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Zachary trató de poner su brazo alrededor de su sub, pero ella le tomó la mano y la puso contra la gasa que cubría su herida y le ordenó: -Sostenla ahí.
Él sacudió su cabeza. De una sumisa a un volcán en cinco fáciles minutos. El contraste era sorprendente. Irresistiblemente fascinante. El interés se derramó a través de él como el calor del sol. Hasta ahora, él no se había dado cuenta de que había estado frío.
Estupefacto dentro del silencio, abrió la puerta privada y la llevó hasta el tercer piso. Encendió las luces, ondeó las manos para que entre, y sacó su botiquín de primeros auxilios del armario.
En su cocina con mostrador de granito y electrodomésticos de acero inoxidable, ella era como un rayo de luz con sus vívidos ojos y cabellos de oro pálido. Sacándole el botiquín, empezó a hurgar en él.
Zachary sirvió bebidas para ambos y luego se sentó en la mesa redonda de roble. Ella cogió su vaso y se lo bebió de un trago.
Él se las arregló para no reír. -¿Noche áspera, gatito? -Le sirvió otro trago, aunque bajarlo de un sorbo no era la manera de beber Glenlivet <sup><sup>[9]</sup></sup>.
– Quítate la camisa.
Él levantó las cejas.
Ruborizada, se apresuró a añadir: -¿Por favor?
Con una sonrisa, se sacó la camisa y la tiró en la papelera. Miró a su hombro. No mucho sangrado, no demasiado profundo.
Con los labios apretados, Jessica lavó el corte para limpiarlo y luego lo cubrió con cinta adhesiva delgada. Terminó poniendo un trozo de gasa sobre la herida. -Creo que va a estar bien, -dijo antes de caer en una silla en la mesa y bajar su segundo trago de whisky.
Él examinó su trabajo. -Excelente trabajo.
Ella todavía estaba pálida, por lo que él le sirvió el último trago y alejó la botella. Un poco más y ella estaría inconsciente. -Vamos a la sala de estar, -dijo él, entrelazando sus dedos con los de ella. Tenía una delicada mano con dedos pequeños.
Tomando asiento en su sillón de cuero favorito, él empujó la mesa de café de roble más lejos y tiró de ella hacia abajo para sentarla en el suelo entre sus piernas, la espalda contra el sillón. Su pálida piel era casi translúcida contra el color rojo oscuro de la alfombra.
Ella se volvió hacia él con una expresión ofendida. -¿Es aquí donde se sienta una mascota?
– No… mascota. -Puso un ligero énfasis a la palabra sólo para ver su cara ruborizarse. -Aquí es donde alguien se sienta cuando necesita que le masajeen sus hombros. -Sus manos se cerraron sobre sus hombros donde los músculos estaban tan apretados que él había visto los nudos a través de la cocina.
– Ohhhh.
El suspiro le recordaba a su dulce gemido cuando su polla entraba en ella con suavidad. Se endureció, considerando tomarla allí mismo en la alfombra. Pero eso no era lo que necesitaba de él ahora mismo. Clavó los pulgares en sus músculos, sintiendo la relajación.
– ¿Señor?
– Um-hmm. -Movió los dedos a su esbelto cuello, deslizando el sedoso cabello a un lado.
– Lo siento.
Había un ligero temblor en su voz y preocupación, casi miedo en su mente, y él frunció el ceño. ¿Perdón por qué? Ella lo había desafiado, recordó, ¿o tal vez por la forma en que ella le había dado órdenes? Ah, probablemente era eso. Ella era nueva para todo esto.
– Jessica, con algunos Doms, el menor paso en falso derivará en la indignación sobre la cabeza de un sub. Yo no funciono de esa manera. Que tú hayas estado dispuesta a arriesgar mi ira por cuidarme… gatito, me siento mimado, no enojado.
Y la sensación fue tan inesperada que todavía estaba teniendo problemas para encontrar el equilibrio.
– Oh. -Ella tomó un sorbo de su bebida, arrugando la nariz ligeramente. No era su bebida favorita. Tendría que surtir a su gabinete de licores con algo más que whisky.
Bajo sus dedos, sus músculos se tensaron y pudo sentir una oleada de preocupación – e indignación – de ella. -Me enteré sobre la mujer que tú… pusiste sobre la barra.
Se mordió de nuevo la risa, mantuvo su tono de voz suave. -No me extraña que te sientas un poco insegura.
– No es broma, -murmuró ella, y él sonrió, ya que ella no podía verlo, y se concentró en aliviar la nueva tensión de sus músculos. Ella no era más que un manojo de nervios. Y aquí él había previsto tenerla convertida en un pequeño charco de baba para este momento. En su lugar, estaba dando lesiones de bondage.
Luchadora, sensible pequeña sub. Sin embargo, él nunca había disfrutado tanto enseñando en su vida. Envolvió sus brazos alrededor de ella.
– Gatita, su castigo fue por más que un paso en falso, ella pasó la noche desairando deliberadamente a su Dom. Y él sabía que ella iba a considerar unos latigazos como una recompensa.
– Pero ¿por qué hizo eso?
– Una sub que se sale de su camino siendo maleducada es una sub infeliz. Era audaz con él, prácticamente rogándole que le quite el control. Si ella hubiera limitado sus acciones sólo a él, yo simplemente le hubiera dado a él algunas sugerencias. Pero ella me quitó esa opción.
Sus manos volvieron a sus hombros, aliviando lo último de la tensión, así como sus palabras aliviaban la preocupación en su interior. Ella asintió con la cabeza. -Gracias por explicarlo. De repente me sentí como si en realidad no te conociera en absoluto, ¿sabes? Por supuesto, yo no, no realmente, pero… -Ella agarró su vaso y lo terminó.
– Mmmmph, es bastante poco lo que yo conozco de ti, también. -Como el motivo por el que su pequeña sub se la pasaba atacando a los Doms. Él tiró de ella hacia atrás para poder masajear los músculos en el frente de sus hombros.
– ¿A qué te refieres? -Murmuró ella. Con su preocupación aliviada, sus emociones se habían convertido en un cálido murmullo, casi como un ronroneo.
– Has estado en el club dos noches y atacaste a un Dom cada noche para defender a alguien. En lugar de encontrar un custodio, saltaste directamente sobre él.
Jessica sintió que su mente se quedaba en blanco y trató de incorporarse. -Yo… Cualquiera haría lo mismo, proteger a alguien de ser herido.
– Por supuesto. ¿Qué lo hace tan personal para ti, Jessica? -Sus manos la inmovilizaron en contra de la silla.
– Esto… -Ella dijo con malhumor. -¿No puedo mantener algo privado?
– Bueno… no. -Besó la parte superior de la cabeza, pero sus manos, aplastadas contra su pecho, no se movieron. -Dime lo que pasó. ¿Quién resultó herido por un hombre?
Precisión milimétrica. Debía ser un infierno de psicólogo. Y ella no debería haber tomado la última copa, sus pensamientos estaban dispersos y se habían ido al infierno. -Mi hermana. Su marido le pegaba, le pegaba regularmente.
– ¿Tú lo sabías? -Sus manos se movían otra vez, suaves caricias circulares, tranquilizadoras.
– Debería, -dijo con amargura. -Pensé que ella era una recién casada normal, con ganas de estar a solas con su marido. Le creí cuando dijo que había tropezado con algo o tuvo un accidente automovilístico. Yo debería haberme dado cuenta.
– Oh, gatito, -suspiró. -Las mujeres maltratadas mienten como soldados, se sienten avergonzadas, seguras de que hicieron algo para merecer el dolor, o sienten que sólo los fracasados sienten dolor, o están aterrorizadas de su abusador. No te culpes por no ser capaz de verlo. ¿Tu hermana pudo salir?
– Sí. Cuando supimos lo que estaba pasando, la sacamos de allí. Él está cumpliendo una condena.
– Y tu hermana tiene cicatrices, ¿no?, -Dijo en voz baja. -Por dentro y por fuera y te sientes mal cada vez que la ves.
Su garganta se cerró por la simpatía en su voz. Por el entendimiento. Tragó saliva, parpadeó con fuerza. Un minuto más tarde, se las arregló para decir: -Maldita sea, eres bueno, ¿eres un psicólogo o algo así?
Él se echó a reír. -Por lo menos ahora, cuando encuentre a un Dom tirado en el piso, voy a saber por qué. -Le dio una pequeña sacudida. -Pero, pequeña alborotadora, si estoy cerca, me dejas hacerlo a mí. Ese es mi trabajo.
De alguna manera él había reducido parte de la culpa y la calentó más que el alcohol que le había dado. La besó en la mejilla, se inclinó hacia atrás, y tomó un sorbo de su bebida. Él estaba todavía con su primera copa, y ella estaba más que un poco confusa.
Luego, sus manos volvieron a la parte delantera de sus hombros… y se movieron debajo de las tiras de su camisón para acariciar sus pechos.
– Yo… no creo que haya músculos allí, -dijo ella, casi sin aliento mientras su cuerpo revivía y comenzaba a clamar por sexo.
– Bueno, tengo que asegurarme, ¿no? – Sus dedos masajearon sus pechos ligeramente. La besó en el hombro, su indicio de barba raspaba, la rugosidad enviaba escalofríos a través de ella. Sus pezones se endurecieron, y él lo notó, capturando a cada uno entre los dedos.
Su cuerpo se humedeció, y ella trató de girarse, para tocarlo, pero sus manos la mantuvieron en su lugar, y mordió su hombro. -¿He dicho que te podías mover?, -le preguntó, dándole a cada pezón un pellizco, enviando ondas de electricidad cursando a través de ella.
Cuando le clavó la espalda contra la silla otra vez, el calor la bañó. Él la controlaba tan fácilmente. Mordisqueó debajo de su oído y chupó su lóbulo, y su interior se volvió líquido.
– Además, podría mostrarte el resto de mi casa, -murmuró, y tiró de ella para ponerla de pie. -Tengo una habitación. -La condujo hacia la parte posterior de la casa, más allá de la cocina, y un sonido lo hizo detenerse.
Jessica parpadeó cuando un gato de color jengibre acechó por la cocina.
– Ah, ya era hora. Me preguntaba si ibas a hacer acto de presencia, -le dijo el Maestro al gato, arrodillándose para acariciarlo. Miró hacia arriba. -¿Puedo presentarte a Galahad <sup><sup>[10]</sup></sup>?
– ¿Galahad?, -Dijo con incredulidad. Eso tenía que ser el gato más grande y más feo que había visto nunca, y había visto algunos monstruos en el refugio.
– Es un caballeroso compañero.
Jessica se arrodilló en el suelo y le tendió un dedo que él olió delicadamente. Con aprobación, el gato empujó suavemente su mano, curvándose más cerca para ser acariciado. -Debes ser un gran luchador. -Ella frunció el ceño al contemplar las orejas y la nariz con cicatrices.
– Ha estado conmigo unos cinco años, desde que lo encontré asaltando los botes de basura. Él era grande entonces, ha crecido aún más en este tiempo.
Nunca lo habría catalogado como alguien que adopte un gato callejero. Ella no lo conocía en absoluto, ¿verdad?
– ¿Ben dijo que estás divorciado? -Ella soltó y luego se sonrojó. Sí, las habilidades sociales hombre-mujer definitivamente no eran su fuerza.
– Hace unos diez años, -dijo como si su pregunta no fuera inusual. -Nos casamos jóvenes, cuando yo estaba en el servicio. Dado que pasé la mayor parte de esos seis años fuera del país, fuimos tirando bastante bien hasta que fui dado de baja. Después de eso, los dos intentamos, pero cuando entré en la escuela de posgrado, ella lo dio por terminado. -Él arqueó las cejas. -Entre otras diferencias, ella prefería el sexo vainilla.
Le dio una palmadita final al gato antes de levantarse, sosteniendo su mano extendida para Jessica. Ella le permitió tirar de ella para ponerla de pie.
– ¿Y tú has estado casada?, -Le preguntó.
– No. Nada llegó tan lejos, -confesó. -Nunca… -Ella se detuvo, no iba a contarle que el sexo había sido aburrido.
Sus ojos brillaron como si hubiera recogido ese pensamiento del aire. Imbécil. Pero él simplemente le alborotó el cabello antes de mostrarle el resto de su casa. Una oficina contenía un tablón de anuncios cubierto con fotos y cartas de sus pequeñitos clientes. Enmarcados dibujos en lápiz decoraban las paredes. -Esto es una colección bastante buena, -dijo ella, tocando una foto de un sonriente duendecillo desdentado frente a la cámara.
Él movió los hombros. -He estado en eso por un tiempo.
Y los niños le importaban lo suficiente como para decorar su oficina con sus obras de arte, pensó ella, recordando las oficinas de sus colegas, llena de premios empresariales, fotos de clientes famosos, trofeos de golf.
– Allí hay dos habitaciones de huéspedes, -dijo él mientras caminaban por el pasillo. -Y este es mi cuarto favorito, -dijo, mostrándole un cuarto lleno de muebles antiguos, sofás y sillas cómodamente mullidos, un televisor gigante en una pared, un piano en la esquina, y una pared llena de libros. Ella se acercó para examinarlos: Sir Arthur Conan Doyle, Agatha Christie, Dashiell Hammett, Ross Macdonald. Sus cejas se levantaron, ella tenía muchos de los mismos libros. Su imaginación proyectó una imagen sentada en su regazo, ambos leyendo y discutiendo sobre asesinatos y pistas falsas.
Por último, abrió la puerta de su dormitorio principal. Alfombra azul oscuro, muebles de caoba. Altos ventanales arqueados abiertos al aire de la noche.
Una cama tamaño extra grande. Ella se quedó sin aliento. Su cuerpo se entusiasmó como si hubiera estado esperando sólo por esta sala.
– Pensé que te gustarían los muebles de esta habitación -su voz era ronca mientras sus manos se asentaban en su cintura, cálidas y duras, y…
Un maullido lastimoso provino de la cocina.
El Maestro hizo una pausa y suspiró. -Tengo que alimentarlo o no dejará de quejarse. -La besó en el cuello y luego la soltó. -El cuarto de baño está al otro lado de la habitación si lo necesitas.
Cuando salió, ella cruzó la habitación. Definitivamente lo necesitaba, ahora que él lo había mencionado. El baño era de oro y mármol con toallas de color verde oscuro. La bañera fácilmente contendría a dos, y la ducha podría acomodar a un equipo de fútbol.
Mientras se lavaba las manos, se miró en el espejo y se quedó sin aliento. El rímel y delineador de ojos estaban corridos hasta sus mejillas, parecía una prostituta empapada por la lluvia. Se lo quitó frotándolo, comprobó en el espejo e hizo una mueca. Con maquillaje era apenas llamativa; sin él…
Frunciendo el ceño ante la cara lavada reflejada en el espejo, apagó la luz y volvió a entrar al dormitorio. Oyó al Maestro hablando con el gato, su voz profunda provocaba revoloteos en su estómago. Él hablaba con ella de la misma manera, se dio cuenta. ¿No era más que otra mascota para él?
Su mirada se volvió hacia la cama, y la sensación desagradable en su pecho creció. ¿Cuántas de esas mujeres de abajo habían estado en su cama? La palabras de Ben corrieron por su mente: Las mujeres caen todas sobre él, y en su mundo, él es conocido como el mejor maestro de los alrededores. Y eso es de acuerdo a las subs, quienes definitivamente lo sabrían. Un montón de subs aparentemente.
¿Esa espléndida rubia estaría aquí arriba mañana? las manos de Jessica se cerraron en puños, pero ¿a quién debería culpar? ¿A la rubia? ¿O a ella misma por ser tan estúpida y dejarse involucrar más de lo que debería? Él nunca había señalado que la quisiera para algo más que sexo, después de todo. Y ella había disfrutado del sexo, no quería nada más al principio. Pero cada vez que conocía algo más sobre él, le gustaba más.
Ella quería que haya un ellos, pero él no se sentía del mismo modo.
No había un futuro con él. Se acercó a la pared de ventanas y miró afuera. Las negras nubes se estaban moviendo, cubriendo la luna y las estrellas en la oscuridad. Habría una lluvia torrencial antes de la mañana.
Ella envolvió sus brazos alrededor de sí misma cuando la desdicha le retorció el estómago. En realidad, debería irse ahora, ya había experimentado la locura de conducir por las carreteras bajo una tormenta. Y no había nada para ella aquí.
Echó un vistazo a la cama, y su garganta se cerró. Se lastimaría aún peor si se iba a la cama con él ahora, dejándolo hacerle el amor… No, lo que ellos tenían no era amor, y ese era el problema, ¿no?
– ¿Jessica? -Él estaba parado en la puerta. Ella captó la mirada perpleja de sus ojos, su ceño fruncido, luego se apoyó en el marco de la puerta, cruzándose de brazos y esperando. Observándola con una mirada intensa. Maestro Z.
Ella ni siquiera sabía su nombre, se dio cuenta, sintiendo como si la tormenta ya hubiera empezado. No, tenía que salir de aquí antes de hacer el ridículo.
– Creo que es hora de que me vaya, -acertó a decir.
Él tenía la cabeza inclinada. -Yo no diseñé mi dormitorio para hacer que una mujer se ponga triste, gatito. O para hacer que quiera salir corriendo.
– Lo siento, señor. Es sólo que… Ha sido una larga noche. -Su pecho dolía tanto que ella quería presionar las manos en el mismo. -Me voy a casa ahora.
– No. No te vas.
Ella parpadeó. -No puedes…
Su boca se curvó en una débil sonrisa. -No, no te empujaré sobre la cama para tener mi camino contigo, por mucho que me tiente ese pensamiento.
La imagen envió calor fluyendo a través de sus venas.
– Pero tampoco te permitiré irte mientras estés todavía bajo los efectos del alcohol. Yo no te habría dado nada de alcohol en absoluto si no hubiera pensado que te quedarías a pasar la noche.
– Oh. -Bueno, probablemente ella había bebido más de lo que debería. Pero maldita sea si ella se quedaría aquí con él. -Voy a conducir despacio.
Sus ojos oscurecidos, los músculos de su mandíbula apretados. -Voy a encadenarte a un muro de la mazmorra antes de dejarte salir así.
La imagen en realidad la hizo mojarse, y ella cerró los ojos. No podía permanecer en su habitación. O volver al club y estar en ese ambiente cargado de sexo. -Um. Tal vez sólo voy a ir a dar una agradable caminata.
Él sacudió la cabeza con un toque de exasperación, entonces le tendió la mano. -Ven, mascota, tengo una idea mejor.
Ella dudó.
– Nada de sexo implicado.
¿Por qué su fácil conformidad se sintió tan decepcionante? -Está bien. -Su mano envolvió la de ella, cálida y dura, y simplemente tocarlo le hizo quererlo más. Oh, esto tenía que parar.
Él tomó una botella de agua de la nevera y luego la llevó hacia la puerta de atrás, y por las escaleras hacia el patio trasero.
Ella frunció el ceño. -¿Esta no es la misma zona donde estuvimos antes, verdad?
– Este es el patio lateral en la parte de atrás. Esta zona es solamente para mí. -Le inclinó la barbilla hacia arriba y la besó. -Es muy privado.
Dios, él sabía besar. En el momento en que él se alejó, sus brazos estaban envueltos alrededor de su cuello, y ella estaba presionada contra él por todas partes. Se sentía tan bien en sus brazos… cálida, segura… estúpida. Ella lo empujó y dio un paso hacia atrás, tratando de controlar su respiración. -¿Nada sexual?
Él se rió entre dientes. -No considero que besar sea sexual.
– Besar es sexual. -Ella lo miró. Si besar no fuera sexual, ella no se sentiría tan excitada.
– Puesto que tú no estás interesada en tener sexo… -le ofreció un suave mirada -podrías finalmente relajarte. -La condujo por un paseo con canteros de flores iluminados con faroles solares hacia un burbujeante jacuzzi. El calor se levantaba desde el agua. Después de apoyar la botella, le sacó el camisón por la cabeza.
– ¡Hey!
Ignorándola, le desabrochó los puños de cuero que todavía estaban en sus muñecas, luego le recogió el cabello y lo retorció en un nudo flojo en la parte superior de su cabeza. Con la mano sobre su trasero desnudo, le dio un empujoncito hacia el agua. -Entra.
Las opciones eran limitadas. Luchar con él por su ropa o meterse donde el agua burbujeante la escondería.
El calor la envolvió mientras se sentaba en el asiento. El agua salpicaba suavemente alrededor de sus hombros. Sus muñecas se sentían livianas… desnudas… sin los puños. Sabía que él se los había quitado para mantenerlos fuera del agua, pero aún así se sentía como si él la estuviera apartando de su vida. Se mordió el labio forzando una sonrisa. -Esto se siente realmente bueno.
– Bien. -Él estudió su cara, el ceño estaba de vuelta en su cara, luego abrió la botella de agua, y se la entregó a ella. -Toma esto. No quiero que te deshidrates.
Mientras ella bebía el agua, se despojó de sus pantalones con su habitual eficiente manera. Parado en el borde del jacuzzi, delineado por el resplandor de la luna desde arriba, parecía un dios. Alto, hombros muy amplios, músculos bordeados por la sombra y la luz de la luna.
Entró en el agua y se acomodó a su lado. Después de rozar un dedo suavemente hacia abajo de su mejilla, se echó hacia atrás, con un brazo apoyado sobre el borde de hormigón detrás de la cabeza. Un búho ululaba de los árboles mientras las hojas susurraban en la brisa ligera. El sonido apagado de una puerta de un coche y luego el coche saliendo flotó por el patio. Mientras el jacuzzi burbujeaba suavemente, Jessica dejó que su cabeza se apoyara atrás sobre el musculoso brazo detrás suyo. Ella sólo dejaría que su mente se aclare, le demostraría que estaba sobria, y estaría fuera de aquí dentro de una hora.
<a l:href="#_ftnref9">[9]</a> Un tipo de whisky escocés.
<a l:href="#_ftnref10">[10]</a> Sir Galahad es un caballero de la Mesa Redonda del Rey Arturo y uno de los tres que alcanzaron el Grial en las leyendas artúricas. Es reconocido por su gallardía y pureza. Él es quizás la encarnación caballeresca de Jesús en las leyendas artúricas.