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Aún no había amanecido cuando Kate se despertó, con un brazo sobre su cintura. Un brazo fuerte, masculino que la apretaba contra el cuerpo de un hombre.
Finn. Debió de haberse dado la vuelta durante el sueño, pensó. Podía sentir su aliento en la nunca y eso era suficiente para hacerla estremecer.
Ya no podía volver a dormirse. Era muy tarde. Demasiado tarde. Incluso con los ojos cerrados, notaba cada milímetro de su propio cuerpo, quemando bajo el brazo de Finn. Le gustaba tanto estar así… Ojalá pudiera volverse para tocarlo, para despertarlo con sus besos… Podría volverse. Podría besarlo. Podría aparentar que estaba dormida.
Una vez que la idea se asentó en su cabeza, era imposible pensar en otra cosa. Sería una bobada y podría morirse de vergüenza, pensó. Debía mantener las distancias… y darse la vuelta para besarlo era una locura.
Pero le gustaría tanto…
Siempre podía parar, se dijo Kate. No tenía que ir tan lejos. Ni siquiera tenía que despertarlo. Sólo quena saber cómo era estar entre sus brazos; quería saber si Finn sonreiría al notar sus labios.
No era pedir demasiado, ¿no?
Kate se movió un poco, pero Finn seguía respirando rítmicamente, ajeno a su turbación. ¿Cómo podía estar durmiendo cuando ella estaba temblando de deseo? ¿No podía intuir cómo lo deseaba?
Podía estar tumbada toda la noche, sin moverse, o podía ver qué pasaba si tomaba la iniciativa. Respirando profundamente, dejó escapar un leve suspiro y se dio la vuelta. Pero Finn, sin despertarse, se tumbó de espaldas y apartó el brazo.
Qué típico. Kate lo miró, frustrada. Incluso en sueños parecía dispuesto a resistirse. «Bueno, ya veremos», pensó ella. Finn era mucho más alto que ella de pie, pero tumbados armonizaban a la perfección. Entonces puso un brazo sobre el torso masculino y apoyó la cabeza en su cuello, respirando el olor de su piel. Y él seguía dormido.,,
«Déjalo ya», se dijo Kate. Pero no podía.
Sin pensar, acercó los labios a su cuello y después, suavemente, fue subiendo hasta su cara. Sus manos también parecían tener voluntad propia porque empezaron a meterse bajo la chaqueta del pijama…
Estaba jugando con fuego y lo sabía, pero le daba igual. Iba a desabrochar el primero botón del pijama cuando notó que la respiración de Finn se detenía.
Lo había despertado.
Nerviosa, levantó la cara y vio el brillo de sus ojos en la oscuridad. Ya no podía aparentar que estaba dormida. Seguramente lamentaría aquello por la mañana… o toda la vida, pero en aquel momento no quería pensar.
Finn se quedó inmóvil, parpadeando, intentando despertarse del todo. Y se quedó mirándola en silencio durante unos segundos. Entonces levantó la mano y empezó a acariciar su pelo.
Cuando sus labios se encontraron por fin, el sueño desapareció. Se besaron fervorosamente, una y otra vez, como para compensar el tiempo perdido. La mano de Finn se deslizaba insistentemente por el camisón de satén, buscando el bajo; y cuando lo encontró tiró hacia arriba y acarició sus muslos, la curva de sus caderas…
Al sentir la mano del hombre en su piel desnuda, Kate emitió un gemido. Intentó desabrochar el pijama, pero le temblaban tanto las manos que, al final, Finn se lo quitó de un tirón y se colocó abruptamente encima. Kate enredó los brazos alrededor de su cuello, apretándolo, disfrutando del roce de su espalda desnuda…
La asustaba que Finn se diera cuenta de lo que estaban haciendo. Pero quería abandonarse completamente al roce de sus manos, al calor de sus labios, al peso de su cuerpo, que la enardecía.
Hicieron el amor sin hablar, con un ritmo antiguo e instintivo que los dejó sin aliento a los dos. El placer se hacía casi insoportable y cuando por fin terminó, Kate se quedó jadeando con la cabeza del hombre sobre su pecho.
Unos segundos después, Finn se apartó, mascullando algo que Alex habría identificado como una palabrota.
– Lo siento. No quería que pasara esto -murmuró.
– Ha sido culpa mía -dijo ella, intentando parecer contrita. Debería sentirse culpable, pero no era así. Llevaba semanas deseando hacer el amor con Finn y no se sentía en absoluto culpable. Todo lo contrario:
– Estaba medio dormida -aquello no era del todo verdad, pero estaba demasiado encantada consigo misma como para preocuparse de detalles-. Supongo que me he dejado llevar un poquito.
– Creo que los dos nos hemos dejado llevar -murmuró él, burlón.
Kate se apoyó en el codo para poder mirarlo bien. -¿Lo lamentas?
– No. Y no puedo decir que no supiera lo que estaba haciendo, pero ha sido muy irresponsable por parte de los dos. ¿Y si te quedas embarazada?
– No lo creo. Sigo tomando la píldora.
Seguía sintiéndose asombrosamente bien, relajada y feliz. Y era una sensación que no quería perder. Sabía que Finn estaba a punto de decir: «Esto no debe volver a pasan», y no estaba segura de poder soportarlo.
– Mira, no le hemos hecho daño a nadie. Creo que los dos necesitábamos un poco de consuelo y lo hemos encontrado. ¿Qué hay de malo en eso?
No quería alarmarlo demostrándole sus sentimientos.
– No significa nada para ninguno de los dos, pero ésa no es razón para que no lo pasemos bien. Sólo estaré aquí durante unas semanas y ya que compartimos habitación… a menos que tú no quieras, claro.
– Yo diría que puedo resignarme -sonrió Finn. Kate tardó un segundo en darse cuenta de que estaba bromeando.
– Sólo es algo temporal. Sólo mientras tu hermana esté aquí.
– Claro.
– No pasa nada.
– No -dijo él.
– Ninguno de los dos quiere mantener una relación.
– Ya.
Silencio.
Kate lo estudió, incómoda, sin saber qué decir. ¿Estaba lamentando lo que habían hecho? En la oscuridad, su expresión era más indescifrable que nunca.
Lo importante era que no la había apartado, razonó. Habría más noches como aquella. No podía pedir más. Sería demasiado egoísta pedir que la amase.
Por el momento, decidió Kate, haría lo que habían acordado. Por el momento era suficiente, pensó, deseando abrazarlo de nuevo.
– De todas formas, siento haberte despertado.
Finn le pasó un brazo por la cintura y ella tuvo que disimular un suspiro de placer.
– ¿Lo sientes mucho? -Kate sonrió.
– ¿Quieres que te demuestre cuánto lo siento?
El sonido de unas ruedas en la gravilla del camino hizo que Derek se pusiera a ladrar furiosamente, tomándose muy en serio su papel de perro guardián.
Kate se pasó una mano por el pelo, en un vano intento de controlar los incontrolables rizos. Estaba muy nerviosa porque iba a conocer a Stella. Finn y Alex habían ido a buscarla al aeropuerto, de modo que había llegado el momento.
Por la mañana, Finn no dijo nada de la noche anterior y se comportó como se comportaba siempre, con austera amabilidad, quejándose por el estado de la cocina y peleándose con Alex, que quería recibir a su tía con unos vaqueros manchados de pintura y un jersey roto.
Kate casi se preguntaba si todo habría sido un sueño… pero seguía estremecida por la experiencia. Nerviosa, la conversación durante el desayuno había sido medio incoherente, a juzgar por las miradas de Alex.
Pero tenía que enfrentarse a la temible Stella. Aunque no sería un problema fingirse enamorada de Finn.
A primera vista, Stella McBride tenía poco en común con su hermano. Era unos años mayor y bastante más bajita. Vestía de forma elegante y llevaba el pelo corto, pero tenía los mismos ojos grises.
– ¡No te puedes imaginar cuánto me alegra que Finn haya encontrado a alguien! -fue el cálido saludo de Stella, que la abrazó en el porche-. Pero no me había dicho lo guapa que eres.
¿No le había dicho que era guapa? ¿Qué le habría contado a su hermana exactamente? ¿Que era mona, pero no podía compararse con Isabel?
Finn estaba sacando una enorme maleta del coche.
– No es guapa.
– Stella-y Kate lo miraron, sorprendidas.
– Vaya, muchas gracias. No sé si lo sabes, pero a veces hay sinceridades que duelen -murmuró Kate, dolida.
– Es más que guapa. Es preciosa -dijo Finn entonces-. Y no te lo dije porque pensé que lo verías por ti misma.
– Ah, muy típico de mi hermano. Dice algo que te saca de quicio y luego lo arregla para que no te enfades con él -sonrió Stella.
Alex estaba deseando presentarle a Derek, que arañaba la puerta para que lo dejasen salir, pero su tía no pareció impresionada.
– ¿Qué clase de perro es?
– Uno muy maleducado -contestó Finn.
– ¡No es maleducado! -exclamó Alex-. Es muy inteligente y está perfectamente entrenado, ¿verdad, Kate?
– Bueno, perfectamente… -sonrió ella, recordando las veces que tenía que perseguirlo por la casa para que soltase sus zapatillas.
Stella miraba a Derek con cara de asco. No dijo que era el perro más feo que había visto en su vida, pero como si lo hubiera dicho.
– ¿De dónde lo habéis sacado?
– Es culpa de Kate. Se cayó encima de un montón de basura… y allí estaba Derek. Y con su cara de cachorro abandonado me está costando una fortuna en comida y visitas al veterinario.
– Papá…
– Es una broma, tonta.
Alex le echó los brazos al cuello y Stella sonrió, encantada.
– Parece que las cosas han cambiado mucho por aquí. Incluso la casa ha cambiado. Es mucho más… agradable.
– Finn piensa que está hecha un desastre -sonrió Kate.
– La culpa también es de mi prometida -dijo él.
– Pues yo creo que ha mejorado mucho -afirmó Stella.
– ¿Lo ves? Alex, tú eres testigo -rió Kate.
Stella estaba deseando quedarse a solas con ella y rechazó la oferta de Finn de acompañarla a la habitación.
– Kate, ven tú conmigo.
– Sí, claro.
Cuando llegaron arriba miró alrededor, encantada.
– Está todo muy bonito. Gracias.
– Finn me ha dicho todo lo que hiciste por él desde que su mujer murió.
– Sí, bueno, fue un momento horroroso -suspiró Stella-. Hice lo que pude, pero Finn era inconsolable. Bueno, ya sabes lo testarudo que es… no dejaba que nadie lo ayudase y me rompía el corazón… llegué a pensar que nunca volvería a verlo feliz.
– Quería mucho a Isabel.
Kate pronunció el nombre de Isabel a propósito. Tenía que recordar que lo que había pasado por la noche no cambiaba nada y que, por muchas historias que le contasen a su hermana, su sitio en aquella casa era sólo temporal.
– Llevo años diciendo que Alex necesita una figura femenina y fíjate lo alegre que está. Nunca la había visto así de contenta. Y Finn dice que todo es gracias a ti. Lo que no sabe, porque los hombres no se enteran de nada, es que es él quien ha cambiado. Tú has conseguido que baje la guardia, que sea feliz. Incluso has conseguido meter un perro en casa… ¡pero si a mi hermano ni siquiera le gustan los perros!
– Yo creo que Derek le gusta más de lo que quiere admitir.
– Pues eso. No lo había visto tan feliz en muchos años y todo es gracias a ti -dijo Stella entonces, con lágrimas en los ojos-. Finn no me lo dirá nunca, ya sabes cómo es, pero me he dado cuenta de que está muy enamorado.
¿Ah, sí? ¿No decía Finn que su hermana era tan perceptiva?
Finn McBride no la quería, pero sí estaba más relajado. Si era o no feliz… Kate no se atrevía a preguntárselo.
Durante aquellos días apenas tuvieron tiempo para estar solos y cuando se encerraban en el dormitorio no decían mucho. Lo habían dicho todo durante la primera noche.
Para los dos, todo era un poco irreal. Kate tenía que recordarse a sí misma que aquello era sólo una aventura. No quería estropear la felicidad de aquellas noches pensando en el futuro. Ya habría tiempo para volver a pisar el suelo cuando Stella volviese a Canadá.
Eso era lo que se decía a sí misma, pero cada día estaba más enamorada de Finn. A veces lo miraba cuando estaba conduciendo, o cuando se ponía las gafas para leer el periódico… y se quedaba sin aire.
Stella era una invitada muy exigente, pero a Kate le caía bien. Era sincera y un poco brusca a veces, pero quería mucho a Finn y a Alex. Y era una persona llena de entusiasmo. Cuando le dijo que su amiga Phoebe había organizado una fiesta de compromiso, Stella se mostró encantada.
– Qué buena idea. Se os ve muy enamorados, pero no hacéis ningún plan -dijo durante la cena-. ¿Habéis escogido ya fecha para la boda?
Finn miró a Kate. -No tenemos prisa.
– Pero tampoco hay razón para esperar. Los dos sois mayorcitos y estáis viviendo juntos. ¿Por qué no os casáis de una vez?
– Eso es entre Kate y yo -contestó Finn, irritado.
– Claro, pero deberíais pensar en los demás. Tenéis que avisar con tiempo para que Geoff y los niños puedan venir a Londres. Y los padres de Kate también tendrán que hacer planes…
– Ahora mismo están de vacaciones -la interrumpió Kate-. Y aún no les he hablado de Finn.
– Pues yo no entiendo por qué tanto secreto -se quejó Stella-. Menos mal que tu amiga va a dar una fiesta de compromiso. Si fuera por vosotros no la haríais.
– Stella, ¿quieres dejar de organizarnos la vida? -protestó su hermano-. Kate y yo somos muy felices.
– Sí, pero tenéis que pensar en Alex.
– Alex está muy contenta con la situación. ¿Verdad que sí, cariño?
– Sí -contestó la niña-. Pero me gustaría que os casarais. Así Kate se quedaría para siempre y podría cuidar de Derek.
– Tu hija tiene más sentido común que tú, Finn. No es que la prioridad sea el perro, pero tiene razón. Si no tienes cuidado, perderás a tu novia. No querrás que te pase eso, ¿no?
Finn miró a Kate, que parecía incómoda. Llevaba uno de esos tops suyos tan alegres, el pelo rizado como siempre, y los brillantes.
– No -dijo entonces-. No quiero eso.
– Yo no pienso irme a ninguna parte -bromeó ella-. Esta casa es muy bonita y Derek un amor. Y supongo que Finn y Alex tampoco están mal. ¿Por qué no iba a quedarme para siempre?
– ¿Lo prometes? -preguntó Alex. Kate se aclaró la garganta.
– Lo prometo -contestó, deseando que fuera verdad.
– Va a ser una fiesta muy elegante -le dijo Phoebe por teléfono al día siguiente.
– Bella me dijo que sólo era una cena.
– Sí, pero hemos decidido que sea una cena elegante. Al fin y al cabo, Finn y tú os conocisteis aquí.
– ¡Nos conocimos en el trabajo!
– No, no, en el trabajo conociste a Finn McBride, tu jefe. En mi casa conociste a Finn.
– Phoebe, tú sabes que Finn y yo no estamos prometidos de verdad, ¿no? La fiesta sólo es para convencer a su hermana.
– Claro que lo sé. Pero esa no es razón para hacer las cosas mal.
– Bueno, pero no te pases.
– ¿Pasarme yo?
– Mira, Stella se ha creído lo del compromiso, pero no es tonta. No quiero que sospeche…
– Tranquila, lo pasaremos muy bien -la animó Phoebe.
Kate no estaba tan segura. Quería mucho a sus amigas y sabía que lo hacían con la mejor intención, pero estaba nerviosa. Phoebe y Bella la conocían muy bien. Tan bien que enseguida comprenderían que estaba enamorada de Finn. Y esperaba que no la delatasen.
– Ojalá no tuviéramos que ir -dijo, suspirando, mientras buscaba sus pendientes favoritos encima de la cómoda.
En el espejo vio a Finn poniéndose la camisa. La intimidad de vestirse juntos le resultaba emocionante.
– Yo también preferiría quedarme en casa, pero Stella está deseando conocer a todo el mundo. Seguramente buscará aliados en su campaña para que nos casemos lo antes posible.
– Todo se está complicando, ¿verdad?
– Es culpa mía -suspiró él-. Conociendo a mi hermana, no estará contenta hasta que sepa en qué iglesia nos casamos, cuántos invitados vendrán a la boda y qué flores vamos a elegir. De verdad… a veces desearía que no hubiéramos empezado este juego.
– ¿En serio? -preguntó Kate.
Finn se quedó mirándola a los ojos. No.
Para Kate fue como si el mundo hubiera dejado de girar. Sin decir nada, Finn se acercó y le puso las manos sobre los hombros.
– No me puedo imaginar lo que haría sin ti. Antes, cada vez que venía mi hermana me sentía incómodo, pero está vez todo está saliendo bien y es gracias a ti. Stella dice que eres maravillosa.
– Ella también es estupenda.
– Nunca te he dado las gracias por todo lo que estás haciendo. Y no me refiero sólo a… fingirte mi prometida. La casa está preciosa, cocinas de maravilla y mi hija… en fin, nunca la había visto tan feliz.
– ¿Y tú?
– Yo también soy feliz.
Kate enredó los brazos alrededor de su cuello y Finn la besó suavemente en los labios. Era la primera vez que la besaba por iniciativa propia… cuando no estaban a oscuras.
– ¡Chicos! -gritó Stella, llamando a la puerta-. Daos prisa, ha llegado el taxi. Y ya he llevado a Alex a casa de la vecina.
Cuando Finn la soltó, Kate apenas podía tenerse en pie. Bajó la escalera con las piernas temblorosas y le dio al taxista la dirección de Phoebe como si estuviera en las nubes.
– ¡Kate, estás preciosa! -exclamó Gib al verla.
– Mírala, tiene un brillo especial en los ojos -dijo otra de sus amigas.
– Debe de ser el amor.
Kate apenas oía los cumplidos. No podía concentrarse en nada que no fuera Finn. No podía pensar en otra cosa que en cerrar la puerta del dormitorio, dejar que él le quitase el vestido, que la tumbase en la cama…
– ¡Kate, despierta! -Bella estaba moviendo una mano delante de su cara.
– ¿Eh?
– Estamos a punto de abrir una botella de champán y podrías hacer un esfuerzo para aparentar que estás en el mismo planeta, guapa.
Kate miró alrededor. -Ah, perdona.
– Quiero proponer un brindis -dijo Gib entonces-. Por Finn y Kate. Queremos desearos la mayor felicidad porque los dos la merecéis más que nadie.
– ¡Por Finn y Kate! -repitieron los invitados.
Kate no sabía qué decir. Pero Finn estaba sonriendo y ella sonrió también.
– Os estamos muy agradecidos -dijo él entonces, tomándola por la cintura-. ¿Verdad, Kate?
– Sí -contestó ella-. Sí, claro.
Pero no estaba pensando en eso, estaba pensando en cuánto lo amaba y cuánto deseaba que la abrazase, que la besase…
Como si hubiera leído sus pensamientos, Finn la besó en los labios y Kate se olvidó de sus amigos, de Stella y de todo.
– Creo que eso responde a todas las preguntas -sonrió Gib.
– Sí, pero ¿cuándo es la boda? -insistió Stella.
– Ah, es verdad. ¿Cuándo os casáis? -preguntó Bella.
Finn no apartó los ojos de Kate.
– Pronto -contestó-. Muy pronto.