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CAPÍTULO 5

Cuando Alex se fue a la cama, Finn sugirió que tomasen un café en el salón.

– Es una habitación muy agradable -murmuró Kate.

Antes de inclinarse para encender la chimenea, Finn cerró las cortinas y encendido una lamparita. Todo demasiado hogareño, pensó ella.

La luz de la lámpara y las llamas de la chimenea daban un ambiente íntimo a la habitación… y Kate estaba cada vez más nerviosa. Sólo tenía a Derek como carabina y, a pesar de sus esfuerzos por mantener viva la conversación, la tensión era evidente.

Era culpa de Finn, decidió. Aquella noche parecía diferente. Era la primera vez que lo veía sin traje de chaqueta. Se había cambiado antes de cenar y, con un pantalón de sport y una camisa de cuadros, parecía más joven, menos serio. Y Kate no podía dejar de mirarlo de reojo.

Después de encender el fuego, Finn se sentó en el sofá y miró alrededor como si viera la habitación por primera vez.

– No la usamos a menudo. Es demasiado grande. Normalmente, voy a mi estudio después de cenar.

– Supongo que a veces te sientes solo.

Pero enseguida se arrepintió. ¿Por qué había dicho eso?

– Ya estoy acostumbrado.

Kate carraspeó.

– ¿La echas mucho de menos?

– ¿A Isabel? -Finn se quedó mirando las llamas de la chimenea-. Al principio fue terrible, pero ahora… a veces creo que he aceptado su muerte y otras la echo tanto de menos que me duele el alma. Y en cuanto a Alex… me da rabia que no haya podido crecer con su madre.

– Lo siento -murmuró ella, sin saber qué decir.

– ¿Sabes lo que pasó?

– Sí, me lo contaron en la oficina. -Finn asintió con la cabeza, pensativo.

– Estuvo en coma durante una semana. Yo no podía hacer nada, sólo estar a su lado, darle la mano y decirle cuánto la quería. Según los médicos, no podía oírme.

– A lo mejor podía sentir tu mano -aventuró Kate, para consolarlo.

– Eso es lo que me decía a mí mismo. Le prometí que cuidaría de Alex, pero empiezo a preguntarme si puedo cumplir esa promesa. Es muy duro criar solo a una niña… Alex a veces se pone difícil y es entonces cuando echo de menos a Isabel. Ella era tan tranquila, tan pausada… siempre sabía qué tenía que hacer.

– Pero Alex parece una niña feliz.

– Gracias a ti.

– ¿A mí?

– Nunca la había visto tan contenta y es por culpa de ese perro -sonrió Finn acariciando al animal, que estaba tumbado a sus pies-. Mi hija no hace amigos con facilidad. Es una niña muy reservada. Y muy posesiva conmigo.

– Supongo que es normal.

– Seguramente -suspiró él-. No le gusta que tengamos ama de llaves. Le gustaría que viviéramos los dos solos. La verdad, incluso he pensado vender la empresa y quedarme en casa, pero ¿qué sería de mis empleados? Algunos llevan más de diez años trabajando para mí… ¿y qué haría yo? Alex está muchas horas en el colegio y, además, no puedo estar sin hacer nada.

– Claro, entiendo -murmuró Kate.

– La otra opción es casarme, claro. Alex se está haciendo mayor y… pero no me parece justo casarme sólo para que sea más fácil educar a mi hija.

Parecía tan cansado que Kate tuvo que controlar el impulso de abrazarlo.

Ésa no era la mejor forma de no involucrarse.

– ¿Por eso fuiste a cenar a casa de Phoebe y Gib? ¿Estabas buscando una posible madrastra para Alex?

– En parte -admitió Finn-. Tengo que conocer gente y pensé que si conocía a alguien interesante las cosas cambiarían, pero…

– Era yo -sonrió Kate.

– Sí, eras tú.

Se quedaron en silencio durante unos segundos que a Kate le parecieron una eternidad. Era un silencio cargado de implicaciones. Que ella no era la clase de madrastra que estaba buscando para su hija, que no era lo que esperaba…

– ¿Qué estabas haciendo tú allí? -preguntó Finn.

– Phoebe es una de mis mejores amigas.

– ¿Sabías que yo estaría en esa cena?

– No, sabía que habían invitado a un amigo para presentármelo. Pero no sabía que eras tú.

– No lo entiendo -dijo él entonces.

– ¿Qué no entiendes?

– Eres una chica muy guapa. Eres inteligente, divertida… cuando quieres, y evidentemente tienes muchos amigos. ¿Por qué una chica como tú necesita citas a ciegas?

Kate se encogió de hombros.

– No es tan fácil como crees, especialmente cuando has pasado de los treinta. A esa edad todos los hombres interesantes están ya comprometidos y una acaba haciendo el ridículo con los que están disponibles.

– ¿Y qué pasa con Will, el analista financiero?

– Que es el novio de Bella, no el mío. Lo dije para impresionarte. Aunque no ha funcionado, evidentemente.

– No sé… me convenciste durante unas horas -dijo Finn-. Si no era Will, ¿quién era?

– Se llamaba Seb -suspiró Kate, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá-. Yo estaba loca por él… Era un ejecutivo en la empresa en la que yo trabajaba. Era guapísimo y tenía una reputación terrible… pero, por supuesto, ése era parte de su atractivo. Cuando se fijó en mí, no me lo podía creer.

– ¿Y qué pasó?

– A Bella y a Phoebe nunca les gustó, pero a mí me encantaba. Tenía un carisma, un atractivo difícil de explicar… Pensé que lo único que necesitaba era el amor de una mujer y que yo sería capaz de cambiárlo, pero me equivoqué -Kate sonrió con cierta amargura-. Hice el idiota.

– Todos cometemos errores -murmuró Finn.

– La mayoría de la gente aprende de esos errores, pero yo no. Teníamos lo que en las revistas llaman «una relación destructiva». Esperaba durante horas al lado del teléfono, me obsesioné por completo… y Seb lo sabía. Sólo aparecía cuando le daba la gana y yo estaba tan contenta de verlo que no me atrevía a echarle en cara… en fin, que se aprovechó de mí. Me pedía dinero, que le hiciera la colada…

– ¿En serio?

– Sí, le hacía la colada, cocinaba para sus amigos… Ahora me acuerdo y me pongo mala, pero entonces me parecía la única forma de estar con él.

Debía de parecerle absolutamente patética. Finn seguramente despreciaría un comportamiento tan humillante, pero era difícil saber lo que estaba pensando.

– ¿Y cómo conseguiste cortar con él?

– Una tarde fui a su despacho y lo encontré gritándole a una de las señoras de la limpieza. Fue horrible… era un auténtico monstruo y la pobre mujer estaba asustadísima. Intenté hacerlo entrar en razón, pero entonces me empezó a gritar a mí y acabé diciéndole que iba a denunciarlo por maltratar al personal.

– ¿Y qué pasó?

– Me dijo que no me molestase. Que iba a hablar con los jefes para decir que yo lo había molestado. Me dijo: «¿A quién piensas que van a creer, a una secretaria temporal o a un ejecutivo?». Y eso es exactamente lo que hizo. Y me despidieron.

– ¿No pudiste hacer nada? -preguntó Finn.

– El problema es que todo el mundo sabía que yo estaba loca por él y le resultó fácil hacerles creer que yo prácticamente lo estaba acosando -suspiró Kate.

– Qué horror.

– De todas formas, ya no quería trabajar allí. No quería ni ver a Seb. El problema es que no quisieron darme buenas referencias, así que ahora me resulta difícil encontrar un buen puesto. Por eso tuve que apuntarme a una agencia de trabajo temporal. Y por eso tengo que quedarme contigo, hasta que vuelva Alison. Y esperar que tú des buenas referencias mías.

Era cierto. Si Finn no le daba buenas referencias ni siquiera la querrían en la agencia.

– ¿Por eso has ido a buscar a Alex al colegio?

– No, qué va. Además, hacer macarrones con queso no es una habilidad profesional muy solicitada. Sólo espero que admires mi puntualidad y mi nueva dedicación al trabajo.

– Ya veo -murmuró él.

– A partir de ahora no pienso mezclar mi vida profesional y mi vida personal. Por eso acepté la cita a ciegas en casa de Phoebe. No estoy buscando una relación seria, sólo alguien para pasarlo bien.

– Pero me conociste a mí -dijo Finn.

Algo en su tono de voz hizo que Kate levantase la cabeza. Él la miraba con su típica expresión indescifrable, pero sus ojos la atraparon. No estaba segura de cuánto tiempo permanecieron así, mirándose en silencio, con el crepitar de la chimenea como única compañía. Fue Finn quien apartó la mirada y Kate tuvo que concentrarse para recordar de qué estaban hablando…

– Ah, sí, de que quería pasarlo bien y no estaba en el mercado para buscar marido.

– Sí, bueno, fue una sorpresa… no es muy divertido encontrarte con tu jefe en una cita a ciegas.

– No -murmuró él mirando el fuego-. Supongo que no.

Resultó fácil convencer a Finn de que ella sólo quería pasarlo bien, pero en la práctica…

No tenía problemas para salir de fiesta porque Bella estaba todo el día en la calle, pero ya no era tan divertido como antes.

Kate se desesperaba, preguntándose cómo estarían Finn y Alex. No era asunto suyo, se recordaba a sí misma continuamente, pero no podía dejar de pensar en ellos. Supuestamente, debía de estar pasándolo bien y conociendo a gente interesante. Un viudo y su hija de nueve años no eran parte del plan.

Pero cada vez que estaba en la barra de un bar, escuchando cómo el bobo de turno le hablaba de su coche o su ascenso en el trabajo, recordaba la casa de Wimbledon. Pensaba en Alex y en Derek, pero sobre todo pensaba en Finn. Pensaba en cómo su rostro se iluminaba cuando sonreía, en lo diferente que era con una simple camisa de cuadros… y cada vez que pensaba en él se le encogía el corazón.

En la oficina era todavía peor. Cada vez que entraba en su despacho se ponía de los nervios y cada vez que él se acercaba le temblaban las manos y se le caía el bolígrafo o el café.

Alison volvería en tres semanas y Kate no sabía si estaba deseando marcharse o temía ese momento. A veces intentaba imaginarse a sí misma trabajando para otra persona, en una oficina diferente, pero era incapaz. No tendría que pasear a un perro a la hora de la comida, no vería a Finn McBride…

No vería a Finn.

Desde que cenaron juntos la relación había cambiado. Finn seguía siendo serio, pero más amable y Kate casi deseaba que volviera a ser antipático. Las cosas eran más fáciles entonces.

El viernes estaba tomando una carta al dictado, pero se distrajo mirando sus manos, sus ojos…

– ¿Te pasa algo? -preguntó él.

– No, no, estoy bien -murmuró Kate. Horror, ya no podía hablar con él sin ruborizarse como una damisela-. Es que estoy cansada. Anoche me acosté tarde… salí con mi amiga Bella y ya sabes cómo son estas cosas… se te olvida mirar el reloj.

Quería parecer la típica loquilla que bailaba hasta las tantas de la mañana sin preocuparse por nada más. Una chica cuyo objetivo nunca sería un hombre viudo con una hija de nueve años.

– Ya le dije a Alex que tú salías mucho, pero le prometí preguntarte de todas formas.

– ¿Preguntarme qué?

– Ella te cree una autoridad en asuntos caninos y quiere que le enseñes a entrenar a Derek. Por lo visto, dijiste que le darías algunos consejos -dijo Finn, como si todo aquello fuera culpa suya.

Le había prometido a Alex ayudarla a entrenar a Derek, era verdad. Pero ése no era el problema. El problema era cuánto deseaba ir a la casa de Wimbledon.

– Le dije que tendrías cosas que hacer -insistió Finn al ver que vacilaba.

– No… puedo ir una tarde, no pasa nada. Podríamos ir a pasear por el parque.

¿Por qué había dicho eso? ¿Por qué?

– Alex estará encantada.

«¿Y tú?», le hubiera gustado preguntar. «¿Tú también estás encantado?».

– ¿El domingo te viene bien?

– Estupendamente. Iremos a buscarte a las cuatro. ¿Te parece?

A pesar de que fue regañándose a sí misma hasta que llegó a casa, Kate estaba deseando que llegara el domingo. El sábado por la noche fue a una discoteca con Bella, pero le resultó insoportable y se marchó en cuanto pudo, rezando para que su amiga no notase nada raro.

No tuvo suerte.

– ¿Qué te pasa, Kate? -le preguntó el domingo por la mañana.

– Nada -contestó ella.

– Pensé que Toby sería tu tipo. Es muy amigo de Will.

– Sí, era agradable -murmuró Kate, que estaba limpiando la cocina.

– ¿Y por qué te ha dado ahora por la limpieza? -preguntó Bella, suspicaz.

– Por nada. Es que esto está hecho un asco.

– Siempre está así y nunca antes te había preocupado. ¿Es que va a venir alguien?

– Finn y su hija vendrán a buscarme a las cuatro -contestó Kate, sin mirarla.

– ¿Tu jefe? ¿El hombre con el que no tenías intención de involucrarte?

– Sí.

– Explícamelo. Que venga a buscarte a casa un domingo, con su hija… ¿no es involucrarte con él?

– Vamos al parque a pasear con Derek, el perrito que encontré abandonado.

– Ya -dijo Bella, incrédula.

– Es verdad. Sólo voy porque me siento responsable. Al fin y al cabo, yo lo encontré.

– ¿Qué le digo a Toby si pregunta por ti?

– Que me llame. Estoy deseando salir con él.

– Sí, seguro. Por eso estás limpiando la cocina. ¿Qué vas a ponerte?

Oh, cielos. ¿Qué iba a ponerse? Kate entró en su habitación para mirar en el armario… Desde luego, algún día tenía que colgar la ropa.

No quería estar hecha un asco, pero tampoco quería dar la impresión de que se había arreglado. Decidió entonces ponerse unos vaqueros. Le quedaban un poco estrechos, pero se tumbó en la cama para ponérselos, como hacían las modelos de los anuncios. Y eligió un jersey rojo que era su favorito. Aunque Finn no iba a ver lo que llevaba bajo el abrigo.

A menos que lo invitase a tomar café. Y unas tortitas calientes no estarían mal después de dar un paseo por el parque…

Kate entró galopando en la cocina para comprobar si había harina y azúcar.

– ¿Tenemos sirope de caramelo?

– ¿Para qué lo quieres? -preguntó Bella.

– Para hacer tortitas.

– ¿Tortitas? Qué mal te veo. Está en el armario, encima de la cocina.

Kate estuvo toda la mañana organizando cosas y volviendo loca a Bella mientras intentaba dejar la casa como un jaspe.

– Ojalá llegue el Finn ese de una vez -suspiró su amiga.

Para cuando sonó el timbre, Kate estaba completamente de los nervios. Era peor que su primera cita, a los dieciséis años. Estirándose el jersey, se pasó una mano por el pelo y respiró profundamente antes de abrir.

Finn estaba detrás de Alex y su corazón dio un vuelco al verlo. En otras circunstancias, además de abrazar a la niña, le hubiera dado a él un beso en la mejilla, pero sólo de pensarlo se le hacía un nudo en el estómago.

Alex se sentó en el asiento trasero, con Derek, sin dejar de parlotear. Afortunadamente, porque Kate no podía hilar dos frases con sentido. Además, estaba demasiado pendiente de la mano de Finn en el cambio de marchas…

Fue un alivio salir del coche y concentrarse en el perro.

– Es listo, ¿verdad, papá?

– Lo suficiente como para saber que debe aprender a sentarse si quiere tener un plato de comida -contestó Finn, resignado.

Después de enseñarle a sentarse y a volver cuando se lo llamaba, fueron a dar un paseo por el parque.

Hacía frío y el viento movía el pelo de Kate mientras Alex corría con Derek delante de ellos. Finn caminaba a su lado, con las manos en los boli chaquetón, el pelo alborotado por el viento.

De vez en cuando Alex volvía, con la carita roja y los ojos brillantes.

– ¡Ojalá pudiéramos venir todas las semanas!

– Nunca te había gustado pasear -observó Finn.

– Ahora que tengo perro es diferente. Me alegro tanto de que trabajes con mi padre, Kate… ¿Verdad que tú también te alegras, papá?

Ella estaba apartándose el pelo de la cara. El ejercicio había hecho que también estuviese un poquito colorada, pensó.

– Desde luego, ha cambiado mi vida.

Kate no sabía cómo tomarse eso. ¿Le había cambiado la vida para bien o para mal? ¿O sería sólo una broma?

– ¿Cuándo vuelve Rosa? -preguntó, para cambiar de tema.

– No lo sabemos. Su madre sigue muy enferma, por lo visto. Por el momento, Alex y yo nos arreglamos como podemos.

– Es mucho mejor sin un ama de llaves -intervino la niña.

– No pensarás lo mismo cuando llegue tu tía Stella -suspiró Finn-. Se quedará horrorizada cuando vea que nadie cuida de ti.

– Tú cuidas de mí, tonto -replicó Alex, tomando su mano.

– Tu tía dirá que no es suficiente. Y es verdad.

– ¿Quién es Stella? -preguntó Kate.

– Es la hermana de mi papá. Y es muy mandona.

– Vive en Canadá -le explicó Finn-. Y viene a Londres una vez al año para comprobar que estamos bien. Tiene buen corazón, pero a veces es un poco… dominante.

– Mandona -corrigió Alex.

– Un poco autoritaria -insistió Finn, sin hacer caso de la niña, que seguía diciendo «mandona» en voz baja-. Stella decidió hace unos años que mi hija necesitaba una madrastra y cada vez que viene a Londres me prepara una lista de mujeres que ella cree adecuadas para mí.

– Y siempre son horribles -intervino Alex-. ¿Verdad, papá?

– Digamos que mi hermana no tiene las mismas ideas que yo sobre qué clase de madre necesita mi hija. Sé que lo hace con buena intención, pero me gustaría que dejase de organizar mi vida.

Kate se sintió intrigada.

– No me puedo imaginar a nadie intentando organizarte la vida.

– No conoces a mi hermana. La verdad es que Alex y yo tememos sus visitas.

– ¿Sabes lo que deberíamos hacer, papá?

– ¿Qué?

– Deberíamos decirle que ya tienes novia, así la tía Stella no podría hacer nada -dijo Alex entonces.

– No creo que sea tan fácil engañarla -sonrió Finn-. Insistiría en conocer a la novia y tendríamos que buscar una, ¿no te parece?

– Podríamos pedírselo a Kate.

– ¿Pedirme qué?

– Que seas la novia de mi papá, de mentira -contestó Alex dando saltitos-. Podríais decirle que vais a casaros. ¡Así nos dejaría en paz de una vez!

– No hables así de tu tía, Alex -la regañó Finn. Después de eso, se quedaron los tres en silencio. Debía de ser una broma, pensó Kate. No podía ni imaginar que Finn se lo tomara en serio.

– No creo que sea buena idea -dijo él entonces, como si hubiera leído sus pensamientos.

– ¿Por qué no? A Kate no le importaría, ¿verdad que no, Kate? -preguntó Alex con su expresión más inocente.

Kate emitió una especie de gruñido porque no sabía qué decir.

– Podría ser divertido -insistió la niña-. Imagínate la cara de tía Stella cuando le dijeras que ya has encontrado novia, papá. Yo creo que sería genial.

– Ya está bien, Alex.

– ¿Por qué no? Lo pasaríamos bien en lugar de tener que soportar a esas señoras horribles que nos presenta.

– ¡He dicho que ya está bien!

Alex se quedó callada y luego se dedicó a tirarle palitos a Derek.

– Lo siento, Kate -se disculpó Finn.

– ¿Tan mal lo pasáis cuando viene tu hermana?

– Fatal. Sé que lo hace porque la preocupa Alex, pero se pone muy pesada. Es una mujer con mucho carácter.

– Ya me imagino. Si es hermana tuya…

– Alex y ella se pelean mucho. Mi hermana no tiene mucho tacto con los niños. Siempre ha sido así.

Kate intentó imaginar una versión femenina de Finn McBride y sintió un escalofrío.

– ¿No puedes convencerla de que Alex y tú sois felices estando solos?

– Lo he intentado -suspiró él-. Pero no hay manera. La verdad es que le debo mucho. Stella se quedó con nosotros cuando murió Isabel y… no sé qué habría hecho sin ella. Vive en Canadá y tiene su propia familia, pero está empeñada en que vuelva a casarme.

– Entiendo.

– He intentado convencerla de que algún día conoceré a alguien, pero ella insiste en venir todos los años para presentarme a un montón de divorciadas. Y la verdad es que me resulta imposible pasarlo bien porque Alex no quiere saber nada del asunto. Mi hija no quiere que vuelva a casarme.