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Phoebe y Bella habían pasado varios días planeando la cena. Además, se habían esforzado tanto para decorar la casa y obligar a todo el mundo a ponerse elegante que Kate se sentía desesperadamente culpable. No habrían podido hacer más si Finn y ella estuvieran prometidos de verdad. De hecho, Kate empezaba a creer que sus amigas no se habían enterado de que estaban fingiendo. El novio de Bella, Will, estaba allí, y Josh había llevado a su última conquista, además de otros amigos comunes, de modo que la fiesta estaba muy animada. Kate hubiera querido pasarlo bien, pero no podía. Le costaba mucho concentrarse en la conversación y sólo podía pensar en volver a casa. Hizo un esfuerzo para reírse de las bromas de Josh, pero con Finn sentado a su lado le resultaba imposible.
Quería abrazarlo, besarlo, obligarlo a que la sacara de allí para hacer el amor como hacían cada noche… Desgraciadamente, Phoebe aprovechó que había ido a la cocina para acorralarla.
– Así que ésas tenemos -dijo, sacándola de su ensimismamiento.
– ¿A qué te refieres?
– Estás enamorada de Finn, ¿verdad?
– ¿Por qué dices eso? -preguntó Kate, haciéndose la tonta.
– Es evidente. Pero si ni siquiera miras a nadie más…
– Lo siento. De verdad te agradezco todas las molestias, Phoebe, pero…
– Pero Finn es la única persona que te importa ahora mismo, ¿no? -sonrió su amiga.
– Bueno, estoy un poco enamorada de él…
– ¿Un poco?
– No, mucho -suspiró Kate.
– ¿Y él? A mí me parece que también está muy colgado contigo.
– No, no lo creo. Es un buen actor. Además, no le he dicho lo que siento y no pienso decírselo. En cuanto Stella se marche me iré de su casa y ahí se acabará todo. Es sólo algo temporal.
– ¿Y eso es suficiente para ti?
– Va a tener que serlo -suspiró ella.
La preocupó mucho la conversación. Phoebe la conocía mejor que nadie, pero si ella se había dado cuenta de que estaba enamorada… debía tener cuidado.
Sería horrible que Finn lo adivinase. Lo último que deseaba era que le dijera que nunca podría amar a nadie como había amado a Isabel. Ella no quería compararse con su difunta esposa.
Kate decidió que lo mejor sería mantener las distancias, pero era difícil no responder cuando la buscaba en la oscuridad o aparentar que no se alegraba al verlo en casa cada tarde. No podía ser reservada, no estaba en su naturaleza.
Y fue más difícil cuando Stella se marchó de Londres para visitar a unas amigas.
Kate se alarmó al descubrir lo agradable que era estar los tres en la casa, con Derek. Eran como una familia. A veces tenía que recordarse a sí misma que aquello terminaría pronto, que no iba a durar.
La partida de Stella significaba que podían dejar de aparentar, pero Alex seguía tratándola de la misma forma… y Finn también. De hecho, ni siquiera se les ocurrió que debería volver a su habitación.
– Ya conoces a mi hermana. Cuando vuelva, seguro que insiste en buscar una fecha para la boda -le comentó él un día.
– Pues habrá que inventar una.
– Eso es -sonrió Finn, besándola en el cuello. Cada noche era más bonito. Ya tendría tiempo de estar sola cuando Stella volviese a Canadá, pensaba Kate. Además, deseaba tanto abrazarlo, sentirlo a su lado… guardaría esos recuerdos para siempre, como una ardillita guardaba nueces para el invierno.
Un día, con Alex en el colegio y Finn en la oficina, decidió hacer limpieza general. Al fin y al cabo, le pagaban por ser ama de llaves… aunque ella se tomase ciertas libertades.
Pasó la aspiradora, descolgó las cortinas para lavarlas y abrillantó el suelo con cera. Y entonces llegó al dormitorio de Finn. Cada lado de la cama reflejaba sus diferentes personalidades. Mientras sobre la mesilla de Finn sólo había un despertador, una lamparita y varias monedas que se había sacado del bolsillo por la noche, en la mesilla de Kate había una barra de labios, un libro, un frasco de perfume, un collar, un reloj, un peine, revistas… en fin, que a duras penas se veía la mesilla.
¿De dónde había salido todo aquello? Era como si sus cosas quisieran apoderarse de la habitación. Cuando estaba limpiando la mesilla de Finn, decidió guardar las monedas en el cajón y, al abrirlo, vio una fotografía boca abajo.
Kate la levantó, sabiendo de quién era. Isabel. Era lógico que Finn tuviese una fotografía de su mujer cerca de la cama. Sería lo primero que viera al despertarse y lo último al acostarse. Pero se le rompió el corazón al descubrir cuánto la echaba de menos. Sujetando la fotografía, Kate se dejó caer sobre la cama. Finn debió de meterla en el cajón después de la primera noche… incapaz de ver el rostro de Isabel cuando había otra mujer ocupando su sitio. El contraste hubiera sido demasiado doloroso.
Cuando iba a guardar la fotografía, vio que había un papel en el cajón. Parecía una carta… y la curiosidad pudo más que ella. Pero sólo se atrevió a echar un vistazo. Las palabras «mi amor para siempre» aparecieron ante sus ojos.
Mi amor para siempre.
Kate guardó la carta, colocó la fotografía encima y volvió a cerrar el cajón.
Había llegado la hora de poner los pies en la tierra. Finn nunca la amaría como había amado a su mujer. Era absurdo enterrar la cabeza en la arena.
Ese descubrimiento le había roto el corazón y, aunque intentó disimular, Finn notó algo raro por la noche.
– ¿Qué te pasa?
– Nada, estoy bien -contestó ella. En la cama se apretó contra él, sin saber cómo iba a decirle adiós, pero sabiendo que tendría que hacerlo.
Stella volvió de lo que ella llamaba su «tour por Inglaterra» unos días más tarde e inmediatamente notó el cambio en Kate.
– ¿Qué ocurre? ¿Habéis tenido una pelea?
– No, claro que no.
– Sé que mi hermano puede ser difícil a veces, pero ahora es tan feliz… y Alex también. Me daríais un disgusto terrible si pasara algo.
– No, de verdad, no pasa nada -mintió ella.
Al día siguiente fueron todos al aeropuerto. Kate lamentaba decirle adiós y no sólo porque su partida significaba también decirle adiós a Finn y a Alex.
Cuando estaban despidiéndose, Stella le dio un abrazo, emocionada.
– Muchísimas gracias por todo. Finn, cuida de ella. Kate es justo lo que necesitas. Alex, encárgate de que tu padre no haga ninguna tontería.
– Lo haré, tía Stella.
– Prometedme que seré la primera en saber la fecha de la boda -fueron sus últimas palabras, antes de desaparecer en el control de pasaportes.
– No sé cómo voy a decirle que no habrá boda -suspiró Finn, mientras volvían al coche-. Nunca me perdonará.
– A lo mejor no tienes que decírselo -intervino Alex.
– ¿Qué quieres decir?
– Que podríais casaros.
– Alex, la única razón por la que Kate y yo hemos hecho esa… pantomima es porque tú no quieres una madrastra.
– Pero no me importaría que Kate lo fuera -dijo la niña.
Kate y Finn se detuvieron en medio de la terminal, sorprendidos. Ella no se atrevía a mirarlo. No quería ver el rechazo en sus ojos.
– Yo creo que te aburrirías de mí -dijo, apretando la mano de Alex.
– No, no me aburriría -dijo la niña.
– Sería muy estricta. Tendrías que irte a la cama a las ocho y nada de televisión durante la semana. Eso no te gustaría, ¿verdad?
– No -admitió Alex-. Pero sería mejor que decirte adiós.
– Muy bien, ya es suficiente -dijo Finn entonces-. Kate nos ha hecho un favor, pero tiene su propia vida.
– Pero…
– No quiero oír nada más -la interrumpió su padre. Volvieron a casa en silencio y, cuando llegaron, Finn dijo tener mucho trabajo. Alex subió a su habitación, con Derek.
Kate no sabía qué hacer, pero al menos podría evitarle a Finn una conversación incómoda. De modo que sacó sus cosas del dormitorio y cambió las sábanas. Así podrían aparentar que no había pasado nada.
– Te has llevado tus cosas -dijo él después de darle las buenas noches a Alex.
– Sí, he pensado que sería lo mejor.
– ¿Lo mejor?
– Habíamos acordado que dormiríamos juntos sólo mientras Stella estuviera aquí -le recordó Kate.
– Ya lo sé, pero… sí, tienes razón. No hay razón para seguir como antes.
– No.
Se quedaron en silencio, incómodos, sin saber qué decir.
– Sólo era una cosa temporal.
– Sí, es verdad.
Otra pausa.
– Será mejor que empiece a buscar otro trabajo -dijo Kate.
– ¿Dónde vas a buscar? -preguntó él.
– No lo sé. Pero supongo que podría volver a ser secretaria.
– No te gustaría quedarte, ¿verdad? -preguntó Finn entonces.
A ella le dio un vuelco el corazón.
– Pensé que querías arreglártelas sin un ama de llaves.
– Ésa era la idea, pero… Rosa no puede volver y la verdad es que… he estado pensando en lo que ha dicho mi hermana. Alex necesita tener una mujer a su lado y te quiere mucho. Quiere que te quedes, Kate. Me ha suplicado que te lo pida.
– Ya -murmuró ella.
– ¿Te lo pensarías?
– No lo sé. No creo que pueda ser ama de llaves para siempre.
– No como ama de llaves sino… como mi mujer -dijo Finn entonces, sin mirarla.
– ¿Cómo?
– Verás, no sé cómo decirlo… pero estoy pidiéndote que te cases conmigo.
Kate abrió la boca y volvió a cerrarla. -Pero… ¿por qué?'
– Me parece lo más sensato. Para empezar, resolvería el problema de quién cuida de Derek.
– Ah, ya, claro. Ésa es una razón estupenda -dijo ella, irónica.
– No, en serio. Alex te quiere mucho. Nunca había querido ni oír hablar de una madrastra, pero tú… tú eres diferente.
– ¿Y tú qué piensas?
– Nos hemos llevado muy bien durante estas semanas, ¿no?
Kate pensó en las largas y deliciosas noches, en despertarse con un beso suyo, en volverse y poder tocarlo…
– Sí, es verdad.
– Y no tendrías que volver a buscar trabajo. Aunque, por supuesto, si quieres trabajar puedes hacerlo, pero un día me dijiste que no tenías grandes ambiciones profesionales, ¿verdad?
– Sí, así es -murmuró Kate.
– Puede que no sea nada romántico, pero hay peores razones para casarse con alguien que la seguridad y… el consuelo.
Cierto, pensó ella, pero siempre había imaginado que se casaría por amor.
– ¿Y qué pasa con Isabel?
– Yo creo que ella lo entendería. Isabel querría lo mejor para Alex y yo también.
De modo que ni siquiera iba a aparentar que se casaba con ella por amor. Quizá era mejor así. No lo hubiese creído de otra forma.
Qué curioso, pensó. Uno podía soñar con algo durante años, pero cuando llegaba de verdad nunca era como en los sueños.
«Cuidado con lo que deseas porque puede hacerse realidad», se recordó a sí misma. Unos minutos antes soñaba con esa petición de matrimonio y, de repente…
– ¿Puedo pensármelo unos días? -preguntó.
– Sí, claro -contestó Finn, que parecía tan desconcertado como ella-. No quiero que te sientas incómoda, quiero que seas feliz.
Lo único que la haría feliz en aquel momento sería que Finn la tomase entre sus brazos y le pidiera que se quedase por él, no por Alex ni por Derek, sino por él.
Pero sería mejor dejar de soñar.
– Me voy a la cama. Ha sido un día muy largo.
– Kate…
– ¿Sí?
– Yo… empezó a decir Finn, nervioso-.
– No, nada.
– ¿Casarte con él? -exclamó Bella al día siguiente. Estaban en su bar favorito, donde Kate había pedido una conferencia urgente-. No te lo estarás pensando, ¿verdad?
– Pues… la verdad es que sí.
En realidad, no podía dejar de pensar en ello. Día y noche.
– Ya sé que no es el matrimonio con el que había soñado toda mi vida, pero no todo el mundo tiene la suerte de Phoebe. Hay otras cosas además del amor.
– ¿Por ejemplo?
– Respeto, afecto, seguridad…
– El matrimonio es compromiso, Kate -dijo Phoebe-. Pero lo más importante del matrimonio es el amor. Y sólo serías feliz si Finn te quisiera.
– Vaya, y tú eres la que me lo presentó.
– Pensé que podríais enamoraros. Pero eso es imposible hasta que Finn se despida de Isabel. No la olvidará, pero tiene que seguir adelante… y no sé si está preparado para eso. No puedes casarte sin amor, Kate.
Sería mejor que vivir toda su vida sin Finn, pensó ella. Llevaba noches sin dormir dándole vueltas al asunto… pero no estaba segura del todo.
– Tú te mereces lo mejor -dijo Bella.
Sus amigas hicieron lo posible para evitar que cometiese un error, pero cuanto más lo pensaba, más convencida estaba de que casarse con Finn era la mejor decisión. Él no la quería por el momento, pero los años harían nacer el afecto. Y si venían hijos… eso los uniría mucho más.
Finn la estaba esperando cuando llegó a casa.
– He estado pensando en lo que me dijiste.
– ¿Y?
– Y… -Kate abrió la boca para decirle que sí cuando, de repente, se dio cuenta de que no podía hacerlo. No podía vivir con él sin decirle que estaba enamorada. Sería una tortura insoportable-. Iba a decirte que sí, pero no sería justo para ninguno de los dos -dijo entonces, quitándose el anillo.
– Alex se llevará una gran desilusión -murmuró él, sin mirarla.
No dijo nada más y Kate supo que no se había equivocado.
Pero Alex no sólo se llevó una desilusión. Se quedó desolada al día siguiente, cuando le dijo que iba a marcharse.
– ¡Me prometiste que te quedarías para siempre! -gritó la niña.
– Habíamos quedado en que sería mientras la tía Stella estuviese aquí… -intentó convencerla su padre.
– ¡Me prometió que se quedaría! -gritó Alex, corriendo a su habitación.
– ¿Quieres que suba a hablar con ella? -preguntó Kate, angustiada.
– No, déjala. Ya lo entenderá. Sólo espero que no le haga la vida imposible a la nueva ama de llaves -suspiró Finn-. Es más que capaz.
La nueva empleada, Megan, llegó dos días más tarde y Alex fue amabilísima con ella. De hecho, era como si Kate no existiera. Apenas le dirigía la palabra.
Cuando Finn le preguntó si quería despedirse, la niña negó con la cabeza… pero en el último minuto salió corriendo al jardín y se abrazó a Kate.
– Adiós -le dijo con voz entrecortada. Y después, sin mirarla, volvió corriendo a la casa.
Los ojos de Kate se llenaron de lágrimas. No había imaginado que le dolería tanto decirle adiós a aquella cría.
– Te echará de menos -dijo Finn.
– Yo también la echaré de menos.
– Podrías venir alguna vez. Para ver si estamos cuidando bien de Derek…
– Quizá -murmuró ella, tan triste que no podía hablar.
¿Por qué, por qué había decidido marcharse? Debería haberse quedado, debería haber aceptado su oferta de matrimonio.
Hicieron el viaje en silencio. Finn subió la maleta al portal y Kate se quedó esperando en el descansillo. Siempre le había gustado su casa, pero en aquel momento le parecía fría y solitaria. Como lo sería su vida a partir de entonces.
No quería ni pensar en decirle adiós…
– Bueno, me marcho -dijo Finn. Pero no se movió. Por una vez, parecía tan perdido como ella.
– Sí. Alex estará esperándote.
Lo miraba como si quisiera guardar en su memoria aquel rostro, aquellos ojos… quizá no volvería a verlo nunca, pensó, asustada.
– Gracias por todo dijo Finn, inclinándose para besarla en la mejilla.
Kate cerró los ojos, sintiendo que su corazón se rompía en pedazos.
– Adiós.
Se miraron durante unos segundos que le parecieron una eternidad. Finn se volvió entonces bajó los escalones. Después, subió al coche y desapareció de su vida para siempre.
Lo único bueno de la depresión era que una perdía el apetito. Durante aquellos días Kate perdió casi cinco kilos, pero era demasiado infeliz como para apreciar que la ropa empezaba a quedarle ancha. Aún no había encontrado trabajo, pero el dinero no era un problema porque Finn le dio un cheque muy generoso. Sin embargo, estar en casa sin hacer nada era agobiante.
Demasiado tiempo para recordar. Demasiado tiempo para lamentarse.
Todas las razones por las que dijo que no a ese matrimonio daban vueltas en su cabeza. Sabía que había hecho bien, pero no podía dejar de pensar en la casa de Wimbledon, en Finn entrando en la cocina a las seis, en Alex haciendo los deberes con Derek a sus pies…
La imagen era tan vívida que le partía el corazón. Nunca había llorado tanto en toda su vida y tenía los ojos hinchados.
– Kate, ¿qué vamos a hacer contigo? -suspiró Bella un día.
– No lo sé. Ya no sé qué hacer.
– Le he pedido a Phoebe que venga. Ya sabes que es muy buena en momentos de crisis… -en ese momento sonó el timbre-. Ah, debe de ser ella.
Kate no se molestó en levantar la cabeza. Quería mucho a sus amigas, pero en aquel momento nadie podía consolarla.
– ¿Kate?
Esa no era la voz de Phoebe. Había sonado como la voz de Finn. Debía de estar imaginando cosas…
– ¡Kate! -repitió la voz.
Kate levantó la cabeza lentamente. Finn estaba frente a ella, mirándola con sus ojos grises. No podía ser… pero era él. Nadie más tenía esa expresión seria ni esos labios que la derretían…
– ¿No me oyes?
«Cariño, no puedo vivir sin ti».
– Sí, pero pensé que no eras tú -murmuró Kate, como en sueños.
– ¿Estás bien?
Ella se secó las lágrimas, avergonzada. ¿Por qué tenía que ir a verla precisamente en aquel momento? ¡Tanto soñar con volver a verlo y, como siempre, Finn McBride no se atenía al guión!
– Lo siento, pero aún no he perfeccionado el arte de llorar como una señorita educada.
– ¿Por qué lloras? -preguntó él.
– ¿Tú qué crees?
– ¿Por Seb?
– ¿Seb? No, claro que no. Qué tontería.
– Me dijiste que habías estado enamorada de él. Y como no has querido casarte conmigo…
– No estaba llorando por Seb -lo interrumpió Kate, irritada.
– ¿Entonces?
– ¿Qué estás haciendo aquí, Finn?
– Quería verte -contestó él-. Te echamos de menos. Alex llora todas las noches, el perro está triste y yo… yo te añoro mucho más que nadie.
El corazón de Kate empezó a hacer un baile muy aparatoso.
– ¿De verdad?
– De verdad. Mi hermana me advirtió que no hiciese tonterías… y las he hecho -suspiró Finn-. No te dije lo que sentía por ti.
– ¿Por qué no? -preguntó Kate, sin atreverse a respirar.
– Pensé que… me creerías demasiado viejo, demasiado aburrido para ti. Tú eres tan moderna, tan divertida… pensé que un tipo como Seb sería más de tu gusto. No sé, yo… no podía soportar la idea de que te fueras y por eso te ofrecí casarte conmigo como si fuera un trato comercial. Pero no era verdad. He sido, un imbécil. Y por eso estoy aquí.
– Finn…
– No te he dicho cuánto te quiero. No te he dicho lo vacía qué está la casa sin ti. Lo vacía que está mi vida sin ti -dijo Finn entonces, tomando su mano-. Puedo cuidar de Alex, puedo pasear al perro, pero lo que no puedo hacer es vivir sin ti, Kate. Quiero despertarme cada mañana contigo, quiero volver a casa y encontrarte. No te he dicho nunca cuánto te necesito…
– ¿Ya no piensas en Isabel? -preguntó ella, con un hilo de voz.
– Quise mucho a mi mujer, pero ya le he dicho adiós. No esperaba volver a enamorarme, la verdad. Pensé que ya no tendría otra oportunidad y entonces apareciste tú y me pusiste la vida patas arriba. Te quiero, Kate. Te quiero a ti y solo a ti. ¿Quieres casarte…?
– Sí -contestó ella, sin dejarlo terminar.
Después de eso no tuvieron que hablar más. Finn la sentó en sus rodillas y la besó con tanta pasión que Kate temió marearse de felicidad.
Habrían estado así durante horas si el gato no hubiese decidido que estaba harto del asunto. Y, para demostrarlo, le dio un zarpazo a Finn.
– ¡Ay! ¿Por qué ha hecho eso?
– Porque necesita atención.
– No me digas que vas a llevártelo a casa…
– Me temo que sí. No puedo pedirle a Bella que se lo quede. Pero no te preocupes, es un gato muy bueno.
– Sí, ya veo -rió Finn, abrazándola de nuevo-. Tu hermana se pondrá muy contenta cuando le digamos que ya hay fecha para la boda.
– No lo creas. Cuando nos hayamos casado empezará a decir que Alex necesita un hermanito.
Ella soltó una carcajada.
– No me importaría nada. ¿Y a ti?
– Cualquier cosa para que mi hermana me deje en paz -sonrió Finn.
– Cualquier cosa -rió Kate.