¿Acaso eso no sería bueno para el país?

-Y para vos, Beatriz, que así volveríais a estar con vuestra amiga.

-Es verdad que me gustaría volver a verla -admitió, casi con dulzura, Beatriz-. Y también a su hijita. Me pregunto si se parece a Isabel.

-Bien -dijo Andrés-, ¿qué es lo que estáis tramando?

-Enrique viene aquí con frecuencia -le recordó Beatriz.

-Así es.

-A veces, sin Villena.

-Exactamente.

-¿Qué sucedería si Isabel estuviera también aquí? ¿Si combináramos un encuentro entre los dos?

-¡Que Isabel venga aquí... a territorio enemigo!

-¿Cómo podéis llamar a mi casa territorio enemigo? Cualquiera que intentara hacerla prisionera en mi casa tendría que pasar antes sobre mi cadáver.

Andrés posó la mano en el hombro de su mujer.

-Habláis con demasiada ligereza de la muerte, querida mía.

-El que gobierna este país es Villena. Gobierna al rey; os gobierna a vos.

-Eso no. Eso jamás lo conseguirá.

-Bueno, entonces, ¿por qué no hemos de invitar aquí a Isabel? ¿Por qué no ha de encontrarse ella con Enrique?

-Primero sería necesario tener la autorización de Enrique -le advirtió Andrés.

-Bueno, de eso me encargaré yo... siempre y cuando él venga aquí sin Villena.

-Estáis jugando un juego peligroso, querida mía.

-¡Al diablo con el peligro! -exclamó Beatriz, haciendo chasquear los dedos-. ¿Tengo vuestro permiso para hablar con el rey, la próxima vez que venga aquí solo?

Andrés soltó una carcajada.

-Querida Beatriz -le respondió-, bien sé que cuando me pe-

dís permiso es una simple formalidad. ¿De manera que habéis decidido hablar con Enrique en la primera oportunidad que se os presente?

Beatriz hizo un gesto afirmativo.

-Sí, lo he decidido -declaró.

Sabía que no le resultaría difícil.

La próxima vez que, mientras Villena estaba ocupado en Madrid, el rey fue al palacio de Segovia, Beatriz le pidió autorización para hablar con él.

-Alteza -comenzó-, ¿me perdonaréis el atrevimiento de haceros cierta pregunta?

Inmediatamente Enrique se alarmó, temeroso de que fueran a perturbar su paz.