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CAPÍTULO 14

Zachary observó a su pequeña sub lentamente relajarse de la tensión de la noche y aliviar la agitación de sus músculos. Que considerable noche que había tenido.

Una que casi había terminado abruptamente unos minutos atrás. ¿Que había estado pasando por su mente allá arriba en el dormitorio? Sacudió la cabeza. La capacidad de leer las emociones no siempre ayudaba a comprenderlas. Ella había sentido deseo y luego confusión y… resolución. Sí, eso era esto. Y luego dolor.

Dolor cuando había dicho que quería irse. Sin estar enojada con él, sin estar disgustada. Se estaba perdiendo un escalón vital en su razonamiento, maldita sea. Pero había conseguido un mensaje alto y claro, si ella se habría ido en ese momento, él no la habría vuelto a ver.

Le levantó la mano, le besó los dedos y ella solamente suspiró. Dejarla tomar esa decisión estando intoxicada y emocionalmente irritable… Él sabía mejor que eso. Si todavía se sentía de la misma manera cuando se despertara, no se interpondría en su camino. A pesar de que él estaría condenadamente dispuesto a conseguir que ella verbalizara el problema.

Era un psicólogo, después de todo.

Lo suficientemente psicólogo como para conocerse a sí mismo y saber que él no quería que ella se vaya. Todo lo contrario, de hecho. Ya se había dado cuenta de que quería volver a verla, aunque sus pensamientos no habían ido más allá de disfrutar con ella en el club. Pero a medida que la noche fue avanzando, sus intenciones habían cambiado. Y cuando ella lo había vendado, calentándolo con su preocupación, él supo que estaba condenado. Quería más de ella que unas cuantas noches en el club. Ella despertaba sentimientos en él que no había sentido en mucho tiempo.

Con dedos suaves, le empujó un mechón húmedo de pelo de la frente. Se había lavado el maquillaje corrido de la cara en el baño. ¿Sabía ella cómo esos rastros de lágrimas, esas pruebas de vulnerabilidad, podrían tirar de un Dom? Probablemente ni se diera cuenta de lo bonita que estaba ahora, las mejillas encendidas por el calor, sus labios suaves y besables.

Después de que estuvo medio dormida en el agua, la sacó, la secó y la metió en su cama, disfrutando de la forma en que inconscientemente se enroscó dentro de él, suavemente en contra de su lado.

Él se despertó antes del amanecer con la luz de la luna entrando por la ventana. Se veía perfecta, él decidió, su cabello dorado desparramado sobre las almohadas oscuras, sus curvas redondeadas le daban vida a su cama. Sacudió la cabeza, desconcertado por su presencia. La pequeña habitación de abajo era donde llevaba a sus mujeres, ellas no eran invitadas aquí a su casa.

Pero a diferencia de las otras, ella no había presionado por una invitación. Él la había querido aquí. Infierno, probablemente la habría arrojado por encima del hombro y llevado al estilo de las cavernas si no hubiera estado de acuerdo. Era una mezcla fascinante: inteligencia pura, mente lógica y prudencia que ocultada a la pasión debajo. La forma en que sus inseguridades se mezclaban con esa naturaleza afectuosa era entrañable. La lealtad hacia su hermana, su coraje… Ella era extraordinaria, ¿no?

Incluso Galahad le había dado su aprobación.

Pasó una mano por la piel satinada sobre su hombro desnudo y se sintió completamente duro. Había estado con una media erección toda la noche, desde que ella había gritado de placer en la sala de médicos, pero ella había necesitado tiempo para recuperarse, y entonces lo que sea que le había molestado se había interpuesto entre ellos.

Ahora, sin embargo… Él deslizó el cobertor hacia abajo, desnudándola. La luz de la luna brillaba sobre sus pechos, dejando tentadoras sombras debajo. Su cintura curvada dejaba sus exuberantes caderas inclinadas hacia afuera.

La oscuridad entre sus muslos lo llamaba. Sus manos trazaron su cuerpo, tocando suavemente, sus dedos tentados a acariciar los suaves pechos. Sus pezones eran puntos de piedra. Su respiración acelerada. El olor de su excitación flotó hacia él justo cuando ella abría sus ojos.

Ella sentía su cuerpo caliente y necesitado.

¿Dónde está mi pijama? pensó soñolienta, luego más perentoriamente, ¿Dónde estoy?

Parpadeando, frunció el ceño al recordar el club, el Maestro. Un jacuzzi. Ella había tenido tanto sueño. ¿Estaba en la cama de él?

Sus pechos fueron levantados por unas manos duras, y gimió cuando las intensas sensaciones la recorrieron.

– ¿Señor?

– No llegamos aún a la parte sexual, -dijo el maestro Z. -Puedes decirme que me detenga si lo deseas.

Su cara estaba encima de ella, la luz de la luna ensombreciendo sus duros rasgos. Él sonrió sólo un poquito. Ella estaba dejándolo, recordó. No iba a hacer esto otra vez. El corazón le dolía de sólo pensarlo. Podría llamar a esta última vez una manera de despedida, ¿no?

– No te detengas, -susurró.

Él tomó un condón de la mesita de noche y se cubrió. -Ahora, abre las piernas para mí, gatito. -Su voz era profunda y áspera.

Sus piernas se separaron.

– Buena chica. -Su mano tocó entre sus muslos. Ella ya estaba mojada, incrementándose más a medida que sus dedos difundían la humedad. Un dedo acarició su clítoris, enviando disparos de fuego a través de ella.

Ella se tensó, el calor aumentaba rápidamente como si él ya hubiera avivado el fuego. Levantó sus caderas hacia la mano sin pensarlo. Él se rió entre dientes y sintió sus mejillas arder. ¿Cómo la afectaba de esta manera? Nunca había sido tan desinhibida antes.

– Me gusta la forma en que reaccionas a mis manos sobre ti, -le susurró, besándola profundamente, concienzudamente, su lengua sumergiéndose en ella, incluso mientras acariciaba su abertura de abajo. Los ataques simultáneos dejaron a su cuerpo temblando de necesidad. Liberó su boca sólo para pasar a sus pechos, chupando un pezón, luego el otro, convirtiéndolos en puntos duros, y el tirón de su boca le hizo apretar su núcleo.

Sus dedos continuaron su lento deslizamiento sobre su clítoris, por alrededor y por arriba, hasta que cada toque la acercaba más, hasta que los músculos de sus muslos estuvieron apretados y temblorosos.

Y entonces él la abrió, posicionándose él mismo, y empujó dentro de ella. Sus hinchados tejidos ardieron con su entrada. Él pellizcó el clítoris al mismo tiempo, el toque necesario que ella había estado esperando, y ella gritó, sacudiendo sus caderas contra él cuando las ondas de sensación explotaron a través suyo, mientras su útero tenía espasmos en torno a su gruesa e imponente polla.

Él canturreó de deleite, moviendo la mano a sus pechos mientras se deslizaba dentro y fuera de ella muy, muy lentamente. Su polla gruesa y sus dedos sobre sus pezones nunca dejaron que la excitación muera.

– No pensé que alguna vez hicieras el amor de la manera normal, -susurró ella con voz ronca.

Él le acarició el cuello. Sus dientes se cerraron sobre su hombro en un ligero mordisco. Luego suavemente lamió la picadura. -¿Ya extrañas estar atada?

Involuntariamente, su coño se apretó alrededor de él, dándole la respuesta que nunca se hubiera atrevido a decir.

– Ah. -Sus dientes blancos destellaron en su rostro oscuro, y se apoderó de una muñeca, la puso sobre su cabeza, y luego agregó la otra. Una gran mano fácilmente presionó sus muñecas al colchón. -Esto debería funcionar.

– ¿Sin restricciones? -Se las arregló para preguntar, dándose cuenta de que no había visto ninguna.

– No hay ninguna. No traigo subs aquí arriba.

Pero ella estaba aquí, llegó a pensar, y luego él aumentó la fuerza y la velocidad de los empujes entre sus piernas.

Se sentía invadida e indefensa sin poder hacer nada. Con los brazos sujetos, no podía contralar a su cuerpo. Ella no tenía que tomar decisiones, no tenía nada que hacer excepto sentir. Cada sensación quemaba a través suyo, el deslizamiento de su eje abriéndola exquisitamente, su dura mano impidiéndole moverse, la otra jugando con sus senos, tironeando y pellizcando los pezones sólo al borde del dolor. Sólo al punto donde cada toque aumentaba su ahora devastadora necesidad.

Entonces, abandonando sus pechos, puso la mano debajo de una de sus rodillas, empujando su pierna hacia arriba, abriéndola más. Comenzó a golpear con fuerza dentro de ella, y el latido entre sus piernas se convirtió en abrumador. Su orgasmo explotó, duro y rápido, una llama incandescente disparada a través de su cuerpo. Ella gimió mientras se estremecía a su alrededor, mientras su rodilla temblaba en el duro agarre de su mano.

Y entonces su agarre se apretó más mientras él gruñía su propia liberación, las sensaciones de su polla sacudiéndose en su interior la hizo jadear.

– Ah, pequeña, -murmuró. Dejó caer sus muñecas, envolvió sus brazos alrededor de ella, tirándola con fuerza contra él, todo su peso sobre ella y así y todo tan satisfactorio, su cálido aliento agitando su pelo. El olor del sexo llenaba la habitación. Ella pasó los dedos por su pelo grueso, presionando un beso en su hombro húmedo. ¿Cómo iba a renunciar a esto?

Cuando él comenzó a retirarse, ella agarró su trasero, curvando sus dedos en la dura curva del músculo, y mantuvo su pelvis contra la suya. -No te vayas.

Él la besó, dulce y lento, antes de retirarse. -Yo vuelvo, mascota.

Un momento en el baño, y él estaba de vuelta, tirando de ella por encima suyo. Al parecer era una de sus posiciones favoritas. Jugaba con sus nalgas, acariciando y apretando, los movimientos hacían que su sensible clítoris frotara contra él hasta que se retorcía en su agarre.

Él se rió entre dientes. -Puedes volverte a dormir ahora si quieres, -le susurró, colocándole la cabeza contra su hombro. Su olor almizclado la envolvía, su brazo yacía apretado en la espalda y una mano aún le agarraba el trasero. Ella bostezó, deslizándose dentro del sueño y la seguridad.

Cuando se despertó, acostada de espaldas, lo encontró a su lado, apoyado sobre un codo, observándola con esos ojos plateados. Ella estaba repantingada sin el cobertor, desnuda ante su mirada. Intentó inútilmente aferrarse a la sábana, pero su mano cayó sobre la de ella.

– Déjame mirar, -murmuró, liberándola después de besarle los dedos.

El calor subió desde su pecho a su cara, y supo que se había sonrojado por la forma en que sus ojos se arrugaron. Ella frunció el ceño. -Eres un mandón.

– Sí, yo soy, -estuvo de acuerdo, amablemente. -Y no es una lástima que casualmente te guste eso.

Huh. Difícil de responder a eso.

Después de ponerse un condón, rodó por encima de ella y se deslizó dentro con un empuje duro. Ella jadeó cuando la sorpresa de la entrada repentina reverberó a través de su sistema.

– Muy bien, mascota. -Descansando sobre sus antebrazos, le enmarcó el rostro con sus manos cálidas, obligándola a mirarlo. -Ahora que tengo tu atención, puedes decirme qué pasaba antes.

Su mirada era adusta, sus manos inflexibles. Su pesado cuerpo la clavaba en el colchón mientras su polla la empalaba. No habría forma de escapar, ni mental ni físicamente.

Ella tragó saliva. Podía lograr que la libere, ella lo sabía, si le exigiera que la dejara libre. Si se iba. La idea de irse le volvió a provocar un dolor en el pecho. Ella no quería marcharse.

– Jessica, -dijo en voz baja, -¿no hemos compartido lo suficiente como para que puedas confiar en mí con más que con tu cuerpo? -Su pulgar le acariciaba las mejillas. Podía sentirlo, duro en su interior, sin moverse, pero unidos de la más íntima de las formas.

Pero ella sabía cómo terminaría esto, tenía que terminar. Él había vivido solo durante años. Tenía ansiosas subs disponibles en cualquier momento que él quisiera. ¿Por qué él lo cambiaría por ella?

Sus ojos se estrecharon. -Todo ese pensamiento continúa. Dime, mascota.

Mascota. La ira estalló a través de ella, incluso sabiendo que él se lo había dicho deliberadamente. Ella no era una maldita mascota para llevar a casa y, descartar luego en la perrera, si era demasiado incómodo. Bien entonces, él podía escuchar algunas verdades.

– ¿Esa mujer que se arrodilló delante tuyo? No me gusta saber que ella estará aquí contigo mañana.

Él parecía confundido, pero ella no pudo contener la siguiente parte.

– No quiero que tengas otras subs, mujeres. -Entonces, la inseguridad brotó en ella como un baño de hielo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué le importaba a él lo que ella quería?

Ella trató de apartar la mirada, pero él no movía sus manos o su mirada. La única cosa que movía era su polla dentro de ella, sólo lo suficiente para recordarle su conexión. -No te detengas, gatito. ¿Qué más?

Él la mantenía en su lugar tan fácilmente, y su avivada excitación encendió otra chispa de ira ante la debilidad de su cuerpo y ante él por explotarla. Ella lo miró. -Sólo una cosa. Señor. -Casi escupió la palabra. -Hay más entre nosotros que sólo sexo, y tú lo verías si no estuvieras tan totalmente ciego, maldita sea.

Él parpadeó ante su arrebato. Luego sus labios se curvaron.

– Arrebatadora, -murmuró él, su tono condescendiente.

– Yo… -Dios, ¿qué había hecho? Ella se humedeció los labios.

Su sonrisa se amplió ante su confusión, y rozó sus labios con un suave beso. -Sucede que estoy completamente de acuerdo.

– ¿En serio? -Susurró. Había aire en alguna parte de esta habitación, sólo que no lograba encontrarlo.

Moviendo una mano desde su rostro, tocó un pezón con un dedo suavemente, observándolo convertirse en un punto. -Sí. Me parece que es hora de que me des tu número de teléfono.

Su corazón daba tirones dentro de ella por el incremento de la esperanza. Ella lo empujó hacia abajo, tratando de considerar su respuesta. Bueno, no era una petición, en realidad. La mirada de él se levantó de su pecho a sus ojos. Era una instrucción.

– ¿Qué harías con mi número?

La esquina de su boca se levantó mientras le tocaba el otro pezón. -Llamarte y preguntarte si quieres ir a cenar. Hablar contigo en otro lugar fuera de la cama, por mucho que disfrute teniéndote aquí.

El aire definitivamente se había ido, ella no parecía poder respirar. ¿Él quería algo más que sólo sexo? ¿Quería realmente llegar a conocerla? ¿O era esto más de las cosas relacionadas con la dominación, sólo que en otra parte? Ella dudó. -¿Tengo que llamarte Señor en un restaurante?

– No, gatito. -Ahora esto era realmente una sonrisa. -Soy Zachary hasta que lleguemos al club… o al dormitorio.

Su sonrisa igualó a la de él. -Puedo hacer eso, -dijo en voz baja mientras se sentía llena de alegría.

– Sin embargo, ahora mismo, estamos en el dormitorio, -murmuró, moviéndose duro en su interior, -Y creo que acabas de maldecirme. -La rígida línea de su boca prometía retribución y ominosa diversión llenaba sus ojos. -Dame las muñecas.

Sus ojos se abrieron por la aprehensión, incluso mientras la excitación ardía a través de su cuerpo. -Sí, señor.