142564.fb2 Cita sorpresa - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 3

Cita sorpresa - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 3

CAPÍTULO 3

– ¿Te encuentras mejor? -preguntó él, sin ninguna simpatía.

– Un poco -contestó Kate.

– Bueno -Finn tiró una carpeta sobre su mesa-. ¿Por qué demonios bebes tanto si luego te encuentras tan mal por la mañana?

– No suelo beber.

– ¿Ah, no?

– ¡Anoche estaba intentando pasarlo bien, ya que tú evidentemente no ibas a hacerlo!

– ¿Por qué fuiste a la cena si no pensabas hacer un esfuerzo?

– Fui porque Gib me lo pidió. Me dijo que Phoebe tenía una amiga a la que me gustaría conocer -contestó él-. Yo esperaba una chica agradable, sencilla, no a alguien con un escote vertiginoso y tacones de aguja que estaba decidida a bebérselo todo.

Ajá, de modo que se había fijado en el escote, notó Kate con perversa satisfacción.

– Pues a mí me dijeron que tú eras muy agradable. Vamos, que no te conocen en absoluto. ¡No pienso dejar que me organicen más citas a ciegas!

Finn se cruzó de brazos.

– Estoy completamente de acuerdo.

– ¡Pues es la primera vez!

– Si estás lo suficientemente recuperada como para discutir, estás bien para trabajar -dijo él entonces-. Supongo que los dos estamos de acuerdo en que lo de anoche fue… incómodo. Francamente, prefiero no saber nada de tu vida privada y no me gusta mezclar la mía con el trabajo. Pero como te dije anoche… aunque no creo que lo recuerdes, no me puedo permitir el lujo de enseñar a una secretaria nueva, así que sugiero que olvidemos lo que pasó. Y ayudaría mucho que tú llegases a tu hora y en condiciones para trabajar de vez en cuando. ¡Eso sí sería un cambio!

Kate se sujetó la dolorida cabeza con una mano. Ojalá pudiera decirle dónde podía meterse su trabajo. Recordaba vagamente haberle dicho a todo el mundo que iba a cambiar de profesión…

Cualquier día se le ocurriría algo, pero mientras tanto tenía que comer y aquel trabajo horroroso era su única forma de pagar las facturas. Ella nunca había sido ahorradora. Además, le había prestado dinero a Seb y no tenía nada en el banco. De modo que, por el momento, tendría que quedarse con Finn McBride.

– Alison volverá dentro de unas semanas -dijo él entonces.

– ¿Qué significa eso, que no vas a tener que aguantarme mucho tiempo?

A pesar de todo, le dolió que Finn quisiera librarse de ella lo antes posible.

– Tenía la impresión de que el sentimiento era mutuo.

– Y lo es.

– ¿Quieres marcharte ahora mismo?

– No -contestó Kate, arrinconada-. Quiero quedarme. No tengo elección.

– Pues estamos los dos en el mismo barco. ¡Pero si de verdad quieres seguir trabajando aquí, sugiero que vayas a lavarte la cara y empieces a trabajar!

Tres horas más tarde, Kate estaba desesperada. Había copiado cientos de cartas y Finn, que no tenía ninguna misericordia por su resaca, le encargó un informe antes de salir a comer con un cliente.

– Quiero ese informe en mi mesa para cuando vuelva -le dijo, a modo de despedida.

Kate soltó todos los papeles sobre su escritorio. ¿De verdad iba a seguir trabajando con aquel monstruo?

Habría podido jurar que estaba disfrutando de su desgracia. Estaba segura de que muchas de aquellas cartas podrían haber esperado y de que sólo lo hacía para castigarla. Era increíble pensar que, durante un momento y debido al vino, la noche anterior lo encontró vagamente atractivo.

Necesitaba otro café, se dijo.

A pesar de que a Finn no le gustaba nada que sus empleados charlasen en la oficina, sabía que la máquina de café era un centro de reunión. Por supuesto, era posible que aquellas dos mujeres del departamento administrativo estuvieran hablando de trabajo, pero lo dudaba. Porque se callaron en cuanto se acercó.

– Estoy desesperada -sonrió Kate, echando una moneda.

– ¿Y eso?

– Tengo resaca. No pienso beber nunca más en toda mi vida.

Sus contertulias eran Elaine y Sue. Siempre habían sido amables aunque frías con ella, pero notó que se animaban al oír lo de la resaca.

– ¿Qué tal te va con Finn? -le preguntó una de ellas… ¿Sue?

– No creo que pueda llegar nunca a la altura de Alison -suspiró Kate-. ¿Es tan perfecta como dice Finn?

Sue y Elaine se lo pensaron un momento.

– Es muy eficiente -dijo Elaine, aunque no parecía muy entusiasmada.

– Finn confía mucho en ella.

– ¡Pues debe de ser una santa para aguantar a ese hombre!

No debería haber dicho eso. Las dos mujeres se miraron, sorprendidas.

– Es muy simpático -murmuró Elaine.

– Es el mejor jefe que he tenido nunca. La mayoría de los empleados llevan aquí años y años. En otras empresas, la gente se marcha a la primera de cambio, pero aquí no. Finn espera que uno trabaje, pero siempre hace comentarios halagadores y eso es importante.

– Te trata como a un ser humano.

Kate las miró, perpleja.

– Por supuesto, Alison siente devoción por él -elijo Sue-. Entre tú y yo -añadió en voz baja-, creo que espera ser algo más que su secretaria.

– ¿Ah, sí? -murmuró Kate, sorprendida e incomprensiblemente irritada-. ¿De verdad?

– Pero Finn no ha superado la muerte de su esposa y no creo que piense casarse de nuevo -dijo Elaine.

– Isabel era una persona encantadora. Era muy especial -afirmó Sue.

– Entonces Finn era diferente. La adoraba y ella lo adoraba a él. Su muerte fue una verdadera tragedia.

– ¿Qué pasó? -preguntó Kate.

– Chocó contra un conductor que iba bebido… y la pobre nunca salió del coma. Finn tuvo que tomar la decisión de desconectarla de la máquina, fíjate qué horror.

Sue dejó escapar un suspiro.

– Te puedes imaginar lo duro que fue eso para él. Además, tenía a Alex… ella también iba en el coche, aunque afortunadamente salió ilesa.

– La pobre niña no dejaba de llorar llamando a su madre.

Kate se había llevado una mano al corazón. -Qué pena.

– Desde entonces, Finn ha cambiado. Cuando Isabel murió se encerró en sí mismo. Lo único que le importa verdaderamente es su hija y no deja que nadie se acerque. Ha seguido llevando la empresa, pero yo creo que es más por los empleados que por otra cosa.

– Todos esperamos que vuelva a casarse -dijo Sue-. El pobre merece ser feliz otra vez y Alex necesita una madre, así que a lo mejor Alison tiene una oportunidad… Es un poco fría, pero yo la encuentro muy atractiva, ¿no te parece, Elaine?

– Sí, y además es muy elegante.

– Y debe de conocerlo bien después de trabajar con él durante tantos años. Yo creo que sería una buena esposa para Finn.

Kate no estaba tan segura de que Alison pudiera ser una buena esposa para Finn McBride. Él era frío, serio, eficiente… lo que necesitaba era ternura y risas.

Aunque eso no tenía nada que ver con ella, claro. Sin embargo, no podía dejar de pensar en la tragedia. Lo imaginaba al lado de su esposa en el hospital, con el respirador artificial insuflando aire a sus pulmones… rezando para que abriese los ojos, intentando explicarle a su hija por qué mamá no iba a volver…

– Ahora entiendo que me mirase con esa cara de horror cuando pedí la última copa -le dijo a Bella por la tarde-. Me siento fatal. El pobre ha tenido que vivir un drama terrible.

– No lo hagas -dijo su amiga.

– ¿Que no haga qué?

– No te metas en eso.

– No me estoy metiendo en nada -se defendió Kate-. Es que me da mucha pena.

Bella dejó escapar un suspiro.

– Kate, tú sabes cómo eres. Si algo o alguien te da pena lo pones todo patas arriba para ayudarlo. Pero a veces no puedes hacerlo. También te daba pena Seb y mira lo que pasó.

– Esto es diferente. Finn no está intentando utilizarme. Él no me ha contado la historia de su mujer, han sido otros. A lo mejor ni siquiera quiere que lo sepa.

– Sólo quiero que no te pase lo de siempre: alguien te da pena, quieres ayudarlo… y te enamoras -insistió Bella-. Debes admitir que ese es tu patrón de comportamiento y esta vez puedes acabar con el corazón roto. Sería mucho peor que Seb. Nunca podrías compararte con su perfecta esposa, Kate. Sólo serías la segundona.

– ¡Por favor, Bella! Cualquiera diría que voy a casarme con él. Sólo estoy diciendo que ahora entiendo que sea tan cerrado.

– Bueno, tú ten cuidado. No te gustaba cuando lo creías felizmente casado y sigue siendo el mismo hombre. Ser viudo no es excusa para tener tan mal genio ¿no te parece? Dices que han pasado seis años desde que murió su mujer y yo creo que es tiempo suficiente para superarlo. No dejes que se aproveche de ti, ¿de acuerdo?

Kate no dijo nada porque empezaba la serie Urgencias, su favorita, pero después pensó en lo que Bella le había dicho. Su amiga podía parecer la típica rubia tonta a veces, pero en lo que se refería a relaciones sentimentales, tenía la cabeza sobre los hombros.

Por supuesto, era una tontería sugerir que ella podría enamorarse de Finn McBride. Lo que sí podía hacer era comprenderlo… y hacerle la vida más fácil. Sería amable, discreta y eficiente. Si lo que ella podía aportar era un ambiente de trabajo agradable, lo haría. Eso no tenía nada que ver con enamorarse de él. Sin embargo, cambiar el ambiente de trabajo es taba muy bien en teoría, pero en la práctica resultaba más difícil.

Kate lo intentó. Harta de oír hablar sobre la inmaculada Alison, hizo un esfuerzo para vestir mejor. Nunca estaría cómoda con un traje de chaqueta y su pelo jamás podría ser domado, pero al menos estaba dispuesta a intentarlo. Cuando Finn le daba una de sus contestaciones, se mordía la lengua. Seguía trabajando y esperaba que se diese cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo. Incluso había practicado un discurso para cuando le diera las gracias por su trabajo.

¡Menuda pérdida de tiempo! En lugar de estar agradecido, Finn parecía sospechar de su nueva actitud.

– ¿Qué te pasa? -le espetó un día.

– Nada -contestó ella.

– Me pone nervioso que seas tan amable. ¿Y por qué vistes así? ¿Tienes una entrevista de trabajo?

– No. Estoy intentando tener un aspecto más profesional. Pensé que lo aprobarías.

Finn la miró, irónico. Se le había soltado la coleta y los rizos estaban por todas partes, como siempre. Su único traje de chaqueta era de un gris aburridísimo y la camisa blanca estaba arrugada. Era difícil creer que aquel traje salía del mismo armario donde estaba el vestido rojo que se había puesto para la cena.

– No te va bien ese aspecto… tan serio.

«A algunos no hay forma de agradarles», pensó Kate, resignada.

Y como Finn no la entendía, decidió volver a portarse como antes, especialmente después de una charla muy interesante con Phoebe. Kate le contó, porque no se lo había contado antes, que Finn era su jefe y descubrió que él se lo había contado a Gib al día siguiente.

– ¿Dijo algo de mí? -le preguntó a su amiga.

– Creo que se quedó muy sorprendido por tu vestido. No creo que lleves esos escotes a la oficina, ¿no?

– Claro que no. ¿Qué esperaba, que fuese a cenar con un traje de chaqueta?

Qué hombre. Siempre se estaba quejando de algo.

– Le dijo a Gib que yo no era su tipo -le contó a Bella aquella tarde-. Así que no pienso seguir siendo amable con él. Además, no agradece mis esfuerzos.

No pensaba ser amable, pero estaba decidida a demostrarle que Alison no era la única que podía ser profesional. Cada mañana, intentaba estar en su escritorio antes de que él llegase a la oficina. Eso significaba levantarse al amanecer, por supuesto, pero valía la pena sólo para ver su cara de desconcierto.

Llevaba una semana siendo puntual cuando, una mañana, salió del metro subiéndose el cuello del abrigo. Había empezado a llover y se detuvo un momento para abrir el paraguas. Normalmente no se habría molestado, pero la lluvia descontrolaba su pelo aún más de lo normal y estaba decidida a no parecer una leona.

Entonces miró su reloj. Tenía tiempo de comprar un café antes de ir a la oficina. El de la máquina era vomitivo.Aceptando con una sonrisa el «bella, bella», del camarero italiano, Kate tomó el recipiente de plástico y se dio la vuelta.

Abrir el paraguas con una sola mano no era tarea fácil, pero después de algunos intentos lo consiguió. Hacía mucho viento y tuvo que sujetarlo frente a su cara, pero sólo había una manzana hasta la oficina y tenía la pretensión de llegar seca.

Sin embargo, al dar el primer paso, oyó un gemido, resbaló y cayó de trasero sobre un montón de bolsas de basura.

– ¿Se ha hecho daño? -le preguntó una voz masculina.

– No, no, estoy bien. Gracias.

El buen samaritano desapareció y Kate se levantó, furiosa. Se le había caído el café en la falda, tenía las manos sucias, se le habían roto las medias y el paraguas y el pelo… en fin, aquel día podía olvidarse del aspecto profesional.

Cuando miró alrededor vio que las bolsas de basura estaban rotas y, en medio de cáscaras de naranja y mondas de patata, había un perrillo de ojazos enormes.

– Pobrecillo, ¿te he pisado? -murmuró, alargando la mano para acariciarlo. El pobre estaba temblando y no llevaba collar-. Pero si eres un cachorro…

En realidad, no era el perro más bonito del mundo. Un observador desapasionado incluso habría dicho que era una cosa de pelo marrón con las patas muy cortas, pero Kate sólo se fijó en que se le notaban las costillas.

– No pasa nada, cariño. Te vienes conmigo -murmuró. No podía dejarlo allí. Lo mataría un coche o se moriría de hambre.

Había un mercado cerca de la salida del metro y, con el paraguas roto en una mano y el perro en la otra, Kate entró a comprar pan, leche y un periódico… en caso de accidentes. Más tarde se preocuparía del collar. Por allí no había tiendas de animales. Para entonces, estaba tan mojada y tan sucia como el perro y eran las nueve y media.

Y ella quería llegar temprano…

En fin, no lo pudo evitar. Sin hacer caso a la expresión horrorizada de la recepcionista, Kate subió al ascensor con su preciosa carga en los brazos. Sentía los latidos del corazón del perrillo y el suyo propio se aceleró al pensar en su encuentro con Finn, pero le daba igual.

Kate abrió la puerta del despacho, respiró profundamente antes de entrar… y se quedó muerta al ver a alguien delante de su ordenador. Por un segundo pensó que la habían reemplazado, pero enseguida se dio cuenta de que a esa persona le faltaban unos cuantos años de colegio antes de entrar en el mercado laboral.

La niña dejó de teclear y se quedó mirándola con expresión seria. Llevaba gafas y tenía un aspecto reservado… y un aire de seguridad aterrador en una niña tan pequeña.

– ¿Quién eres?

– Yo soy Kate. ¿Y tú?

Aunque sabía quién era. Habría reconocido la expresión estirada de Finn en cualquier parte.

– Soy Alex. Mi papá está enfadado contigo.

– Ya me lo imaginaba -suspiró Kate, dejando al perrillo en el suelo.

– Ha dicho una palabrota.

– ¿Dónde está?

– Ha ido a buscar alguien que me cuide y alguien que haga tu trabajo hasta que tú te dignes a aparecer. ¿Qué significa «dignes»?

– Tu padre ha debido de pensar que llegaba tarde a propósito -suspiró Kate, quitándose el abrigo. Debería ir a buscar a Finn y explicarle lo que había pasado, pero el perrito estaba temblando y era más importante ocuparse de él.

– ¿Por qué estás tan sucia? -preguntó la niña.

– Me caí encima de un montón de bolsas de basura.

– Qué asco -Alex hizo una mueca-. Hueles un poco mal.

Kate se olió la blusa y descubrió el irrepetible aroma de Eau de basure. Genial. Lo que le faltaba.

– ¿El perro es tuyo? -Ahora sí.

– ¿Cómo se llama?

– No lo sé. ¿Qué nombre crees que debería ponerle? -preguntó Kate, esperando un Toby o algo parecido.

– ¿Es chico o chica?

Buena pregunta. Kate miró donde tenía que mirar.

– Chico.

Alex parecía fascinada por el perro, aunque no se acercaba mucho.

– ¿Qué tal Derek?

– ¿Derek?

– ¿No te parece un nombre bonito?

– Es un nombre precioso… Derek, me gusta. ¡Derek! -exclamó Kate, chascando los dedos.

El animalillo se sentó torpemente y Alex sonrió por primera vez. La sonrisa transformaba sus serios rasgos por completo y Kate se preguntó si ejercería el mismo efecto en su padre. No lo sabía porque jamás lo había visto sonreír.

Aunque estaba segura de que aquél no iba ser buen día para sonrisas.

– Hola, Derek -sonrió Alex.

– Deja que te huela antes de acariciarlo.

– Es muy mono.

– No sé si tu padre pensará lo mismo.

Acababa de decir esa frase cuando Finn entró en el despacho con expresión feroz.

– ¡Ah, aquí estás! Cuánto me alegro de que hayas venido.

– Siento haber llegado tarde…

– Pero bueno… ¿te has visto? ¿Qué demonios has hecho?

– ¡Por favor, no grites!

La advertencia no llegó a tiempo. Asustado por el vozarrón de Finn, el perrillo se había orinado en la alfombra.

– ¡Mira lo que has hecho! -lo acusó Kate, sacando el periódico para secar la mancha-. No pasa nada, cariño -murmuró, acariciando al asustado animal-. No voy a dejar que este señor tan malo vuelva a gritarte.

– ¿Qué es eso? -exclamó Finn.

– Eso se llama Derek contestó ella.

– Pero bueno…

– Se llama así, papá -dijo Alex.

– ¿Derek?

– Se lo puso Alex -murmuró Kate-. Le pega, ¿verdad?

Finn no le hizo ni caso. De hecho, parecía estar contando hasta diez.

– Kate -dijo por fin-, ¿qué está haciendo ese perro aquí?

– Lo encontré cuando venía a trabajar.

– Pues ya puedes librarte de él. éste no es sitio para un perro.

– Tampoco es sitio para una niña. -Finn apretó los labios.

– Mi ama de llaves está cuidando de su madre y hoy no hay colegio. No podía dejarla sola en casa.

– Y yo no podía dejar a Derek en la calle -replicó Kate-. Podría haberlo atropellado un coche.

– Kate, esto es una oficina, no un albergue para animales abandonados. ¡Pensé que estabas intentando ser más profesional!

– Hay cosas más importantes que ser profesional -dijo ella, tomando al perro en brazos.

– ¿Adónde vas? ¡Aún no he terminado!

– Voy a secarlo y a darle un poco de leche. Cuando vuelva, podrás seguir regañándome todo lo que quieras…

– ¿Puedo ayudarte? -preguntó Alex.

– Claro. Tú puedes sujetar a Derek mientras yo lo seco.

– Un momento… -empezó a decir Finn, incapaz de creer que había perdido el control de la situación. Alex levantó los ojos al cielo, como una adolescente irritada.

– Papá, no pasa nada.

Después de eso fueron al cuarto de baño, dejando a Finn McBride perplejo.

– No creo que hoy vaya a ganar el premio a la secretaria mejor vestida -suspiró Kate.

– No te pareces a Alison -comentó Alex.

– Eso me dice tu padre casi todos los días.

– A mí no me gusta Alison -lijo Alex entonces-. Me habla como a una niña pequeña. Y es muy cursi con mi padre.

– ¿En serio?

– Sí, le habla así con una voz…

– ¿Y tu padre también se pone cursi con ella? -preguntó Kate sin poder evitarlo.

La niña se encogió de hombros.

– No lo sé. Espero que no. Yo no quiero una madrastra. Rosa es un poco rollo, pero la prefiero a ella antes que a Alison.

– ¿Quién es Rosa?

– El ama de llaves.

Pobre Alison, pensó Kate. No le gustaría estar en su pellejo.

Diez minutos después, Derek estaba debajo de su escritorio, tumbado sobre el periódico.

– Es más rico… -murmuró Alex-. Ojalá pudiera quedármelo. ¿Tú crees que mi padre me dejará?

Kate pensó que la respuesta era «no», pero mejor que se lo dijera Finn personalmente.

– Tendrás que preguntárselo a él. Y yo que tú esperaría a que estuviese de mejor humor.

Finn apareció entonces con la misma expresión sombría de antes.

– Alex, puedes ir a sentarte en recepción si quieres. Sé que te gusta hablar con la recepcionista.

– Sólo cuando Alison está aquí -contestó la niña-. Ademas, Kate me ha dicho que puedo cuidar de Derek.

– Sí, bueno… yo tengo que hablar con Kate un momento.

– No la molestaré -insistió Alex-. Yo cuidaré de Derek y así ella podrá trabajar. No te importa, ¿verdad, Kate?

– Claro que no.

– No es a Kate a quien debe importarle -intervino Finn, impaciente-. Ven a mi despacho… si has terminado de convertir mi oficina en un albergue para perros abandonados, claro.

– Voy, voy -murmuró ella, sabiendo lo que la esperaba.

– ¿Te importaría explicarme qué demonios está pasando aquí? -le espetó Finn en cuanto cerró la puerta.

Kate se preguntó si debía quedarse de pie con las manos a la espalda, como si estuviera hablando con el director del instituto. Pero decidió sentarse.

– No pasa nada. No quería llegar tarde, pero ya has visto a ese pobre perrito… alguien debió de aburrirse de él y lo abandonó. Es que no entiendo cómo la gente puede ser tan cruel…

– Kate, no me interesa -la interrumpió Finn-. Tengo una empresa que dirigir, por si no te has dado cuenta. Hemos perdido media mañana con ese perro…

– Alex está muy contenta cuidando de Derek, así que yo creo que ha sido providencial -lo interrumpió ella, tomando el cuaderno-. Bueno, podemos empezar cuando quieras.