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Zachary encontró un rincón bastante deshabitado y se instaló en un sofá con su temblorosa pequeña sub en su regazo. Los miembros del Club pasaban por delante, ocasionalmente asintiendo con una sonrisa, ninguno hablaba.
James dirigió una sonrisa hacia él y un pulgar hacia arriba.
Jessica todavía no había hablado cuando él se inclinó hacia atrás con ella acurrucada contra su pecho.
– Estuviste maravillosa, -murmuró Zachary, sosteniéndola firmemente en sus brazos, permitiéndole regresar al mundo a su propio tiempo. -Estoy muy orgulloso de ti, pequeña.
Ella estaba temblando, un proceso continuo de temblores a través de todo su cuerpo, y él envolvió la manta firmemente alrededor de ella, acomodándola más cómoda en su contra. Apoyó la mejilla en la parte superior de su cabeza, contento de relajarse con ella. Para un Dom, la intensa atención requerida para una escena, sobre todo con alguien tan nuevo, era agotadora pero estimulante al mismo tiempo.
Para una sub… obligada a pasar sus inhibiciones, Jessica había dado desinhibidamente sus respuestas, sin reservarse nada. Sin embargo, para alguien con su personalidad, modesta, controlada, reservada, ser tan expuesta frente a extraños sería un golpe a su propio sistema.
Si tenía que pasar el resto de la noche sólo sosteniéndola, entonces así lo haría.
A medida que sus temblores disminuían, ella podía oír un suave ruido sordo en su oído, más real que la música que se reproducía en alguna parte. La fragancia del jabón cítrico mezclado con el almizclado olor a hombre la rodeó, y ella se dio cuenta que su mejilla estaba apoyaba sobre la piel y el vello de un pecho flexible. Tenía brazos alrededor de ella.
Parpadeó, sintiéndose acurrucada y cálida. Segura. Una manta la cubría desde los pies hasta los hombros, ocultándola de los demás. Su mirada vagó sobre la gente que pasaba caminando, personas que miraban pero no hablaban.
Simplemente yació allí por un tiempo, incapaz de conseguir que sus pensamientos se reúnan con la suficiente rapidez como para querer moverse. Ella estaba en su lugar feliz, habría dicho su sobrino.
El Maestro… y este era el Maestro, ella reconoció su olor y sus brazos… no parecía tener prisa por irse. Finalmente, se las arregló para tomar una profunda respiración y levantar la cabeza.
Su mano acariciaba arriba y abajo sobre su brazo. -Bienvenida de nuevo, pequeña, -él murmuró, su voz enviando un divertido temblor a través de ella. Podía sentir sus labios tocando su pelo.
Se incorporó un poco, girando para poder mirarlo, sintiendo como si lo estuviera mirando por primera vez. Él era tan… masculino, tan dominante. Tenía líneas en las esquinas de sus ojos, su mandíbula sombreada por la barba era fuerte, su rostro delgado y duro. Negras cejas se arquearon hacia arriba ahora que ella tocaba su barbilla. Cuando sus labios se curvaron en esa apenas perceptible sonrisa suya, ella le pasó el dedo sobre el labio inferior, notando la suavidad aterciopelada cubriendo a la firmeza. Muy parecido a él, tan suave en la superficie, pero inflexible… demandante… por debajo.
– No recuerdo salir de esa habitación. -Su voz estaba ronca, un poco cruda, y ella frunció el ceño. -No recuerdo una manta.
Él levantó la mano de su hombro para acariciar su rostro. -Cuando una sub experimenta algo tan intenso, no es inusual para ella retraerse hacia adentro, dentro de su propia cabeza. Tenemos mantas en todas las habitaciones.
– Oh. -Wow. Pero ser sostenida de esta manera era maravilloso. Dejó que su mente flote de nuevo a lo que había sucedido, la impotencia, las sensaciones que se habían vuelto cada vez más abrumadoras, hasta que no podía dejar de correrse. Recordó las manos de Cullen, la boca sobre ella. Se estremeció.
La gente observando.
Se puso un poco rígida. -Les explicaste cómo manejar a una novata… ¿Cómo supiste que yo te dejaría…?
– No lo sabía, mascota. -Él cepilló hacia atrás el pelo de su cara. -Tanto la sub de Daniel como la de Melissa son nuevas para montar escenas públicas.
– Oh.
Bajando la cabeza, ella murmuró en su hombro, -Estaba muy avergonzada.
– Lo sé -Su mano acunó la parte posterior de su cabeza, su estable ritmo cardíaco debajo de su oído era reconfortante. -Puedo decirlo. También estabas excitada por eso.
Ella se puso rígida. Por supuesto que no. Todos esos ojos, mirando hacia ella, hacia sus pechos desnudos, su… Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Maldito sea por saberlo. -Un poco tal vez.
– Mmmhmm.
– Tú dejaste… dejaste que otra persona me tocara. -El impacto de eso aún reverberaba a través de ella.
– Lo hice. ¿Por qué supones que permití eso?
¿Qué era esto, un examen? Pero ella estaba demasiado cómoda, demasiado cansada para indignarse. ¿Por qué lo hizo? -¿Para darme más… estimulación?
– Bien. -Besó la parte superior de su cabeza. -Esa fue una de las razones. Pero yo no podría haber usado ese método con una sub diferente. ¿Por qué?
¿Él había hecho eso sólo por ella? Pero… Ella se congeló cuando la respuesta la alcanzó. -Debido a la forma en que reaccioné en el cuarto de juegos. Los dos hombres.
– Te habías excitado con la idea entonces. Y una vez que superaste el terror, te excitó tener las manos de Cullen sobre ti.
Oh, Dios, ella lo había estado. -¿Eso no te molesta? ¿Compartir?
Sopló una risa. -Me encuentro más posesivo contigo de lo normal. ¿Pero qué clase de maestro sería si sé que quieres experimentar algo, y no hago que eso suceda?
¿Lo había hecho por ella? Sintió sus brazos a su alrededor mientras pensaba en eso. Cómo se había sentido cuando las manos del Maestro habían estado sobre ella y la boca de otro hombre en sus pechos. Un desconcertante toque de excitación se desplegó en su interior. Le había gustado tener dos hombres. Oh, claro que sí.
¿Cuántas desconcertantes revelaciones sobre ella iba a descubrir el Maestro?
– ¿Se supone que tengo que agradecerte?, -Se quejó.
– Con el tiempo, creo que lo harás -dijo él, un atisbo de risa en su voz.
– ¿Por qué Cullen?
– Tú le gustas, mascota. Tener a un verdadero extraño tocándote podría haber sido demasiado con lo que tratar después. En este momento.
Y la tácita promesa de más curvó los dedos de sus pies y acabó con cualquier palabra que ella había pensado decir.
– Me complace que te sientas lo suficientemente valiente como para ser voluntaria, gatito. Y estoy muy contento contigo. Confiaste en mí lo suficiente como para dejarte ir, para que cuidara de ti. Esa es la piedra fundamental en todo esto -Él la besó con tanta suavidad que ella sintió lágrimas en sus ojos. -Es inusual que las circunstancias lancen a una persona dentro de esto tan rápidamente. Eres una mujer fuerte.
Ella sopló un aliento. -No me siento muy fuerte ahora mismo.
– No. Y es por eso que simplemente nos sentaremos aquí y observaremos al mundo pasar por un rato.
– Ya hemos estado aquí bastante tiempo, -ella suponía, mirándolo a los ojos para confirmarlo. -¿No deberías ir y controlar las cosas?
Él comprimió su espalda contra su pecho, su voz un murmullo en su oído. -Tú, mascota, eres más importante que esas cosas.
Y la abrazó.
Finalmente se sentó otra vez. -Estoy lista para seguir.
– Así que estás lista. -Él empujó la manta hacia atrás de los hombros.
El aire frío rozó sus pechos desnudos, y ella chilló, cubriéndose a sí misma. Con una risa baja, cogió su camisón y lo deslizó sobre su cabeza. Después de ajustar las tiras detrás de su cuello, acomodó sus pechos con manos seguras, como si tuviera todo el derecho de tocarla con tanta facilidad.
– Estás sonrojándote de nuevo. -Sostuvo un dedo en su mejilla, entrecerrando los ojos. -Después de todo lo que hice en la…
Ella le puso la mano sobre su boca, tratando de hacerlo callar.
– Mis dedos estuvieron en lugares más íntimos que tus senos, -le susurró, ignorando su mano. El idiota. -Al igual que mi boca, mis labios y mi lengua.
El recuerdo de la forma en que se había quebrado la última vez, con tan sólo sus manos y boca, envió calor reuniéndose otra vez en su ingle. -Eres imposible.
Sus labios se curvaron debajo de los dedos de ella. -Y estuviste muy chillona.
Oh, Dios, lo había estado. Ella apoyó la frente en su hombro, ocultando su rostro.
– ¿Cómo puedo enfrentar a alguien aquí de nuevo? -Gimió. -Ellos vieron…
Él tomó sus hombros, presionó un beso en su mejilla. -Gatito, muchos de los subs aquí han hecho una escena pública.
– Eso no ayuda. -Cada lugar privado de su cuerpo había estado en exhibición.
– Arriba, nos vamos -dijo con energía, haciéndola poner de pie. Tiró la manta sobre el respaldar del sofá. Cuando ella se alisó su falda-demasiado-corta hacia abajo, se dio cuenta que no llevaba nada debajo de ella.
– Creo que te mereces un trago, ¿no? -Le envolvió un brazo alrededor mientras la llevaba hacia la barra. Ella realmente adoraba la forma en que la mantenía tan cerca de él, como si estuviera orgulloso de ella.
Cullen estaba allí, y ella se quedó inmóvil, aún a pocos metros de la barra. Él la había tocado, besado sus pechos. El brazo del Maestro la instó a seguir hacia adelante, pero sus pies no se movían. Ella lo miró y sacudió la cabeza.
Él suspiró, su mirada se encontró con la de Cullen. Cullen había estado observándolos. Oh, Dios.
El Maestro inclinó la cabeza hacia ella, y trató de retroceder, pero el agarre que había sido tan suave era ahora una banda de acero alrededor de su cintura. Cullen se acercó alrededor de la barra. Ella se quedó mirando el suelo, parpadeó cuando sus grandes botas aparecieron en su campo de visión. -Jessica.
Ella no podía moverse. Su risa resonó. Una mano callosa le cogió la barbilla, obligándola a mirar hacia arriba. -No te asustes, amor. Puesto que tú eres la sub del Maestro Z, yo sólo puedo tocarte con su permiso, y puedo ver que no va a suceder a menudo en absoluto. Él sólo me dejó jugar porque tú necesitabas las sensaciones extra sobre tu parte superior.
Y porque el Maestro sabía que estaba excitada ante el pensamiento de dos hombres. Seguramente Cullen no sabía eso.
Él le sonrió, una línea de color blanco en un rostro de luchador. -He disfrutado mucho tocándote, mascota, pero no necesitas huir de mí. ¿Estamos claros en eso?
Ella asintió con la cabeza, sin saber por qué había estado tan asustada.
– Si lo permites, Z, me gustaría un abrazo de tu sub para saber que estoy perdonado y que estamos bien otra vez. -Él dio un paso atrás.
El Maestro murmuró, -Permitido, -y el apretón de su brazo se alejó.
Cullen mantuvo sus brazos abajo. Esperando. Sus ojos tenían esa mirada que tienen los del Maestro, una orden tácita.
Muy bien. Ella le gustaba a Cullen, él sólo había sido amable con ella. Y… muy bien. Con un suspiro, ella dio un paso hacia él, sintió sus brazos llegar a su alrededor, muy diferentes a los del Maestro, pero reconfortantes de la misma manera. Era tan alto, su cabeza sólo llegaba al centro de su pecho. Él la apretó una vez, dejándola ir.
– ¡Vaya! -Él le golpeó la mejilla con un dedo. -Todo mejor. Ahora, ¿qué puedo darte para beber?