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CAPÍTULO 7

Debería haberlo esperado, pero no. La había pillado por sorpresa. Kate se quedó mirando el plato, sin saber qué decir, sorprendida por el absurdo deseo de que aquello fuese verdad. Deseaba ser su novia, que Finn la amase, que quisiera casarse con ella…

Se sentía rara. Era como si se hubiera quedado sin oxígeno de repente.

– ¿Te importaría hacerte pasar por mi novia? -le preguntó Finn.

«Hacerte pasar». Esas dos palabras eran la clave. Sus sueños no iban a hacerse realidad. Finn estaba dejando claro que no hablaban de algo real.

– Sé que es una petición extraña, pero significaría mucho para Alex. Y para mí -dijo él entonces-. Por supuesto, todo sería una farsa. No espero que… que lo veas como algo de verdad. Sólo sería un trabajo.

– ¿Un trabajo? -repitió Kate.

– No te pediría que hicieras eso gratis. Te pagaré un extra… por hacerte pasar por mi novia.

Hablaba con toda formalidad, como si estuvieran discutiendo un trabajo de secretaria. Y dejando claro que aquello sólo era un acuerdo comercial.

– ¿Y qué tendría que hacer? -preguntó ella, intentando contener los nervios.

– Hacerle creer a mi hermana que tú y yo…

– ¿Estamos enamorados?

– Eso es -suspiró Finn.

– En el instituto se me daba bien el teatro. Siempre quise un papel protagonista, pero sólo me daban papeles secundarios, así que ésta podría ser mi gran oportunidad -intentó bromear Kate.

– Entonces, ¿te lo pensarás? -preguntó él, incrédulo.

– ¿Por qué no?

Lo que no podía hacer era dejar que Finn descubriese que empezaba a estar interesada por él. Si lo supiera, no le habría pedido que se hiciera pasar por su novia, seguro. Tenía que convencerlo de que todo era un juego para ella.

– Será más divertido que trabajar de secretaria. De hecho, a mí me parece dinero fácil.

– Cuando conozcas a mi hermana no pensarás eso. No es tonta y nos vigilará, te lo aseguro. Si queremos dar la impresión de estar comprometidos tendremos que… en fin, tratarnos de una forma más cariñosa. «Tratarnos de forma cariñosa».

– ¿Quieres decir que tendremos que besarnos?

– Ocasionalmente, sí -murmuró él, avergonzado-. ¿Qué te parece?

¿Qué le parecía? Kate se imaginó a sí misma echándole los brazos al cuello. Se imaginó apretándose contra su pecho, recibiendo la caricia de esos labios firmes… y una ola de deseo la invadió, dejándola sin respiración.

– Si mi hermano me dice que va a casarse, yo querría saber hasta el último detalle.

Finn sonrió.

– Bueno, me preguntó cómo eras.

– ¿Y qué le dijiste?

Él la miró con una expresión indescifrable de las suyas.

– Que eras simpática, divertida, cariñosa y que a Alex le gustabas mucho. Es la verdad, ¿no?

¿Era la verdad? ¿Que a Alex le caía bien o que pensaba todas esas cosas de ella?

Tampoco era una declaración de amor, ¿no? Kate movió la pasta distraídamente. Le hubiera gustado que la describiese como una mujer preciosa, deseable, irresistible. ¿Por qué no se le había ocurrido ninguno de esos adjetivos?

Pero sabía por qué. Porque no pensaba que lo fuera. Porque no la quería. Tendría que acostumbrarse a la idea, se dijo. Kate soltó el tenedor, suspirando.

– ¿Tu hermana no te preguntó por qué habías cambiado de opinión sobre el matrimonio?

– Le dije que lo entendería cuando te conociese.

Sus ojos se encontraron entonces y pasó algo. Algo que aceleró el corazón de Kate, pero que terminó en un segundo.

– ¿Qué habrías hecho si te hubiera dicho que no?

– No estoy seguro -admitió Finn-. La verdad es que confiaba en que dijeras que sí. Pero si hubieras dicho que no, le contaría a mi hermana que me habías dejado por otro.

– ¡Yo no haría eso! -protestó Kate.

– No, quizá no -murmuró él, su expresión, como siempre, indescifrable.

– También podrías haber inventado una crisis familiar.

– Haría falta algo más que una crisis para detener a mi hermana. Te buscaría por toda Inglaterra.

– Bueno, además, no he dicho que no.

– Tendremos que inventar alguna razón de peso para cortar cuando se marche… porque si no, comprará el billete de avión para la boda. Y tendremos suerte si no nos obliga a casarnos mientras está aquí -sonrió Finn-. No, no te preocupes. Lo decía de broma -añadió al ver la expresión de Kate.

– No, claro. Y no queremos que eso pase, ¿verdad?

– No. No queremos.

– ¿Seguro que es buena idea, Kate? -Bella y Phoebe la estaban interrogando.

– Ganar dinero siempre es buena idea, ¿no? -replicó ella, desafiante.

– Sí, pero hay maneras más fáciles de ganar dinero que fingirte enamorada de tu jefe.

– No sé yo…

No quería decirles que el asunto iba a ser mucho más complicado. Iba a tener que aparentar estar enamorada de su jefe mientras fingía no estarlo. Pero mejor no decir nada. No quería que Bella le soltara el consabido: «Ya te lo advertí».

– Es mejor que trabajar en una oficina -insistió Kate-. Y Finn va a pagarme más por… en fin, por el teatro. Además, Alex me cae muy bien y Derek no tendrá que quedarse solo durante el día.

– Ah, bueno, claro, mientras el perro esté contento… -rió Bella.

– De verdad, no pasa nada. No sé por qué os ponéis así. Sólo es un trabajo.

– ¿Es un trabajo acostarte con tu jefe?

– Nadie va a acostarse con nadie -replicó Kate-. Dormiré sola.

Phoebe la miró, sorprendida.

– ¿Y su hermana va a creer que estáis prometidos y dormís separados?

– Bueno, podemos decir que no nos parece apropiado… por Alex.

Bella puso cara de desorientada.

– A ver… me he perdido. ¿En qué siglo estamos?

– Da igual. Compartiremos habitación los días que Stella esté en Londres. ¿Y qué pasa?

– No queremos que acabes con el corazón roto, cariño -suspiró Phoebe.

– No voy a hacer ninguna tontería.

Era demasiado tarde, en realidad. Aunque no pensaba confesárselo a sus amigas.

– Finn sigue enamorado de Isabel. Y aunque no fuera así, somos completamente diferentes. Él es mucho mayor, tiene más experiencia, su vida es muy diferente de la mía…

Todo cierto. Pero lo amaba de todas formas. Lo amaba. No podía engañarse a sí misma.

Kate miró a sus amigas, preguntándose cómo no se daban cuenta de que se sentía diferente. Enamorarse de Finn había puesto su vida patas arriba. Y le daba igual arriesgarse a terminar con el corazón roto si tenía la oportunidad de pasar algún tiempo con él.

– No tengo por qué encariñarme ni con él, ni con la niña ni con el perro -siguió mintiendo-. Pero la verdad es que ahora mismo tampoco tengo nada más. Es eso o quedarme en casa esperando que suene el teléfono. Francamente, prefiero ganar dinero por vivir cómodamente en una casa en Wimbledon.

Phoebe no parecía muy convencida.

– Es muy fácil dejarse llevar en situaciones así. Y yo lo sé muy bien.

– Sí, desde luego. Tú eres la última que debería dar consejos. Mira lo que pasó con Gib y vuestro falso compromiso -rió Bella.

– Fine no es como Gib. Y sólo digo que debes tener cuidado. Nada más.

Demasiado tarde, pensó Kate. Lo único que podía hacer era disfrutar del tiempo que tuviera para estar con Finn.

– Ésta es tu habitación dijo Alex-. La he arreglado para ti.

Kate miró alrededor, emocionada.

– Es preciosa -sonrió, mirando las flores-. ¿Las has puesto tú misma?

– Papá hizo tu cama, pero yo hice todo lo demás. Kate imaginó a Finn cambiando las sábanas…

– Ha sido un detalle. Pero podría haberlas cambiado yo misma.

– ¿Quieres ver mi cuarto?

Quizá sería lo mejor, se dijo Kate, sonriendo al ver que la niña había limpiado la habitación en su honor. Había un corcho sobre la cama con un montón de fotografías: de Alex, de su madre, de Finn. En la mayoría de ellas estaba con Isabel, sonriendo. Y a Kate se le encogió el corazón al pensar que nunca lo había visto tan feliz. Que quizá nunca lo vería tan feliz.

– Es mi madre -dijo Alex-. Era preciosa, ¿verdad?

– Desde luego que sí. ¿Te acuerdas mucho de ella?

– No mucho, pero mi padre me habla de ella. Y ha guardado cosas suyas… mira -dijo la niña, inclinándose para sacar una caja de debajo de la cama.

Kate se sentó y fue tomando lo que ella le daba: una barra de labios, un frasco de perfume, un pañuelo de seda, un libro de poesía medieval, un diario, un par de pendientes, un patuco…

– Era mío -dijo Alex.

A Kate se le hizo un nudo en la garganta. A Finn debió de rompérsele el corazón mientras metía todas esas cosa en la caja para que su hija recordara a Isabel.

– Éste era su anillo de compromiso -dijo la niña, sacando un joyero-. Mi padre dice que me lo dejó a mí, para que pueda ponérmelo cuando sea mayor. Estas piedras azules se llaman zafiros. Mi papá se lo compró porque le recordaban al color de sus ojos.

– Es un anillo precioso -murmuró Kate, intentando controlar la emoción.

Cuando levantó la cabeza, Finn estaba mirándolas muy serio desde la puerta.

– Le estoy enseñando la caja de mamá -dijo Alex.

– Ya veo -murmuró él-. Si os apetece bajar a la cocina…

Kate se sentía fatal, como si la hubieran pillado cotilleando en sus recuerdos, e intentó pedirle disculpas mientras la niña guardaba la caja.

– No, no, me alegro de que Alex hable de Isabel. Creo que es la primera vez que le enseña esas cosas a alguien. A veces es difícil hablar con ella y si tú consigues que hable…

– Es una cría encantadora.

– La verdad, desde que apareciste tú está mucho más alegre.

Como para probarlo, Alex apareció saltando por la escalera.

– Papá, he pensado una cosa… Kate debería tener un anillo si va a ser tu prometida, ¿no?

– No, no hay necesidad -dijo ella, mostrando sus anillos-. Podemos decir que es uno de éstos.

Finn tomó su mano para inspeccionarlos. Pero no parecía muy impresionado.

– No creo que ninguno de estos anillos convenza a mi hermana. Dame ése -dijo, señalando el que llevaba en el dedo anular.

– ¿Para qué? -murmuró Kate, nerviosa. El calor de su mano parecía haberse traspasado a su corazón.

– Para llevarlo a la joyería. Así sabré el tamaño.

– De verdad, no hace falta…

– Tú no conoces a mi hermana. Sabría que hay gato encerrado si viera ese anillo barato… ¿Qué? ¿Qué he dicho? -preguntó Finn al ver su expresión.

– Este anillo me lo regaló Seb.

En ese momento Kate se dio cuenta de que, como el anillo, el supuesto cariño de Seb no valía nada. Y que no le importaba nada.

– No lo perderé.

– Da igual. La verdad, no creo que vuelva a ponérmelo. Bueno, será mejor hacer la cena.

Finn quería pedir comida china por teléfono, pero Kate estaba decidida a probar que era una magnífica ama de llaves.

– Será mejor que me gane el sueldo.

No había mucho en la nevera, pero sí lo suficiente como para hacer un plato de pasta. No era nada, pero Finn y Alex se lo agradecieron como si hubiera hecho algo digno de la guía Michelin.

– Creo que en esta casa no se come muy bien. Y eso tiene que cambiar.

A las nueve, Alex empezó a cerrar los ojos.

– Hora de irse a la cama, jovencita -dijo Finn-. Mañana tienes que ir al colegio.

Después de comprobar que se había lavado los dientes y conseguir que, por fin, apagara la luz, Finn y Kate bajaron a la cocina. Solos. Con Derek.

Por acuerdo tácito se quedaron allí, en lugar de ir al saloncito. Pero Kate sólo podía pensar en echarle los brazos al cuello y besarlo hasta que pudiera borrar su gesto de cansancio.

– Espero que todo esto no te incomode. La situación, quiero decir.

– Claro que no -sonrió Kate, como si no la turbase en absoluto estar a solas con él. De noche. En su casa.

Finn miró alrededor.

– Un trabajo como éste no puede ser muy divertido para una chica como tú.

– Eso depende de qué clase de chica creas que soy.

Él consideró el asunto un momento.

– Una chica a quien le gusta pasarlo bien. Tienes muchos amigos y supongo que encontrarás aburrido estar todo el día en casa.

– Será más divertido que ir a la oficina. Además, me gusta cocinar y arreglar el jardín. Y tengo que sacar a Derek, jugar con Alex cuando vuelva del colegio… en fin, no creo que me aburra.

– Estoy seguro de que podrías encontrar un trabajo mucho mejor.

– No me apetece buscar un trabajo mejor. La verdad, no tengo muchas ambiciones profesionales.

– ¿No?

– Me da un poco de vergüenza admitirlo, pero lo que siempre he querido es encontrar a alguien especial. Tener hijos y una casa que pudiera convertir en un hogar. No es mucho pedir, ¿verdad?

La expresión de Finn era, como siempre, indescifrable.

– No.

– Phoebe y Bella creen que me aburriría, pero me encantaría hacer mermelada, tener rosales, ir a buscar a mis hijos al colegio… por eso me llevé una desilusión con Seb. Yo creía que iba a tener todo eso con él. Fue una tontería, por supuesto -siguió Kate, mirando la taza de café para no mirar a Finn-. Seb no estaba interesado en tener hijos y mucho menos en sentar la cabeza. Y me dolió tanto descubrir qué clase de persona era… Yo tenía muchos sueños.

– Es duro despedirse de los sueños -asintió él.

– ¿Así era tu vida con Isabel? ¿Como un sueño?

– Ahora me parece un sueño. Supongo que no pudo ser tan perfecto, pero ya sabes que la memoria hace esos trucos… Sólo recuerdo lo especial que era estar con ella.

– Has tenido suerte… bueno, perdona, seguramente no crees haberla tenido -dijo Kate entonces, avergonzada.

– Entiendo lo que quieres decir. Y sí, la verdad es que tuve suerte. Mucha gente nunca encuentra lo que tuvimos Isabel y yo. A veces ni yo mismo lo creo. Y, según la estadística, es muy improbable que vuelva a encontrarlo. Eso es lo que duele; haber sido tan feliz y saber que no podré volver a serlo.

Aquella noche Kate no pudo dormir pensando en la expresión de Finn mientras hablaba de su mujer. Era horrible sentir envidia de una persona muerta, pero no podía dejar de pensar en Isabel y en cuánto la había querido su marido.

«Eso es lo que duele, haber sido tan feliz y saber que no podré volver a serlo».

Era absurdo soñar que ella pudiera ser su segunda oportunidad. Las estadísticas decían que era imposible, ¿no?

Kate cerró los ojos, angustiada. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué se enamoraba siempre de hombres imposibles?

Aquel trabajo era una oportunidad de estar con él, pero empezó a preguntarse si no hubiera sido mejor decirle adiós.

Sin embargo, ya era demasiado tarde para eso. Si no podía hacerlo feliz, al menos podía intentar que durante aquel mes su vida fuera lo más agradable posible. Y si fingirse su prometida delante de Stella le quitaba un problema de encima, mejor.

Le resultó raro no ir a la oficina al día siguiente, pero se le pasó el día volando. Llevó a Alex al colegio, paseó con Derek, limpió la casa, hizo la compra… y de repente ya eran las cinco. Tenía que ir a buscar a la niña al colegio.

Cuando Finn volvió aquella tarde, estaban las dos en la cocina. Kate haciendo la cena y Alex, los deberes. Finn se inclinó para besar a su hija y luego la miró a ella. ¿Qué iba a hacer, besarla? No, era una tontería.

– ¿Qué tal el día? -preguntó Kate. Y después hizo una mueca. Por favor… sólo le faltaba darle las zapatillas.

– Bien. Mucho trabajo.

– ¿Qué tal está Alison?

– Está bien.

– Entonces, ¿no me has echado de menos?

– La verdad es que sí.

El corazón de Kate dio un vuelco.

– ¿De verdad? -preguntó, volviéndose con el cucharón en la mano.

– De verdad.

La había echado de menos. No lo decía por decir, la había de menos. Muy bien, era una pequeña fracción de lo que sintió por Isabel, pero al menos no le era por completo indiferente.

Entonces sonó el teléfono y, nerviosa, estuvo a punto de dejar caer el cucharón.

– Hola, tía Stella -dijo Alex, la más rápida en descolgar-. Sí, está aquí… está hablando con Kate.

Alex sonrió mientras le pasaba el teléfono a su padre. Kate, sin dejar de cocinar, lo oyó asentir y decir mucho: «Sí». Evidentemente, su hermana llevaba la voz cantante.

– No, no puedes hablar con ella ahora. No quiero que la interrogues por teléfono… no, no vamos a casarnos mientras tú estás en Londres. No tenemos ninguna prisa. Kate vive aquí ahora y estamos muy contentos…

Unos segundos después colgó, suspirando.

– ¡Mi hermana! En fin, ya sabe que estamos comprometidos. Espero que no te eches atrás.

– No voy a echarme atrás.

– Menos mal -dijo él, acercándose-. Dame la mano. No, la otra.

Ella tuvo que disimular un escalofrío cuando Finn tomó su mano para ponerle un anillo.

– ¿Qué te parece?

Casi parecía nervioso esperando su respuesta. Pero no podía ser.

Era un anillo antiguo, con un topacio rodeado de perlitas montado sobre una banda de oro.

– Es precioso -murmuró Kate, sorprendida. Alex parecía menos impresionada.

– Tendría que haber sido un anillo de diamantes, papá.

– A Kate no le pegan los diamantes -replicó Finn-. Son demasiado fríos.

Ella se mordió los labios, tan nerviosa que no sabía qué hacer para que no le temblase la mano.

– Debe de haberte costado carísimo.

– Valdrá la pena si mi hermana me deja en paz. ¿Te gusta de verdad?

– Me encanta -contestó Kate.

– Podría comprarte uno de diamantes… si quieres.

– No, no quiero diamantes. Éste es perfecto.