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CAPÍTULO 09

Volvieron a terminar sus bebidas, entonces el Maestro ignoró sus protestas y la llevó a la pista de baile. La música era lenta y romántica. Ella podía hacer esto, especialmente con el Maestro sosteniéndola gustosamente en su contra. Él bailaba como todo lo demás que hacía, competentemente, con un paso firme.

– ¿Cómo lograste ser tan bueno en todo? -Murmuró ella, disfrutando de la música suave, del lento deslizamiento de su mano hacia arriba y abajo de la espalda. Había desenganchado sus muñecas, y ella saboreaba la sensación de los duros músculos del hombro debajo de sus dedos.

– No me has visto en otro lugar que no sea aquí, mascota. Tu opinión puede ser un poco exagerada.

De alguna manera ella dudaba eso.

– ¿Qué haces cuando no estás aquí? -Él parecía demasiado honesto para ser un abogado o un hombre de negocios. Tal vez…

– Soy psicólogo.

Ella se echó hacia atrás, lo miró fijamente.

– ¿Tú?

Él se echó a reír.

– Ese grado de asombro no es precisamente halagador.

– Pero… -Bueno, caramba, no era de extrañarse que la leyera como a un libro. -Entonces, ¿en realidad no lees la mente?

La tiró hacia atrás, acariciando los cabellos de su sien. -A una corta distancia, yo puedo realmente leer las mentes. Las emociones, más bien, y las limitaciones que la persona siente en ese momento. -Sus manos se curvaron debajo de su trasero, presionándola contra su polla, manteniéndola medio excitada con sus atenciones. -Dado que trabajo con niños pequeños, ser capaz de saber lo que están sintiendo es esencial.

El Maestro. Trabajando con niños. Y ella realmente podía verlo, nunca había conocido a nadie más reconfortante, más capaz de hacer que una persona se sienta segura.

Aún así…

– Yo habría imaginado algún tipo de terapia sexual, considerando… esto. -Ella ondeó su mano abarcando la sala.

– La asesoría de niños es mi regalo para el mundo. -Él sonrió, frotándola contra su erección hasta que sus piernas se sintieron débiles. -Esto es lo que el mundo me ofrece.

Su cuerpo comenzó a sentir dolor por la necesidad ante la sensación de él en contra de su montículo, el toque de sus manos ahuecando su trasero. ¿Cómo le hacía esto?

– Um. -Se había olvidado la pregunta que había estado a punto de hacer.

– ¿Y tú, Jessica? ¿Qué haces para ganarte la vida?

Pregunta. Él le había hecho una pregunta.

– Soy contadora.

Su risa suave le alborotó el cabello.

– Yo debería haberlo sabido. Debes ser una contadora magistral.

– ¿Qué significa eso?- Preguntó. Sus manos bajaron de alrededor de su cuello. Ella lo apartó lo suficiente como para fruncir el ceño en su cara y mover sus atormentadoras manos lejos de su trasero.

Él la agarró por las muñecas y llevó sus manos otra vez alrededor de su cuello.

– Deja las manos allí, mascota, -ordenó. Y entonces él volvió a colocar sus manos, sólo que esta vez las deslizó debajo de su falda de manera que estaba tocándole el trasero.

Ella detuvo sus pies.

– Si no vas a bailar, mis dedos pueden hacer esto, -le susurró, moviendo una mano hacia delante de ella, deslizándola entre sus piernas, debajo de su tanga. Ella se sacudió cuando sus dedos exploraron sus pliegues. -¿Baile o placer?

Ella apoyó su frente contra su pecho, estremeciéndose cuando sus dedos rozaron su clítoris.

– Baile, por favor.

Cuando su risa retumbó en su pecho, ella se estremeció de nuevo.

Después de regresar su mano a su trasero, él retomó el baile.

– Con respecto a que eres una contadora, eres extremadamente inteligente, lógica, conservadora y controlada. Te gusta la organización y la certeza. Y, por lo menos en lo que respecta a las relaciones hombre/mujer, te sientes más cómoda con los números.

Ni siquiera se molestó en preguntarle si estaba en lo cierto. Sabía que sí.

– Bastante aburrida, -ella murmuró.

– Ah, pero debajo de todo ese control hay mucha pasión y un corazón muy tierno, -le susurró al oído. -No es aburrido en absoluto.

Bueno… Eso estaba bien entonces. Satisfecha, se acurrucó más apretada dentro de sus brazos.

Ella estaba simplemente llena de sorpresas, pensó Zachary, disfrutando de la sensación de su culo en sus manos. Él no habría soñado que ella tendría un hueso exhibicionista en su cuerpo, y mucho menos interés en el ménage. Disfrutaría explorando esas actividades con ella más adelante.

Contadora. Sonrió en su pelo, ya no con aroma a vainilla, sino ligeramente floral. No perfumes fuertes para Jessica. Un pensamiento lo atravesó, y él preguntó:

– ¿Tienes alguna ropa que no sean trajes?

Ella le lanzó una mirada contrariada.

– Tengo un par de vestidos.

Él levantó una ceja.

– Bueno. Atuendos de oficina. Pero tengo jeans también.

– Ahora eso me gustaría verlo. -Ese curvilíneo culo se vería bien en jeans ajustados. Sin duda, se veía bien en el camisón. La V de la falda ofrecía destellos de su trasero, algo que dudaba que ella se diera cuenta.

La música terminó y comenzó la siguiente canción, una rápida para los miembros más jóvenes. Metiendo un brazo alrededor de ella, se dio cuenta de nuevo lo bien que encajaba en su contra. Tal vez él debería hacerle probar uno de sus nuevos intereses.

– Es una noche agradable, déjame mostrarte el patio lateral.

La hierba estaba fría debajo de sus pies descalzos, el aroma a jazmín del cálido aire tropical florecía de noche. El Maestro la llevó lejos de la puerta, ondulando a través de altos arbustos. Las suaves luces del sistema de iluminación de las fuentes dispersas en varios sitios, dejaban manchas de oscuridad. El paisaje se formaba con pequeñas áreas aisladas, donde Jessica entrevió piel desnuda en una, escuchó un gemido en otra.

Se mordió el labio y miró al Maestro. Esto era sólo un paseo, ¿no? Había estado expectante por una visita a ese pequeño dormitorio otra vez, seguramente ellos volverían allí, ¿verdad?

– Ah -dijo el Maestro en voz baja. -Creo que te gustará este lugar. -Giró dentro de un área pequeña, no tan aislada como otras, ella notó inquietantemente. Una fuente pequeña a un lado gorgoteaba como un río pedregoso, brillando con una luz dorada. En el otro lado había un largo banco acolchado… No, ella se dio cuenta, un columpio, que colgaba del enorme roble detrás de él.

El Maestro Z se sentó en el columpio.

– Me gustaría tenerte sobre en mi regazo, mascota. -Y él la agarró por la cintura y la levantó. -Dobla las rodillas, -le dijo, y la puso de rodillas, a ahorcajadas sobre sus piernas.

– Relájate, -le murmuró, esperando hasta que ella bajó el trasero sobre sus muslos. Sonriendo, puso el columpio en movimiento y la tiró hacia adelante para un beso.

Su boca inclinada sobre la de ella, sus labios firmes y exigentes, y ella se sintió comenzar a deslizarse dentro de la excitación. Cuando su mano ahuecó la parte posterior de su cabeza, sosteniéndola en su lugar para su beso, su interior se derritió como mantequilla caliente. Dios, él sabía besar.

Ella habría estado feliz besándolo por siempre, pero sintió su mano detrás de su cuello. Las tiras de su camisón cayeron, dejando sus pechos al descubierto.

– ¡Hey! -Ella agarró la tela sosteniéndola en su contra. -Hay gente aquí, -susurró frenéticamente. -No hagas eso.

Él suspiró audiblemente.

– Pequeña sub, dame tu muñeca. -Él extendió una mano.

– Señor. -Eso sonó como un quejido incluso para ella. Cerró la boca contra la siguiente protesta y puso la mano en la suya.

Sin siquiera mirar, encajó su muñequera a la soga del columpio detrás de su hombro izquierdo, luego hizo lo mismo con su otra muñeca a su derecha. Ella se inclinó hacia atrás, comenzó a mover las piernas.

– No, gatito. Si mueves las piernas, las ataré abajo.

Ella se congeló.

– Muy bonita. Justo donde te quiero, -murmuró, ahuecando sus pechos en sus manos calientes, los pulgares frotando sus pezones.

Podía sentir la humedad cada vez mayor entre sus piernas. Con las manos suaves, la levantó ligeramente hacia arriba y tomó un pezón en su boca. Sus dedos se curvaron alrededor de la parte trasera de la mecedora cuando él chupó. La sensación la sacudió. Ella trataba de escuchar a la gente que se acercaba, pero su boca era tan insistente, y cuando sus dientes se cerraron suavemente en la punta, contuvo el aliento ante el exquisito placer-dolor. Su coño había comenzado a palpitar, y apenas se contenía de frotarse contra su pierna.

Él levantó la cabeza, sus ojos oscuros en las sombras. Mirándola a la cara, se estiró debajo de su falda para acariciarla entre las piernas.

– Levanta las caderas, -le dijo, su mano presionando hacia arriba contra su montículo, la presión electrizante.

Cuando ella se levantó parcialmente, él le dio un tirón a su tanga sobre una cadera y movió la entrepierna a un lado. Casi gimió cuando él deslizó su dedo a través de su humedad y empezó a jugar con su clítoris. Sus dedos eran firmes, luego suaves, deslizándose hacia arriba y hacia abajo, y todo en ella se centró en ese lugar. Y entonces tomó un pezón dentro de la boca, chupando con urgencia, su lengua frotando la punta contra el paladar. Ella se sacudió cuando demasiadas sensaciones la inundaron, cuando todo en ella se apretó, esperando, cerca…

Cuando él movió sus dedos, ella gimió ante la pérdida, ante la satisfecha necesidad ardiendo a través de ella.

– Shhh, gatito. -Él se cubrió con un condón que sacó de su bolsillo. Agarró sus caderas, sus poderosas manos la levantaron más arriba hasta que estuvo en equilibrio sobre sus rodillas. Deslizó su dura y gruesa polla dentro suyo y tiró de ella hacia abajo hasta que quedó enterrado dentro de ella, llenándola a reventar. Su grito la sobresaltó y la trajo de vuelta a la cordura. Dios, había gente alrededor.

– ¿Qué pasa si alguien se acerca? -Ella dijo entre dientes, paralizada, resistiéndose a sus manos sobre sus caderas. Gente observándolos… El pensamiento era aterrorizante y extrañamente excitante.

Él inclinó la cabeza hacia atrás sobre el columpio, el conjunto de su mandíbula rígida.

– Escucha con atención, mascota. Si tú cooperas de manera agradable, entonces ellos sólo te verán sentada aquí. Si continúas ignorándome, van a verte desnuda con tu espalda sobre el césped, tus piernas sobre mis hombros y conmigo dentro de ti.

La imagen la hizo estremecerse de vergüenza, pero envió otra ola de calor a través de ella, y él lo notó. Su sonrisa brilló.

– Gatito, nunca fallas en sorprenderme, -murmuró, con risa en su voz. Empezó a estirarse hacia atrás a sus muñequeras. Él no lo haría, ¿verdad?

Ella se sacudió hacia arriba sobre su polla, la sensación de él deslizándose dentro de ella tan erótica que ella se quejó antes de susurrar:

– Lo siento. Quédate en el columpio. Por favor, Señor.

Él se rió entre dientes, puso sus manos otra vez sobre sus caderas. La levantó – y esta vez ella no se resistió – hacia arriba hasta que su polla estuvo casi fuera y luego la empujó otra vez hacia abajo sobre él, su grueso eje dentro de ella, su coño apretándose por la sensación. Arriba y abajo, las manos con fuerza en sus caderas, el ritmo implacable. Su mundo se redujo al abrumador placer de él moviéndose dentro de ella cuando con cada despiadada embestida la enviaba cerca del borde.

En algún lugar se oían voces, ella sabía que podían oír el golpe de la carne, el crujido de la mecedora, y se estremeció. Las manos de él apretaban sobre sus caderas, no dejándola reducir la velocidad.

Gimiendo, cerró los dedos alrededor de la parte posterior del columpio. Y entonces él se inclinó hacia adelante y tomó su pezón dentro de su caliente boca, chupando duro.

Inclinada hacia adelante, su próximo movimiento descendente hizo rozar a su sensible y congestionado clítoris contra la dura pelvis, y con una serie de gritos, ella se rompió bajo las olas de placer, corcoveando contra él descontroladamente. Su coño onduló y se contrajo alrededor de su dura longitud, lo que desencadenó su propio orgasmo, y sus manos se clavaron en sus caderas mientras él mismo machacaba en su contra.

Su cabeza se inclinó mientras que su cuerpo quedó inerte. Él la equilibró con una mano.

– Sostente, pequeña, mientras te libero.

Un segundo después, sin restricciones, se dejó caer hacia delante sobre su pecho, temblando con estremecimientos menores. Cada vez que el columpio se balanceaba, su pene se movía dentro de ella, y su interior convulsionaba de nuevo. La besó en el pelo, sosteniéndola de la forma en que ella estaba empezando a adorar, con sus brazos firmes y apretados a su alrededor.

– Déjame levantarme por un momento, gatito, -dijo él finalmente. Después de eliminar su condón en un recipiente oculto, la reubicó sobre su regazo con las piernas juntas a un lado. El columpio se movía suavemente, y ellos simplemente se hamacaron por un tiempo. La fuente gorjeaba. Se escuchaban pasos y murmullos de la gente que pasaba caminando más allá de su rincón aislado. El aire era suave sobre sus hombros desnudos, su mano caliente mientras le acariciaba los pechos. Pechos… se puso rígida. Sus tiras seguían sueltas. Sus dedos se cerraron sobre el material, y entonces ella vaciló, mirándolo. Él curvó sus labios, y su mano no se movió de su pecho. Maldita sea.

– Comparado con lo que alguien vio hace unos minutos, esto no es nada.

Esa gente. Oh, Dios.

– ¿Por qué no te detuviste? -Ella lo miró.

Él inclinó la barbilla hacia arriba.

– Porque tú los escuchaste también, y eso sólo se sumó a tu clímax.

Con un gemido, ella escondió el rostro en su hombro. -¿Qué está mal conmigo?

– Absolutamente nada. -Dejó que él la acurrucara en su contra. -Cada persona es diferente cuando se trata de exhibicionismo. Y tú sabías que ellos sólo echarían un vistazo rápido de lo que estábamos haciendo.

– ¿Y tú?, -Preguntó después de un minuto.

Le acarició el pelo. -Por extraño que parezca, a mi no me importa una u otra manera. Pero las responsabilidades de un Dom incluyen la exploración de tus necesidades, tanto de los deseos que conoces como de los que no has experimentado. Creo que, algún día, tú podrías disfrutar estando expuesta…

Ella empezó a protestar luego recordó a la mujer desnuda en la cruz de San Andrés, allá arriba para que todos la vean, y sintió el lento deslizamiento de calor a través suyo.

El Maestro se echó a reír. -Y disfrutaría viéndote allí.

Ese pensamiento hizo que su vagina se cerrara. Ella escuchó los latidos del corazón de él durante un rato, lentos, estables, calmados. ¿Había tenido alguna vez a un hombre que sólo le gustara sostenerla? ¿Había estado alguna vez contenta con sólo ser sostenida? El silencio entre ellos era tan cómodo…

Bueno, una pregunta de la semana pasad estaba respondida. Esto era algo más que sólo cosas relacionadas con el BDSM, ella deseaba al Maestro por él mismo. Quería sus manos, callosas y duras, sobre su cuerpo. Quería más de sus intensos ojos, de su voz profunda y de su atención.

Oh, ella estaba en problemas ahora.